¿Adónde van los trenes del último andén? Los ejes temáticos en Broadway-Lafayette

15/08/2020

Broadway Lafayette, el último andén de Pedro Plaza Salvati no es un libro recién salido de la imprenta. Publicada por la Editorial Kalathos en el último trimestre de 2019, la novela ya ha hecho camino en España y ha logrado llegar a las grandes librerías de ese país: toda una hazaña, en palabras de su editor, David Malavé, y un precedente para un libro publicado por una editorial venezolana. 

¿Qué cuenta Broadway Lafayette? 

La historia, realista y actual, se mueve entre dos países:  Venezuela, representada por la ciudad portuaria de La Guaira, muy cercana a Caracas, y Nueva York, que es un país en sí misma. Cristina, esposa del protagonista, recibió una beca para un doctorado cuyo tema exacto no recuerdo y de hecho no es relevante, ya que su verdadera meta es publicar la mejor novela jamás escrita sobre los mendigos de Nueva York.  Andrés Carvajal, su marido, se dedica a la prosaica tarea de mantener en funcionamiento la vida diaria y el sustento económico de la pareja en su mundo superficial de transacciones financieras. A cabo de cinco años se termina su visa en USA, y ante el dilema de estar ilegal en un país donde hay leyes, o estar legal en un país donde no los hay, Andrés y Cristina optan, no sin reticencia, por volver a Venezuela. Él se adelanta para acomodar el apartamento en La Guaira, prestado por un hermano emigrado y tal vez para amortiguar el golpe del regreso para ella, que se queda un mes más en New York y se dedica de lleno a su investigación de la vida de los mendigos en los meandros de los túneles del metro. Hasta ahí se trata de un matrimonio unido que actúa de manera racional en las circunstancias particulares de su vida, incluyendo el interés, tal vez algo obsesivo de Cristina por recabar el material para su novela y los justificados temores de Andrés ante el retorno a su país natal, cada vez más deteriorado bajo el régimen chavista. Pero nada se quedará así. En el corto intervalo de un mes, el apacible matrimonio de clase media deja de existir. La odisea de Andrés, hombre básicamente pragmático, que solo pretende visitar algunos amigos en Caracas y volver habitable el apartamento, dibuja un fresco aterrador del hundimiento económico, social y, sobre todo, moral del país, visto y padecido por quien ha estado ausente durante cinco años —lapso enorme dentro del acelerado deterioro— y al que debe adaptarse o perecer. Pero tampoco el primer mundo de Nueva York está presentado como una oposición o contrapartida de Venezuela: todo paraíso tiene su cara oculta y esta es simplemente un infierno distinto. La lógica propia de la marginalidad del entorno de cada uno de los protagonistas, se apodera de sus quehaceres y sus almas hasta separarlos y hundirlos en las tinieblas, aunque también, diría yo, acaban por fortalecerlos, ya separados, a cada uno en su demencia particular. 

Se trata de una obra, en mi opinión fundamental, que situaría —junto con Patria o Muerte de Alberto Barrera Tyszka, La hija de la española de Karina Sainz Borgo y The Night, de Rodrigo Blanco— en el rango de las máximas exponentes del periodo de literatura venezolana de este siglo, definido por Miguel Gomes en El desengaño de la modernidad (Ucab 2017),  como “El ciclo del chavismo”.  

La voluminosa estela de presentaciones y reseñas en blogs y revistas literarias demuestra el poco frecuente interés que ya ha suscitado Broadway-Lafayette desde su publicación en octubre, y no solamente en el público venezolano. Tampoco es frecuente su extensión en estos tiempos acelerados e impacientes en los que esta suele impedir que una novela sea siquiera tomada en cuenta para su publicación, así que primero quiero dar las gracias a la Editorial Kalathos por el privilegio de tenerla hoy en las manos. Broadway Lafayette es un excelente libro, dice lo que tiene que decir y no hace concesiones a las exigencias de la brevedad. Con razón la última reseña que salió este mes de mayo en El País, destaca en su título el carácter “dickensiano” de la novela. La faceta de observador, testigo y traductor de realidades que le conocemos a Pedro Plaza Salvati de sus frecuentes publicaciones en Prodavinci pervive sin conflicto con la historia ficcional que está narrando en una novela, en efecto, dickensiana, que incorpora conversaciones, recuerdos, noticias, discursos verdaderos en televisión y sobre todo, descripciones de los escenarios donde transcurre la acción, fieles a su referente real con el rigor absoluto de una crónica. 

Para esta presentación, hoy, en Caracas, sería de mal gusto pretender reseñar a una novela como Broadway-Lafayette sin tomar en cuenta lo ya escrito sobre ella por críticos literarios y escritores de talla de Miguel Gomes, Fernando Kawasaki o Antonio Muñoz Molina. En sus textos se repiten, inevitablemente, sus rasgos esenciales, pero llama la atención que cada uno de ellos haya destacado como prioritaria otra faceta del libro. Para mí, lo más importante es precisamente eso: la multiplicidad de lecturas que ofrece esta novela sin ser hermética, opaca ni ambigua en su narrativa o en la historia que cuenta (como lo eran ciertas obras experimentales del pasado). La trama está contada de manera prístina, la sucesión de los eventos se podría resumir en una página y los escenarios están descritos con la claridad de un testimonio veraz. No obstante, toda lectura que trataría de concentrar el valor semántico de esa novela en un solo aspecto, acabaría empobreciendo esa historia sobrecogedora, en palabras de Miguel Gomes, por la multiplicidad de horizontes hermenéuticos que abre. 

Así, la reseña en Zenda libros resume a Broadway-Lafayette como: Extorsiones, intentos de secuestro y desapariciones se hilan en una historia de amor que reúne el submundo de Nueva York y una Caracas en pleno colapso. También Jason Maldonado en su artículo para Wynwood Times, la califica esencialmente como una  historia de amor en medio del caos  y con mucha pertinencia la compara a una suerte del mito de Orfeo y Eurídice pero invertido, en donde en vez de sacarla del Inframundo, la sumerge más en él

Ese substrato mitológico de la bajada al infierno en busca de Euridice no escapa al agudo análisis en Latinamerican Literature Today de Miguel Gomes, quien además sitúa a Broadway-Lafayette dentro de la temática más amplia de la inmersión en las tinieblas —matriz elocutiva de muchas novelas actuales— y más específicamente dentro de  historias subterráneas:  una verdadera familia de textos en los cuales los personajes exploran túneles o investigan sociedades secretas bajo la superficie de la ciudad, coincidencia, según él, todavía no premeditada, perteneciente al inconsciente colectivo (y debe de ser cierto, pues hasta yo misma, no sé por qué, he escrito un cuento en el que extraños túneles bajo tierra unen a todos los quioscos de Caracas).  

La reseña en el blog Leer es vivir dos veces destaca la temática de la inmigración y el desarraigo y el cómo cuesta volver al país que te vio nacer pero que sientes como un extraño; mientras que Alejandro Padrón, en su artículo Viaje al centro del infierno: del último andén al vértigo absoluto define la obra como un drama trepidante, con  la crisis económica, moral, social y política de estos tiempos, como telón de fondo; y al mismo tiempo una tragicomedia, porque el autor nunca abandona el humor: el drama de una pareja de clase media arrastrada hacia abajo por personajes sacados de los sustratos de miseria y mal vivir. Dice Alejandro Padrón que toda novela es la historia de un viaje y esta encierra en sí misma varios viajes en un periplo que conduce irremisiblemente de la aparente felicidad al descenso a los infiernos. 

Fernando Iwasaki, por su parte, en la presentación del libro en Barcelona prioriza el contrapunto entre dos países, entre dos ciudades, entre profundidad y superficie, entre los que supuestamente están dentro de la legalidad y los que se sitúan fuera de ella. Entre la vida subterránea y marginal de Manhattan con la vida en la superficie, aunque igual de miserable, de los habitantes de la soleada Caracas. 

Personalmente me parece muy acertada esa definición de “contrapunto” porque toca la profunda razón de la cohesión semántica de la novela. 

Todos esos aspectos aparecen de un modo u otro, en el tono íntimo, familiar, de la presentación de Broadway-Lafayette por Antonio Muñoz Molina, en Madrid. No obstante, lo más importante para él es la variedad de los registros estilísticos de la novela. Antonio, quien ha asistido al desarrollo de Pedro Plaza Salvati como escritor, destaca sobre todo su vocación doble:  la vocación de la crónica y la vocación de la ficción. Cada forma de la literatura conlleva o requiere una aproximación distinta a lo real y cada género tiene posibilidades específicas. En efecto, un lector de nuestro autor reconocerá los deliciosos ecos de su libro de crónicas newyorkinas —Lo que me dijo Joan Didion, premiado en 2017 en el Concurso Transgenérico de la Cultura Urbana— así como de los artículos que nos obsequia regularmente en esos días de cuarentena y sus caminatas por Caracas. 

Con todo ya dicho, Jorge Carrión encuentra otros ángulos interesantes para priorizar en su reseña La novela del regreso imposible, publicada en Papel Literario al principio del mes de febrero. Es la novela de la condición nómada, de un individuo que ya no encuentra lugar ni en la patria abandonada hace apenas cinco años, ni a Nueva York, donde su permanencia ya no tiene sentido. La reseña insiste sobre todo en el interés, o más bien, la fascinación tanto de Cristina por los homeless de Nueva York como el de Andrés, el marido, por los personajes picarescos venezolanos: por la mendicidad, lo enfermizo, y por tanto literario, que Pedro ya había demostrado en su libro de crónicas, Lo que me dijo Joan Didion, (premiado en 2017 en Venezuela en el Concurso Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana).  Hay un desdoblamiento del autor en Broadway-Lafayette que le permite explorar ese tema en dos lugares distintos por medio de sus personajes: de hecho, en algún punto se menciona (en un guiño a Bryce Echenique, añado) que Cristina conoce a quien escribió ese mismo libro de crónicas, y no es su marido Andrés). Dice Carrión que toda la novela se conecta con esa idea: en cómo ve el detrito, la ruina, el desecho, de lo que nadie quiere, con lo que se puede hacer literatura. 

Ese resumen de lo que ya ha sido dicho de Broadway Lafayette demuestra que, como toda gran novela, esta aspira nada menos que a medirse con la complejidad de lo real. (Antonio Muñoz Molina). Tanto él, como todos los citados hacen hincapiés en la doble cara de crónica y ficción que caracteriza la novela, o más bien, diría yo, de ficción claramente anidada dentro de una crónica. Pero eso no son todos los registros de Broadway – Lafayette.  Ya lo dijo una vez Miguel Gomes:  Plaza Salvati representa la antítesis absoluta del autor monocorde.
Los capítulos del libro alternan entre los relatos de Andrés en primera persona y la voz del narrador omnisciente cuando se ocupa de otros personajes  —o de las escenas en las que Andrés se aleja y se vuelve uno de ellos— largos diálogos directos entre él y Cristina, como sacados de un guion de teatro, así como entre ella y el mendigo Scott, los pensamientos directos de aquel mendigo-artista, o las conversaciones entre los pillos de La Guaira reportados en el dialecto de los malandros venezolanos: registro que en general repela a los editores del continente, pero fue muy valorado por los escritores españoles que lo han leído y reseñado.   

Realmente no me queda mucho por añadir al amplio abanico de reseñas y presentaciones previas a la nuestra, cuyas ideas no podría sino repetir. Me reservo, más bien, para un futuro debate que amerita Broadway Lafayette sobre cuestiones literarias que me apasionan como, en primer lugar, el delicado límite entre ficción y no-ficción y las formas que tenemos los escritores de procesar la realidad. Admiro mucho la capacidad de Pedro de encontrar el arte en el rigor de la fidelidad a lo visto, sentido, oído y sabido como verdadero, porque no tengo su don de observación ni su memoria, no me fío de mis sentidos y necesito elaborar lo vivido desde cierta distancia, aún a costa de deformarlo para verlo mejor. Propondría el debate alrededor del personaje de Cristina y su presunción de que para escribir bien hay que vivir cada experiencia. Los personajes conflictivos bien logrados despiertan la discusión, tal como de hecho ocurrió durante la presentación cuando pudimos beneficiarnos del conocimiento de Oscar Marcano sobre el llamado periodismo de inmersión y de los escritores que lo practicaron. También podríamos hablar sobre la visión de aquel crítico de El País que consideró fascinante la visión descarnada y fantasmagórica de los substratos de Nueva York pero no le gustó la de Venezuela, hum… por su tinte de crítica política y social, como si fuera posible describir nuestro desquiciante contexto de vida sin que parezca una crítica. Pero lo resumido hoy es suficiente para presentar el libro, recomendarlo de corazón y, espero, transmitir a ustedes que me escuchan en sus pantallas, la admiración y el placer de su lectura. Lo recomiendo plenamente. 

Diría todavía que la historia comienza con lentitud pero se desarrolla y crece: crece en ritmo, en intensidad, en profundidad; las acciones se precipitan llevándonos hacia el clímax y el desenlace que, tristemente, no será el de “vivieron felices para siempre”. El libro —aunque prescinde por completo (y se le agradezco) de la violencia sangrienta tradicional en la literatura del continente— transpira realismo. Demasiado realismo para mí, a menudo difícil de soportar, y el final no ofrece ni una pizca de esperanza irracional que a menudo buscamos en las ficciones.  El único consuelo es el que siento que comparto de alguna manera con Pedro Plaza Salvati: el consuelo de que la realidad puede ser escrita, traspuesta a un plano paralelo de la existencia: el verbal. Ese exorcismo íntimo que nos queda a los escritores, por más diferentes que seamos en nuestros estilos y formas de lograrlo. 

Y sé que los lectores, aunque tal vez no se den cuenta de ello de manera consciente, también lo captan y responden a él.


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