Recordando a Cal Ripken Jr, el béisbol seguirá

Fotografía de Stephen Jaffe | AFP

01/03/2020
«Babe Ruth está muerto y enterrado en Baltimore, pero el béisbol es más grande y está mejor que nunca».

Sparky Anderson

A los escándalos ocurridos en el béisbol siempre le ha salido una historia superior que lo reconcilia con los fanáticos. Después de la huelga fue el «Hombre de Hierro».

Cal Ripken Jr., sin lugar a dudas, es el más emblemático de las brillantes estrellas de los Orioles de Baltimore. Después están Brooks Robinson, Frank Robinson, Jim Palmer, Earl Weaver, Eddie Murray, y todos los demás.

Llegó en 1981 a una de las ediciones de la franquicia más exitosas de los oropéndolas. En 1982 sorprendió con su actuación de veintiocho jonrones y noventa y tres carreras empujadas, lo que le valió ganar el premio al Novato del Año. Era un solvente campocorto y además podía batear.

Cuando inició la increíble racha el 30 de mayo 1982, nadie imaginó que comenzaba una cadena que llegaría hasta el 20 de septiembre de 1998, cuando su nombre no apareció en la alineación después de dos mil seiscientos treinta y dos juegos seguidos.

En 1983, los Orioles llegaron a la Serie Mundial y le ganaron en cinco juegos a los Filis de Filadelfia de Baudilio Díaz y sus compañeros Pete Rose , Tany Pérez y Joe Morgan, piezas que fueron clave en el engranaje de la Gran Maquinaria Roja de Cincinnati, en ese momento cuáqueros, y también Mike Schmidt, uno de los mejores antesalistas del béisbol, exaltado al Salón de la Fama.

Se decía que la serie sería pareja, pero el pitcheo de Baltimore fue superior y sus bates los más oportunos.

Jim Palmer era ya un pitcher veterano, una leyenda que seguía tirando strikes. También estaban Mike Flanagan, Mike Bodicker y Storm Davies, Scout McGreggor, Sammy Stewart y Tippy Martínez como parte del cuerpo de lanzadores.

Tenían al catcher Rick Dempsey, ganador del Más Valioso de la Serie, conocido por la afición caraquista, ya que a mediados de los setenta estuvo en Venezuela con los Leones.

Completaban aquella nómina, Jim Dyer, John Lowenstein y otro joven que ya había iniciado su recorrido a la inmortalidad: Eddie Murray, quien conectó dos jonrones en el quinto y último juego del Clásico de Octubre.

Ripken llegaba a un equipo de abolengo, en esa pradera corta estuvo otro shortstop que en 1984 se convirtió en inmortal, Luis Ernesto Aparicio Montiel.

Superó el reto y pronto se convirtió en el pelotero franquicia y el récord, sin aspavientos, iba avanzando mientras él se lucía en el campo corto y bateaba.

Sumado a sus tres mil ciento ochenta y cuatro hits y cuatrocientos treinta y un jonrones, exhibía una defensa por encima del promedio. Con Omar Vizquel comparte el récord de menos errores en una campaña, con tres, ganó dos Guantes Oro, 1991 y 1992, después siguió la hegemonía por nueve años al hilo del torpedero caraqueño.

Cal Ripken Jr. jugó la mayor parte de su carrera en el shortstop, en las últimas campañas defendió la antesala y pertenece al selecto club de quienes han bateado tres mil hits, y con un récord que parece irrompible como el de los juegos consecutivos, pero eso no es todo.

En 1994, luego de pasar media temporada en un pleito entre los propietarios de los equipos y el sindicato de los jugadores de béisbol que dirigía Don Fehr, el 13 de agosto se anunció que al no llegar a un acuerdo en el tema del tope salarial, los peloteros habían decidido hacer una huelga.

Fueron días tristes para el béisbol. Era duro aceptar aquella parálisis. Los jugadores pasaron a ser los villanos que nos dejaron sin béisbol, esa era la impresión de muchos fanáticos. Al año siguiente, cuando volvieron a los estadios, les dieron la bienvenida a los huelguistas lanzándoles monedas, billetes, abucheándolos, llevando todo tipo de letreros para hacerles saber el disgusto.

“Es nuestro juego” decían algunas pancartas, aunque la mayoría era más directa: “AVAROS”.

A veces olvidamos que el béisbol es también un negocio, y es así desde la primera vez que alguien pagó por una entrada para ir a ver un juego.

Cuando comenzó la temporada de 1995, la seguidilla que hasta entonces conocían los fanáticos de Baltimore y los más interesados, se convirtió en la noticia, Cal Ripken Jr. se disponía a dejar atrás el impresionante récord del “Iron Horse”, Lou Gehrig.

Durante toda esa temporada los estadios donde jugaban los Orioles se llenaban de aficionados, querían verlo avanzar hacia la ansiada marca que parecía imposible de alcanzar y romper.

El 6 de septiembre los ojos de todos estaban en el moderno Oriole Park at Camden Yard, cuando el récord de Gehrig quedó atrás.

Cal Ripken Jr. se elevó a una dimensión heroica que le hizo mucho bien al béisbol en aquellos días, posteriores a la huelga.

“Gracias por salvar el béisbol”, decía en una pancarta esa noche.

Se mantuvo tres temporadas más en la alineación de los Orioles, todos los días, con golpes, dolores musculares, de cabeza, cuello, gastritis, cualquier malestar era poco, nada lo desanimaba para entrar al campo.

Después de cortar la racha de juegos consecutivos aquel domingo 20 de septiembre de 1998, confesó que fue aburrido estar en el banco, pero quería sentarse por decisión propia y no por una lesión.

En su primera postulación ingresó al Salón de la Fama con el noventa y ocho por ciento de los votos.

Es un hombre afable que siempre entendió que debía ser gentil con los fanáticos, dedicaba horas a firmar autógrafos, en días de Entrenamiento de Primavera y en temporada regular.

Tuvo siempre tuvo una sensibilidad especial con los más pequeños, de hecho escribió un libro de cuentos que editó la compañía Disney y tiene una escuela manejada por su fundación, para desarrollar talentos en Maryland, donde es un héroe.

En esta temporada 2020 veremos a los jóvenes estrellas que continúan en ascenso y otros consagrados que pueden alcanzar números mitológicos.

El béisbol seguirá.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo