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Los árboles del mal gusto
El primer capítulo de la última novela de Sergio Ramírez inicia refiriéndose a los llamados “árboles de la vida” que, para un país como Nicaragua, rico en árboles de verdad, pareciera un contrasentido o, al menos, algo estrafalario: Ciento cuarenta estructuras metálicas “sembradas” a lo largo de la Avenida Bolívar de Managua y en otros puntos de la capital a un costo por árbol de veinticinco mil dólares. Los “árboles de la vida” son un símbolo de la Cábala y nacen de un capricho de Rosario Murillo, primera dama y vicepresidenta en el gobierno de Daniel Ortega. No menos simbólico es el hecho de que una de los primeras acciones de las protestas que persisten en el país centroamericano fue la de echar al piso algunas de estas estructuras.
En el segundo párrafo del primer capítulo de su novela, Ya nadie llora por mí, Ramírez narra:
“Las estructuras metálicas de los árboles de la vida mandados a sembrar por la primera dama poblaban el camellón central y los espaldones de la carretera formando un bosque inmenso y extraño, los arabescos de sus follajes amarillo huevo, azul cobalto, rojo fucsia, verde esmeralda, violeta genciana, rosa mexicana y rosado persa alzándose entre la maraña de rótulos comerciales”.
El sábado 17 de marzo de este año asistí a la presentación de la más reciente novela del escritor nicaragüense, Premio Cervantes 2017, en la Librería Internacional de Multiplaza de Curridabat, en San José, Costa Rica. Me dirijo a la caja para comprar un ejemplar y me dan un papelito con el número 92 para la firma de autógrafos. La sala está repleta y se desborda con mucha gente de pie, hasta el expresidente costarricense José María Figueres se encuentra en el acto. Me impresiona la concurrencia a una hora tan chata, las tres de la tarde.
A Sergio Ramírez lo había escuchado en una conversación sobre la crónica en la Feria del Libro de Costa Rica en el 2015. Hay algo bondadoso en su energía personal y en la manera en la que responde las preguntas. Ya me habían dicho que era un hombre de un talante amable y me parece, ahora que pongo atención a lo que dice, que posee el don de transmitir con sencillez y humildad lo que quiere expresar con un humor que contrasta con su rostro parco y contemplativo. Una de las primeras preguntas que hace el presentador, el crítico literario y escritor Álvaro Rojas, es precisamente acerca de los “árboles de la vida” y don Sergio responde que en lo personal lo considera un “bosque horrible”. A lo largo de las protestas en Nicaragua se habla de una “tala” de unos veinticinco “árboles de la vida” a la fecha, como si a medida que se debilitara el gobierno de Ortega, fuesen cayendo las estructuras del mal gusto.
El pasado domingo 20 de mayo, después de que Ortega rompiera una supuesta tregua, los manifestantes destruyeron cinco de estas estructuras el mismo día en que se materializa el acto electoral en Venezuela, desconocido por muchos países y organizaciones. Además de esa coincidencia, uno de los primeros árboles derribados en las protestas fue uno dedicado a Hugo Chávez. En un video se puede ver a decenas de personas celebrando el desplome a la vez que brincan y pisotean el árbol metálico caído.
La suspensión de la incredulidad
Cuando termina la conversación entre Rojas y Ramírez, las preguntas del público me parecen todas interesantes. Se nota por los acentos una presencia nutrida de nicaragüenses y las respuestas de pronto me arrojan la sensación de taller literario que, sin embargo, no disminuye un ápice la atención del público:
A) El novelista debe lograr en el lector “la suspensión de la incredulidad”. Para que la mentira sea creíble tiene que parecerse mucho a la verdad.
B) Utilicé el pretexto de la estructura de un policial para retratar a la Nicaragua de hoy en día. La novela policíaca es un método para reflejar un país sin que se convierta en un discurso. Ese es el caso de Dolores Morales, el inspector protagonista de esta novela (Álvaro Rojas hace un paralelismo con el personaje Mario Conde en las novelas de Padura y Ramírez concuerda).
C) La novela nunca debe juzgar. Es el lector el que opina. Esta es una novela oral, así la concebí. Una novela sobre la Nicaragua contemporánea. Esta reflejada la corrupción del poder político. En mi país en los últimos años han surgido doscientos millonarios nuevos.
D) Uno es escritor en una novela pero fuera de ella uno es ciudadano y puede opinar sobre la situación del país. Escribo entre cuatro paredes, pero con las ventanas abiertas.
E) Los temas universales de la literatura son el amor, la locura, la muerte y el poder.
F) Las novelas tienen sus propias necesidades (y habla de por qué revivió a un personaje que había matado en otra novela). Uno dentro de la novela es Dios, tiene el poder absoluto de decidir todo. Fuera de la novela creerse Dios es estar loco.
G) Un escritor no se jubila nunca. La única limitación es la lucidez y la memoria.
H) En mi país uno es poeta hasta que se demuestre lo contrario
Lo que ocurre en Nicaragua con las protestas se parece un poco a la suspensión de la incredulidad, tomada literalmente. Nadie podía creer que, en una Nicaragua anestesiada durante tantos años, pudiera surgir “de la nada” este movimiento. Luego del asombro por lo inesperado, se suspende la incredulidad y se sueña con una transformación política.
Un cataclismo llamado Cervantes
Entre tantas intervenciones del público esta animada tarde, no podía faltar la pregunta sobre cómo había recibido la noticia del Premio Cervantes. Los presentes concuerdan que el premio es un orgullo para toda Centroamérica, surgen aplausos eufóricos a lo que Ramírez responde:
“Eso fue un cataclismo. Recibí la llamada una mañana cuando me dirigía a mi estudio a escribir. Yo escribo todos los días de ocho de la mañana hasta la una de la tarde. Desde ese día no he podido escribir nada, salvo los artículos para la prensa. Un premio literario es una lotería, y esa lotería literaria recayó, por primera vez en Centroamérica, y para eso sirve, para seguir haciendo visible a nuestra región.”
Sergio Ramírez es el creador y padre del importante encuentro literario anual que se realiza en Managua y que se llama “Centroamérica Cuenta”, en el que participan no solo escritores de la región sino también importantes autores iberoamericanos. Este año revestía un carácter especial dado que la fecha del evento tendría lugar a pocos días de recibir el Premio Cervantes en Madrid, una celebración con la gran familia literaria.
El 8 de mayo, la cuenta oficial del evento en Twitter publica una nota: “A dos semanas de iniciar ‘Centroamérica Cuenta’ 2018, el comité organizador luego de reflexionar sobre la situación de crisis e incertidumbre que atraviesa Nicaragua, tomó la decisión de suspender la celebración de la sexta edición”. Un tuit de Juan Villoro fue un poco más directo: “La nueva edición del encuentro se iba a celebrar del 21 al 25 de mayo pero se canceló por motivos de seguridad. Nicaragua se ha convertido en un campo de batalla donde el gobierno mata a sus estudiantes”.
Finalmente le preguntan al Premio Cervantes si cree que algún día regresará la democracia a Nicaragua y responde que tiene fe absoluta de que sí, que está seguro, lo que no sabe es cómo ni cuándo. ¿Qué se iba a imaginar don Sergio lo que empezaría a acontecer a los pocos días? Al escuchar esta respuesta pienso inmediatamente en Venezuela y la similitud de circunstancias políticas e incertidumbres sobre el retorno de la democracia.
De San José a Nueva York
El 16 de abril, un mes más tarde, me encuentro en Nueva York para la presentación de Lo que me dijo Joan Didion en la librería McNally Jackson a cargo de la mano talentosa de Álvaro Enrigue, cuando la escritora venezolana Keila Val de la Ville me envía un mensaje de WhatsApp: “¿Te interesa este evento?: Conferencia. Sergio Ramírez: literatura, ética y resistencia. 16 de abril Instituto Cervantes”. Este tipo de casualidad debe tener un significado que, aunque no se sepa cuál pueda ser, uno debe seguir el instinto y fluir con las circunstancias. Así que le respondo a Keila que me animo a asistir al evento, además de ser una buena excusa para conversar con ella y ponernos al día.
El evento en el Instituto Cervantes de Nueva York fue en realidad una conversación entre el escritor y académico colombiano Carlos Aguasaco y Sergio Ramírez, y que giró casi en su totalidad en torno al papel político del escritor. Enlazo en mi cabeza el arranque de Ya nadie llora por mí con el título del encuentro. Ramírez, que fue Vice-Presidente durante el primer gobierno sandinista, hace una cita ficticia de Wikipedia en la que cuenta quién es el personaje central de la novela, el inspector Dolores Morales, un nombre que bien podría retratar el sentimiento de Ramírez por su propio país:
“Para el tiempo en que se dedica a investigador privado ocurren cambios políticos trascendentes en Nicaragua, pues en 2006 el comandante Daniel Ortega, quien había presidido el gobierno durante la década revolucionaria de los ochenta, regresa al poder gracias a un pacto con Arnoldo Alemán, su antiguo adversario. Ortega permanece en la presidencia a través de sucesivas reelecciones, la tercera de ellas en 2016, ocasión en que su esposa, la señora Rosario Murillo, primera dama, y cabeza ejecutiva del gobierno, es electa vicepresidenta de la República. En la medida en que el matrimonio consolida su poder familiar, se consolida también una nueva clase de capitalistas provenientes de las propias filas del Frente Sandinista de Liberación Nacional, o de su periferia…”
Ramírez afirma que él fue un escritor prestado a la política en el derrocamiento de la dictadura de Somoza, y recuerda que había sido un autor precoz con varios libros publicados antes de ingresar a ese movimiento. Un movimiento que en sus inicios hasta resultaba una farsa puesto que hacían actos efectistas como tomarse fotos en Costa Rica haciendo creer que estaban en Nicaragua, como si se tratara de un movimiento masivo cuando en realidad contaba al principio solo con un puñado de soñadores que deseaban derrocar la dictadura somocista. Años más tarde, ya decepcionado del movimiento sandinista, fue candidato presidencial y sufrió una derrota estrepitosa al quedar en tercer lugar con solo un siete por ciento del electorado, lo que para él, afirma, fue un llamado de regreso a la realidad, a su verdadera vocación, la de ser escritor.
En Costa Rica recuerdo que le habían preguntado en qué se parecía Ramírez a Vargas Llosa, a lo que respondió que ambos habían fracasado en la política. “Yo fui un escritor que casi se pierde por la política pero afortunadamente fui rescatado por las circunstancias”. Entonces empiezo también a conectar un discurso en lugares distintos: San José, Nueva York, en ambos Ramírez habla de temas comunes como la “suspensión de la incredulidad” (el pacto ficcional del escritor con el lector) que debe lograr el buen novelista, así como el hecho de que en Nicaragua todo el mundo es poeta hasta que se pruebe lo contrario.
Las protestas y la represión venezuelan style
El 18 de abril, dos días más tarde de la conferencia de Nueva York y a un mes de la presentación de San José, en la que Ramírez afirmaba que tenía fe de que la democracia regresaría a su país sin saber cómo ni cuándo, estallan las revueltas en Nicaragua. Lo que comenzó como una protesta por una reforma a la Seguridad Social degeneró en una brutal represión policial al mejor estilo madurista y que, al cobrar las primeras víctimas, se convirtió en un movimiento que persiste al día de hoy. Un pueblo que parecía sumido en el miedo y en la resignación, se alza para reclamar sus derechos.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, tras una visita a Nicaragua que, extrañamente permitió Ortega, reporta graves violaciones a los derechos humanos. Al 22 de mayo presenta cifras mayores de las que brinda el gobierno u otros medios: 76 muertos, 860 heridos y 438 detenidos. Los números, como en las protestas venezolanas, tristemente van creciendo. La represión policial continúa y se difunden videos que a veces llevan al espectador a tener dudas si está presenciando una represión del aparato policial-militar nicaragüense o del venezolano en las protestas del 2014 y 2017. Los jóvenes, como en Venezuela, son los principales protagonistas. En medio de la represión generalizada la policía viola el recinto de la Universidad Nacional Agraria para reprimir salvajemente a los estudiantes mientras que, por otra parte, sacerdotes y obispos han sido amenazados de muerte, según comunicado de la Conferencia Episcopal.
Un venezolano, hastiado de años sucesivos de marchas fracasadas y jóvenes muertos, diría que con marchas y protestas no se tumban o cambian gobiernos. Pero eso sería olvidar que una marcha multitudinaria sí logró la salida de Chávez en el 2002, solo que por torpeza y ambición los que toman el poder disuelven los poderes públicos y se transforma el movimiento popular en un golpe de estado. No hay que perder la esperanza de que el movimiento nicaragüense logre su cometido a pesar de que se habla de un diálogo, una palabra que solo trae desconfianza a un venezolano: cuando los tiranos hablan de diálogo es porque les conviene ganar tiempo y debilitar al adversario.
Sergio Ramírez en su cuenta en Twiter, en una similitud escalofriante en relación al movimiento estudiantil venezolano y las protestas del 2014 y 2017, afirma:
“El país ha despertado por fin, gracias a una juventud valiente y limpia, que le ha puesto a Nicaragua su marca de país, la marca de la ética. En las calles, a pecho descubierto, sin armas, enfrentando la mentira oficial, estos muchachos le devolvieron a Nicaragua la decencia”.
De Nueva York a Madrid
Al leer el discurso de Ramírez en la aceptación del Premio Cervantes el 23 de abril en Madrid, de pronto se me viene la idea que desde la presentación de Nadie llora por mí en San José hasta la del Instituto Cervantes de Nueva York, Ramírez venía construyendo o elaborando ideas en torno al discurso de aceptación del premio, por ejemplo cuando afirmó, como lo había hecho en San José y Nueva York, que en Nicaragua “Todos somos poetas de nacimiento, salvo prueba en contrario”. Sobre la creación literaria relacionada al área geográfica afirma: “En el Caribe toda invención es posible, desde luego la realidad es ya una invención en sí misma”, lo que me trae una asociación involuntaria con “la suspensión de la incredulidad”.
En otro momento de su discurso me recuerda lo dicho en San José sobre el papel del novelista:
“Narrar es un don que no brota sino de la necesidad de contar, esa necesidad apremiante sin la cual, quien se entrega a este oficio incomparable, no puede vivir en paz consigo mismo. Desde el fondo de esa necesidad un novelista debe iluminar en su prosa todo aquello que yace en las profundas cavernas del sentido, acercar la antorcha a los rostros de los personajes ocultos en la oscuridad, revelar los entresijos cambiantes de la condición humana”.
Con su prosa coral de Ya nadie llora por mí, Ramírez ilumina las cavernas de una Nicaragua sumida bajo el yugo de un régimen opresor y ahora represor, de una democracia fenecida ante el control de todas las ramas del poder por un solo hombre (o pareja), al igual que en Venezuela con la diferencia de que Maduro parece más bien el CEO de una Junta Militar disimulada. Rompiendo el protocolo del acto en Madrid, Ramírez inicia su discurso con esta cita:
“Permítanme dedicar este premio a la memoria de los nicaragüenses que en los últimos días han sido asesinados en las calles por reclamar justicia y democracia, y a los miles de jóvenes que siguen luchando sin más armas que sus ideales porque Nicaragua vuelva a ser república”
“Literatura, ética y resistencia”, en el discurso de Ramírez está vertido el sentido del rol del novelista de no opinar o juzgar al momento de su creación pero que tiene a la vez el deber de captar la realidad para retratarla, bien sea a través de un policial, como hace Ramírez, o tal vez haciendo uso de otra estructura literaria, lo que no quita la obligación de poder opinar cuando se termina la faena de escritura, alzar la voz, bien sea en una Nicaragua o en una Venezuela oprimida por regímenes autoritarios. Y repite en el discurso de Madrid lo que había dicho en San José: “Escribo entre cuatro paredes, pero con las ventanas abiertas”.
Pedro Plaza Salvati
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