Entrevista

Saray Figueredo: “El derecho a la vida no se negocia”

Saray Figueroa retratada por Alfredo Lasry | RMTF

02/07/2023

Lo que sigue a estas líneas es una conversación que me dejó un sabor amargo, quizás un sentimiento de rabia. Hablar con una joven de 26 años, cuya vida ha sido lo más parecido a una empinada cuesta, difícil de superar, llena de sinsabores, de malos recuerdos, de ausencia de oportunidades, de abandono por parte del Estado y, más aún, por parte de la sociedad.

Saray Figueredo* pone el dedo en la llaga. Sin duda es una víctima, pero no se victimiza. Tiene conciencia de que los peores momentos de su vida ha sacado lo mejor de sí. Su trabajo social, bajo el paraguas de Mi Convive, la ONG que preside Roberto Patiño, le ha mostrado una cara distinta a la violencia, a la opción que representa el delito y las bandas. A su hermano lo mató la policía, a los 23 años, involucrado en un secuestro, en un país donde no existe la pena de muerte.

Las razias policiales en los barrios de Caracas son ahora más siniestras. Las detonaciones que se escuchan no son de pistolas de nueve milímetros, sino de granadas y ametralladoras .50. La mano dura, o más bien, el puño de hierro contra una población, cuyo delito es ser pobre. Recientemente, en nombre de Roberto Patiño, Saray Figueredo recibió el premio Voces Democráticas. Un honor para quien hace comunidad.

Un hermano asesinado, una hermana que coqueteó con el mundo delictivo, un barrio marcado por la violencia y la presencia de bandas, ¿Cómo te afectó todo esto?

Mi niñez fue tranquila, tuvimos un padre y una madre que estuvieron allí para nosotros. Pero el enfrentamiento entre bandas era lo que se vivía en la comunidad. Para ir al liceo teníamos que pasar por la parte baja del barrio y ahí comenzaban los problemas. ¿Qué haces aquí? A mí hermano, que regresaba del liceo a la casa, lo agarraron los muchachos de la banda de abajo, le dieron unos cachazos, le rompieron la cabeza, lo insultaron. Desde ese día comenzamos a vivir lo que es la violencia directa, porque mi hermano dijo que los iba a matar y se sumó a una banda delictiva.

¿Qué edad tenía tu hermano?

14 años. No pasó mucho tiempo para que él se convirtiera en gatillero. Intercambiaba disparos con la banda de abajo. Llegó la OLP y las mal llamadas zonas de paz, mi hermano no estuvo de acuerdo con eso, por aquello de que los malandros somos malandros y los policías son policías, no podemos comunicarnos con ellos y mucho menos tener trato. Mis padres se separan y al llegar la temporada decembrina empieza el tema de los estrenos. En la banda se plantean un secuestro. ¿Vamos a ir ocho o vamos a ir seis? Mi hermano toma un cupo, porque eso funciona así. Para nosotros, como familia, fue muy angustioso vivir eso, porque él nunca había participado en un secuestro. A él lo matan a los 23 años. Era una dinámica muy difícil. De niña, tenía pesadillas. Soñaba que lo mataban y veíamos cómo él se caía a tiros con la banda de abajo desde la entrada de la casa. Yo no sabía cómo lidiar con eso. Él se alejaba, tomó una mala decisión, la más cara, porque le costó la vida. Fue muy duro para nosotros, como familia. Es un dolor que, si no lo vives, no vas a saber cómo se siente. Es algo que te quitan, algo que nunca va a estar. No puedes superar el dolor, pero aprendes a vivir con él. Ese mismo año abrimos el comedor de Alimenta la Solidaridad en nuestra comunidad.

Está la reacción de tu hermana, que empieza a coquetear con la delincuencia. Estás tú, a quien tu madre y tu abuela decían: “Saray, no agarres ese camino. Tú eres distinta”. ¿Te lo dijeron desde niña?

Mi abuela, mi mamá, siempre han estado allí para nosotros. Mira, no es por ahí, por el camino que tomaron tu hermano, tu primo, no es esa la decisión que puede cambiar tu vida. Luego empieza mi hermana y eso fue un golpe durísimo para nosotros. Yo no era tan unida a mi hermano como ella. Ellos andaban siempre juntos, en fiestas, en esto, en aquello. Y me decían, tú no puedes andar con nosotros, no te puedes tomar fotos con nosotros. Creo que fue la forma que encontraron de protegerme. Desde muy pequeña mi mundo eran las manualidades, los planes vacacionales, los trabajos de la casa. A pesar de que soy la hija del medio, siempre tuve esa responsabilidad… Si no estaba mi mamá, estaba yo. Mi primer trabajo lo tuve en cuarto grado, en un comedor comunitario. Me pagaban con una bolsa de comida que llevaba a mi casa. Cuando estudiaba sexto grado, aprendí a hacer pulseras. Las vendía. Siempre me he mantenido en esa dinámica de hacer cosas diferentes.

¿Qué pasó con tu hermana?

A ella le pegó muy duro la separación de mis padres, la muerte de mi hermano. Ella agarró la calle, no iba al liceo, se escapaba de la casa. Empezó a frecuentar las bandas. Conocía esa dinámica y cómo funcionaba. La situación fue a peor. Estalló una granada y ella estuvo ahí. Fueron tantas cosas y yo me decía: «También la van a matar». Se la pasaba en fiestas, bebiendo toda la noche. Tenía una mala actitud, una rabia contenida. No asimilaba lo que pasaba. Decía que no iba a la tumba de mi hermano, porque él no estaba ahí, pero un señor nos decía que, en las tardes, una muchacha pasaba tiempo ahí. Ella no se involucraba, no mostraba interés. Se encerró en sí misma, pero un día ayudó a mi mamá a pasar lista de los niños que almuerzan en el comedor. Un día la invité a las oficinas de esta organización y ella se interesó mucho por el trabajo con los jóvenes, a trabajar con Mi Convive y con un proyecto de educación. Se inscribió en la Universidad para estudiar Educación y esa fue su inmersión en el trabajo social. Comenzó a ver la violencia desde otro punto de vista y ahora es una líder comunitaria igual que yo. Ella es un año menor que yo. Nosotras tenemos la misma edad durante dos días, y mi hermano y yo cumplimos el mismo día.

Hablas de él como si estuviera vivo.

… Ya han pasado seis años.

En nuestros barrios son los muchachos de las bandas los que tienen poder, tienen plata, visten ropa de marca, tienen carros o motos. ¿Qué atracción ejercen sobre las mujeres?

Son ellos los que tienen el control de la zona. Muchas mujeres quieren estar con ellos o darles un hijo. Se sienten con poder. Nadie les puede faltar el respeto o decirles algo en la calle, porque ella está con alguien de la banda o el papá de su hijo es alguien de la banda. Estas relaciones comienzan muy temprano, cuando ellas inician su etapa de liceístas. Ellos no tienen que perseguirlas, no les hace falta. Ahora es al revés. Son ellas las que los persiguen a ellos.

¿Qué te dice esa realidad?

Que todo está cambiado, que en la comunidad donde yo vivo lo malo es bueno y lo bueno es malo. Los niños, por ejemplo, no juegan a ladrones y policías, porque ninguno quiere ser policía… ser el policía es malo. Trabajar con jóvenes es muy complicado. Hacerles entender que eso no está bien es muy difícil. No quiero juzgarlos por lo que son, porque todos merecemos una segunda oportunidad. No está bien que tú quieras ser la novia del chamo de una banda que, al final, es quien peor maltrata a las mujeres. Los que sólo te ofrecen vivir presa en tu mismo barrio. Todo va por allí, porque como te dije: lo bueno es malo y lo malo es bueno. Entonces, está bien que te la pases con las bandas. A veces nos preguntamos: ¿por qué las dinámicas con los jóvenes son tan difíciles? Porque esta es la novia de aquel, porque ella le coquetea a él, él mató al hermano de él, porque esta es familiar de un policía y el otro de un malandro. Esa es la vida de mi generación y la pregunta es: ¿cómo romper con esa dinámica desde la raíz? Ya basta. Mi historia no tiene que ser la historia de los otros.

Sí, pero es un aprendizaje desde el dolor.

Siempre he dicho que mi vida ha sido un reto: una y otra vez es como verme entre la espada y la pared. Yo estudié la secundaria en El Paraíso y a veces me iba a pie desde El Cementerio, porque en mi casa no había para el pasaje o me iba sin comer. Pero es precisamente de ahí que he sacado lo mejor de mí. He podido hacer un trabajo útil para mi comunidad desde Mi Convive, la organización que me formó y me dio la oportunidad de ser una mujer con otros valores.

¿Qué puede decir de las operaciones de la OLP en El Cementerio?

Lo peor que hemos vivido como comunidad ha sido el Operativo Indio Guaicaipuro. No fue como esas balaceras entre malandros y policías que terminan en un día. Fue lo peor que pudimos vivir. La comunidad sintió lo mismo: miedo, todo el mundo pensó que se iba a morir. Estar, literalmente, dentro de una guerra. Actualmente, no hay bandas como las que conocimos, ni tienen el control de todo. El tiroteo se prolongó durante la noche y el día siguiente. Ah, esto es otra cosa. Oímos explosiones de granadas y detonaciones de una ametralladora .50. Mira, ya va, esto es algo diferente, algo distinto a lo que ya estamos acostumbrados. ¿Por qué? Porque vivimos en un entorno violento, hasta el punto de que llegamos a normalizarlo. Veías a un chamo con una pistola y era parte de tu día a día. Llevaban a un muchacho a matarlo, a ajusticiarlo. Bueno, era parte de lo que nosotros vivíamos, porque había normas.

¿Escuché bien? ¿Dijiste normas?

Había (hay) cosas que podías hacer y otras que no. Si tú robabas, por ejemplo, te daban un tiro en una pierna o en una mano. Si tú violabas, te mataban. Toda conducta abusiva tenía sus códigos. Todo el mundo sabía que las bandas organizadas eran un centro de denuncias. Mira, me quitaron la bolsa del CLAP, ellos iban y solventaban el problema. Eran los jueces. ¿Quiénes son ellos para decidir si algo está bien o está mal, si son ellos los que infringen la ley? Pero en la comunidad, todo eso se normalizó. Es una dinámica totalmente loca. Mira, qué sabes: ¿acaban de matar a un muchacho? A lo que se responde con… Algo haría. Pero yo creo que el derecho a la vida no se negocia. Si aquí existiera la justicia, sería distinto. ¿No? Usted cometió un delito, un crimen, usted va preso. Pero resulta que en las cárceles los carajos tienen más poder que afuera.

Saray Figueroa retratada por Alfredo Lasry | RMTF

¿Conociste a El koki?

Sí, sí. Claro. Pero tu pregunta es como la que hacen los policías. ¿De dónde eres? De acá, de El Cementerio. ¿En qué trabajas? Nosotros hacemos trabajo social en el barrio y en la Cota (905). Entonces, ¿de verdad te interesa tanto? Yo soy de la comunidad y ellos también lo son. No hablo de El koki sino de ellos como una banda organizada. Siempre respetaron el trabajo social que hacemos. Si te movías de una localidad a otra, tenías que pedir permiso, porque ellos estaban muy bien organizados. Déjenlos pasar, ese el equipo de la muchacha. No podría decir que se metieron con nosotros.

Actualmente trabajas con jóvenes. ¿Cómo mostrarles una realidad distinta?

No es lo mismo que alguien externo, que ha tenido todas las oportunidades para ser lo que es, venga a preguntarle a un chamo de un barrio: «¿Por qué no estudias? Hazlo. ¿Por qué haces lo malo?». A que alguien de allí, que ha vivido su realidad y no tiene que contársela, porque a lo mejor es igual o más jodida que la suya, diga: «¡Chamo, tú puedes ser algo más!». Pero esas palabras tienen que venir acompañadas de una propuesta. Es por esa línea que nosotros nos hemos ido: impulsar el desarrollo integral de un joven y la incidencia positiva dentro de las comunidades. ¿Qué pasa? Todos en la comunidad quieren ser como el malandro. Yo quiero ser así, tengo dinero, tengo mujeres, tengo carro, tengo todo. La idea es mostrarle un perfil de un joven diferente. El joven que aprende un oficio, desde las iniciativas con las cuales estamos trabajando. El joven que busca satisfacer sus necesidades básicas. Apoyar en tu casa, tener dinero para tus cosas personales, salir con una novia. Cosas tan básicas como esas, pero que a veces, para nosotros, son imposibles. Al final hay esta opción. ¿Te quieres formar en panadería, en pastelería? Chévere, lo puedes hacer. ¿Te quieres formar en arbitraje de basketball? Te damos la oportunidad. Salir de las paredes, en las que a veces nos encontramos atrapados, para mostrarles otra cosa que se llama mundo, que se llama vida. Ir creciendo, haciendo redes, haciendo aliados, haciendo comunidad.

Si ves por el espejo retrovisor, ¿qué piensas del pasado? ¿Qué piensas de la violencia? ¿Y de ese mundo sin oportunidades?

Diría que voltearme y ver atrás es triste. Si pienso en la historia de mi hermano, que para mí no es solo la suya sino la de muchos jóvenes que estudiaron conmigo, muchos jóvenes del barrio, que tomaron la decisión equivocada o la única oportunidad que les ofreció el entorno de nuestras vidas, entonces volteo a verme hace seis años. ¿Qué hubiese pasado si esos jóvenes hubiesen tenido la oportunidad que yo tuve? Haber conocido el activismo social, haber tenido oportunidades para formarme, poder ser alguien hoy, porque hace seis años, yo volteo y no sé quién era yo, porque hacía cosas que no me iban a llevar a nada, como practicar karate, pero saber que mi familia no tenía dinero para pagar un kimono o el traslado a una competencia. Entonces, nunca iba a cumplir lo que siempre había soñado. Terminé la secundaria y la opción era o trabajas o estudias, pero las dos no. Levantarme a las tres de la mañana, trabajar hasta las tres de la tarde en el mercado. Era una dinámica muy demoledora para mí.

¿Quieres ir a la universidad?

Sí, voy a estudiar Derecho.

¿Para ser una justiciera?

No. Para buscar justicia.

***

*Emprendedora y activista social


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