Paola Bautista de Alemán retratada por Andrés Kerese | RMTF
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Buena parte de los fines de semana, Paola Bautista de Alemán* los pasa en distintas localidades del país, fortaleciendo la formación política de los jóvenes venezolanos. Por distintas razones, su trabajo se ha convertido en un auténtico desafío. Y más en un momento en el que el apaciguamiento ha dado cabida a la frustración. Si en el camino las fuerzas opositoras se quieren convertir en una opción real de poder, deberían transitar hacia el rescate de la representatividad, como un paso previo para participar en la lucha política y construir la esperanza. Una dosis de realismo, la organización eficaz en todo el país y un discurso combativo, pueden abrir la ventana de oportunidad para el reencuentro con la democracia.
¿Cómo caracterizaría el momento que estamos viviendo?
Quizás es el más difícil de los últimos 23 años, porque es el momento de la consolidación autocrática. Es decir, es el momento en que la dictadura se ha fortalecido, es más estable y tienen mayor poder de dominación. No solamente en el ámbito político, sino en el corazón de la sociedad. Hasta 2019, la sociedad venezolana manifestó, por distintas vías, un compromiso con la lucha democrática y en el momento pendular de los flujos y reflujos, había un reducto de representatividad. La sociedad, digámoslo así, se veía representada en los partidos políticos. Y a su vez, los partidos políticos estaban sujetos a una dinámica electoral que era frenética, porque todos los años había elecciones, lo que por cierto no es normal en una democracia. Pero cuando la dictadura secuestra los mecanismos electorales, desmonta el engranaje entre los partidos políticos y entre estos y la sociedad. Eso genera desencuentros políticos, no pocos fracasos, y una fatiga en la sociedad. Cansancio lo llamó con toda razón Ana Teresa Torres. En este momento, cuando la dictadura llega a la mayoría de edad, por ejemplo, disminuye la disposición de la sociedad a luchar en contra de la injusticia o por sus derechos, o la necesidad que tienen los ciudadanos de movilizarse por los asuntos públicos. La pobreza, además, nos obliga a todos, a unos más y a otros menos, a sobrevivir.
Absolutamente, la pobreza programada ha sido la gran aliada de este gobierno.
Nosotros, en Venezuela, tenemos 95 por ciento de pobreza crítica y 5 por ciento de gente que vive muy bien, pero cuando te digo bien… es realmente bien. Entonces, el 5 por ciento de los venezolanos está pensando en cómo hacer dinero y pasarla bien y el 95 por ciento está viendo cómo sobrevivir y salir adelante con lo que hay. El gran triunfo del modelo autocrático ha sido la pérdida del bien común —la idea de que todos los venezolanos tenemos el compromiso de trabajar por una sociedad más justa, más próspera—, así como la pérdida de los canales de participación que, a lo largo de nuestra historia, han sido los partidos políticos. Después de 23 años, pareciera que somos testigos de esa consolidación autocrática, que afecta la vida política, precisamente, por la crisis de representación de los partidos políticos.
¿No es este, paradójicamente, el momento en que los partidos políticos deberían reconectarse con la sociedad venezolana? El resultado de las elecciones del 21-N es realmente esclarecedor. Por una parte, el chavismo obtuvo el peor resultado electoral de su historia, pero ganó. Para la oposición, en cambio, el resultado confirmó la pérdida de su base electoral: los más de 6 millones de venezolanos que se fueron del país, de acuerdo a cifras de ACNUR. ¿Los partidos políticos están pesando en reconstruir esas bases de sustentabilidad?
El 21-N quedó en evidencia y cristalizó lo que es la crisis de la representación política, además de los problemas de articulación y lo difuso del escenario político. Yo creo que los partidos han tomado conciencia de esa realidad. Al menos en Primero Justicia, del que puedo hablar con más propiedad. Puertas afuera, hay conciencia de reconocer esas realidades y, puertas adentro, la necesidad de crear instancias eficaces de representatividad. Pero no lo podemos hacer mediante un acto de voluntarismo, entre otras cosas, porque tal cosa es muy compleja en la cotidianidad y en la vida política. Y más aún en entornos no democráticos, donde esas instancias están cooptadas por la dictadura. Yo escucho poca radio, porque lo que hay no me atrae, pero una mañana oí que alguien dijo: vamos a entrevistar a gente de la oposición. Y, la verdad, es que tan opositores no eran. En un entorno de censura, de autocensura, de limitaciones económicas graves, por no hablar de los riesgos que se corren en Venezuela cuando haces verdadera oposición, es muy difícil crear esas instancias de representación. Parte de la tarea de los partidos políticos es adaptarse a este entorno confuso, a la realidad que describí anteriormente.
Los seguidores del proyecto político de Chávez y la dictadura tienen plena conciencia de este momento, hasta el punto de que el gobierno se desentendió de la inexistencia de los servicios básicos. Allá, donde los privados vean una oportunidad de negocios, que la exploten a su real saber y entender. ¿Esto no merece un debate?
Los debates sólo se dan en democracia.
¿Los asuntos públicos no son del interés de la oposición? Yo creo que deberían hacer el planteamiento y debatir. Hasta donde creo, esa posibilidad sigue abierta.
Sí. Creo que es necesario. Lamentablemente hay experiencias en el país que no han tenido la visibilidad que merecen. Una de ellas es la alcaldía de Maracaibo. En 100 días de gestión, Rafael Ramírez, ha logrado cambios sustanciales y lo ha hecho con capital humano, porque dinero no tiene. Quizás el silencio sea la consecuencia de la frustración en la que se encuentra la política, precisamente, no entrarle a esos temas. Ortega y Gasset, en su ensayo España Invertebrada (escrito justo antes de la guerra civil española) decía: “La verdad es que si para los políticos no existe el resto de país, para el resto del país existen mucho menos los políticos”. Yo creo que esa frase señala, para uno y para otros, una gran despreocupación y retrata el momento que estamos viviendo. Entonces, hay una brecha en la construcción de la representación y ahí nos tenemos que hacer preguntas sobre lo que deberíamos hacer para que la sociedad nos escuche. ¿Qué deberíamos hacer para que el ciudadano recupere la esperanza? O para que salga del placer de vivir bien (el 5 por ciento de la población) o del dolor de la pobreza (el 95 por ciento restante) y se encuentren en un terreno común donde todos quepamos y valga la pena luchar. Detrás de la postración hay miedo, detrás de la postración hay gente que perdió la esperanza. Los que queremos sacar al país de la postración, desde nuestro trabajo en la sociedad civil o en la política, enfrentamos un reto existencial, porque al país se le dificulta recibir con bondad, todo aporte que conlleve esfuerzo. Y esto es así porque vivimos en un entorno de sospecha.
Creo que este momento histórico le está exigiendo a la sociedad venezolana una mayor capacidad de sacrificio. Nosotros podríamos rebobinar y examinar todos los errores que se cometieron a lo largo de 23 años, pero el asunto no es ese, sino que estamos en medio de esta situación y al rebobinar no hacemos nada. Entonces, si queremos luchar por la democracia tenemos que hacer más sacrificios.
No estoy de acuerdo. Creo que el ejercicio de rebobinar es importante, porque tiene que haber aprendizaje prodemocrático de todo lo que hemos sufrido y hemos trabajado. En Venezuela ha muerto mucha gente, no sólo en medio de la lucha política, donde se han cometido homicidios, torturas y violaciones, sino gente que se ha muerto por falta de medicinas, o cruzando el tapón del Darién (la frontera entre Colombia y Panamá). Eso tiene que dejar una enseñanza en nuestra cultura política y en nuestra cultura democrática. No creo que el borrón y cuenta nueva contribuya a la construcción de un futuro más justo. No hablo de venganza, de resentimiento o de sacarnos los trapos sucios en un momento de crisis, sino de la madurez ciudadana. De salir de la adolescencia cívica y entrar en la adultez política. Eso sí creo que es importante, porque el signo de la adultez es la responsabilidad frente a lo que hacemos. Si entendemos el ejercicio responsable de la libertad, vamos a conseguir resultados tangibles. Eso no solamente compromete a los políticos, sino a los sectores organizados de la sociedad civil: los empresarios, los trabajadores, las organizaciones no gubernamentales, los militares, al país entero. El borrón y cuenta nueva nunca nos ha ayudado y creo que no nos va a ayudar. En el sector empresarial lo vemos claramente.
¿A qué se refiere?
Se habla de una recuperación y de nuevos actores económicos con cierto optimismo. De nuevas empresas. Yo me pregunto: ¿cuál es la seguridad social de los empleados que trabajan en esas empresas? ¿Se organizan en sindicatos? ¿Discuten contratos colectivos? ¿Cotizan al seguro social? ¿Si a un empleado le violan sus derechos puede hacer la denuncia en el Ministerio del Trabajo? ¿Si una mujer necesita darle pecho a su hijo, pero no tiene garantías del postnatal, a dónde va? No lo quiero minimizar, pero este tema es extremadamente complejo.
A lo largo de sus respuestas, surge de forma intermitente un tema: la crisis de representatividad. ¿Los partidos políticos están haciendo algo para darle respuesta a ese asunto?
Yo creo que hay esfuerzos y trabajo en el terreno para cultivar el germen, que nos permita que esa confianza y esa representatividad crezca. Pero no podemos ignorar los múltiples obstáculos. Uno de ellos es la violencia política (la delación y las presiones en los barrios), otros de naturaleza económica (la pobreza) y también la escasez de capital humano (agravada por la diáspora). En Forma (instancia de formación política) organizamos un seminario en el estado Apure. Asistieron jóvenes que militan en los partidos de oposición. Uno de esos muchachos nunca había ido a San Fernando, mucho menos a Caracas. Y la verdad es que estamos trabajando entre los escombros materiales y afectivos, en un país que lleva 23 años padeciendo. Esos son obstáculos que enfrentamos para que podamos recuperar la representación. ¿Eso quiere decir que vamos a eludir el reto? No, vamos a echar pa’lante.
Después del 21-N, lo que se autodenomina como “el gobierno interino” quedó muy desdibujado. Distintas voces, tanto de la política como de la academia, cuestionan lo que significaría proyectar esa instancia de cara al 2024. Eso por un lado y por el otro, algo que ya sabíamos: el petróleo siempre nos va a sorprender. De ahí la misión enviada por Biden a Caracas. Siempre se ha dicho que la política de Washington hacia Venezuela es bipartidista. Entonces, ¿Biden dejó al interinato colgado de la brocha? ¿Eso no merece una discusión?
Hay que ver las cosas de una forma hilada y concatenada. Al gobierno interino se llega (2019) después de un proceso que comenzó en 2015. Se va a una negociación en República Dominicana, que fracasa porque la jugada del gobierno no era negociar sino ganar tiempo. En 2017, tribunales sin competencia electoral abortan el referéndum revocatorio. Maduro llama a una constituyente, que a su vez convoca a una elección presidencial, sin garantías electorales. La misión, a corto plazo, de la presidencia interina era alcanzar objetivos que contribuyeran a la democratización del país. Distintas circunstancias la proyectaron a largo plazo, pero es evidente —luego de tres años— que no alcanzó sus objetivos. Maduro sigue en Miraflores. Y lo que dicen los estudios de opinión es que el apoyo que tiene Juan Guaidó es mínimo, entre otras cosas, porque hay mucha frustración. La legitimidad que tiene esa instancia es la que le asignan los aliados internacionales, que se identifican como opositores, pero tampoco tienen arraigo social. En el medio está el país, los que queremos echar pa’lante. Pero estamos asfixiados. Ese es el país que tiene que reconstruir la representación real, a punta de trabajo político, esfuerzos, diálogos, encuentros y muchos sacrificios. Mi invitación no es a un baile, sino a una lucha por condiciones electorales y articulación social. Hay ejemplos muy concretos: en Maracaibo el índice de participación fue superior al resto del país.
¿A qué atribuye ese hecho?
Al hecho de que allí se peleó por condiciones electorales. Incluso, hubo una persona que falleció en el municipio San Francisco. Entonces, las pocas condiciones electorales que había en el país no se asumieron con complacencia sino con combatividad. Ese es el país que quiere tener una voz propia y una representación que no sea un aliado extranjero ni el régimen de poder que quiere reequilibrar.
¿No es paradójico que sea Maracaibo, la ciudad más destruida en estos 23 años, la que le dé una lección al resto de Venezuela? ¿Por qué cree que eso ocurrió?
Un liderazgo renovado de la política, un hombre de partido y con esto quiero decir que había una muy buena organización en cada una de las parroquias de Maracaibo. Una campaña que no dependía de medios masivos, sino del trato muy cercano entre el candidato y la gente. Actitud combativa en el discurso y defensa del voto. Y el impulso inicial que se tradujo en un trabajo descarnado, en los primeros 100 días, sin prometer cosas que no se puede cumplir. Creo que eso es muy importante.
Hemos hablado de la representación, pero hay un hito más adelante que, a estas alturas, parece inalcanzable. Me refiero al rescate de la esperanza. ¿Eso es posible?
Creo que se puede rescatar con una gran dosis de realismo, porque cuando asociamos la esperanza a promesas irrealizables, lo único que se genera es frustración. La invitación a trabajar por el país no necesariamente es una invitación al éxito, sino al trabajo y al despliegue de los talentos. Eso es lo primero. Lo segundo es que esa esperanza esté fundada en la calidad humana de cada uno de nosotros, con autenticidad, que no nos dejemos nublar por apariencias. Creo que nada genera más confianza que hablar con honestidad de todos los temas y confiar en que el país es capaz de procesar esas realidades. Durante mucho tiempo se ha optado por el silencio, justamente, porque se asume que el país no puede llevar esa cruz. Yo creo que basta hablar con honestidad, con la verdad, para que encontremos la motivación y seguir luchando.
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*Licenciada en Comunicación Social por la Universidad Católica Andrés Bello. Maestría en Ciencias Políticas (Universidad Simón Bolívar) Doctora Rerum Politicfarum (cum laude) por la Universidad de Rostock, Alemania. Editora del libro Autocracias del siglo XXI, caso Venezuela. Autora del libro Venezuela invertebrada. Presidenta del Instituto Forma. Dirigente de Primero Justicia. Esposa y madre de tres hijos.
Hugo Prieto
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