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Violeta Rojo [1959 – 2024]

Violeta Rojo. Fotografía de Casa de América | Flickr

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13/12/2024

No sé cuándo ni dónde conocí a Violeta. Tal vez en un congreso, en una defensa de tesis o como jurados de un concurso. Vivimos muchos años, eso sí, en el barrio académico y nos cruzamos cientos de veces en las calles de la edición o en una de las miles de esquinas o en las cafés de la literatura venezolana. Lo cierto es que hasta hace unos días mantuvimos fluida comunicación, pese al terrible y drástico, injusto terremoto que arrasó la bondadosa humanidad que brillaba a través de sus ojos.

Supe por ella misma, como no podía ser de otra manera, de los desperfectos que se avecinaban en su bien amueblada cabeza. Compartimos experiencias ‒la mía de segunda mano, la nota a pie de una voz autorizada‒ sobre el modo cruel como la ciega naturaleza ataca sin más a cualquier hora en forma de inopinado dolor o tartamudez. «Avise a mis autores, compay», pidió con sabio estoicismo. Se refería a los narradores que alcanzó publicar en la colección que coordinaba para la Editorial Monroy, una de sus últimas incursiones profesionales.

Tenaz, beligerante, apasionada en la defensa de sus puntos de vista crítico-literarios, respecto de situaciones que atañen al rol histórico de la mujer en la sociedad o sobre los equívocos de la política doméstica, Violeta supo combinar la rigurosa paciencia de la investigación, plasmada en sus libros, con la amena enseñanza en el aula y la disertación pública de sus hallazgos. Se convirtió, con sobrados méritos, en profunda conocedora de los entresijos de la minificción (aunque en ocasiones renegara de ello), como lo atestiguan sus trabajos en el área y las dos antologías que compiló con base en ese registro narrativo.

Durante más de dos años llevamos adelante, por puro altruismo y pasión por nuestra literatura y, en general, por los aportes culturales de colegas de otras ramas (la fotografía, la pintura, la historia), un ciclo de entrevistas en la Librería El Buscón el tercer jueves de cada mes. La preparación de esas intervenciones nos acercó aún más, pues intercambiábamos por horas datos y pormenores de las vidas de quienes se sentaban entre los dos a respondernos. Luego, al día siguiente, hacíamos balance y comenzaba la pesquisa para el próximo encuentro.

No tengo ánimos para evaluar su caladura como crítico literario ni la calma que exige aceptar que ya no escucharé su voz llamándome desde cualquier rincón del mundo para celebrar un libro, hacer un comentario (literario, vital, cotidiano) o transmitir buenos deseos esas fechas que las convenciones imponen. Tan solo puedo mirar el emoticón que me mandó hace cuatro días: un corazón palpitante.


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