Contra el machismo

Fotografía de Izhar Khan | AFP

25/08/2023

Pensé mucho antes de escribir estas líneas. El tema es difícil. Cada vez que una mujer se queja por abusos que ocurrieron en el pasado, sale alguien a preguntar “¿Por qué no lo dijo antes?”, buscando restarle importancia o poner en duda la veracidad del testimonio.

Si algo detesta un machista es que le digan que lo es. Por eso reaccionan tildándonos de “feminazis”, “progres” o “zurdas”.

El temor a parecer que “me victimizo” hace que callemos situaciones y soportemos en silencio cosas que no deben pasar.

Tenemos que perderle el miedo a reconocernos como víctimas, porque lo hemos sido o lo somos.

Sé que mi experiencia no es exclusiva. Hace tiempo, en un grupo de amigas, cuando comenzaron a salir a la luz las denuncias del movimiento “Me Too” o “Yo también”, pude constatar cómo cada una tiene historias mucho más que incómodas o desagradables.

Con esos calificativos atenuamos excesos que nunca debimos aceptar, desde tolerar propuestas para tener sexo disimuladas en “halagos” o conversaciones “seductoras” para las que no dimos ningún pie, toqueteos “descuidados” con la “mano muerta”, besos cerca de la boca, abrazos para “recostarnos” el pene, piropos subidos de tono, miradas lascivas, chistes machistas, burlas, comentarios sobre nuestra apariencia. Preguntas como “¿tienes la regla?” o expresiones como “esa es la menopausia”, “estás histérica”, son maltratos. Descalificarnos a propósito por nuestros procesos biológicos, es machismo puro y duro.

La lista de acciones como las descritas es extensa. Seguramente las mujeres que me leen, pueden dar cuenta de episodios más o menos por el estilo.

Es muy difícil demostrar que un almuerzo que se suponía, era de trabajo, tenía como intención seducirnos. Tendríamos que haberlo grabado.

El hecho de haber podido “torear” esas situaciones no quiere decir que nada pasó. Cada uno de esos momentos dejaron una huella, y por más resiliencia y capacidad de aguante que tengamos y creamos tener, no es verdad que somos tan “duras” como para que no sea algo que nos afectó en su momento. Aunque no nos haya paralizado sino impulsado a seguir, estuvo mal y debemos ser conscientes de eso: combatirlo, hablarlo con amigas.

Que no nos hayan detenido no quiere decir que no fuimos atacadas, que no intentaron anularnos. Nadie tiene que pasar por situaciones incómodas.

Siempre, aún hoy, con todo lo que se ha denunciado en los últimos tiempos, decir que fuimos objeto de abusos es exponernos a recibir más burlas y ataques de todo tipo. A que nos reten a probar que tales eventos sucedieron o suceden; a ponerlos en duda, a disminuirlos.

El machismo en el ámbito deportivo no es nuevo, y a cuenta de eso se normalizaron muchas cosas.

El que a una periodista se le pidiera “dar la vueltica”, para ver sus curvas, ha sido una de las demostraciones más notables de machismo en la televisión, y muchos no se dieron cuenta de eso. Parecía normal que sucediera: gracioso, divertido, “que la belleza de la mujer está para verla”. Una profesional lo que debe mostrar en su trabajo son sus conocimientos. Sobre todo porque los tienen.

Suficiente con ver la pantalla; las mujeres, además de saber, deben ser bellas y jóvenes; los hombres, en cambio, pueden tener sobrepeso,  envejecer y no ser tan agraciados. La exigencia estética en la TV, al menos en Venezuela, es solo para las mujeres. Diría un viejo slogan de Venevisión: “La verdad se ve en pantalla”.

Si la razón es que la TV es imagen, ¿por qué no son guapísimos los anclas masculinos, como para que den “la vueltica”? Eso sí que sería “igualdad”.

Este no es un texto contra los hombres, es contra el machismo. Así que si usted no es machista, no se dé por aludido. Si ha incurrido en alguna de estas cosas que señalé, reflexione y corrija, que todos crecimos en un mundo donde el machismo impuso sus maneras.

Son muchos los hombres a quienes debo agradecer su respeto y apoyo; comenzando por mi papá, que era feminista sin saberlo; mi esposo, mis hijos, muchos amigos, compañeros de trabajo, jugadores, técnicos, y montones de caballeros que me han seguido en los medios por años y ahora en las redes sociales. En un ambiente tan machista como el béisbol, sin el respaldo masculino yo no habría podido continuar.

Lo puedo decir a mis 56 años de edad y casi 30 dedicados al béisbol, que en el ámbito deportivo sigue imperando el patriarcado. En mi caso, lo he sentido de ciertos colegas y de algunos seguidores que aparecen en las redes sociales, no de los jugadores. Puedo decir que ellos siempre han respetado mi trabajo. Los de antes y los de ahora. Se nota en cada entrevista.

¿Por qué escribo esto hoy y no antes? El tema de Rubiales y Jenni Hermoso desató una serie de respuestas en mi cuenta de Twitter, que me motivó, y porque ya basta.

Ni una más.


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