Perspectivas

Rafael Cadenas: noventa años

08/04/2020

Rafael Cadenas retratado por Roberto Mata

Una tarde de los ochenta, antes del inicio de clase, me colé en su cubículo para solicitarle me autografiara Memorial. Lo encontré recostado del marco de la puerta –el sol inutilizaba el pequeño espacio– hojeando un libro. Balbuceé a qué venía. Preguntó mi nombre y eso fue todo. Con los años descubrí su renuencia a despachar firmas de buenas a primera, de modo que en aquella ocasión el desconocido melenudo pudo sacarle un rápido trazo sin mucho trámite.

Solía verlo hurgando libros en los tarantines del pasillo de ingeniería, en alguna feria y, una vez, en la taquilla de un Banco. Siempre solo y ensimismado, la mirada fija en las cosas, como haciéndose uno con ellas.

En los días cuando hice la carrera, Rafael Cadenas ya era una ineludible personalidad literaria no solo en la Escuela de Letras, sino en el ámbito de eso que suele llamarse «la Cultura»; un intelectual que desde la década del sesenta venía construyendo una sólida obra en poesía, ensayo y traducción, y que con callada actitud modelaba comportamientos artísticos, civiles y éticos.

Hoy, cuando completa noventa años de vida, su nombre y sus títulos son parte del legado estético de la literatura occidental, una extensa y paciente labor que ha sido reconocida con galardones tan importantes como el Premio Federico García Lorca 2015 y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2018.

Una de las formas de rendir tributo a quien se ha dedicado a la creación y al pensamiento con la disciplina de un asceta, y que arriba a esta maravillosa edad alerta, lúcido y activo en medio de la generalizada incertidumbre que vapulea al país y al mundo –pero sobre todo al país por complicaciones sociales y políticas obvias–, es recordar algunos de sus pormenores vitales y de su poética.

Como se sabe, Cadenas escribe sus primeros versos en su natal Barquisimeto: en plena adolescencia publica Cantos iniciales (1946), un breve conjunto que el poeta, hasta ahora, se ha negado a reeditar. Ya en Caracas culmina La isla (1958), el primer título con el que autor se sentirá un poco más a gusto, pese a que nunca lo entrega a la imprenta. Luis Miguel Isava incorpora fragmentos de este segundo compendio en la antología que prepara en 1991 para Monte Ávila Editores.

No obstante, será Los cuadernos del destierro (1960) el libro con el cual Cadenas entra con solvencia en la historia de la literatura y que la crítica ha valorado como “un texto crucial para comprender el proceso de renovación de la lírica venezolana a partir de los años sesenta”, en palabras de Javier Lasarte Valcárcel. Se trata de un largo poema escrito en un exuberante lenguaje en el que el yo poético sufre variadas metamorfosis resultado de un proceso de decantado del alma, digamos, producto de una incisiva exploración de recurrentes módulos temáticos que, basados en experiencias autobiográficas, constituirán parte señera de la búsqueda que, andando el tiempo, el poeta llevará a límites extremos en otras entregas de su labor.

El título del poemario obedece a circunstancias específicas sutilmente diluidas y sirve como recordatorio simbólico de una etapa de la vida pública venezolana: se recordará que Cadenas, perseguido por sus actividades contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, fue obligado al destierro para salvaguardar su vida, no sin antes pasar una temporada en el infierno de la cárcel. Se refugia en Trinidad entre 1952 y 1956 (de esa misma etapa, valga señalarlo, surgen los textos de La isla); el paso por aquellas costas dejará huella permanente en su trabajo. Esta actitud de participación directa en los procesos políticos de Venezuela volverá a mover su sensibilidad artística en los tortuosos años de la llamada revolución bolivariana: Cadenas se ha convertido en una de las voces cuestionadoras, dentro y fuera del país, del “socialismo del siglo XXI”, ese embeleco alucinante que nos precipitó a este desvarío colectivo que padecemos desde hace más de dos décadas.

No olvidemos, asimismo, que Los cuadernos del destierro fue publicado con pie editorial de Tabla Redonda, célebre grupo de los sesenta al que se integró el poeta y en donde compartiría protagonismo con Jesús Sanoja Hernández –líder del empeño–, con su entrañable amigo el historiador Manuel Caballero y con otros escritores (Ángel Eduardo Acevedo, Arnaldo Acosta Bello, Oswaldo Barreto, José Barroeta, Jesús Enrique Guédez, Darío Lancini); lo cual revela el espíritu gregario de quien en ocasiones ha sido considerado, de manera equívoca, como un sujeto alejado de las cosas diarias y factuales.

El segundo poemario de Rafael Cadenas, Falsas maniobras, acto decisivo de una voz en adelante ineludible, aparece en 1966. Este volumen condensa, junto con Los cuadernos del destierro, la “elisión progresiva del yo hablante y una exaltación del paisaje, hasta volverlo organismo vivo (…) [U]na poesía que recoge los mejores hallazgos de las vanguardias continentales, alimentadas (…) por (…) influencias europeas de las que se hacen eco los grupos literarios (…) de los años sesenta”, como anotan los compiladores de la antología Rasgos comunes (2019). A partir de este libro, Cadenas insiste en su despojamiento de la voz lírica al punto de convertirla en una descarnada figura que no espera nada y que sabe que quizá sea el fracaso la noción que alimenta la esencia de la vida, una sabiduría que el poeta absorbe de sus lecturas de textos orientales vinculadas con el budismo zen y, asimismo, con el pensamiento de los místicos cristianos (de este último influjo se deriva su ensayo sobre San Juan de la Cruz). De modo pues que sus poemarios siguientes: Memorial e Intemperie (1977), Amante (1987), Gestiones (1992), entre otros, constituyen la puesta en escena de una operación de desenmascaramiento que incorpora nuevos motivos a la pesquisa estética (la intimidad, el amor, el tráfago cotidiano), pero sin desviarse de la nítida senda de abandono de las máscaras con las que fingimos ser otros.

Hay otra dimensión importante en la obra de Rafael Cadenas: la ensayística. Aquí también el poeta ha ido produciendo títulos ejemplares: Literatura y vida (1972), Realidad y literatura (1979), Anotaciones (1983), En torno al lenguaje (1984), Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística (1995)… en los que su preocupación por la palabra y su incidencia en el mundo a través de la creatividad literaria informan sobre la potencia del decir bien escrito y de las tremendas responsabilidades de lo dicho. Así, sus ensayos integran un ala complementaria de su poética y muestran la inquebrantable necesidad de quien ha cifrado su vida en el canto y la reflexión, en el verso mercurial, en el filoso discurrir de sus argumentos.

La orfebrería de la palabra se vacía, además, en su oficio de traductor. A Rafael Cadenas debemos magistrales traslaciones al español de piezas de Víctor Segalen, Robert Graves, D. H. Lawrence, Tadeusz Rózewicz, Walt Whitman y varios otros. Esta dimensión de sus tareas a veces se olvida en virtud del impacto de sus propios poemas y ensayos.

Poesía y vida. Saber y esperanza. De aquel jovencito barquisimetano que dio a la estampa su primer libro, como gustaban decir las gentes por esos años, aún quedan los gestos, la curiosidad y la vocación que el maestro pone cada vez que pregunta o comenta –a sus noventa años– en la primera fila de cualquier evento en El Buscón, en La Poeteca, en el Aula 201 de su Escuela de Letras, si leímos tal o cual libro, si recordamos el significado de “libertad”, “civismo” o “amor”, si somos capaces de comprender que bien vale una existencia vivida a plenitud por sobre todo y contra todo.

En las nueve décadas transitadas por el ciudadano Rafael Cadenas, el poeta se desdobla en la biografía de sus libros, como dice Paz de Pessoa, pero más aún en la entereza de una personalidad que continúa resistiendo, con la sabia bondad de sus palabras, las asperezas de un mundo díscolo y con frecuencia primitivo.

Sin duda, es un privilegio coincidir con él en estos tiempos oscuros. Su voz aclara los días y nos obliga a seguir su ejemplar tesitura.

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Referencias

Lasarte Valcárcel, Javier. “Los cuadernos del destierro”. En Diccionario enciclopédico de las letras de América Latina. Tomo A-E. Caracas, Biblioteca Ayacucho / Monte Ávila Editores, 1995, pp. 1293-1294.

López Ortega, Antonio, Miguel Gomes y Gina Saraceni (selección, prólogo y notas). Rasgos comunes. Antología de la poesía venezolana del siglo XX. Valencia (España), Editorial Pre-Textos, 2019.


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