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Dos hombres quieren el poder. Tanto lo anhelan que evitan en lo posible enfrentar a quien lo detenta y de cuya voluntad depende ese advenimiento para el que se han preparado por años. Uno de esos dos hombres está en el centro de esta imagen, una fotografía hecha sin más propósito que captar, con la mayor amplitud posible, la convocatoria de este día. Se trata de Deng Xiaoping, un “saporretico”, como lo describe otro de los asistentes, que en ese momento está en pleno ascenso a un poder sin límites, un poder que no solo va a cambiar su país, la República Popular China, sino que va a impactar al planeta por muchas décadas.
El otro es Luis Herrera Campins, quien ni siquiera está en el tramo central del escenario. Está sentado en el bloque de sillas de la izquierda, como testigo de excepción, pero testigo. No protagonista. En cinco años, él será presidente de Venezuela y, por cierto, será el primer mandatario venezolano en ejercicio que visite China en toda la historia.
Corre el año 1974, comenzando la gestión del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez. Una comitiva del Congreso Nacional ha viajado a Tokio para asistir a la 61ª Asamblea Anual de la Unión Interparlamentaria Mundial. De Japón irán a Pekín por invitación del Gobierno y el parlamento chinos.
La delegación, encabezada por el doctor Gonzalo Barrios, entonces presidente del Congreso Nacional, donde Acción Democrática tenía mayoría absoluta, estaba integrada por: el diputado Carlos Canache Mata, jefe de la fracción parlamentaria de AD, a quien vemos a la izquierda de Barrios; el diputado José Rodríguez Iturbe, presidente de la Comisión de Política Exterior de la cámara de diputados; el diputado por el MAS, Rafael Guerra Ramos; el diputado por AD, Luis Esteban Rey; el diputado Eduardo Fernández, jefe de la fracción parlamentaria de Copei; Roberto Padilla Fernández, diputado por Anzoátegui; Andrés Eloy Blanco Iturbe, secretario del Senado y el senador Luis Herrera Campins. En el grupo de acompañantes se encuentran varias esposas de los congresistas: Betty Urdaneta de Herrera, Celina Rodríguez de Canache y Marisabel de Fernández, así como el médico pediatra Temístocles Martínez, quien se sumó como fotógrafo de la travesía y, tal como apuntan varios de los consultados para esta nota, «pagó sus propios gastos». «Estaba casado», dice Canache Mata, «con Sonia Bertorelli hija del gran urbanista Antonio Bertorelli, en cuya casa en Catia se realizó el primer congreso clandestino nacional del PDN, en 1939».
El pequeño camarada
Deng Xiaoping es el hombre, efectivamente, muy pequeño (en la foto se ve que no descansa los pies en el piso, sino que lo roza con la punta de los zapaticos), detrás del cual está sentado un intérprete. En ese momento tiene 70 años y, por cierto, el pelo muy negro.
Todavía no es el máximo líder de la República Popular China, cima que alcanzará en 1978 y donde permanecerá hasta su muerte, en 1997.
A él se le atribuye el viraje de China hacia la liberalización de la economía socialista, lo que permitió a ese gigante alcanzar un crecimiento económico cónsono con sus dimensiones territoriales y demográficas. Deng Xiaoping puso su nombre en la historia del siglo XX por eso y por haber prolongado el carácter autoritario del poder central en China, rasgo que se expresó con toda nitidez en la sangrienta represión de las protestas de la Plaza de Tian’anmen, en 1989.
Uno de los dirigentes más importantes del Partido Comunista durante la época de Mao Zedong, presidente del Partido Comunista Chino, Deng Xiaoping fue, sin embargo, objeto de persecución de la Revolución Cultural impulsada por Mao. Acusado de reformistas, cargo más grave que cualquier otro, Deng fue señalado de derechista y contrarrevolucionario, y segregado de la cúpula del poder, a la que regresaría tras la muerte de Mao, en 1976, con tan buen pie que terminó imponiéndose a Hua Guofeng, a quien Mao había escogido como sucesor.
En el momento de la foto, pues, Deng Xiaoping está camino a la cúspide. Todavía no sabe si la alcanzará, pero está fajado en eso. Antes de la Revolución Cultural, que se produjo en los años 60, había desempeñado una ristra de cargos muy relevantes, pero el año 68 lo encuentra retenido bajo arresto domiciliario en su casa de Pekín y, en 1969, el VIII Congreso del partido los despoja de todos sus cargos y lo mandan a la provincia de Jiangxi, donde él y su esposa son obligados a trabajar en un taller de tractores. Los atropellos fueron tan enconados que un hijo de Deng quedó parapléjico tras ser lanzado por una ventana por guardias rojos que lo acusaban de “capitalista”. En 1972 le escribió una carta a Mao en la que pedía perdón por sus «actos contrarrevolucionarios» y en 1973 se le ordenó volver a Pekín, donde regresaría a la dirección del Partido. En marzo del 73 le dieron un cargo que no se comparaba en importancia con los que había desempeñado antes de ser condenado al ostracismo, lo pusieron a encargarse de las relaciones exteriores. Por eso, fue el anfitrión de la delegación venezolana. Era la época en que en China no se movía una hoja si no lo determinaba la Banda de los Cuatro, luego arrastrada a tribunales.
Pero ahora estamos en el año 1974, faltan cuatro para que Deng Xiaping se haga con las riendas de poder y las tiemple para conducir al titán abrumado por el comunismo hacia una economía de mercado, abierta al exterior, de donde lloverían las inversiones. La frase «enriquecerse es glorioso» es de Deng Xiaoping, a quien se le concede el mérito de haber sacado de la miseria a cientos de millones de chinos y encaminar a su país a convertirse en una de las superpotencias del mundo.
En 1974, cuando nada de esto había ocurrido, la visita se estremecía cada vez que Deng Xiaoping, empedernido fumador, tomaba aire para convocar un esgarro y arrojarlo con todas sus fuerzas en la escupidera ubicada al pie de su silla. Bonito detalle el de poner otras al alcance de Gonzalo Barrios y Carlos Canache.
El viaje a China se prolongaría por unos diez días. Hospedados en una residencia oficial para invitados extranjeros, los parlamentarios venezolanos fueron llevados a ver fábricas, jardines de infancia, monumentos e incluso a una sesión de la Asamblea Popular Nacional de China. A lo largo de la agenda, Gonzalo Barrios hacía gala de su don de gentes y su buen humor. «En una de esas reuniones», recuerda Canache Mata, «uno de los oradores mencionó a Confucio, ante lo cual los chinos corearon a gritos: “Abajo Confucio”. Después, ya entre venezolanos, el doctor Barrios comentó su sorpresa ante aquella reacción diciendo que era absurdo tendiendo Confucio tenía tantos años de muerto. “Es”, dijo, “como si en Venezuela gritáramos: Abajo Prieto Figueroa”».
Herrera Campins, el discreto presidenciable
En las fotos (estas dos que publicamos aquí forman parte de un conjunto mayor) se ve a Luis Herrera Campins siempre como en segundo plano. «Ya en ese momento», explica Ramón Guillermo Aveledo, «Luis Herrera era, claramente, la figura que emergía dominante en Copei. En el 74, el partido estaba en proceso de reorganización, antes del 75, cuando sería la Convención Nacional. En ese momento, muchos queríamos que se hiciera la convención rápido para que LHC asumiera el control del partido y él aprobó la reorganización para evitar mayores conflictos, para serenar las aguas y evitar revanchas internas. El, que sabía que iba camino de ser candidato presidencial y quería el respaldo de todo el mundo, estaba trabajando por la candidatura. Y en el partido se sentía.
Lo que pasa es que en el país no se veía así, porque la inmensa popularidad del Carlos Andrés Pérez lo copaba todo, había un momento de abundancia, y nadie pensaba que íbamos a ganar en el 78. Pero él sí tenía mucha confianza».
Rafael Guerra Ramos conserva en su memoria aquel viaje. «Los chinos son sumamente protocolares», dice. «Yo estuve presente en los dos encuentros que tuvimos con Deng Xiaoping y ninguno de nosotros habló nunca. Hablaba el jefe de la delegación, que era el doctor Barrios, gran conversador y memorialista, tenía una memoria impresionante, siempre con mucha gracia. Tuvimos muy buena amistad y un trato muy frecuente. En los últimos tiempos, solía salir de mi oficina y me pasaba por la de él para compartir un café y conversar. Era muy amistoso y notablemente culto, leía mucho. Tenía una mentalidad muy liberal, muy abierta, para nada sectario. Dominaba la mordacidad y solía utilizarla no solo para sus adversarios sino para sus copartidarios».
—La cultural política venezolana en ese mundo –sigue Guerra Ramos- era del más alto nivel. La amistad personal y la amistad política, que es circunstancial, acotada por las distintas situaciones de la dinámica nacional, quedaban claramente aparte. En el hemiciclo, los debates eran fuertes, duros, apasionados, y después podíamos compartir un café y decirnos: fuiste duro, no estuviste acertado en tal cosa. O reconocer la caballerosidad del adversario. Ese es el mundo político que yo recuerdo con añoranza.
«Entre esos amigos de partidos e ideologías diferentes puedo mencionar a Eduardo Fernández, quien estaba en la comitiva que fue a China. Eduardo es uno de los pocos venezolanos que se dedicó de manera sistemática a formarse para ser Presidente de la República. No lo favoreció la suerte ni el modo de buscar esa colocación. Es una lástima para el país. Tenía y tiene con qué. Ha cometido muchos desaciertos, sobre todo en estos últimos años, debido al modo equívoco que ha utilizado para llegar a donde quiere. Los políticos no pueden ser amigos de todo el mundo. En la política no se puede andar cultivando amistades, si tú crees en algo, persiste en eso, con coherencia, con autenticidad, con honestidad. Lo lamento. Es una gran persona, lo estimo mucho».
—Luis Herrera, en cambio –sigue Guerra Ramos- lo supo hacer. Observa los dos personajes. LHC se condujo con una eficacia extraordinaria, porque, teniendo como adversario a esa sombra formidable que era Caldera, nunca lo enfrentó. Herrera Campins nunca subestimó a ese tigre, ese verdadero tigre, a esa pantera, que era Caldera. Por eso llegó al poder con el apoyo de su adversario: a Caldera no le quedó otro remedio que ayudarlo.
«Si observamos las dos figuras, el camino que escogen, vemos que LHC fue un hombre auténtico, muy honesto. De hecho, se retiró de la presidencia para seguir haciendo la vida modesta, austera, que tuvo siempre. Era un hombre apegado a la doctrina socialcristiana, la estudió, la cultivó, la practicó. Su sencillez estaba a tono con su condición de político, de servidor social; y, dentro del partido, siempre estuvo con las bases de la organización, haciendo su trabajo. No era un gran orador, era un gran trabajador. Eduardo, por su parte, siempre fue un gran mimado Un muchacho brillante, discurseador, de una gran facilidad de palabra. Era uno de los favoritos, dentro de la muchachada destacada de Copei. Ese grupo del 58 era extraordinario. Siempre se consideró como el delfín, el llamado a ocupar un lugar al que estaba predestinado. En el transcurso del tiempo, Caldera prefiere a Lorenzo Fernández, su gran amigo. El único que se le podía asomar era Herrera Campins, pero este no estaba suficientemente ranqueado en aquel momento y aceptó la escogencia, era un hombre muy joven todavía, no podía darse el lujo de adversar a Caldera.
«Años después, la situación era diferente, el pollo ya era un gallo. Cuando le llega el momento en que siente que tiene los méritos suficientes, Luis Herrera sale al ruedo a trabajar por sus aspiraciones; y Caldera, que olfateaba desde muy lejos, entendió que tenía que reservarse una segunda oportunidad. Caldera captó en el ambiente que había otro gallo, que no era vanidoso ni impulsivo. Y supo medir sus pasos. En la foto se ve la discreción de LHC, siempre al lado de Betty, nunca se le abalanzaba a las luminarias chinas o japonesas. Pero ya en ese momento estaba muy seguro de su camino al poder. Por cierto, como Deng Xiaoping, quien lo que tenía de chiquito lo tenía de seguro en sí mismo».
Milagros Socorro
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