Género e igualdadEntrevista

Ana María Baiardi: El entorno más inmediato puede identificar los primeros signos de la violencia contra las mujeres

Fotografía de José Avilé

28/11/2022

Ana María Baiardi toma el micrófono en el primer foro «Voces por la equidad» para presentar a las artistas invitadas en el lanzamiento del Proyecto Creadoras, una iniciativa de la CAF para venezolanas dedicadas a cualquier tipo de expresión plástica o visual. Aprovecha para señalar que incluso en el arte se puede reflexionar sobre los roles que han encasillado a las mujeres y a los hombres en tareas específicas en la sociedad, y que la desigualdad de poder y autonomía es el origen de los abusos y agresiones. Advierte: «Nuestra generación no llegará a ver la igualdad de género ni la erradicación de la violencia machista. Es un camino lento y trabajamos en eso».

Baiardi es una diplomática y política paraguaya, que hoy está en el cargo de Gerenta de Género, Inclusión y Diversidad del Banco de Desarrollo de América Latina CAF. Fue Ministra de la Mujer del Paraguay entre 2013 y 2018. Durante ese periodo, en 2016, fue electa vicepresidenta del Comité Ejecutivo de la Comisión Interamericana de Mujeres. Además, tiene 30 años de trayectoria diplomática. Ha sido embajadora ante Italia, Eslovenia, Grecia, Israel y Perú. También fue representante permanente de Paraguay ante los organismos internacionales con sede en Roma entre 2007 y 2013.

Su larga trayectoria le ha permitido ver los resultados de políticas públicas aplicadas con recursos y rigor. Para Baiardi, la erradicación de las violencias contra las mujeres implica la combinación de iniciativas para la prevención de los abusos y la protección de las víctimas y sobrevivientes. Solo se puede lograr «si participan todos los poderes del Estado, todas las autoridades, centralizadas o descentralizadas; y la sociedad en su conjunto». El principal desafío es superar los estereotipos de género y los roles sociales. «Una cultura no se rompe fácilmente. De hecho, no se trata de romperla, el objetivo es redimensionarla».

¿Cuándo fue considerada la violencia contra las mujeres un tema de relevancia pública?

Hace 30 años, las violencias contra las mujeres no eran consideradas un tema de preocupación pública, ni siquiera un tema para los organismos internacionales. Cuando se sanciona el Comité de Expertas de la Convención sobre la Eliminación de todas formas de Discriminación contra la Mujer, en la década de los 70, el tema no entró en consideración porque todos los países, incluso Suecia, pensaban que la violencia contra las mujeres pertenecía al ámbito privado y era una cuestión en la que el Estado no debía involucrarse. Se pensaba que debía resolverse en el entorno familiar.

Pasado el tiempo, esta perspectiva cambió con la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer Beijin en el 95 y con la Convención de Belém do Pará, que es la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer. Belém do Pará significó un punto importante, porque América Latina y el Caribe fue la única región del mundo con una convención de ese estilo durante 25 años. Así se empieza a interpretar que la violencia intrafamiliar, la violencia basada en el género, la violencia contra las mujeres, sí es un tema del ámbito público y concierne al Estado poder prevenir y sancionar este tipo de violencia.

La Organización Mundial de la Salud ha dicho incluso que la violencia física o sexual es un problema de salud pública. ¿Cómo se manifiesta este impacto?

¿Por qué es un problema de salud pública? Puedo contarte incluso con base a estudios que se hicieron en Perú y Paraguay sobre el costo de la violencia. Cuando una mujer es agredida por su pareja o ex pareja es propensa a sufrir heridas, y acude al sistema de salud para irse a ver. A su vez, deben gastar de su bolsillo para adquirir las medicinas o el tratamiento que requieran, y se trata de un gasto en salud ante algo que era totalmente prevenible. Por otro lado, suelen perder tiempo de trabajo y eso impacta en sus ingresos. Además requiere contención, es decir, no solo necesita una atención física, también es importante el acompañamiento psicológico. Al mismo tiempo, al encontrarse en un contexto de agresión, los hijos también sufren de manera directa o indirecta. En casos de entornos violentos se ha visto que los niños no son vacunados a tiempo, pierden tiempo de clase y así pierden la regularización de la asistencia a la escuela. 

¿En qué aspectos debe comprometerse el Estado para la erradicación de las violencias contra las mujeres y su impacto?

La intervención debe ser integral. Esto significa que le compete a todos los poderes del Estado, no solo al Poder Ejecutivo. Debe participar el poder Legislativo y, por supuesto, el Judicial. Resalto especialmente la responsabilidad de este último porque uno de los principales problemas que hacen cuesta arriba la erradicación de este tipo de violencia es la impunidad. No solo se debe pensar en la atención y la contención de la víctima, porque la protección integral incluye la sanción al agresor. Se necesitan políticas públicas para lograr este objetivo, y para ello todas las autoridades deben estar comprometidas, no solo a nivel central, también en los niveles locales. Es decir, este es un tema que abarca a los intendentes, los alcaldes, los gobernadores… Pero también se requiere la participación de los organismos internacionales, la sociedad organizada, y la sociedad en su conjunto. Quisiera profundizar en esto. 

Cuando la denuncia llega a las autoridades, a una institución del Estado, estamos hablando del punto de no retorno. Es decir, la escalada de la violencia ha alcanzado un punto extremo, grave. Generalmente interpretamos como violencia la agresión física, pero el golpe es la consecuencia de años sometidos a otros tipos de agresión más invisibilizadas, especialmente, la violencia psicológica. En resumen, el golpe no es un hecho casual o independiente. ¿Quién identifica los primeros signos de violencia? El entorno íntimo e inmediato. La familia, los amigos, los compañeros de trabajo. Por esta razón digo que todos somos responsables de reducir la violencia. No pienso que todos seamos psicólogos, pero podemos tener conocimiento sobre la reglamentación al respecto, las leyes, los centros de atención, y esto marca una diferencia para la víctima. Si como sociedad podemos detectar las alarmas tempranas y las primeras manifestaciones de agresión, podemos intervenir y ese círculo de violencia se puede cortar.

La tarea es difícil. Incluso, durante la presentación del Proyecto Creadoras, en la CAF, señaló que nuestra generación no verá la erradicación de la violencia. ¿Por qué? ¿Cuál es la principal limitación?

Porque se trata de un tema cultural, y una cultura no cambia en una generación. Tampoco se cambia en dos. En los últimos años hemos atendido de manera integral a la víctima e iniciamos programas de prevención que pueden traer una reducción, en la próxima generación, de las violencias contra las mujeres. Pero la erradicación de este tipo de violencia es un logro que ni tus nietas lo verán. Además, hay que considerar que América Latina y el Caribe no es una región homogénea. No todos los países tienen los mismos índices de violencia ni las mismas reacciones ante sus diferentes manifestaciones, y dentro de un mismo país hay diferencias también. Por ejemplo, entre las áreas rurales y urbanas hay diferentes realidades. 

También estamos apuntando hacia la construcción de sociedades con equidad e igualdad. En el mundo no hay equidad, ni siquiera los países nórdicos avanzados. Esta no es una realidad latinoamericana, es una realidad global, aunque sí es cierto que en América Latina y el Caribe tenemos números que indican una brecha más amplia que otras regiones. Una vez más, los motivos son culturales. El modelo patriarcal de latinoamérica limita a las mujeres el acceso en igualdad de condiciones a las oportunidades para su desarrollo. Cuando hablamos de una igualdad y equidad real apuntamos a que todas las personas, incluyendo las mujeres, tengan una autonomía real y sustantiva. Eso se traduce en autonomía en todas las dimensiones: económica, física, y en la toma de decisiones. En resumen, que cada persona, cada mujer, pueda ser artífice de su destino. 

¿Y cuáles serían los primeros pasos para que cada Estado pueda garantizar en el futuro la erradicación de las violencias contra las mujeres? 

Antes que nada hay que impulsar la capacitación en las primeras líneas de atención, para evitar la revictimización, para que se le crea a la víctima y para que las alarmas se enciendan. De ese modo podemos evitar ese tipo de escenas en las que las autoridades preguntan a las mujeres “¿Por qué tu marido te pegó? ¿Qué hiciste para que él reaccionara de ese modo?” 

Primero tenemos que conocer y reconocer la naturaleza de la violencia. La mujer violentada se siente responsable y culpable de su situación, y por esa razón le cuesta muchísimo denunciar a su agresor. Cuando decide acudir a las autoridades es un momento crucial. Si su primer contacto duda de su palabra o de su testimonio, entonces no va a intentar buscar ayuda posteriormente. ¿Cuáles son las autoridades y las figuras que representan la primera aproximación de la víctima? La policía, los jueces de paz, el personal del sistema de salud. Si una mujer está herida o adolorida, si presenta hematomas y golpes, los médicos y enfermeras preparados sobre violencias machistas pueden determinar que los golpes son producto de este tipo de violencia y saber manejar la situación para que pase luego a otras competencias. Existen protocolos de atención a la víctima para la policía, la fiscalía, para el sistema de salud, y todos los involucrados en estos niveles deberían estar perfectamente capacitados. 

También el sistema educativo debe prepararse. Muchas veces, la actitud de los niños y las niñas puede demostrar que está viendo violencia en el hogar. ¿Qué significa esto? Los profesores, maestros y maestras deben tener la capacitación pertinente para identificar esas señales. No hablo de cuando el niño o niña es violentado, porque eso es otra cosa. Hablo de que hay comportamientos de los chicos que expresan en qué entorno familiar se está desarrollando. 

Por otro lado, lo que no se ve no se sabe. De ese modo no se pueden plantear soluciones. Es importante tener un diagnóstico real del problema para saber en qué debes ocuparte. Ver cuáles son las denuncias y cuántas las condenas es una forma de medir la impunidad.

Ana María Baiardi en la presentación del Proyecto Creadoras, en el primer foro Voces por la Equidad. Fotografía cedida por la CAF.

Hay políticas públicas que parecen inalcanzables, que presentan planes ideales pero que en la realidad no se pueden aplicar. ¿Cree que la planificación de las estrategias para el cambio debe ser más realista?

El problema no está en las políticas públicas. Hay regiones donde no es tan factible la aplicación de dichas políticas por la falta de recursos. Ese es el punto. El consenso de Copenhague señala que el mundo pierde 11% del Producto Interno Bruto mundial por la violencia, entiéndase, por narcotráfico, conflictos bélicos, terrorismo, tráfico de armas, trata de personas, entre otras formas. El 5,2% de ese 11% corresponde a pérdidas ocasionadas por la violencia contra las mujeres por parte de sus parejas o exparejas. Otro dato importante es que el 4% es por violencia contra los niños, niñas y adolescentes. ¿Y cuánto se invierte en el mundo en la prevención de la violencia basada en el género? No mucho. No le estamos poniendo los recursos suficientes para poder combatir este flagelo. Hay buenas leyes y políticas, pero se falla en la distribución de los recursos y todo queda en letra muerta. Y ese es otro de los motivos por los cuales ni esta ni la próxima generación verán la erradicación de las violencias contra las mujeres. 

La academia también tiene que involucrarse en este tema. Guiar las discusiones y tener la oportunidad de trabajar sobre las violencias en las universidades. ¿Cuántas han incluido al menos un seminario al respecto que pueda verse en diferentes carreras? ¿En cuántas se involucra en la malla curricular? Hay un gran vacío en ese sentido.  

Gran parte de la sociedad ya identifica y rechaza la violencia contra las mujeres. Eso me da esperanza. ¿Qué me da coraje o rabia? Ver cómo las autoridades pertinentes no toman seriamente este tema. O, por ejemplo, que se excuse al agresor y se culpe a la mujer víctima de violencias, que de por sí ya se siente responsable. Es decir, me da rabia la desprotección que las mujeres pueden tener en el sistema judicial. El mayor de los males es la impunidad. 

 ¿Cuál es su opinión sobre el uso de las redes sociales para denunciar públicamente casos de violencia?

Muchas veces las redes se utilizan porque no se encuentra respuesta en la justicia formal de manera certera y rápida. Persiste la impunidad en este tema. Además, cuando la víctima se encuentra en una situación desigual de poder en comparación con el agresor, las redes sociales sirven para llamar la atención. Sin embargo, hay que recordar que no son espacios de investigación ni de sanción. Para eso está la justicia. Las redes solo levantan la bandera, la prensa se hace eco. Allí toma un estado público y es cuando deberían empezar las investigaciones. 

Creo, desde esa perspectiva, que las redes son una herramienta positiva. ¿Se puede hacer una falsa? Cierto. Pero ahí entra la justicia para dirimir. Yo tengo que creerle a la víctima, pero si miente es la justicia y las investigaciones quienes lo van a determinar. Y si fue mentirosa, el peso de la ley debe proceder según sea de acuerdo a las denuncias falsas. 

Muchas veces la credibilidad de las mujeres que denuncian se evalúa según la imagen que tenemos de las víctimas. Existe una noción generalizada de cómo debería verse una mujer agredida. ¿Qué impacto tiene en el ámbito público esta idea?

¿Te acuerdas del caso de violencia sexual que llamaron La Manada? Esto ocurrió en Pamplona, en 2016. Fue una violación colectiva. ¿Qué dijo el abogado defensor tiempo después? Que si la joven estaba tan afectada, cómo era posible que después de un año asistiera a fiestas y se divirtiera. ¡Pero claro que era una víctima! ¡Claro que se había cometido un delito! Y la joven estaba tratando de recomponer su vida. Nosotros no podemos creer que las víctimas son aquellas que lucen moretones permanentemente, que van a estar cabizbajas todo el tiempo. Por supuesto que hay casos así, eso no lo podemos negar, pero una persona que luce bien y tranquila también pudo haber experimentado algún tipo de violencia. Recordemos también que las personas son complejas, que pueden tener cambios de humor y presentar otras señales menos visibles sobre el efecto a largo plazo de la violencia. No todos somos psicólogos, sin embargo, si conoces a tu hermana o sabes cómo es tu hija, por poner dos ejemplos, puedes reconocer cambios de comportamiento puntuales y esas son alarmas que deben llamar tu atención. 

Por otro lado, así como a muchas víctimas les cuesta reconocer que están dentro de un círculo de abuso, hay parejas y exparejas que no perciben el problema. ¿Cómo integrar a los hombres en el camino hacia la reducción de las violencias basadas en el género?

Como se basa en nuestra cultura y en los roles de género, la solución llega con educación. En el caso de los niños, en la medida en la que repliques el rol del hombre como el proveedor de la familia y la mujer como la reproductora, entonces estás generando una suerte de ruta de acción para cada uno. Un ejemplo de ello es cuando, en la escuela, las niñas preparan la merienda mientras los niños juegan a la pelota. O cuando a las niñas se les asigna todo lo que se relaciona con las áreas sociales, mientras el varón se vincula con la matemática, la ciencia, la robótica.

Es importante trabajar con los chicos, y también tener programas dirigidos a los agresores para desaprender la violencia, siempre que se trate de violencia en sus primeras manifestaciones. Aquí hay algo que es importante recordar: el ser humano no es violento. Esto se aprende por muchos factores, como el entorno familiar, y de la misma manera puedes desaprender. En este sentido, no debemos entender el concepto de nuevas masculinidades como convertirse en un homosexual, porque, lamentablemente, hay mucho desconocimiento al respecto y se generan esas ideas erradas. Crear nuevas masculinidades es reflexionar sobre las relaciones de género. Por supuesto, no cambias a una persona de 40 años de la noche a la mañana, tampoco al niño o niña de 2 o 3 años.  En Paraguay teníamos un proyecto llamado Noviazgo Sin Violencia. ¿Cuándo se dan las primeras parejas? Entre los 13 y 15 años. Por eso debes trabajar con los adolescentes para que puedan identificar como formas de violencia ciertas actitudes, como decirle a tu novia cómo vestirse, celarla continuamente, pedirle su ubicación en tiempo real y decirle que envíe fotos para confirmar dónde está. Y que, a su vez, las adolescentes puedan ver que eso no está bien porque implica control. La relación de pareja se basa en la confianza. 

¿Cómo respondieron los adolescentes a este programa? 

Los adolescentes respondieron de manera fantástica. Nosotros empezamos las charlas con los chicos de 15 a 18 años y también aprendimos con ellos. En mi época la prueba del amor era tener relaciones sexuales. La de ellos era dar el password de las redes sociales. O sacarte una selfie con la gente con la que estás. O pasar la ubicación en tiempo real. Eso para mí era impensable. Incluimos un programa para los padres, porque deben asumir que también son responsables. Si soy madre de un varón y veo que se burla de las chicas o que maltrata a su novia, mi obligación es intervenir. Y si soy madre de una nena y veo que mi hija dejó de salir con sus amigas y se la pasa en el teléfono, tengo que intervenir. Somos responsables de educar a ese chico o chica porque tu omisión te hace cómplice de lo que mañana tu hijo o hija puede ser. Con esto vuelvo a lo que he dicho desde un principio: la reducción de las violencias contra la mujer nos compete como sociedad. Como hermana, tía, o madre, tengo que ver y reaccionar, y cortar las manifestaciones de violencia. 

Entiendo que este programa se realizó cuando fue ministra de la mujer en Paraguay. En su trayectoria profesional, también ha sido embajadora en diferentes países. ¿Qué ha aprendido en su carrera diplomática que vincula hoy con su trabajo en el área de igualdad y desarrollo?

Cuando empecé la carrera internacional este tema no tenía la misma visibilidad que tiene hoy. Hay más conocimiento e investigación. Pero, ¿qué me ha permitido ver diferentes realidades? Por ejemplo, la mujer en contextos de migración. Me pregunto ¿cuáles son sus desafíos? ¿Cómo es su vida? La migración latinoamericana de los últimos años tiene rostro de mujer. Escuché ecuatorianos en Italia que decían que las mujeres eran el futuro y la historia de las familias migrantes, precisamente porque eran ellas las encargadas de las tareas del hogar y del cuidado. Me siento una persona privilegiada porque pude estudiar, no vivo en violencia, y la vida me dio oportunidades y yo las aproveché. Las he usado para levantar la voz por aquellas que no la tienen. Hay muchísimas mujeres que no saben que están en violencia y otras más que se sienten culpables por su situación. 

Todo lo que hagas tiene que tener visión de género, y eso todavía es complicado porque hay mucho desconocimiento en la materia y hay que ir paso a paso. Pasa por la capacitación permanente para los funcionarios públicos y los hacedores de políticas públicas, como ya hemos hablado. También hay que educar a quienes hacen las leyes y a quienes aplican la justicia. Es un camino largo, y con eso no quiero decir que sea tedioso. Es largo y tiene desafíos que no nos deben desanimar.


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