Perspectivas

Una despedida y el espanto

Fotografía de Aleksey Filippov | AFP

02/04/2022

Fotografía 1

Vemos a un soldado ucraniano de espaldas abrazando a su mujer. Una despedida. La mujer, quizá 30 años, lleva gafas de montura negra y no tiene nada protegiéndole la cabeza del frío; su pelo es marrón y rojizo. Él lleva uniforme y sólo utiliza el brazo derecho en ese abrazo. Talvez el brazo izquierdo esté sujetando algo, quizá el arma, pero eso no se ve en la foto. En la foto, toda la piel humana presente está tapada con varias capas de ropa, salvo el rostro de ella, que está de frente, y es visible de la boca hacia arriba, y su mano, que está en la espalda del marido que lleva el uniforme del ejército ucraniano. Los cinco dedos de la única mano que se ve, su mano izquierda, están junto al hombro derecho del marido. Sus cinco dedos están ligeramente doblados y muy alejados, tal vez lo máximo que pueden, como si la mano quisiera, en aquel momento, ocupar el máximo área posible en la parte trasera del hombro del marido. Pero aunque la mano fuera enorme eso no resolvería.

Es una despedida en Lviv, Ucrania.

Fotografía 2

Una fotografía del inicio de la guerra. Primer día. En el centro de la foto está el rostro de una mujer. Su pelo es totalmente blanco y el blanco es visible incluso teniendo la cabeza casi cubierta por una capucha que forma parte del abrigo caliente, de color azul. Lleva también gafas de montura negra y ojos azules muy claros. Una, dos, tres, cuatro, cinco arrugas en la frente que parecen hechas a mano como quien, con una espátula, abre cinco hendiduras en la tierra. La anciana mujer lleva guantes azules, pero son tan oscuros y tan diferentes de los ojos que parecen dos colores, casi opuestos.

El guante de la mano izquierda sostiene un teléfono contra el pecho. El teléfono, en ese momento, no tiene función; su función, en ese momento, es no caer al suelo – y basta. El guante y la mano derecha que está dentro de él, esa, está ante la boca; la mano tapa la boca. Los ojos bien abiertos y la mano ante la boca muestran el espanto de esta anciana mujer, de pelo blanco. Un espanto asustado, podríamos decir.

El pie de foto dice, informa, que allí, en alguna parte, allí delante o allí atrás o a los alrededores de esa mujer, una sirena suena anunciando los bombardeos en Kiev. El sonido de las sirenas hace que se abran mucho los ojos y hacen que la anciana coloque su mano ante la boca. Un sonido es la causa, un sonido no habitual.

Cuando alguien no quiere escuchar se tapa la boca con la mano, lo cual es raro. Y lo más raro es también esto, las imágenes están ocupadas por sonidos: en aquel gesto hecho entre las manos y el rostro de una anciana escuchamos claramente una sirena. ¿Viene de los ojos, de la mano? ¿De dónde viene el sonido? Es difícil decirlo. Pero esta fotografía fue tomada en el primer día. El sonido de las sirenas, en ese día, provocaba espanto. Si esta anciana sigue viva, hoy, ante el mismo sonido exacto de la sirena, en Kiev, no abrirá mucho los ojos ni levantará la mano derecha para taparse la boca. El espanto desaparece y en pocos días se convierte en otra cosa. Lo que provocaba el espanto está allí de nuevo, y de nuevo, y de nuevo. Poca distancia existe entre lo que es espantoso y lo que es, al fin y al cabo, una repetición. Quizá porque los ojos de los vivos no están hechos para permanecer tan abiertos, como los de esta anciana, en esta foto. Los ojos espantados de los seres humanos, con las pupilas muy dilatadas, se parecen a los ojos de un búho o de otro animal cualquiera que en medio de la oscuridad intenta entender qué ocurre. Los ojos muy abiertos de esta anciana parecen intentar ver en medio de la oscuridad aunque esté en medio de un día claro. Pero esta tensión de los párpados, y de los músculos que sostienen los ojos, no es soportada durante mucho tiempo. Es un esfuerzo físico, aunque muy localizado, pero un esfuerzo físico, sí, un gran esfuerzo. Nadie puede quedarse espantado durante semanas. Nadie lo aguanta. Eso no sería humano. Y esta mujer no escapa a la regla. El mismo sonido ya no provoca el mismo espanto.

***

Traducción de Leonor López de Carrión

Originalmente publicado no Jornal Expresso


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