Perspectivas

El 23 de enero, metáfora de libertad

21/01/2019

El 23 de enero de 1958 es una fecha asociada a la idea libertad. La conquista de la democracia se debió al apoyo entusiasta que le brindaron las Fuerzas Armadas a la población civil en su lucha para derrocar al dictador Marcos Pérez Jiménez. Aquí hubo un grito general: ¡libertad!

Pérez Jimenez fracasó en la política y no fue capaz de ver lo que ocurría en la población. No admitió el rechazo general a su régimen, según le cuenta a Agustín Blanco Muñoz: “Yo no percibí ese descontento” (Habla el general, p. 297). Y es que las dictaduras militares de América Latina siempre se han empeñado en darle la espalda a la realidad. La ficción en la que viven es alimentada por los aduladores, la corrupción, la mentira, la represión, la tortura y el deseo de atornillarse en el poder a perpetuidad.

El debilitamiento progresivo del régimen se potencia en abril de 1957 con la pastoral del siempre bien recordado Arzobispo Rafael Arias Blanco, quien le formula severas críticas a la dictadura por la persecución política y la represión a mansalva a los opositores. Como consecuencia, los principales centros de la campaña contra la dictadura son las “iglesias y los liceos”, según lo reporta Laureano Vallenilla Lanz hijo (Escrito de memoria. Versalles, Lang Grandemange, 1961, p. 453). Esta oposición se expande a toda la sociedad, desde las élites culturales y económicas hasta los obreros y sindicatos.

El mandato presidencial estaba por concluir, según lo previsto en la Constitución de 1953. De ahí que el dictador pretendía ganar legitimidad, y buscó su reelección mediante un proceso electoral hecho a su medida. En ese momento, no estaban dadas las condiciones para garantizar el sufragio, porque había partidos inhabilitados y dirigentes políticos presos o en el exilio. El peso de la Seguridad Nacional le imprimía un rasgo de terror al ambiente que se vivía. Este organismo represivo era policía política, inteligencia militar, centro de torturas y, al mismo tiempo, una instancia con potestad para decidir sobre la vida de cada cual. Venezuela se había convertido perfectamente en un Estado policial.

Algunos, como los miembros de la Junta Patriótica, pensaron que podía haber un candidato de unidad nacional para enfrentar al dictador y que este podría ser Rafael Caldera, quien desplegaba una valiente actividad en contra del tirano. No obstante, nadie estaba dispuesto a participar en un proceso cuyo resultado estaba cantado.

Ante la imposibilidad material de realizar elecciones porque nadie se prestó a la farsa, solo quedaba abierto el camino del plebiscito. El dictador encomendó a Laureano Vallenilla Lanz y a Rafael Pinzón la redacción del decreto para convocar el “plebiscito” de 1957, el cual contaría con el apoyo de las Fuerzas Armadas, como lo señala el mismo Vallenilla Lanz (p. 452). El Congreso aprueba sumisamente la ley electoral, al tiempo que se desarrolla una vigorosa campaña en contra del fraude. La unidad del país frente al esperpento fue sólida y redonda.

En este contexto, se lleva a cabo la pantomima electoral del 15 de diciembre, fecha que constituyó el cruce de la línea roja, es decir, el punto de inflexión y causa última del derrocamiento del dictador el 23 de enero de 1958. Su huida en “la vaca sagrada” recoge la imagen de un tirano que no aceptaba las reglas de la política para su salida del poder.

Los días que transcurren desde el 15 de diciembre hasta el 23 de enero son cruciales en este proceso de derrumbe de la dictadura. Confluyen el ciudadano de a pie y las organizaciones políticas actuando con un solo objetivo, sin detenerse en discrepancias menores. Es de destacar que el descontento era político, porque la dictadura había obtenido logros materiales, economía sana y bolívar sólido. (Tampoco hubo diáspora). Tanto el liderazgo que estaba dentro del país como el que se encontraba en el exilio estuvo a la altura del reto histórico.

Hasta el día del golpe final, el dictador se ufanaba de tener el control del ejército, la fuerza fundamental que lo respaldaba; pero había un descontento interno que no afloraba por la represión de la Seguridad Nacional. Este malestar se evidenció cuando un sector del ejército exigió al tirano la salida de Pedro Estrada. Al perder la cabeza de su aparato represivo, era cuestión de tiempo la caída final.

Al amanecer del 23 de enero de 1958 todo era posible. Y lo fue: luego de la huelga general del 21 y 22 de enero, el Alto Mando militar le exigió al dictador la imperiosa necesidad de su salida del poder. Los hechos ocurridos fueron desbordantes y enseñaron a los venezolanos que sí es posible la conquista de la libertad, siempre y cuando haya unidad nacional. Nació así el llamado “espíritu del 23 de enero”, que está latente en la memoria histórica de nuestro país.

Esta es una fecha fundamental y evocadora de imágenes que se han expandido en el tiempo. Aquí vale la pena recordar las palabras de Miguel Otero Silva en su discurso en el Congreso de la República el 23 de enero de 1959: “Venezuela está resuelta a repetir cuantos 23 de enero sean necesarios para defender la democracia y ejercer libre y dignamente sus derechos”.


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