Perspectivas

Pita, Pacheco

18/02/2021

A Rebeca Pellico Tusell,

que siempre me canta: “Como me pagas, te pago…”

Su primer conjunto profesional fue una charanga: cantante, flauta, piano, contrabajo, violines, güiro, conga y timbales. Allí dirigía y, además, tocaba el pífano. Grabó al menos cinco exitosos elepés hasta cuando un impasse con el dueño de la disquera –Alegre Records– lo hace buscar otros rumbos. No hay que engañarse: por aquellos años las Charangas también declinaban. De modo que redimensiona con astucia el estándar de su próxima agrupación, la bautiza «El Nuevo Tumbao» y funda el sello Fania. En adelante, se desempeñará como arreglista y director del All Star que cambiaría la historia de la música popular de base cubana al imponer la denominación genérica de «salsa»: una mixtura de sonidos y ritmos que de inmediato se derrama por la cuenca del Caribe y, en menos de una década, por todos los continentes.

Cualquier salsero puntilloso sabe la historia: en 1964 Pacheco convence a Jerry Masucci –un ex policía graduado en derecho– de crear una casa discográfica para grabar guarachas, sones o guaguancós remasterizados, si cabe el término, con atrevidas ideas; todo lo que pudiera bailarse en los clubes latinos o en los descampados del Harlem hispano. Ganado por la idea, el gringo de ascendencia italiana pone el dinero; el dominicano, su talento para armonizar y hacer entrar en clave las ejecuciones de una variopinta cuadrilla de puertorriqueños, irlandeses, mexicanos atraídos por la peculiar sonoridad que desde la época de las grandes orquestas de Machito o Tito Rodríguez amenizaba ciertas zonas de la más populosa urbe de la costa este norteamericana.

El primer disco impreso por Fania Records, Cañonazo, muestra a Johnny detrás de una timbaleta, como si con ese gesto quisiera borrar su pasado de flautista charanguero. Se le anuncia como «El gran Pacheco», en tanto que en el ángulo más bajo del lado derecho de la carátula leemos: «Canta: Pete Rodríguez», quien todavía no era “conde” ni acaso compadre del dominicano.

Se sabe también que ese trabajo pionero de la empresa lo colocaba –tienda por tienda– el propio copropietario: decenas de copias recorrían Nueva York desde el maletero de su carro, en largos circuitos de varias horas. A veces Jerry echaba una mano quizá evitando que Johnny se desalentara; pero a Pacheco nada lo detenía: su convencimiento de que ese era el camino para estructurar una maquinaria en la que su música se difundiera con solidez y constancia disipaba toda duda.

Los años le dieron la razón. Con Pete “El Conde” Rodríguez arma una dupla “perfecta” que dejaría atrás sus viejos esquemas de charanga para dar paso a un formato moderno de mayor funcionalidad, con modulaciones cubanas y de otras áreas de las Antillas: un pequeño conjunto de alta solvencia apoyado en dos trompetas, ritmo (bongó y tumbadora ―sin timbales), bajo y piano, y en la potencia melodiosa de un cantante. (Una variante de lo que Eddie Palmieri venía haciendo con su orquesta –el otro itinerario, digamos, de la naciente salsa–, en la que la coloratura de los trombones instauró el reino del “sonido gordo”, para usar una frase común entre los ejecutantes del género.) Todavía hoy, las piezas «Sonero», «Dulce con dulce», «Los compadres» –entre otras–, interpretadas por “El Conde” Rodríguez con la banda de Pacheco, forman parte significativa del repertorio de canciones latinoamericanas. Así, el tándem Pacheco-Rodríguez resultó una de las primigenias y legendarias uniones exitosas de Fania Records, o de la Fania –a secas–, como gustan decir los melómanos.

En octubre de 1968, el dinámico e inteligente Pacheco reúne en el club Ret Garter –sito en Greenwich Village, lado oeste de Manhattan– a los líderes de los grupos contratados por su sello y ofrece el primer concierto de las Estrellas de Fania (una estrategia que Johnny copiaba de Alegro). El performance se imprime y edita en dos álbumes de escasas ventas, pero que da inicio a un movimiento musical de vastas repercusiones en el que Pacheco tuvo rol importante.

A principios de los setenta Fania Records copaba el mercado neoyorquino de música “latina” (ya con plenitud denominada «salsa») y el de unos cuantos países: Colombia, Puerto Rico, República Dominicana, Venezuela. Los vinilos con el nombre de la compañía en una etiqueta cuyo logo llegó a hacerse proverbial –fondo nuboso en tenues colores rosa, verde, ocre y morado– sumaban unidades en los inventarios de los salsómanos: orquestas y solistas, letras y descargas, experimentos y versiones. Un boom atizado tras bambalinas por Pacheco, quien supo calibrar las capacidades de los ejecutantes y de esa manera hacerles arreglos o escribirles números que se ajustaban a sus tesituras, timbres e idiosincrasias.

Sin la mano de Johnny, por ejemplo, tal vez el acomodo de Celia Cruz a los tiempos que exigía el negocio –una guarachera formada en la tradición de las Sonoras (como la Matancera)– se hubiese dificultado. En 1974 Pacheco y Cruz se juntan en Celia y Johnny, el trabajo que abrió camino a aquel binomio de sobresaliente factura. Quién no recuerda «Químbara» o «Lo tuyo es mental», pistas que integran ese long play. Con el trascurso de los años la simbiosis entre la habanera y el santiaguero quisqueyano produce “Cúcala”, “Oriza eh”, “Tres días de carnaval”, “La sopa en botella”, “El bajío”; clásicos del género, es decir, material imprescindible en cualquier fiesta donde la salsa estimule el baile.

Lo mismo hizo Johnny con otro prodigioso cantante cubano: el matancero Justo Betancourt (a quien combina también con Celia y el pianista puertorriqueño Papo Lucca –casi imberbe para la fecha– en el memorable Celia, Johnny, Justo & Papo / Recordando el ayer). Y es que Pacheco –como Willie Colón– tenía la destreza de convertir en éxito cualquier letra en apariencia disparatada gracias al sortilegio de sus instrumentaciones, al manejo de los coros y el mambo (pasajes de lucimiento de metales y/o percusión), y a la precisa escogencia del solista que modularía las estrofas. Qué, si no, es «Acuyuyé», «El faisán» (pista que inmortalizó a Héctor Casanova) o una de las más legendarias canciones de Héctor Lavoe: «Mi gente», escrita y arreglada por Pacheco en 1973 a propósito del concierto que Fania All Star diera en el Coliseo Roberto Clemente, de Puerto Rico, y luego incorporada en La voz, el primer álbum del “Jibarito o Flaco de oro” como intérprete de su propio conjunto. Por cierto, fue Johnny quien puso en contacto a Lavoe con Willie Colón en 1966, después de haberlo escuchado cantar con la banda del timbalero Francisco Bastar Kako. El oído de Pacheco nunca fallaba.

Johnny vino muchas veces a Venezuela con la Estrellas de Fania y con su Tumbao. Hay varios videos que lo captan dirigiendo el All Star en Caracas o en presentaciones donde “El Conde”, Casanova o Justo Betancourt sonean aquello de “Pita, Pacheco; pita, Pacheco”, estribillo popularizado en el número «Corso y montuno». No obstante quiero cerrar con dos referencias: en 1978 Dimensión Latina edita el álbum …Tremenda dimensión! en el que interviene Pacheco, lo cual se evidencia en el típico sonido neoyorquino que impregna los arreglos de Marthy Sheller, Luis “Perico” Ortiz y Luis Cruz. La voz de Johnny –y la de Rubén Blades, Ismael Quintana y Néstor Sánchez– caracteriza los coros. (En el mismo trabajo participan el bajista Andy González y Sonny Bravo en el piano.)

El otro recuerdo ocurrió en la gala por los treinta años de vida artística de Oscar D’ León en la Sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño, en junio de 2001. Hacia la mitad del concierto, Pacheco, de cabello blanco e impecable traje, sale al escenario. Un mohín electrizante recorre el aforo. Durante varios minutos los aplausos estremecen el coso. Ovacionado, el maestro marca el arranque de «La esencia del guaguancó» y la voz de todos, junto con la de Oscar, corea: “Escuche usted…”

Y escuchamos.

Y entendemos que Johnny continúa vivo.


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