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El gris recuerdo del Auditorio de Cerro Colorado (Universidad de Oriente, Cumaná) es digno de ser contrastado con lo que ha sido una actividad musical extraordinaria. Ahí se cantó por primera vez, el 21 de noviembre de 1964, el himno de la UDO («Acercaos juventud»); allí se estrenó, el 11 de febrero de 1966, la Suite breve para orquesta de cuerdas de Inocente Carreño, interpretada por la Orquesta de Cámara de la Asociación Musical Mozart. Asimismo, es muy probable que Luis Felipe Ramón y Rivera haya visitado la UDO en búsqueda de relevos regionales para el equipo inicial de investigadores a su cargo.
Cerro Colorado fue la tribuna donde tuvo cabida toda la demosofía musical sucrense: Luis Mariano Rivera (a quien, por iniciativa de la UDO, se le edita en 1963 un L.P. y un libro); María Rodríguez (directora de las “Comparsas Cumaná” desde 1963); su tío, el Chiguao, seudónimo de José Atanasio Rodríguez (director del grupo homónimo desde 1962), y Daniel Maíz (mandolinista que desde 1960 participa en las agrupaciones que se fueron formando en la UDO, tales como las de intérpretes de carrizos). Así como de significativos visitantes oriundos de otras zonas del país (como Soledad Bravo).
Detrás del telón, el escritor Alfredo Armas Alfonzo coordinaba a artistas y conjuntos, y a su vez armaba equipo, entre cuyos integrantes sobresalieron Elizabeth Hernández y Benito Irady. A Armas Alfonzo también se debe el acercamiento de la comunidad universitaria a la realización coral, pues es sabido que al iniciarse la UDO no existía el campus y en el marco de lo que fueron sus actos fundacionales correspondió la visita, el 29 de mayo de 1960, del Orfeón Universitario de la UCV, con Vinicio Adames a la cabeza. Una vez inaugurado el flamante auditorio en Cerro Colorado, se fundó el Orfeón Universitario “Antonio José de Sucre” (21 noviembre de 1961), dirigido por el maestro Pastor Suárez.
Desde el exterior comenzaron a llegar docentes. Así, en 1964 se presenta en el salón de ensayos de la coral el licenciado Humberto Sagredo Araya (Santiago de Chile, 1931-Caracas, 1998), quien venía haciendo una ascendente carrera en su país. Sagredo había sido miembro de la Facultad de Artes Musicales de la Universidad Católica de Chile, donde dirigió el coro del Instituto de Educación Física, y tuvo una importante participación en el Primer Congreso de Directores de Chile, justamente el año en que arriba a Venezuela.
Mariano Díaz (diseñador gráfico de origen chileno e investigador de artesanía local de la UDO –caso similar al del fotógrafo Rafael Salvatore de la Unidad de Recopilación y Difusión de Folklore de la misma universidad) había sido su contacto para el ingreso en Venezuela. Díaz lo invita a trabajar, junto con Pastor Suárez, en la dirección del Orfeón Universitario “Antonio José de Sucre”.
Sagredo trae profundos conocimientos de pedagogía musical y el deseo de imponer ciertas estrategias en la organización coral. La edad de los estudiantes –opina– es la más apropiada para fijar y vigorizar valores que se correspondan con una estilización modernizadora de la música venezolana, lo cual le permite proyectar el estilo coral católico en un contexto donde existían, por un lado, un culto por lo “telúrico” y, por el otro, un deseo de renovación universitaria.
En su proyecto coral es probable que hayan influido, desde Argentina, las producciones del músico Ariel Ramírez. Lo cual constituye una prueba de los signos que marcaban los nuevos tiempos para ingresar en el boom de las misas latinoamericanas, tras concluir el Concilio Ecuménico Vaticano II el 8 de diciembre de 1965. Así, el maestro Sagredo Araya se hizo partícipe de ese movimiento –cuando aún no había concluido el debate teológico del CEV II– componiendo una misa criolla o popular, la primera obra en su género escrita en Venezuela.
Para los jóvenes del Orfeón Universitario “Antonio José de Sucre”, la Misa criolla venezolana (1965) fue la nota cristalina en sus gargantas que dio a conocer al maestro chileno como un apóstol musical. La pieza se estrenó el 6 de junio de 1966 –día de san Marcelino Champagnat– en el Auditorio General de Cerro Colorado.
El estreno de la Misa se hizo de modo secular. Sin embargo, resulta paradójico el hecho de que el mismo día cuando tocaba presentarse se estuviese creando la Comisión Episcopal de Liturgia, Arte y Música con la «necesidad de unificar las ceremonias religiosas» (Revista Sic, 1966).
Apenas estrenada la obra, la crítica, en general, fue elogiosa:
La Misa criolla venezolana, así como suena, tiene olor a parranda, a joropo, a merengue, a valse. Y esta feliz mezcla del Profesor Humberto Sagredo, le resultó tan elevada como para complacer el gusto de los “sabelotodos”, y tan pegajosa como para llegar a la sensibilidad del público que aquella noche plenó [sic] el Auditorio de la Universidad. (Revista Oriente, 1966)
En esa ocasión, el Orfeón Universitario “Antonio José de Sucre” actuó acompañado por los cultores de la UDO Daniel Maíz, José Atanasio Rodríguez, Ildemaro Luna, la pianista Dorothy Lockwood, y los percusionistas Rosario Cambria, Víctor Salazar y Rubén Rincones.
La Misa se interpretó en Caracas en el IV Encuentro Latinoamericano del Movimiento Familiar Cristiano en el Palacio de las Industrias, entre el 4 y el 9 de septiembre de 1966. Ese evento fue presidido por el presidente Raúl Leoni y sirvió de marco para articular una Confederación Internacional de Movimientos Cristianos. Como parte de este interés hubo un preámbulo al acto en el que las misas criollas latinoamericanas disputaron un concurso de composición y luego fueron interpretadas en un portentoso y agradable clima público. Allí estuvo Eduardo Plaza (quien recibió el premio a la mejor obra por su Misa venezolana) junto con Inocente Carreño, Nelly Mele Lara y Humberto Sagredo, los cuatro compositores que escribieron las primeras misas criollas compuestas en el país. La Misa de Sagredo Araya se presentó en la sede de Pro-Venezuela el 26 de agosto de 1966, día de Santa Teresa de Jesús (Boletín interamericano de música, 1966).
Dos cosas derivaron de este encuentro: primero, Sagredo Araya aprovechará su permanencia en Caracas para registrar la Misa en SACVEN, el 7 de septiembre de 1966. Segundo, una vez finalizado el evento, el 9 de septiembre, todos los intérpretes musicales de la UDO se trasladan en bus –incluido el Orfeón Universitario “Antonio José de Sucre”– a los Andes merideños, para actuar en la segunda edición de la Semana de Mérida (entre el 10 y el 18 de septiembre de 1966).
La presentación en Mérida –se carece de datos para confirmarlo– habría sido el día de la festividad correspondiente al 12 de septiembre –una misa de campaña–, en la última parada del teleférico que se dirige hacia el Pico Espejo. Cerca de ese lugar, el año anterior había ocurrido la develación de la estatua en mármol de Nuestra Señora de las Nieves –prueba de advocación mariana criolla–, como un monumento para honrar la memoria de Don Tulio Febres Cordero gracias a la intervención directa del Club Andino Venezolano ante el gobierno nacional y el gesto del Dr. Rafael Caldera en apoyarlo. La interpretación de la Misa fue criticada desde Buenos Aires en la revista Confirmado, dirigida por Jacobo Timerman, del 10 de noviembre de 1966:
El singular éxito hace dos años, en la Argentina, por la Misa Criolla, de Ariel Ramírez, promovió intentos semejantes en otros países latinoamericanos; la versión chilena no es una de las peores, pero tampoco se acerca en calidad a su modelo original. En Caracas el compositor Humberto Sagredo –oriundo de Chile–, parece haber logrado algo mejor, dentro de una línea imitativa. Sagredo orquestó su misa con la heterodoxa combinación de “cuatros” –instrumento típico de Venezuela–, mandolinas, arpa y maracas. Para la grabación de su misa escogió una docena de pescadores —quizás haya tenido en cuenta a los primeros discípulos de Jesús que, no obstante su absoluto analfabetismo, se llevaron muy bien, en el uso de los instrumentos locales. Su colega Rafael Sisquier sostuvo que introducir instrumentos de percusión, entre los de cuerda, y eliminar el órgano, era contraproducente e inadecuado para el ceremonial. Por su parte, al obispo de Trujillo, monseñor José León Rojas, le encantó la Misa criolla de Sagredo y la hizo interpretar mientras oficiaba en Pico Espejo, a 4 mil metros de altura. Pero pidió a los diarios que no dijeran de qué misa se trataba.
La reseña de Confirmado culmina: «Por ahora la autoridad Eclesiástica no prohibió la Misa criolla, pero sí el empleo del “cuatro”, las mandolinas, las maracas y el arpa, con lo que la obra quedó reducida a términos muy tradicionales». De esto último era de lo que seguramente se tomaba nota en la Comisión Episcopal de Liturgia, Arte y Música. Pero cabe recordar que el ilustrísimo José León Rojas Chaparro –hombre de diarios– había servido antes a Juan XXIII en el país y se supone que para ese momento no quiso prejuiciar su labor para la acción católica.
Quizás pudiéramos pensar que su discrepancia se basó en que debía ajustarse a las directrices del Ministerio de Educación de aquel momento, respecto a la enseñanza de las danzas tradicionales más allá de la región a la que pertenezcan. Por ejemplo, qué necesidad había de enseñar a los niños andinos “Los chimichimitos” si esta es una manifestación propia de la isla de Margarita. De igual modo, destaca el peso de lo folklórico a la hora de hacer inteligible una misa criolla (o popular) en el gentilicio de otras regiones del país. De ahí el posible debate que la Iglesia mantuviera en relación con esto. Pero ya esto formaba parte del «catolicismo multifacético» (según expresión de Angelina Pollak Eltz) y era un signo de su carácter ecuménico: el hecho de que se haya presentado una Misa –escrita y adaptada al medio oriental– para ser oficiada en un lugar tan distinto y especialísimo como el Pico Espejo, en Mérida.
Vince De Benedittis
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