Literatura
El contrapunto de dos mundos en Broadway-Lafayette de Pedro Plaza Salvati
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La literatura tiene caminos muy curiosos y sorprendentes. Pedro Plaza Salvati es un autor venezolano, yo soy peruano, pero nos conocimos en Costa Rica. Nos conocimos en un país, digamos, que no es el país de ninguno de los dos, pero que al mismo tiempo celebraba una Feria del Libro que había invitado a diversos autores. Ahora, a través de Kalathos ediciones, se publica en España su novela Broadway-Lafayette: El último andén, que tuve el gusto de presentar en el Centro Andaluz de las Letras, en el marco del ciclo Letras Capitales.
El título que da nombre a la novela es el de una estación del metro de Nueva York, una estación donde además -de una forma yo diría, maravillosa- el autor se inventa un mundo subterráneo, que me ha resultado de lo más atractivo. He pasado varias temporadas de mi vida en Manhattan, algunas sobre todo estudiando, y luego de esta lectura, una de las cosas que tengo pendiente, así como ir a visitar la tumba de Herman Melville en el cementerio del Bronx, es visitar la estación Broadway-Lafayette.
Esta novela la sitúo en el contexto de la literatura venezolana última, porque, aunque sea imprescindible y necesario, se habla muchísimo de política venezolana y perdemos de vista que Venezuela ha sido siempre un país con una actividad cultural y literaria extraordinaria. Quiero recordar, por ejemplo, lo que representó Monte Ávila, en los años sesenta y setenta, una editorial espléndida, donde además muchísimos escritores y editores de países como Uruguay y Argentina, que padecieron dictaduras, encontraron en Monte Ávila, no solamente un refugio, sino una casa editorial que les abrió sus puertas para que aquel sello creciera y se convirtiera en una editorial señera en nuestro continente.
Pero muchas cosas han cambiado en los últimos años y eso ha influido también en la literatura venezolana más reciente. Un autor muy reconocido en España, Ednodio Quintero, publica en la editorial catalana Candaya, donde tiene novelas y relatos de altísima calidad. Enrique Vila-Matas, por citar a uno de los grandes autores españoles, es un admirador de Ednodio Quintero. Pero la poética, los temas de Ednodio, poco tienen que ver con los de los autores venezolanos que he leído en los últimos años. Tomemos por caso las novelas de Juan Carlos Méndez Guédez o la primera novela de Karina Sainz Borgo. Me interesa mucho más hacer dialogar Broadway-Lafayette con estos dos autores.
En los tres libros aprecio que hay una gran protagonista: Caracas. Una ciudad que sufre una degradación progresiva, un proceso en el cual las relaciones humanas se van enrareciendo, envileciendo, y aparecen conductas bastantes antisociales que sorprenden a los que vivimos en sociedades donde todavía no hemos entrado en esos procesos de descomposición. Lo vemos en Los maletines de Méndez Guédez y lo vemos con Karina Sainz Borgo en La hija de la española. Pues el mismo asunto aparece también en Broadway-Lafayette.
Andrés, el protagonista, recuerda con horror y melancolía su estancia en Nueva York, luego de su regreso a Caracas en una novela en la que, desde su punto de vista o el de Cristina, su pareja venezolana, o a través de otros personajes neoyorquinos, se muestra la realidad subterránea de Manhattan. Una realidad donde los mendigos, la morralla, la canalla de Nueva York, los habitantes del inframundo de Manhattan, se organizan para tener un mínimo acceso a la energía, el agua y a un mobiliario elemental. Y luego resulta que esa precariedad, esa indigencia, se compara con la precariedad de unos habitantes de Caracas, quienes no tienen que vivir bajo tierra en los túneles del metro pero llevan una vida tan miserable, difícil o terrible como la de los mendigos de Nueva York.
Esto parece ser uno de los grandes hallazgos de esta novela, porque supone un contrapunto entre la vida de unas personas que han elegido la marginalidad, la miseria, la periferia y las profundidades de una ciudad que se presenta -sobre todo políticamente- como una sociedad más libre, más justa, más igualitaria y donde, sin embargo, encontramos individuos rapiñando los desechos o la poca riqueza que le pueden esquilmar a otros conciudadanos. Uno de los aspectos que más me ha impresionado de Broadway-Lafayette, es el contrapunto entre la vida subterránea, marginal y de mendicidad de Manhattan con la vida en la superficie, aunque igual de miserable, de los habitantes de la soleada Caracas.
Siempre leemos cómo es la delincuencia en los países hispanoamericanos. Además, podemos ver en las noticias lo que está pasando en Bolivia, en Chile o en Ecuador, así como lo que sucede en diferentes contextos de los países latinoamericanos. Pero narrar lo que ocurre en la Venezuela contemporánea con grupos de individuos que operan más bien desde la delincuencia y que están constantemente chantajeando o robando a otros compatriotas, es algo a lo que nosotros -instalados en la comodidad de la sociedad española- podría sorprendernos. A mí, por ejemplo, cuando a Andrés lo empiezan a llamar aquellos hampones que encuentran su lápiz de memoria y que se toman la molestia de analizar su contenido para ver las imágenes e inventarse una forma de extorsionarlo y sacarle el dinero, no me parece una invención de Plaza Salvati, ni fruto de su imaginación o fantasía, porque esas cosas ocurren realmente en países como los nuestros, cuando caemos a los peores niveles de enrarecimiento de la convivencia.
Por otro lado, también me parece muy interesante en esta novela que tengamos a un personaje femenino que elige la marginalidad, que elige vivir en aquel mundo de mendigos de Manhattan, pero que lo elige por la literatura, por la creatividad, porque va a escribir una novela. No la ha escrito todavía; más bien, la está escribiendo, su idea es publicarla, ya que la autora -Cristina- está segura de que su novela será una gran novela y que se convertirá en un éxito de ventas, gracias a los materiales y las criaturas sobre los cuales está escribiendo.
Y luego nos encontramos con una serie de personajes en el país del protagonista, Venezuela, y que, al mismo tiempo, han sido despojados. No como la escritora que ha decidido ella misma despojarse y autoexiliarse, sino que nos encontramos con otros personajes que, estando en su país, se encuentran también en una situación de marginalidad, viviendo en periferias internas. En unos casos elegidas, en otros casos impuestas. Y a la vez, en ambos casos, con la necesidad imperativa de apropiarse de los bienes de los demás, porque la escritora, que a su vez ha sido la esposa del narrador, vende las acciones de su marido, dilapida el patrimonio común en aras de ese ideal literario, como -pienso que es una metáfora- se dilapida el patrimonio del país, en el que también se acaba con las riquezas y se tritura, digamos, el bienestar de toda una sociedad.
Resulta muy interesante ver el contrapunto entre dos países, entre dos ciudades, entre profundidad y superficie, entre los que supuestamente están dentro de la legalidad y los que se sitúan fuera de ella, cómo intercambian sus roles. Y aquí hay una maestría, un dominio literario de todas estas tramas y de todos esos personajes por parte de Pedro Plaza Salvati. Y por eso creo que esta es una novela que completa la visión de Venezuela que nosotros podríamos adquirir leyendo Los Maletines de Juan Carlos Méndez Guédez o La hija de la española de Karina Sainz Borgo y, seguramente, leyendo otras obras de otros autores venezolanos que me estoy dejando en el tintero, como Alberto Barrera Tyszka. Tenemos un panorama de la literatura venezolana que a partir de esta novela podría iluminar regiones de nuestra compresión de la realidad venezolana y que gracias a Broadway-Lafayette podríamos aumentar.
Fernando Iwasaki
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