LiteraturaPerspectivas

Guillermo Sucre, poesía y democracia

Guillermo Sucre retratado por Vasco Szinetar.

03/08/2021

Con la muerte de Guillermo Sucre (1933-2021) el pasado 22 de julio, la literatura venezolana contemporánea y la tradición democrática y modernizadora de Venezuela quedan, de alguna manera, huérfanas. Su obra literaria, compuesta por poesía y ensayo, representa una de las cimas de la literatura del país en la segunda mitad del siglo XX. Esta obra está estrechamente relacionada con el contexto histórico venezolano y, particularmente, con la trayectoria de la democracia contemporánea en Venezuela, de la que Sucre siempre fue un firme partidario. Sin duda alguna su obra constituye uno de los legados de esa generación literaria venezolana que alcanzó la mayoría de edad en los años de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, conoció, en su madurez, el auge y la decadencia del sistema democrático establecido en el Pacto de Punto Fijo, y vivió sus últimos años en el marasmo del régimen chavista.

Es importante resaltar que en la escritura de Guillermo Sucre el valor puramente estético es inseparable de una concepción ética y política de gran profundidad. En efecto, sus planteamientos literarios derivan de un humanismo ético que él consideraba necesario, tanto a nivel individual como colectivo, para sentar las bases de la modernización política y social de Venezuela. La concepción estética que conforma sus obras de poesía y de crítica literaria es el resultado del ethos democrático y liberal que él encarnaba personalmente y quería también para su país. En este sentido es evidente que lo personal, lo literario y lo político eran para él un continuo inseparable.

La obra poética de Guillermo Sucre cuenta con títulos fundamentales en la historia de la poesía hispanoamericana contemporánea como En el verano cada palabra respira en el verano (1976) o La vastedad (1988). El tema constante de su poesía es la reflexión metapoética sobre el valor del lenguaje literario y su capacidad (o, más bien, falta de capacidad) para referirse al mundo. Además, su obra poética plantea, a través de su tono y de las relaciones que establece entre el lenguaje y el mundo, un recorrido emocional por la historia de Venezuela. Este recorrido comienza con el libro Mientras suceden los días (1961) –que hace referencia al exilio que Sucre sufrió durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez– y concluye con La segunda versión (1992), poemario que contiene referencias evidentes a la crisis de legitimidad que entonces atravesaba el sistema democrático venezolano, crisis que él sufrió tanto a nivel personal como colectivo.

Por otro lado, la obra ensayística de Sucre es parte de la tradición modernizadora y desarrollista del ensayo venezolano. Más en concreto, Sucre prolonga el legado de Mariano Picón Salas (1901-1965), uno de sus grandes maestros, al que releyó hasta sus últimos años. La crítica literaria de Guillermo Sucre se enmarca dentro de la corriente estructuralista que entendía la obra de un autor como un sistema de significación coherente, estructurado dentro de otro más amplio, que era la tradición literaria. Heredero en esta perspectiva del mexicano Octavio Paz (1914-1998), Sucre concebía el poema o el texto literario como un elemento del sistema-obra y este como un fragmento de una constelación más amplia formada por las obras de otros autores. La diversidad y los excesos que cualquier obra literaria contienen eran limados por su mirada crítica y considerados parte de un todo coherente y estable. Y esta tendencia a controlar la dispersión define asimismo el estilo literario, rítmico y luminoso, de su escritura ensayística.

Sus principales obras de crítica literaria, Borges, el poeta (1967) y La máscara, la transparencia (1975) están dedicadas a la poesía hispanoamericana contemporánea, pero las lecturas de Sucre no tuvieron limitaciones geográficas ni cronológicas. Por eso, tan pronto leía a Villon como a Reyes, a T. S. Eliot como a Darío, a Montaigne como a Machado. El Sucre lector buscaba ante todo la autenticidad de los autores, es decir, la consonancia entre la obra literaria y el ethos existencial, pues era en esta consonancia, cuando se establecía en los términos adecuados, donde él veía el rasgo definitorio de los grandes escritores.

La personalidad literaria de Guillermo Sucre es enormemente valiosa. Esta personalidad se formó en estrecho contacto con la lectura de sus autores preferidos, como Jorge Luis Borges, Mariano Picón Salas y César Vallejo, entre otros. De esta persona literaria yo destacaría tres rasgos esenciales, los cuales están íntimamente relacionados entre sí: la humildad, la mesura y la elegancia. Como dice el poema de Borges, Sucre siempre rechazó ser de aquellos que se creen «imprescindibles, únicos, merecedores del mañana». Él nunca llamó la atención sobre sí mismo o sobre su obra y tampoco se preocupó especialmente por la fama literaria o por su legado póstumo. La humildad era para él una manera de «vivir el mundo como tal, sin buscar otra gratificación que la de un día llegar a ser el mundo mismo». En cuanto a la mesura, Sucre fue, como Picón Salas, un firme defensor de los universales éticos y estéticos, y por ello se mantuvo siempre apartado de los nacionalismos estrechos, de las tentaciones identitarias y de los radicalismos políticos. Pertenecía por formación a la tradición liberal e ilustrada hispanoamericana y veía en ese marco la mejor opción para el desarrollo de los países del continente. Last, but not least, Sucre pensaba que la elegancia era una virtud del alma, que tenía que ver con la bondad y con la inteligencia. Por eso llegó a afirmar: «Nada más íntimo que la elegancia, nada más impersonal también. De otro modo, se negaría a sí misma. Si tiene algún oficio es el de aceptar el mundo, no el de condenarlo; el de amar la vida antes de comprender su sentido». La obra literaria de Guillermo Sucre tiene el valor de encarnar todas estas virtudes y aún algunas más. Ojalá que ese gran crítico literario que es el tiempo perciba su importancia para las generaciones venideras y sea capaz de encumbrarla hasta el lugar que merece.


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