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Luis Ugalde sj en la Academia Nacional de la Historia

31/01/2018

Fotografía de Andrés Kerese

Hay una Venezuela arruinada que cuenta con la suficiente inteligencia y creatividad para salir de la pobreza y enfrentar el reto de acabar con la miseria en que nos ha sumergido el socialismo del siglo XXI. Este es uno de los mensajes que se extraen del lúcido discurso de Luis Ugalde sj, al incorporarse a la Academia Nacional de la Historia, el 25 de enero pasado, con un trabajo titulado Mito, ilusiones y miseria de El Dorado. En él, el autor hace un recorrido histórico sobre los orígenes y evolución de este mito.

Para destacar la importancia del tema, Ugalde señala que está convencido “de que Venezuela necesita conocer mejor su historia para encontrar su identidad, recuperar el rumbo perdido y construir el futuro”. Es justamente lo que hace el sacerdote jesuita en su trabajo de incorporación: narrar la historia, reflexionar a partir de ella en la búsqueda del camino hacia ese futuro.

En el recorrido histórico sobre la obsesión por el oro y la riqueza que no es producto del trabajo, con su proyección en la cultura rentista de nuestro país, Ugalde destaca el talento de Arturo Uslar Pietri y su novela El camino de El Dorado. Son Lope de Aguirre y Pedro de Ursúa, personajes de la novela, quienes por ambición desmedida se lanzan en una expedición en busca del oro y, desde luego, no lo encuentran. La figura cruel de Lope de Aguirre marca esa idea trágica de andar tras la utopía del dinero fácil como un don de la naturaleza, que no es producto del trabajo.

El mito de El Dorado —reseña Ugalde— no escapa al mundo anglosajón, como queda evidenciado con las dos expediciones de Sir Walter Raleigh, en las cuales no encontró, al igual que Lope de Aguirre, riqueza sino problemas y violencia. Cada vez que alguien se mueve por la ilusión del oro, termina sumergido en la locura, la tragedia y la muerte.

Las aventuras emprendidas por la búsqueda de El Dorado van apuntalando la cultura del botín: quien controla la riqueza minera puede saquearla. Cuando Ugalde relata las actividades de la compañía Manoa, y los distintos enfrentamientos entre empresas extranjeras, así como entre los generales Antonio Guzmán Blanco y Joaquín Crespo, se pone de relieve la cultura de ver el “país como botín”.

La inestabilidad y la arbitrariedad política en el manejo de los negocios de la época se observan con claridad cuando Antonio Guzmán Blanco, “quiso favorecer a su arruinado yerno el duque de Morny otorgando a Teodoro Delort otra concesión ferrocarrilera”. Este es un buen ejemplo de la corrupción, nepotismo y abuso de poder de la época. Además, el “Ilustre Americano” cuando fue presidente en el período 1886-1888 anuló los contratos suscritos por Joaquín Crespo, y ratificó los que él había suscrito como “Plenipotenciario”, lo que demuestra los desafueros del autoritarismo que no se detiene en las formas y la voracidad por controlar los recursos del país.

No escapa en el análisis del nuevo académico el Arco Minero del Orinoco, repotenciación de la cultura rentista basada en la riqueza minera que “pone el recurso natural por delante de la creatividad y el talento productivo de la gente”. (De cierta manera, lo que se ofrece con el Arco Minero es la repetición de la experiencia vivida con la compañía Manoa). Este proyecto encubre la intención de echar mano de la riqueza natural para compensar los efectos destructivos que la revolución bolivariana ha traído a Venezuela. El Arco Minero abarca una superficie aún mayor que la denominada “Faja Petrolífera Hugo Chávez F”. En lugar de desarrollar el país con un modelo económico sano, se insiste en aplicar, “como sea”, un modelo populista que solo garantiza el fracaso. Se trata del populismo que reparte la riqueza minera sin contraprestación. La situación por la que atraviesa Pdvsa es buen ejemplo de ello.

Pero no todo es negativo, pues Ugalde destaca los aspectos positivos en el desarrollo histórico. El autor explica que desde 1920 a 1980 hubo un crecimiento económico sostenido, con una inflación de apenas 2,1% anual, mejoras en la seguridad social, la educación y la calidad de vida. A esto hay que añadir que entre 1958 y 1999, y con errores e imperfecciones, en Venezuela hubo crecimiento económico y estabilidad política. Desde luego que hubo desafueros, pero existía la posibilidad de que el propio sistema corrigiera el rumbo, porque había libertad.

El discurso de Ugalde invita a reflexionar sobre lo que fue una parte de la historia en la que los venezolanos, con diferencias y problemas, pudimos vivir en democracia. Se trata del período que va desde 1958 hasta 1999. En 1964, por primera vez, un presidente civil entrega el poder a otro civil; y así fue sucesivamente hasta el año 1999, cuando regresó el militarismo con vocación de eternidad. Desde luego que esta experiencia política democrática encontró apoyo en la riqueza petrolera que le dio estabilidad a los gobiernos civiles.

Los venezolanos nos acostumbramos a vivir del petróleo, a veces sin querer reconocerlo. En realidad, quienes manejaban la tecnología siempre fueron las empresas norteamericanas y europeas. No obstante, durante la época de los gobiernos civiles se formó una gerencia profesional de venezolanos que llevaron a Pdvsa a la cúspide de su rendimiento. Este grupo fue expulsado de la empresa por razones ideológicas y políticas. Desde entonces el deterioro de la industria no ha cesado hasta llegar a la situación de hoy, conocida por todos. El régimen civil, pese a sus errores y equivocaciones, supo respetar la meritocracia y, por eso, la riqueza petrolera fue aprovechada de la mejor manera. Desde 1958 la cultura política se fortaleció gracias al llamado puntofijismo que dio estabilidad a la democracia.

El espíritu de esa otra Venezuela, emprendedora, creativa y democrática sigue vivo, “aunque [como dice Luis Ugalde] aplastada y silenciada por la voluntad de prolongar con la dictadura militar-socialista el uso de dictadura petrolera como botín del grupo hegemónico, y como carnaza clientelar de la población con una política improductiva y reparticionista”.

La incorporación a la Academia Nacional de la Historia del inteligente jesuita destaca esa parte positiva de Venezuela y nos aclara que las puertas de la libertad, ahora cerradas, podremos abrirlas con voluntad, disciplina y unidad.


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