COVID-19

Nueva York: todo el pasado cambió // Apuntes sobre el fin de algo

08/04/2020

23 marzo

La madrugada del 23 veo un objeto que aparece de pronto. Deforme, raro. Doblado en las esquinas por el uso, el roce, el peso. Es mi cartera. Aparece como algo casi inútil en este momento. ¿Cuándo fue la última vez que pagué algo? Desde ese martes que me abastecí, ¿qué fue lo último que compré? ¿Vino? ¿Vitamina C?

La abro con curiosidad. No hay efectivo. Solo tarjetas que, para funcionar, necesitan el contacto con bandas magnéticas que en este momento son todas ciencia ficción, así estén a 10 metros de mi casa.

Desestimar información es parte del mínimo refugio que hoy nos sostiene. Por ejemplo, el alcalde y el gobernador hablan a diario. La cuenta de emergencias de la ciudad en Twitter transmite en tiempo real sus decisiones. Es la única notificación que recibo en mi teléfono. Unas tres veces al día, me llega una seguidilla de contenidos, recordatorios y advertencias en inglés, español y chino, por igual.

Vivo en esta ciudad, pero de alguna forma ahora solo vivo en mi apartamento. Tengo dos ventanas y a veces siento al semáforo de la esquina cambiar de luz y pintar de rojo o verde las persianas de mi cuarto. De a ratos, eso es todo lo que sé de Nueva York.

Se acerca el fin de mes y muchos nos preguntamos cómo se seguirán pagando las rentas. Qué tanto en ahorros puede tener un profesional promedio como para no pensar en ello.

Temprano vi la noticia de que la fiscalía de España investigará casos de convivencia de personas mayores con cadáveres. Días atrás, un actor italiano había mostrado una escena similar en casa. El video, hacia su final, hacía un giro con la cámara del teléfono y la toma descubría que justo a la altura de la cabeza del actor, estaba el cadáver de un familiar. Un cuerpo tendido, cubierto por sábanas en una cama.

#TheCuomo se volvió tendencia en las redes. Aunque el escarceo ocurrió hace días, un tik tok puso de moda lo mejor de un tenso encuentro. Trataba de dos hermanos peleando. La cosa es que lo hacían en CNN, en prime time. Uno de ellos es el Gobernador del estado de Nueva York y el otro, su hermano menor, periodista de la cadena. La escena era divertida y absurda. No discutían políticas públicas o sanitarias. Discutían quién era el favorito de mamá.

24 marzo

Hoy salí al patio del edificio por primera vez. Para hacerlo, me toca cruzar el cuarto de A. Le pregunto por mensaje de texto si le importa esto. Me responde que no, que adelante. El patio del edificio es de libre acceso (en teoría) pero nadie lo usa. Solo tiene acceso directo desde nuestro apartamento. Llegué a imaginar a la gente de todos los pisos, gente que no he visto jamás, pasando libremente por nuestra cocina, abriéndose paso para tomar aire, estirarse o hacer ejercicios.

El ejercicio imaginativo se entorpeció cuando no le pude poner rostro a ninguno de mis vecinos. No sé quiénes son. Ni un nombre ni una filiación. No tengo sus contactos, no hay un grupo de WhatsApp. Honestamente, no sé si haga falta. No quiero ver a nadie.

Estando en el patio, levanto la mirada y veo a un avión. Me apuro y consigo tomarle una foto que, curiosamente, lo deja atrapado entre los cables de la electricidad. Es el primero que veo en 16 días.

Fotografía de Juan Luis Landaeta

26 marzo

El 43% de los casos de COVID-19 que se registran en Estados Unidos están aquí en Nueva York. El virus avanzó de 0 a 25.000 casos en nueve semanas, y de 25.000 a 50.000 en tres días. Alguien comparte esas estadísticas con un mapa que lo ilustra. En la parte superior derecha, sobre Manhattan, deja colar en tipografía roja: “If I can make it there I’ll make it anywhere”. En efecto, la ciudad no tardó en pasar de ser la capital del mundo a la capital del virus, inclusive por encima de Wuhan.

El portal Gothamist, dedicado a asuntos culturales de la ciudad, comparte una serie de magníficas fotos de espacios públicos vacíos. La pista de hielo del Rockefeller Center aparece en una de ellas. La administración “extraordinaria” de los recursos parece ser el timón de cualquier crisis. Nada es lo que era, ni sirve para lo que servía. Donde había una terraza con matas, se improvisa un gimnasio o un escenario musical. Donde se patinaba, como en Madrid, se conservan cadáveres. En Brooklyn, un grupo civil le propone al alcalde Bill de Blasio utilizar algunos parques para hacer entierros “temporales” pero “dignos”. La nota incluía esas comillas.

Hoy murió el primer enfermero en NYC. No tenía 50 años. Tenía en su historial varias crisis asmáticas. Varios medios reproducen la conversación que sostuvo por mensaje de texto con su hermana, y cuando dejó de responder. Hasta el último momento procuró calmarla.

En Instagram circuló la foto de un sacerdote dando misa desde una azotea. No sé dónde.

El príncipe Carlos dio positivo en la prueba de coronavirus.

27 marzo

Recibo un grupo de videos, que en teoría son del 23. En el primero, se muestra una serie enorme de camionetas camufladas transportadas por un tren. Una tras otra, alcanzan para poblar un video de 90 segundos. Por los árboles y la vía férrea, deduzco que se tiene que tratar de la parte más alta de la isla de Manhattan. El video lo narra una mujer que repite asombrada, una y otra vez, holy shit, holy shit.

El segundo es un video de lo que parece fue un “live” de Instagram. Una conductora de autobús, entre preocupada y simpática, advierte que (por favor) cuando aparezca una autoridad militar en las calles y les pida que se resguarden, lo hagan. Se trata de gente entrenada. Durante el video, con tono dramático, la mujer, saluda y sonríe a gente que interactúa con ella en tiempo real al momento de brindar su cobertura de los sucesos.

El tercero transcurre en un lugar que reconozco de inmediato. Calle 52 con Madison Ave. Justo en frente del Omni Hotel. Aparecen un grupo de Hummers color arena, avanzando lentamente. Lo hacen con cierta torpeza, como si se tratara de un elefante que pretende pasar desapercibido. No puedo saber de cuándo son los videos, pero veo suficiente gente en la calle aún.

El New York Times dictó cátedra con una portada magnífica. Ocupa su primera página con un un plano que ilustra los gráficos de la pandemia. Hacia el final, llega la desproporción: se alza una aguja por encima de todo el margen de la diagramación, dejando claro el desborde que enfrentamos.

La situación es cruda y tiene una lectura fría en números y datos. El gobernador Cuomo empieza una alocución diciendo que su modo de operar no tiene que ver con opiniones o esperanzas. Indica un cálculo: se necesitarán entre 30 y 40 mil ventiladores para el momento más agudo de la crisis.

Hoy se coló entre las emergencias, una noticia peculiar. En un momento sin vuelos internacionales, Nueva York recibirá a un nuevo inquilino esta noche. El general Clíver Alcalá Cordones, perseguido por la justicia de Estados Unidos por toda clase de acusaciones y delitos concernientes a narcotráfico y todo su etcétera.

Bob Dylan lanzó una nueva canción. Es la primera en 8 años. Murder Most Foul. Dura 17 minutos. La portada del single tiene el rostro de John F. Kennedy y el tema va de su asesinato. Es un gran momento para comparar el hito de tanta incertidumbre con otro previo. Con arreglos mínimos, la canción es un golpe seco.

Imágenes de camiones y contenedores refrigerados por todo Nueva York circulan por la redes. Los hospitales los están usando porque no se dan abasto con el número de fallecidos. Una morgue usualmente tiene capacidad para entre 15 y 25 cadáveres. No entre 60 y 100.

30 de marzo

El número total de infecciones alcanzó los 700.000. Se fue de 1 a 1500 muertes en 27 días y de 1500 a 3000 en tres. Es un salto de boca.

Al mediodía, una escena naval se apodera de los medios de comunicación locales. El Comfort, un enorme barco hospital, hizo una entrada espectacular a través de las aguas del Hudson. El mismo donde aterrizó de emergencia aquel avión en 2009.

Parece un oso polar nadando entre el hielo, escoltado por helicópteros. La nave mide 100 pies de alto. Más o menos lo que mide un edificio de 10 pisos. De largo promedia unas tres canchas de fútbol. Tiene capacidad para atender a mil pacientes. Pese a la primera impresión de mucha gente, no llega para atender pacientes del coronavirus, sino para aliviar a los hospitales de todos los demás pacientes regulares o no infectados.

Rita J. King, desde su cuenta de Twitter comparte la torre final del Empire State, que suele asociar los colores de sus luces con los tonos de alguna causa del día (graduaciones, independencias, efemérides) alternándose entre rojo y blanco, en señal de alerta. Tiene sentido. El rascacielos se convirtió en una ambulancia-faro en mitad de la ciudad gótica.

Cerrando el día se conoce otra cifra preocupante. Jim Sciutto, que ha llevado los números de la ciudad muy de cerca, comunica que aproximadamente 700 funcionarios de la policía de Nueva York (NYPD) dieron positivo para el virus. Se trata del 12% de la fuerza. Hoy se sobrepasaron los 100.000 casos en Estados Unidos.

Boris Johnson, primer ministro británico, también tiene el virus.

31 de marzo

Desde anoche, mi encía superior derecha se inflamó. El dolor es agudo y persistente. Muta. De a ratos duele, pero también se alivia y solo llega a incomodar. En algún momento, la inflamación se extiende a mi garganta. Como consecuencia, me da poco de fiebre, un quebranto, como decíamos en Venezuela. Fiebre en estos días es una palabra que nadie quiere escuchar.

Veo los escenarios. Siento avanzar el calor por mi cuerpo. A las 4 am despierto sudando. Un pequeño chirriar ocurre tras mí. Las bandas metálicas de la calefacción electrónica del apartamento están activas. Voy al control del aparato. No tengo fiebre, estoy en una habitación climatizada a 74 grados Fahrenheit. Amanezco mucho mejor, con un pedazo de encía inflamada. Me burlo de mí mismo. Estoy sano.

Collen Smith, la autora del video del Elmhurst Hospital Center en Queens que publicó el New York Times hace una semana y que denunciaba la falta de accesorios de protección para médicos y demás empleados sanitarios, dio positivo para el virus.

Hoy el estado de Nueva York tuvo una muerte por Covid cada 3 minutos.

Fotografía de Raúl Vilchis | Instagram: elvilchisolalde

01 de abril

5:15 pm. No se descargan las notas de voz. Mi interlocutora, al otro lado del mundo, tampoco puede descargar las mías. Las comunicaciones instantáneas y su efectividad se convierten en algo que damos por sentado y también fallan. Entro a Facebook y las imágenes no se cargan. Ya habían dicho que reducirían la resolución de sus contenidos para ofrecer estabilidad al sistema y una velocidad de navegación decente. Para el momento en que esto ocurre, hay 926.000 casos confirmados de infección en todo el mundo.

Estiro la pierna derecha, muevo la cortina plástica entrando a la bañera, y cae una araña en el agua. A medida que el invierno cede, las vidas minúsculas vuelven a aparecer. En la noche pasa lo mismo. Hablando por teléfono, veo en el techo de mi escritorio una gran equis negra. Otra araña. Tiene patas largas, que permanecen estáticas. La dejo estar. Por unos segundos agradezco poder ver algo que en teoría me amenaza. Puedo calcular donde está, que tan lejos, que tan cerca. Dónde estoy yo. Qué está adentro y qué afuera.

Hoy vimos la primera ambulancia llevándose a alguien de un edificio contiguo. La vio primero I, mi roommate. Le tomó una foto. Es exactamente todo lo que uno no quiere ver.

02 de abril

Ya se alcanzó el millón de contagios en todo el mundo.

Durante la madrugada escuché más sirenas. Muchísimas. Unas dos veces por hora. No sabemos si se llevan a la gente o solamente los atienden. La idea es no abarrotar los espacios de atención sanitaria por miedo a contagiar pacientes de otras condiciones con el virus. A un kilómetro o menos de mi casa está el Wyckoff Heights Medical Center, del que salieron unas fotos terribles en el New York Post. Escucho las ambulancias volando por St. Nicholas Ave y pienso en esas fotos. En esas bolsas anaranjadas con forma humana, acumulándose, esperando para su traslado a una morgue, pero antes, a un camión refrigerado frente a la estación de Dekalb.

El Comfort está atendiendo apenas tres personas. En efecto, la premisa de no atender contagiados se sigue manteniendo. Denuncian que un abuso burocrático y un rigor absurdo impiden remitir los pacientes de los hospitales al barco. ¿Qué hace anclado a un costado de la isla entonces?

A la falta de batas, gorros e indumentaria para médicos y asistentes, varios hospitales de la ciudad responden distribuyendo ponchos de lluvia de los Yankees de Nueva York. Una especie de capa de plástico que podría ¿verdaderamente puede? proteger al personal sanitario. En la vida real hace que la gente no pare de comer o de disfrutar mientras asiste a un partido.

Fotografía de Raúl Vilchis | Instagram: elvilchisolalde

03 de abril

SA me comenta que su nevera está haciendo un ruido extraño y que quizás se eche a perder. La nevera es la única cosa que importa además del Internet en este momento. Exploramos por teléfono las posibilidades de que se esté “congelando”, esa suerte de antojo de las cosas que refrigeran: dejar de hacerlo por ¿tanto? frío. Seguimos hablando. Mientras deja un vaso de agua a temperatura ambiente dentro del aparato para comprobar en unos minutos si se enfría o no, me dice que le llegó un correo electrónico tristísimo.

Vive en Manhattan y su edificio tiene eso que en esta ciudad llaman “doorman”, y que es bastante más de lo que entenderíamos por portero. En su caso, se trata de alguien que es más o menos el presidente del edificio: sabe quién llega, quién se queda, quién recibió qué, y quién compró tal cosa y cuántas. Como la comunidad tiene reglas muy estrictas, también es alguien que impide o autoriza cosas.

L, a quien veía con mucha frecuencia desde 2016, siempre engominado y con un pullover azul, murió. Era un hombre joven, de menos de 50 años. Las causas de su muerte no se indican en el correo, pero es inevitable pensar que murió a causa del virus. Sería la primera persona muerta por esta causa de la que tendría noticia. En menos de una hora SA me escribe que el vaso se enfrió. La nevera sigue funcionando.

Fotografía de Raúl Vilchis | Instagram: elvilchisolalde

04 de abril

Tengo una pesadilla durante la madrugada: alguien se hace pasar por una persona que empecé a seguir recientemente por Instagram y que vive en Berlín. La impostora, se hace con mi número y me escribe por WhatsApp. Continúa una conversación que en efecto sí tuve con la original sobre Philip Roth, pero lo hace pifiando, comentando generalidades del autor y su obra.

En eso, me ofrece oro. Por peso en gramos y valor en dólares. Me doy cuenta de que la foto que usa en WhatsApp dista ligeramente del rostro de RM. Le sigo el juego hasta que ella me envía una especie de planilla o archivo adjunto. Tratándose de un teléfono celular, no temo y lo abro. Era un virus. En breve, como ocurría hace unos veinte años, veo cómo desaparecen todos mis archivos y carpetas del celular. Uno a uno.

Como era de esperarse, mi dispositivo estaba sincronizado con mi laptop, que sufre el mismo estrago. De pronto, a inicios de abril de 2020 me quedo sin información digital. El teléfono, a su vez, deja de funcionar. Se le “calcina” la batería a causa del mismo daño. Quedo incomunicado.

Salgo muy nervioso a la cocina donde me recibe A, mi roommate mexicano (quien sigue en México) y me tranquiliza diciéndome que en la casa hay un poco de dinero para asistir a las personas en caso de que algo así pase. Solucionado: ahora sólo tengo que ir al día siguiente a la tienda de celulares en Manhattan, pedir un chip nuevo y procurar descargar mis informaciones desde una nube.

Por un instante siento la seguridad que una diligencia así implica en pleno siglo XXI. Pero inmediatamente reparo en lo peligroso que es montarse en el metro justo ahora, andar por la calle o tratar con alguien en una tienda. Me lamento de quedarme desconectado por tanto tiempo sin saber de nadie. Cuando la situación se hace tensa y empiezo a culparme de haber tenido la conversación con la impostora de RM, y despierto. Son casi las seis de la mañana. Conseguí dormir cuatro horas. Tomo un poco de agua. Me siento a escribir este párrafo.

I, mi roommate, fue al mercado. Un par de horas después, cuando subí a la cocina, encontré algunos víveres que me trajo. En la mesa del comedor, un frasco de alcohol isopropílico. Hay que limpiar las cosas compradas. Junto al frasco, un par de tapabocas. Son dos, porque salió con su novio. Es una linda estampa de pareja: dos tapabocas juntos, uno encima del otro.

El gobernador Cuomo anunció la donación de 1000 respiradores por parte de China.

Murió el cantautor, poeta y pintor Luis Eduardo Aute.

06 de abril

A la noria de imágenes en Twitter e Instagram, se suma una presencia irregular. Las franjas negras sobre el pelo amarillo y los ojos redondos, exactos, de un felino. Es Nadia. La primera tigresa (de hecho, el primer animal) con el virus en USA. Tiene 4 años de edad. Vive en el zoológico del Bronx. Es decir, a unos cuantos kilómetros en línea recta de mi casa, hay un animal de cientos de kilos, con garras y colmillos, que tampoco sabe cómo defenderse del coronavirus, ni lo vio venir. Tampoco sabe qué hacer, salvo dar vueltas y más vueltas dentro de una jaula. Como todos nosotros.

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¿Cómo prevenir el contagio?
La recomendaciones principales de la Organización Mundial de la Salud son:

  • Lavar las manos con agua y jabón con frecuencia, o usar gel desinfectante con una base de alcohol de al menos 60%.
  • Evitar tocarse la cara con las manos.
  • Cubrirse al toser o estornudar con la parte interna del brazo.
  • Evitar el contacto con personas infectadas.
  • Mantenerse al menos a un metro de distancia de otras personas en lugares públicos.
  • Desinfectar las superficies con las que se tiene contacto frecuentemente.

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Si usted ha viajado o ha tenido contacto con personas que hayan estado en países afectados, o presenta síntomas similares a los de la enfermedad, consulte a su médico.

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