Perspectivas

De viaje hacia un mandamiento: Amar a Olga

29/11/2021

A Gustavo Valle lo conozco gracias a sus viajes y a sus libros. O, más bien, a los viajes de sus libros.

La primera vez fue en el año 2009, cuando Gustavo viajó de Buenos Aires a Caracas y nos vimos en esa ciudad con motivo de la publicación de su primera novela Bajo tierra, que ese año obtuvo el Premio de la Crítica. Valga decir que aquella vez la borrachera de celebración resultó inolvidablemente cervecera, pachangosa y madrugadora. Años después nos volvimos a encontrar por motivos similares, aunque ya no tan etílicos: Gustavo fue a Caracas para recibir, por segunda vez, el Premio de la Crítica 2014 por su novela Happening. Y este año, Amar a Olga, su tercera novela, nos vuelve a reencontrar, viaje mediante, en esta Feria del Libro del Bicentenario en Lima, gracias además a la invitación de la Cámara Peruana del Libro. Estas coincidencias migratorias no puedo sino atribuírselas a esa peculiar manera que tiene la vida de imitar a la literatura. Porque una amistad que marche al ritmo que le impone el desplazamiento de unas novelas quizá obedezca a que la naturaleza de esas novelas lleva el signo del desplazamiento.

Así lo recordaba José de Montfort en una entrevista a Gustavo para la revista The Objective el 24 de noviembre: mientras que su primera novela, Bajo tierra, narra el recorrido de unos personajes bajo la superficie urbana, y Happening despliega un viaje trepidante por diversos espacios del territorio venezolano, Amar a Olga se ocupa ya no solo de un viaje por el espacio, sino por el tiempo, o, si se quiere, por ese espacio hecho de tiempo enardecido que constituye la memoria del enamorado.

Ricardo Piglia pensaba que existen dos grandes tipos de relatos fundadores del arte narrativo: el viaje y la investigación. Cada uno con su paradigma heroico: Odiseo, el viajero por excelencia, y Edipo, el investigador de sí mismo. Siguiendo el hilo de esta idea, podría decirse que Amar a Olga incorpora ambas categorías del relato, pues su protagonista es un hombre desplazado por la fuerza de la nostalgia y, al mismo tiempo, el investigador instintivo de su propio tránsito amatorio.

En un poema breve de Cristina Peri Rossi llamado «Oración», se dice: «Líbranos, Señor, /de encontrarnos, /años después, /con nuestros grandes amores». Hay que decir que el protagonista de Amar a Olga desoye por completo esta plegaria, y más bien anhela reencontrarse con la mujer de la que estuvo enamorado en su juventud. Un anhelo que pronto se transforma en una de esas obsesiones de la memoria en las que el pasado pone en jaque mate al presente. «Recordar —dice el narrador de la novela— es también dinamitar el presente o evadirlo. Recordar es como drogarse».

Amar a Olga es la historia entonces de un adicto, contada por un cuarentón en crisis de cercanía a la cincuentena, encallado en un matrimonio fallido y en un país arruinado por una dictadura militar, y quien se ve poseído por el recuerdo de Olga, una chica a la que no ve desde hace más de treinta años. La novela da cuenta de los efectos de esta olgadicción en la vida de un ser vencido por el peso de su temeraria vocación nostálgica, y presto a evadirse de un presente donde los estímulos del deseo han sido dados de baja.

No quiero revelar anécdotas que le arruinen al lector las sorpresas y peripecias de esta historia de aventuras en donde el sexo, el erotismo y el amor intercambian atributos y donde el narrador no escatima descripciones minuciosas de sus lances pasionales. Solo quisiera mencionar dos escenas que allanan esta ruta del deseo.

La primera es aquella en la que el personaje, en disputa con su esposa por el control del televisor, se entera en las noticias de que ha muerto Margaret Thatcher. La imagen de la política británica, cual magdalena de Proust, aviva sus recuerdos y lo transporta imaginariamente (primera etapa del viaje) a los años 80, cuando la Thatcher se consolidaba como La Dama de Hierro, y su amada Olga se convertía en su primera experiencia amorosa. Valga acotar que esos primeros años de la década del 80 constituyen acaso el último momento de estabilidad política, social y económica que vivió Venezuela, por lo que esta evocación del personaje puede entenderse también como una fuga mental ya no solo hacia los paraísos perdidos del amor adolescente, sino a los de una patria más venturosa, al menos en el imaginario de la memoria.

La segunda escena tiene lugar en la cama matrimonial del protagonista. En un rapto de evocación erótica y rodeado de las fotografías de una Olga juvenil, el personaje, aprovechando la soledad de su casa, cede a las tentaciones de la fantasía onanista. Pero se halla tan ensimismado en la carnal recreación que no escucha los pasos de su esposa, quien llega de improviso y lo descubre en plena faena autocomplaciente. Luego de una discusión en la que intercambian insultos y objetos domésticos, marido y mujer se separan, y empieza así la segunda fase del viaje, más física que memoriosa, en la que el personaje irá a la búsqueda de Olga al tiempo que reflexiona sobre los quiebres del amor. Como ocurre en las letras del tango, del bolero, del vals, del vallenato e, incluso, del reguetón, la ruptura amorosa conduce a quien la padece a los callejones de la metafísica y la lujuria. Amar a Olga no es la excepción en esta fórmula del despecho universal.

Hasta aquí podemos decir que Olga es una historia inacabada que le sirve al personaje para buscarse a sí mismo mientras busca a la mujer de sus fantasías juveniles. Y esa búsqueda interior, un tanto inconsciente, no deja de ser la de un amateur, en la doble acepción de la palabra: labor de aficionado y también de amante. Esto es, un amante aficionado, víctima de las trampas de la memoria. Porque la Olga del pasado no es la del recuerdo y la del recuerdo no es la del presente, ni la del presente es la de la escritura. Son muchas las Olgas que el protagonista lleva dentro como para que alcance a distinguir con nitidez cuáles son las piezas que podrían completar, o al menos bosquejar, no tanto el verdadero ser de Olga, sino el suyo. Eso además explicaría por qué el nombre del protagonista permanece velado durante casi toda la novela. A la pregunta sobre qué será de la vida de Olga, el personaje responde con su propia vida. Allí me parece que reside el sentido del viaje que primero su memoria y luego sus propias acciones realizan hacia el corazón de esa incertidumbre.

«La historia de amor (la “aventura”) es el tributo que el enamorado debe pagar al mundo para reconciliarse con él», es una frase de Barthes que se cita en esta novela, y que muy bien pudo haber sido su epígrafe principal. No hay amor del pasado que no sea un fragmento amoroso imposible de soldar al presente. Imponerse el rescate de un amor pretérito resulta siempre un acto temerario. ¿Es posible obligarse a amar lo que ya fue? El título mismo de la novela, Amar a Olga, ¿no nos sitúa en esa dimensión del deseo en la que el amor se convierte en un mandamiento, y el verbo amar asume el infinitivo de la búsqueda, de la fuga y de la desesperación?

Será mejor, en todo caso, que dejemos esas preguntas flotando a modo de inquietud y curiosidad, y que sean los lectores quienes las mediten mientras comparten el viaje apasionado al que esta novela de Gustavo Valle nos invita. Sirvan mientras tanto estas palabras como abreboca de lectura de esta historia, y también para darle la bienvenida al Perú a mi querido amigo Gustavo Valle y a su entrañable Olga.

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Texto leído en la presentación de la novela de Gustavo Valle en la Feria del Libro del Bicentenario.


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