Cinco preguntas para Rodrigo Blanco Calderón

Fotografía de Andrés Kerese

01/06/2019

Apenas conocido el fallo del jurado de la III Bienal de Novela Mario Vargas Llosa que otorgó el premio a la pieza The Night, del venezolano Rodrigo Blanco Calderón, nuestro equipo editorial se puso en contacto con el narrador quien accedió a responder, en medio de la vorágine de celebraciones que merecidamente lo embargan, las siguientes preguntas:

The Night ha corrido con fortuna: publicada por Alfaguara-España –con edición especial para Venezuela en la Editorial Madera Fina–, recibió el Premio Rive Gauche à Paris a la mejor novela traducida al francés en 2016 y ahora obtiene el Premio de la III Bienal de novela Mario Vargas Llosa. Sin embargo, esta pieza es producto de un proyecto narrativo que comienza a cristalizarse en algunos de sus cuentos; por ejemplo, el personaje del psiquiatra, el uso de la literatura como un elemento cohesionador del universo mental de ciertas figuras y la representación del contexto social del país. ¿Está de acuerdo con esta apreciación?

Sí, pudiera pensarse que después de tres libros de cuentos la publicación de mi primera novela resulta el momento de condensación de una serie de temas, de personajes, incluso de técnicas narrativas, que ya estaban en los relatos. Eso lo veo desde el punto de vista de la escritura. Por ejemplo, yo me plantee que cada capítulo de The Night estuviese escrito con la intensidad de un cuento –no que fuese un cuento independiente–: que el lector leyera cada capítulo con la misma sensación de inicio, clausura e intriga que suele presentarse en los cuentos. Por otro lado, vuelve a aparecer, efectivamente, Miguel Ardiles, personaje que siempre retorna y se inmiscuye en las cosas que estoy escribiendo y con el cual tengo ya cierta relación de amistad; se me hace un poco más sencillo contar una historia sabiendo que en algún momento puede aparecer ese personaje. Creo, asimismo, que The Night resume una serie de líneas narrativas que estaban presentes en mis cuentos; pero la novela también ha ayudado a definir otras en las que he seguido indagando después, como sucedió con Los terneros y todo ese asunto de la oscuridad, como con otros proyectos narrativos que adelanto.

— Este premio de novela Vargas Llosa va a dar una proyección mayor a su obra en general, no solo a la novela. ¿Cómo asume este tipo de reconocimiento?

En general, mi relación con los premios ha sido extraña. Cuando uno se presenta a un premio lleva, por supuesto, la esperanza y la expectativa de ganarlo y de sentir que la obra de uno puede conectar, estar en sintonía con los jurados y con los lectores. Por otra parte, hay algo así como una sensación de botella lanzada al mar: apostamos sin ningún tipo de garantía de que alguien va a encontrar esa botella y leer el mensaje y apreciarlo. Ha habido distintos premios que he ganado; otros a los que me he presentado sin obtener ni siquiera una mención; pero de todo lo que me ha pasado hasta ahora ganar la tercera bienal Vargas Llosa ha sido el reconocimiento más importante que he recibido, precisamente por la dignidad de este premio que lleva el nombre de un gran escritor contemporáneo, quien además ha tenido una actitud de vigilancia política en favor de la libertad, algo que como venezolano agradezco. Este premio tiene, además, un conjunto de factores: el factor monetario, el factor del prestigio, el factor de las posibilidades de promover nuevamente una novela que se publicó hace tres años, pues le da un segundo aire. El galardón tiene, asimismo, un factor extra, un contenido más personal relacionado con ciertos aspectos éticos de la escritura que para mí están muy bien representados en Vargas Llosa y que constituyen un motivo de orgullo particular.

— Anclada en la realidad sociocultural venezolana, The Night retrata algunos aspectos de la debacle nacional, pero al mismo tiempo deja abierta la puerta a ciertos temas como la amistad, lo lúdico, la posibilidad del disfrute de la vida incluso en medio del caos. Hacemos alusión, por ejemplo, a la peña literaria allí representada, a la actitud vital de Darío Lancini y a los pasajes relacionados con el juego de tetris. ¿Está de acuerdo en que a pesar de que en muchas lecturas críticas se le ha dado mayor peso a la evaluación del paisaje catastrófico de la Venezuela actual, esa es apenas una perspectiva de la obra, que en ella hay otros elementos dignos de rescatarse porque, además, ocupan un espacio importante en la pieza?

Sí; estoy de acuerdo con esa apreciación. Todo lo relacionado con la crisis energética, con los cortes eléctricos, funciona como el marco o el contexto en el que comienza la novela, la zona de oscuridad donde se van a desarrollar otras tramas, donde van a aparecer otros personajes y donde transcurren secuencias narrativas que tocan muchos aspectos que no tienen que ver con el contexto político-social del presente venezolano, fácilmente reconocible. Apuesto por una escritura –lo trato de hacer también en los cuentos– que tenga distintas capas o niveles de lectura. Habrá lectores que, por distintas razones, se quedan con lo puramente anecdótico y con el aspecto referencial vinculado con la historia venezolana; pero hay otros que logran sumar esa lectura –esa conciencia del mal, que es importante– a otras cosas presentes también allí: varios tipos de personajes y de reflexiones. Siempre señalo, por ejemplo, cómo los lectores de la edición francesa se interesaban muy poco por la historia de los apagones, lo veían como un contexto típico de una novela de América Latina, un territorio famoso por su inestabilidad en los servicios y por su escaso apego a lo institucional; más bien se enfocaban en el aspecto de los juegos de palabras, en la reflexión sobre el lenguaje, en la figura de Darío Lancini, de quien a veces pensaban que era un personaje inventado enteramente por mí. Digamos, entonces, que mi novela tiene distintos niveles de lectura y cada quien decide con cuál pactar. Se ha visto el caso de colegas que ni siquiera leen el título de la edición española: ven la portada del libro y de antemano creen que se trata de una novela de corte realista o periodístico.

— The Night tiene, como las novelas que ambicionan mostrar simbólicamente una realidad específica, otros aspectos interesantes: la vinculación con la música de algunos personajes y el mismo título de la pieza así lo revelan. También resulta un modo de rendir tributo a la cultura pop, a esos enseres que algunos críticos señalan, en ocasiones, como poco artísticos. ¿Qué puede decirnos sobre la cultura pop presente en la obra?

La verdad, no lo tengo muy claro. En mi novela hay uno que otro elemento de la cultura pop, pero son elementos también de mi paisaje cultural, por decirlo de alguna forma. Es decir, hay referencias a autores como James Ellroy o a la música de Morphine que pudieran pertenecer a la cultura pop, pero a la vez creo que son casos de artistas y músicos todavía un poco marginales, no se podría decir que pertenecen totalmente al sistema. De hecho, si en The Night hay otros elementos de cultura pop habrán sido, insisto, elementos del paisaje que para mí son habituales, que pongo allí inconscientemente. No tengo ningún interés especial en plantear el conflicto entre una alta cultura y una cultura pop. No veo la inclusión de esos elementos como algo verdaderamente transgresor; creo que es algo más bien normal. La verdad es que no me he puesto a reflexionar mucho sobre ese debate, aunque sí puedo hablar de mi interés por generar, ahí sí conscientemente, zonas de contacto de la literatura con la música, por ejemplo, que creo que en la novela son evidentes. En las cosas que estoy trabajando ahorita me he volcado más hacia el área del arte, el arte contemporáneo. Estoy tratando de hacer conexiones, con una obvia carga experimental, buscando algunos efectos que me interesan muchísimo.

— Venezuela es cardinal en The Night. Hay una profunda necesidad de contar al país, pero en la obra también se percibe el irreductible compromiso de corroborar que la novela, la literatura, es una de las formas más profundas de hallarle sentido a la vida. De allí la historia de Darío Lancini y del obseso publicista que juega con las palabras, del escritor de novelas negras, entre otros ejemplos. ¿Es la literatura el vehículo o uno de los medios posibles para explicarnos esto que somos como sujetos y como ser colectivo?

La verdad es que no me detengo a pensar mucho en las funciones o en las utilidades que para la sociedad pueda tener la literatura. Me intereso, simplemente, por historias, por personajes, por anécdotas que tienen un potencial para desarrollarlas después como cuentos o novelas. Todo lo que es la motivación, las conexiones con la realidad, las interpretaciones que puedan sacarse, vienen después o se van generando a partir de la escritura del propio texto. Ahora, sí me interesa incorporar, transformar en literatura, experiencias bastantes extrañas que me resultan incomprensibles. En ese sentido, sí, la literatura podría ser una forma de asimilar en un marco de mayor comprensión simbólica elementos dispersos de la realidad que por sí solos carecerían de significación. Claro, cuando este tipo de historias suceden en un país tan convulso como Venezuela las posibles funciones sociales de la literatura se exacerban. Evidentemente, quizá alguien que lea mi novela puede comprender ciertos aspectos de nuestra realidad que no va a hallar en la prensa, que no va a toparse en las redes sociales o que no va a conseguir en la televisión. Pero si eso sucede no es parte de un efecto programado, sino de lo inevitable de trabajar con una materia común como lo es el lenguaje.


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