Poemas para Bartleby y Ahab

27/03/2021

«Bartleby», de Helena Pérez García

«El poema de alguien
ofrece la fidelidad de un grave diálogo».

Adam Zagajewski. En la belleza creada por otros

 

En su ensayo Cómo leer la poesía, la poeta venezolana Hanni Ossott cuenta que cuando descubría unos poemas que la maravillaban, era capaz de pasarse una larga temporada, años incluso (como le ocurrió con Rilke), releyéndolos, sosteniéndolos en voz alta, uno cada noche, con amorosa concentración, acaso porque, como ella misma dice, «es tan difícil penetrar en un mundo poético particular que cuando esto sucede resulta un acontecimiento… la poesía le llega a uno como llega el amor o la fiebre». Algo así me acaba de ocurrir con los poemas de La silla en el mar (Peisa, 2016) de la poeta peruana Rossella Di Paolo.

El acontecimiento se produjo hace apenas una semana, mientras buscaba en internet artículos sobre el célebre cuento «Bartleby, el escribiente», para un curso que estoy preparando. En ese saltar aleatorio de una página a otra, di con una reseña sobre La silla en el mar donde se indica que los personajes más legendarios de Herman Melville —el capitán Ahab en búsqueda de Moby Dick y el amanuense Bartleby que ante cualquier exigencia del mundo responde que preferiría no hacerlo—, son los motivos centrales del poemario de Di Paolo. Leí algunos de los versos citados en la reseña y, pocas horas después, compré el libro y lo empecé a leer como quien abre con impaciencia un regalo que no estaba esperando.

A modo de tributo y contraseña de lectura, La silla en el mar comienza con la siguiente dedicatoria: «A Herman Melville, por B, por A, por su compañía intranquila». Dos fuerzas opuestas y complementarias que expanden y contraen, como un acordeón de tirantes contrapuntos, la movilidad y la fijeza que articulan el sistema respiratorio del libro. Esa compañía intranquila —entre la autora y los personajes, pero también entre el lector y los poemas— es motivada por la serena colisión de dos vacíos: el encuentro —contraste, debate, entrevero— de ese par de habitantes de la prosa trasladados al vertical domicilio de la poesía. Como señala Jerónimo Pimentel, en su columna de El Comercio a propósito del libro de Di Paolo, en estas dos figuras míticas de la literatura norteamericana «se reflejan dos lecciones terribles: la del hombre convertido en nada y la del hombre a la busca de todo. Uno nos ofrece silencio y espejos (la poeta dice: “un agujero negro/ volando/ inmóvil”); el otro, aventura y desventura (la poeta dice: “un fantasma fui/ tras un fantasma”)».

Di Paolo ha sabido engarzar en sus poemas dos destinos extremos, enigmáticos y, a su modo, obsesivos. A través de ellos se deslizan sus versos y se configura un espacio en tensión donde reencarnan la silla del copista y el arpón del marinero. Un entramado verbal cuyo equilibrio proviene de la contención de dos poderosas voluntades —una marítima y desbocada; la otra terrestre y estática— desplegadas por una voz que sabe graduar la intensidad de lo que nombra para que no se desborde ni tampoco se apague.

Portada «La silla en el mar»

*

Licencias literarias (graves) / RDP

Por qué suponer que bajo las olas venció la ballena
ahogado el capitán
por qué no imaginar que el capitán alcanzó allí o despejó allí
destello de luz blanquísima
el meollo del monstruo el valor de X
y saltó de las aguas con el sombrero en la mano:
Llamadme Ahab, lo hice.
Por qué no imaginar que ambos sobrevivieron
cubriendo heridas con vueltas varias de paz exhausta
y que la ballena aceptó llevar a Ahab en su vientre
(instantáneas de melodrama: la piernita restituida
sus primeros pasos
y avanzando ella misma madre plancha a vapor
sobre un mar de camisas).
Por qué no creer que se marcharon piano piano
de cola y su pianista a otra parte con su historia
en otros libros otros nombres Nautilus por ejemplo
la acerada belleza continente Nemo el contenido capitán
(enfundado
aherrojado todo en tal chaqueta blanca de fantasma o loco)
juntos perseguidos persiguiendo juntos
hartamente saben ellos lo que es eso
démosles licencias (todas) y naveguen días
más largos que los tres de Jonás que fueron
solo noches retumbando en los pasillos
o dejémoslos por fin en una costa melancólica:
Ahab el indetenible devenido
en el detenido Bartleby
que mira sin amor sin odio si es que mira
una cosa inmensa
y blanca
en su ventana
una pared o el alba
allí varada.

*

En una conversación con Jaime Cabrera Junco para Buensalvaje, Di Paolo cuenta que luego de publicar su poemario Tablillas de San Lázaro en el año 2001, permaneció cinco años sin poder escribir nada. Solo después de ese tiempo pudo retomar la escritura poética. ¿El motivo? Empezó a aparecérsele la imagen de Bartleby en todo lo que escribía, pensaba, sentía, imaginaba. Como si se tratase de un fantasma que exige su materialización en la palabra luego de haberse manifestado primero como silencio, la presencia del copista, a la que pronto se sumó la de Ahab, ocupó diez años de la vida y la escritura de Di Paolo.

Esa década de seducciones, asociaciones y ensoñaciones melvilleanas, cristalizó, final y felizmente, en La silla en el mar. Podría decirse que el libro no solo logró el prodigio de romper el largo silencio de la poeta, quien supo librarse, en buena medida, del rapto literario al que fue sometida. También consiguió desactivar la fórmula negativa de Bartleby —que amenazaba con la postergación infinita de la publicación—, reactualizando a los dos personajes sin desnaturalizar su misterio. «Me tomo a pecho sentimientos, trabajos… —le confiesa Di Paolo a Miguel Ildefonso en una entrevista para Ciberayllu—, es un asunto de temperamento, y no puedo evitarlo, aun cuando me agote. Quizá por eso me maravillo ante Bartleby, aquel personaje de Melville que está como detenido en el aire, clavado en su no hacer (o preferir no hacer), mirando para siempre un muro. Hay, por cierto, una intensidad, un compromiso en esto también, pero de otro tipo. Quizá la paz que quiero encontrar al final de un poema sea mi propia manera de mirar el muro».

*

Silencio / RDP

Entonces los teléfonos de la historia no sonaban
ninguna voz sin cara venía a arrancarte la cabeza
no tenías que decir aló no estoy
preferiría no estar
y sin embargo
sentado frente al muro
parece que esperas una llamada
el mundo se detiene porque un teléfono debería sonar
en alguna parte
algo alguien debería sonar en alguna parte
tus orejas siguen las líneas del aire
delicada levemente
como
            alas
de
mariposa
tapan toda la boca de Dios.

*

La silla en el mar es también el libro de una lectora apasionada, con la suficiente destreza para concentrar en pocas páginas una constelación de correspondencias con los personajes de Melville. Se aprecia el rigor en la investigación y en el estilo, así como la lucidez, la sensibilidad y la ironía en el fino anudamiento de los referentes. A la manera de una galería de espejos dialogantes, en estos poemas resuenan los ecos de Poe, Hawthorne, Homero, Dante, Shakespeare, Verne, Beckett, Kafka, Borges, Eguren, la Biblia, e incluso se establecen vínculos que trascienden el espectro literario y alcanzan la pintura —Munch, Gauguin—, las prehispánicas manos del Templo de Kotosh o el mensaje espacial del robot Philae de la sonda Rosetta. Un universo atomizado e hipnotizado por la metafísica de Ahab y Bartleby, donde se entrelazan las huellas de origen, los vecindarios ficcionales, así como las variadas encarnaciones y proyecciones de ese par de delirantes de la literatura.

*

 Visitantes / RDP 

—Nevermore!
—Preferiría no hacerlo.
Oscuros visitantes
habitaciones u oficinas visitadas
suaves viudos, mustios
abogados visitados
puertas abiertas
a la noche
o en horario corrido
y ya se instala
(malas noticias)
un agujero negro
volando
inmóvil.

*

Comentar un poema o un conjunto de poemas implica el riesgo de extraviarse en el discurrir de la interpretación. Razón tiene Di Paolo cuando en una entrevista en la que se le consulta sobre el sentido de uno de sus poemas, responde: «mi poema se resentiría en el alma si me escuchara explicar con palabras ajenas a él, lo que él cree que ya ha dicho o explicado con sus pequeñas y torpes, pero propias, palabras. ¿Ves? La poesía hace lo que le da la gana en esta casa, y yo ya me rendí».

No es este entonces el lugar de la exégesis, sino apenas el de la gratitud y la invitación a recorrer estos poemas largamente acrisolados en la íntima fragua de su autora. Basta decir, en ese sentido, que La silla en el mar le propone al lector lo que todo buen libro lleva a feliz término: emprender una travesía hacia sí mismo sin moverse de su asiento.

*

Rincón / RDP

Densa
silla
abierta
detiene
el mar
la tierra
las estrellas.


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