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Votar en democracia

Fotografía de Jorge Rendón / AFP

17/02/2018

El 4 de febrero de 2018 amanece de verano con el cielo limpio luego de una serie de frentes fríos. Antes de salir consulto la página del Tribunal Supremo de Elecciones en la que me informo que voto en la mesa 480 y que soy el elector número 54. Tengo la suerte de que me asignaron un centro de votación cerca de la casa. Salimos caminando y llegamos a un pequeño puente que atraviesa una quebrada y se divisan algunos carros estacionados en la calle.

 

Pensamiento No. 1: La última vez que voté en unas elecciones libres y transparentes en Venezuela fue el 6 diciembre de 1998. Recuerdo que me sentía espantado ante la perspectiva de que pudiera resultar vencedor el candidato que blandía un machete sobre un podio al estilo de Manuel Noriega a solo días de la votación, y que afirmaba que con esa arma blanca iba a acabar con copeyanos y adecos, el mismo militar que había dado un golpe de estado frustrado en 1992. Fue tanto mi horror de que fuese electo Hugo Chávez que asistí, por primera vez en mi vida, a un acto de campaña en el que Salas Römer, un economista graduado de Yale, llegó montado sobre el caballo Frijolito a la Avenida Victoria.

 

Afuera del centro de votación hay toldos de los principales partidos políticos: Liberación Nacional, Partido Acción Ciudadana, Partido Unidad Socialcristiana, Restauración Nacional, Frente Amplio, Movimiento Libertario, entre otros, que se disponen de manera similar a como están asignados en la papeleta de votación. En todo momento se puede realizar propaganda política a los candidatos, no hay limitaciones al respecto: ¿acaso es antidemocrático cambiar de opinión a último minuto? Todo está dispuesto de una manera ordenada, sin estridencias, y hasta reparten panfletos. Algunos espacios cuentan con computadoras que utilizan los voluntarios como servicio para ubicar la mesa y número de elector.

 

Pensamiento No. 2: Luego de perder mi voto en las elecciones de 1998 comenzó la paulatina degradación del sistema electoral. En cada contienda se iban decimando progresivamente las condiciones para el ejercicio del derecho a votar en elecciones libres de manipulación y ventajismo. El uso indebido de los medios del estado y las tácticas de guerrilla urbana electoral que desplegaba el gobierno llevaría, con el transcurrir de los años, a la degradación completa del sistema de votación que tanto esfuerzo había costado forjar en el país.

 

Entramos al colegio público que es centro de votación. No hay rastro, por supuesto, de militares, lo que me da un goce interno, como una suerte de purificación del alma. Pero no es solo porque Costa Rica haya abolido su ejército en 1948, sino más bien por una cuestión de mentalidad cívica arraigada: tampoco hay policías, solo civiles. En Venezuela lo reciben a uno soldados del ejército con fusiles que solo se usan en guerras contra enemigos foráneos.

 

Pensamiento No 3: En el referéndum revocatorio al mandado de Chávez el 15 de agosto de 2004, me había ido a la cama seguro del fin de la pesadilla.  Sin embargo, pasadas las cuatro de la madrugada, encendí el televisor al momento en que finalmente daban el resultado para enterarme del sorpresivo desenlace. En un libro publicado posteriormente por el propio Consejo Nacional Electoral llamado 15.08.2004, una experiencia democrática confirmaba las sospechas: un gráfico mostraba que el Sí (para que Chávez se fuera) había ganado con el 59,24% de los votos del electorado.  A pesar de que el gobierno, perdón el CNE, manifestaba contar con uno de los sistemas electrónicos de votación más sofisticados del mundo, la baranda de la nocturnidad del CNE se convirtió en el símbolo de la trampa o al menos la sospecha, precedida siempre de una oscura reunión de los rectores en un blindado cuarto de totalización.

 

Los votantes tienen la opción de venir acompañados de otras personas, inclusive niños. Me percato de que se puede votar con la indumentaria que se elija: en pantalón corto o largo, en el caso de los hombres, faldas cortas o largas, por parte de las mujeres, como mejor le parezca a cada quien, siendo tal vez el caso más llamativo del día el de un grupo de damas que votaron vestidas con una capa larga roja y un gorro blanco, como los personajes de El cuento de la criada de Margaret Atwood, con el fin de mostrar su preocupación por el extremismo religioso representado por uno de los candidatos. La autora canadiense se enteró del hecho y lo comentó en su cuenta de Twitter (traduzco): “¿Por qué estas mujeres costarricenses están vestidas como personajes de El cuento de la criada en la votación de hoy?…Estoy muy conmovida (I am very touched)”.

 

Pensamiento No. 4: Luego voté en el 2006 en la campaña que disputó Manuel Rosales contra Hugo Chávez, y posteriormente dos veces cuando el abanderando de la oposición fue Henrique Capriles Radonski: en una oportunidad enfrentando a Chávez en el 2012 y luego como contendiente de Nicolás Maduro en el 2013; como se sabe, el caudillo nunca pudo asumir la presidencia a causa de una enfermedad manejada desde la clandestinidad y sobre la cual, al día de hoy, no se conoce reporte médico público de esos días de auto-secuestro habanero.

 

Busco la mesa en la que me toca votar y dos delegados con las chaquetas del Tribunal Supremo de Elecciones me señalan dónde está el aula. Cuando llego a la puerta doy mi número de elector y me indican que puedo pasar enseguida. Sigo con el alivio existencial al no ver a nadie uniformado ni dentro ni fuera del colegio. ¡Fuera militares! Entrego la cédula a los miembros de mesa que llevan las insignias de sus partidos. Se respira libertad de conciencia. Firman dos papeletas, una para la de elección de presidente y otra para la elección de diputados, me las entregan y me dirijo a la llamada mampara de votación.

 

Pensamiento No. 6: No puedo olvidar tampoco cuando Chávez perdió la consulta popular el 2 de diciembre de 2007, relacionada a su propuesta de reelección indefinida, pero que luego impuso de todas formas utilizando triquiñuelas y artificios con el único objetivo que perseguía seguramente desde el intento de golpe de 1992: permanecer indefinidamente en el poder.

 

Las reglas otorgan noventa segundos para votar pero lo hago rápidamente. Marco mi candidato y el partido para la elección de diputados. Nada de voto con sistema electrónico y mucho menos las degradantes captahuellas venezolanas. Dos grandes y sencillas “X” en cada recuadro en blanco debajo de la foto del candidato y del símbolo del partido. Vuelvo a doblar las papeletas que se deben mostrar a los miembros de mesa del lado con las firmas de los funcionarios antes de introducirlas en cada una de las cajas: Presidente/Diputados. No me colocan la tinta indeleble en el dedo para marcar que he votado. Me toma como mucho cinco minutos todo el proceso de votación desde que entro al centro hasta que ejerzo mi derecho.

 

Pensamiento No 7: El 6 de diciembre de 2015 voté en las elecciones legislativas. Luego de hacer una penosa cola de varias horas, situación típica de la manipulación electoral del chavismo a pesar de ufanarse siempre el CNE de la modernidad del sistema. En esa histórica elección en que la oposición quedó con una mayoría calificada (112 diputados versus 55 del oficialismo), representaba el comienzo del fin de la dictadura: la oposición estaba investida abrumadoramente para hacer todos los cambios que se requerían… Pero no, no se pudo, no sirvió, porque el régimen enfiló, con un ilegalmente renovado Tribunal Supremo de Justicia guillotinero, todas sus armas para anular las acciones de la Asamblea electa por el pueblo. De esa manera la oposición fue una vez más incapaz de contener la aplanadora oficialista.

 

Me invade una sensación de enorme gratitud al poder ser uno de los 3.322.329 votantes inscritos, un país que me devuelve el derecho a votar en elecciones libres y transparentes dos décadas luego de la última elección que se pueda llamar verdaderamente democrática en Venezuela. ¡Gracias, Costa Rica! Me doy cuenta, al mismo tiempo, que no deja de ser una sensación extraña y a la vez privilegiada la de tener la capacidad de influir en el destino de dos países, como lo hiciera unas horas más tarde “el voto más espacial de todos”, el del astronauta Franklin Chang Díaz, que cuenta con el derecho a votar en elecciones costarricenses y estadounidenses.

***

Caminamos de regreso a casa. Al llegar nos disponemos a dar una vuelta. Hace ahora mucho más calor, el verano por fin ha llegado luego de dos meses con frentes fríos que hasta ocasionaron que, por primera vez, murieran dos indigentes en San José Centro a causa de la hipotermia. Creo que hoy es el día más caluroso de lo que va de año, como si la naturaleza le sonriera al libre ejercicio de la democracia. El cielo está sin una sola nube.

Nos acercamos al centro de votación República de Venezuela en Escazú Centro, fundada en la administración León Cortés (1936-1940), en cuya entrada luce el escudo de Venezuela, así como para tener un encuentro doblemente simbólico. Se repite el escenario de los toldos ordenados frente a los centros como lo dispone la papeleta de votación. Todo se desarrolla de manera cívica, lo que se reproduce en todas las escuelas públicas del país. Conducimos hacia San José Centro, tenemos curiosidad de constatar cómo está el ambiente. Tomamos el amplio Paseo Colón que está despejado y tranquilo. Subimos por la Avenida Segunda y llegamos hasta San Pedro, donde ahora sí se ven unas cuantas banderas.

En la Rotonda de la Hispanidad, simbólica porque allí se congregan las multitudes para celebrar triunfos futbolísticos o políticos, no hay, por los momentos, congregaciones de gente. Vamos hacia la Universidad de Costa Rica, se nos olvida que solo los colegios públicos, no las universidades, son centros de votación. Todo tranquilo. Regresamos y subimos por la avenida principal que lleva a Curridabat y nos devolvemos hacia Zapote con un poco más de tráfico para luego tomar Circunvalación.

Todo esto lo hacemos mientras escuchamos las distintas estaciones de radio que siguen presentando perfiles de los candidatos a medida que avanza la jornada; se vale convencer hasta el último minuto.  Los candidatos son entrevistados, algunos se atreven a decir cómo va la votación, a emitir pronósticos que nadie censura.  A fin de cuentas este tipo de libertades están permitidas ya que todo se remite a una casi sagrada y absoluta confianza en el árbitro electoral.

El Tribunal Supremo de Elecciones, para resguardar su autonomía y preservar la separación de poderes, es quien emite las cédulas a los ciudadanos costarricenses. Lo más común en casi todos los países del hemisferio es que esta función recaiga en el Ministerio del Interior, controlado usualmente por el gobierno de turno. Al ser el órgano electoral el que facilita la cédula a los ciudadanos, Costa Rica, en este aspecto, muestra una mentalidad e institucionalidad muy avanzada.

El ambiente en el territorio nacional es de orgullo tico por contar con la democracia más sólida de América Latina y la fiesta cívica se contagia, a pesar de que había estado precedida de una inusualmente fría campaña electoral. La jornada transcurre sin incidentes y con mucho civismo. En Santa Cruz de Guanacaste se congregan en un mismo lugar simpatizantes de distintos partidos que bailan y celebran, cada quien defiende a su candidato. De sus bocas sale el llamado grito guanacasteco, que a mí me suena como un pájaro exaltado, la alegría de los llanos costarricenses, un jolgorio con los colores de los partidos, la gente parece estar en un carnaval. Eso es en el noroeste del país, en el Pacífico, pero en el otro extremo, en el este, en el Caribe, camparas y cánticos celebran la fiesta electoral en Limón, la provincia en la que predomina la población afro-descendiente de habla inglesa en la que hombres y mujeres bailan y celebran al ejercer su derecho.

El Presidente Solís, luego de votar, afirma que desea que el que gane haga un gobierno mejor que el suyo. ¿Cuándo se ha oído a un presidente decir esto? Algunos dirán que se trata de una modestia impostada pero, de todas formas, es una manera de admitir que no lo hizo tan bien o de que se puede hacerlo mejor, ello sin importar que influya o no en la decisión del elector durante la jornada. Al dos veces ex-presidente Óscar Arias le toca votar y es un acontecimiento mediático, las cámaras se dirigen a su persona, habla un largo rato, tiene un rostro contrariado y dice que en estos momentos hay un triple empate. La mayoría de los candidatos, que han estado en infinidad de debates y se han dicho de todo y con todo, por su parte, comparten la eucaristía en la Iglesia La Soledad y se dan la paz, sincera o no, durante la misa.

En esta fiesta electoral votan desde centenarios hasta niños. Un hombre llamado “Chepito” (A San José se le llama Chepe) que es la persona más longeva del país con sus 117 años, ejerce su derecho asistido. Dos cartaginesas de 94 y 104 años cuentan que esta es su decimosexta elección, hago la multiplicación (16 x 4), lo que quiere decir que tienen 64 años ejerciendo el derecho al voto, consagrado para la mujer en la Constitución de 1949. En la península de Nicoya, famosa por tener una de las dos poblaciones centenarias más importantes del mundo junto a la de la isla Okinawa en Japón, hombres y mujeres en buen estado de salud aparente ejercen su derecho. Uno de ellos, casi ciego, hace contorsiones al son de la música como si fuera un rapero moderno y se nota la angustia en la cara al reportero que trata de ayudarlo y él no se deja. Del otro extremo de la edad de vida la fiesta democrática cuenta hasta con un simulacro de votación para niños: las llamadas elecciones infantiles. Se estima que unos 7.000 niños hasta los 12 años votaron en un acto en el que se les siembra desde pequeños el sentido de la importancia del voto en democracia.

En las afueras del Tribunal Supremo de Elecciones un grupo de jóvenes se echa en la acera frente a las escalinatas del organismo y protestan, alegan que no van a votar porque no creen en ninguno de los candidatos; se les respeta el derecho de manifestar su voluntad. Por otra parte, me asombra una foto del momento en la sede principal del organismo que está abarrotado de gente que acude, el mismo día de las elecciones, a renovar su cédula de identidad para luego acudir a las urnas.

El Tribunal Supremo de Elecciones establece que solo se puede votar hasta las 6:00 p.m., inclusive solo podrán hacerlo a esa hora los que están dentro del espacio físico de la propia mesa, o más específicamente en la mampara de votación. Si una persona está haciendo fila dentro o fuera del centro y dan las seis de la tarde, se queda sin votar. Hay escenas de personas llorando. Me parece algo sano dado que en esas after hours es cuando más se puede llegar a tener suspicacia de manipulación de votos, como lo ha sido persistentemente en el caso de Venezuela en las últimas elecciones. Hace poco, haciendo referencia a las elecciones de gobernadores en uno de los estados, Maduro dijo: “solo nos faltó una hora para ganar”.

Al cerrar la jornada se inicia el conteo de la Juntas Electorales y algunas tomas televisivas muestran el proceso de conteo en varios centros de votación. A partir del martes 6 de febrero cinco cámaras trasmitirán en vivo el proceso de verificación manual de los resultados en la sede del Tribunal Supremo de Elecciones.

La sesión solemne comienza a las 8:10 p.m. con las letras del himno nacional: Bajo el límpido azul de tu cielo/ blanca y pura descanza la paz. Antonio Sobrado, Presidente del TSE, da su discurso de rigor: “Bienvenidos a la casa de la democracia… el pueblo soberano habló y es hora de escucharlo”, y se procede de inmediato a dar el primer boletín con el 11% de los votos escrutados. Luego continuarán los sucesivos boletines hasta que los resultados se consolidan y los candidatos perdedores se aprestan a reconocer su derrota. Puede que a uno le gusten o no los resultados, puede que su candidato no resulte ser el ganador, pero no se pone en duda la transparencia del proceso y de las instituciones involucradas.

 

 

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En las elecciones venezolanas siempre he perdido perdiendo y he perdido ganando. Gané cuando Chávez perdió la consulta popular para la reelección indefinida, gané con la elección de la Asamblea con mayoría calificada de la oposición, pero igual perdí, perdí cundo gané. La oposición siempre parece estar a punto de lograr una transición de régimen, un cambio de paradigmas, pero algo, tal vez oculto y difícil de discernir, como una caja de Pandora malvada, hace que no se logren las metas; como si el cuerpo colectivo democrático estuviese inhabilitado para saber rematar cuando se triunfa o como un médico que tiene un tumor casi completamente resecado pero, por alguna razón inexplicable, decide coser de nuevo al paciente sin sacárselo.

En una entrevista reciente el maestro Eduardo Liendo hace una lúcida analogía entre el boxeo y lo que ha sido el desempeño de la oposición: “Ahora, a nosotros nos está pasando una cosa que yo llamo, con mucho respeto por el boxeador, el ‘Síndrome de Betulio’, un campeón mundial nuestro. Hay una pelea famosa de Betulio, creo que por el campeonato. En esa época se transmitía más por radio que por televisión. El locutor, que era muy conocido, decía emocionado ‘¡Pega Betulio, pega Betulio, pega Betulio!’, y de repente ‘¡Se cayó!’… Betulio.”

El gobierno se tambalea pero siempre cae la oposición, como Betulio. De llegar a montarse en el ring el 22 de abril, tendrá los guantes amarrados: ya no puede ni pegar suave con las infames condiciones que ha impuesto la dictadura.


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