Perspectivas

Poética pictórica

Estudio en Midtown, New York City. Fotografía cortesía del autor

20/11/2023

1.

Las figuras son formas de vida. Dibujo detalles y extensiones que me atraen por su composición. Ángulos, espirales, arcos. Instantes visuales que pueden parecer piernas en el aire o en el agua, la curva del tránsito del cuello hacia los hombros, la forma alargada de la cola del tiburón zorro, que, en medio de él, implica un balance necesario para la aerodinámica del animal. Todo eso es cierto y posible, pero cuando lo hago, no estoy dibujando ni pintando a una persona individual o a un animal nadando, sino que me estoy quedando con algo de eso que resuena en mí. Que resuena tanto, como para que mi cuerpo lo quiera repetir y, de hecho, pueda hacerlo. Es una necesidad: la aleta que vi en algún momento, la manera en que dos extremidades se acercaban. De pronto, todo eso coincide. Me quedo solo con una parte y esa es la que uso y que termina demostrando su similitud con otras tantas. El triángulo que cede o varía con su vértice rápido parece un disco, un boomerang o una pluma. El álbum de la naturaleza es inmenso, pero no es infinito. De la coma del boomerang al pico de un tucán hay tan solo un salto. De nuevo, son todos elementos descriptivos. Un ala y una hoja se parecen. En mi pulso, la línea que trazo con el pincel puede ceder en un acento que pronto la podrá convertir en pétalo o hélice.

Estudios y notas para la serie Chelsea

 

Chelsea series #12, acrylic on canvas, 33 x 36 inch, 2022

2.

Ahora mismo, a finales de 2023, la intención o la interacción que más veo es entre figuras y colores. Siento que más allá de que estén logradas, las obras hechas en estos últimos dos años llegan por intuición a una paleta que entonces descubro y luego estudio, para entonces seguir trabajando sobre ellas. Digo “entonces” porque siempre siento que el trabajo real “es” o será posterior. Cada cuadro es el germen de otro, como un reflejo anterior. Quizás la obra ha sido de esa manera porque yo mismo soy así, algo o alguien que siempre está a punto de empezar lo siguiente. En ese movimiento o esa percepción del movimiento es que he hecho lo que he hecho y es absurdo, porque es como si la obra fuera el camino a “la obra” que resultaría ser finalmente toda mi existencia durante lo anterior. Esa potencialidad no es por el talento sino por mi disposición. Yo estoy dispuesto a que las cosas que intuyo que pueden pasar, pasen. Y a ello me aboco. A tratar de entender qué es eso que haré. Lo mismo con la pintura.

3.

Mi relación con la guerra en este momento es mi relación con el espacio. Mi primera reacción ante esas imágenes es preguntarme qué tan lejos estoy de eso. Con ello no pretendo desentenderme, sino entender dónde está la materia y dónde estoy yo con respecto a ella, para relacionarme. Como soy alto o por lo menos no soy bajo, es como cuando voy a pasar por una puerta y calculo el marco superior de la misma. Es una operación veloz, pero crucial. De ello mi cuerpo calculará cuánto debe inclinarse, qué tanto debo arcar el cuello o la espalda. Lo contrario sería ceguera. En este caso particular, actual, cuánto mide el océano que nos separa. Qué tan grande es Israel o Gaza en comparación con un estado (o provincia, como también les dicen) de mi país, el país que más conozco y a través del cual puedo medir mejor las cosas. Es tal la trama del espacio, que la palabra “ocupación” es parte del conflicto y de la noción física elemental. El espacio se habita, se ocupa. El conflicto en Medio Oriente es precisamente un conflicto histórico por un espacio, atizado por el hecho de que estén gentes, pueblos o ideologías reacias a estar “cerca” por no decir “juntas”.

La guerra no tiene que bajar o estar en la obra a manera de discurso pictórico o de exclusión de otras realidades, como por ejemplo mi realidad más inmediata, donde no hay guerra, pero tampoco hay paz. La obra en sí es un conflicto. Todo el tiempo dentro de la obra aparecen problemas que forjan soluciones únicas, que difícilmente se pueden repetir, por lo que constantemente se espera una sensación de angustia, que eventualmente se alivia cuando el problema desaparece y da paso a un acierto, a algo que buscábamos, pero no sabíamos buscar.

Detalle de lienzo desde el taller

4.

Lo abstracto es gigante o diminuto, no tiene mesura porque es una propuesta a la intelección. Una idea no se puede medir. Kandinsky decía en algunas de sus notas que el color amarillo, si uno piensa en él, es amarillo sin más, no mide un centímetro o mil kilómetros. Puede ser una gota de amarillo, un derrame de amarillo o un cielo amarillo.

5.

Lo que traspasa en este momento dentro de mis obras es la interacción. La violencia o armonía con las que las figuras, compuestas por valores cromáticos, dialogan, se penetran, se repelen. Tal y como ocurre en otros ámbitos, fuera de las artes. Me aburre usar el color de las banderas, de todas ellas, las de los países y culturas, así como las de las ideas. Eso de que el rojo se usa para la sangre y el negro para el dolor o el duelo. Cualquiera sabe que desangrarse o ver a alguien hacerlo, es más, mucho más que eso. Lo mismo con el dolor o el sufrimiento. Ceder, sería repetir la tontería que reduce conductas y comportamientos humanos profundos, irresueltos, impulsivos, inexplicables incluso, a la etiqueta descriptiva en mililitros del frasco de una (supuesta) medicina.

Volviendo al asunto de la guerra y la obra, o mi obra en este momento, mi situación espiritual al respecto (que sí la pienso y sí me preocupa), es que estoy en un mundo en guerra y allí vivo, amo y trabajo y armo algo. Incluyo este mismo párrafo o mi necesidad de escribir al respecto. Qué significa entonces para mí estar en ese mundo, cómo reacciono ante él, cómo me siento y qué puedo hacer. Si lo que puedo hacer frente a algo de tal magnitud es solamente dar mi opinión, o tener una opinión (que implica compartirla) o simplemente formarla (que no implica compartirla).

En este momento yo soy contemporáneo con un bombardeo, migraciones, torturas y abandono. Estoy cerca del conflicto y todo ello, al menos las imágenes de ello, entran a mi casa con o sin prensa. De hecho, soy contemporáneo de una era en que las noticias, el atestiguamiento de los hechos y su representación visual, poco tiene que ver con la prensa o lo que se llamaba antes prensa, como garantía de factibilidad. De manera que esa falta de certeza me hace contemporáneo de la noción de no saber (bien) con cuáles cosas lo soy. Creo que antes era más fácil saberlo, porque también se sabía menos. Internet y las redes sociales tienen todo que ver con esta reflexión.

Ahora, no solo soy contemporáneo del conflicto en Israel, sino el de Ucrania, que se ha visto desplazado de las noticias los últimos días. Viniendo de Venezuela y viviendo en Estados Unidos, creo que ahora el conflicto, mi conflicto, es total. Unos están más cerca que otros y de distintas formas, pero vengo de un país así y llegué y vivo en un país que tiene que ver con todos los conflictos del mundo, en algunos casos con directa responsabilidad. En ese lugar estoy y desde allí medito todo esto.

Estudios de figuras e interacciones

 

Chelsea series #74, acrylic on canvas, 29 x 29 inches, 2023

6.

Las interacciones son abstractas. Lo que pasa entre dos colores, o entre uno y un tono, no necesita la figura para ocurrir. Ni mayores formas.

Yo no vengo a decir que tal morado con tal amarillo se ve bien, o se ven bien juntos y que yo, por descubrirlo o compartirlo, soy un genio. No. Yo quiero que ocurra precisamente lo contrario, quiero compartir una interacción en la que precisamente no sé bien lo que pasa, lo que allí ocurre, pero que ciertamente, siendo solo color o diálogo espacial (con el fondo, el marco, con los bordes de las figuras) consigue interpelarme, afectarme, agradarme. Lo maravilloso de trabajar con este tipo de fenómenos (¿abstractos?) es que ocurren con independencia de mí o de que yo interceda. La naturaleza los ofrece en tiempo real en cualquier otro sitio que desconozco, frente a alguien que también se me escapa.

Si fuera otro tipo de obra, la cosa forzosamente me necesitaría, porque el dibujo que hace alguien no lo puede hacer más nadie, o no exactamente. El fenómeno que expongo ocurre sin mí. Lo ha hecho antes y lo hará después. Eso me parece fascinante. En estas obras es más fácil desaparecer como individuo y diluirse en movimientos, silencios, ritmos, sensaciones. Todo lo que funciona en nuestras mentes la mayor parte del tiempo (a veces, cuando la dejamos ser) y percibimos sin ideas, desiste de la unidad material, formada de la idea y por supuesto, de la palabra. Lo que nos conmueve frente al ocaso no reacciona cuando decimos “ocaso” o mucho menos “me conmueve”.

¿De qué va la obra reciente entonces? de la duda, del asombro. De lo que somos ante ella, no por lo que es, sino por lo que refleja. No es que yo diga “esto es profundo, mira aquí”, sino que lo que está allí, en realidad solo refleja cosas que están pasando: relaciones espaciales, contrastes, armonías. La sangre moviéndose por las arterias, las proteínas siendo absorbidas, los satélites recorriendo la tierra, las gotas de rocío por encima de un tallo, suspendidas.

Síntesis de la obra Chelsea

 

Desde el taller, New York City, verano 2023

7.

El color es fantástico porque no tiene lenguaje, sino que es un lenguaje en sí. Lo que nos produce un color o una figura geométrica ejecutada perfectamente siempre será difícil de describir o tendrá tantas descripciones válidas que harán estéril la descripción en sí o su necesidad en lo absoluto. No se trata de que un tono de morado me haga pensar en la infancia y ello resuelva todo. Eso es atroz. E idiota. Detesto ese tono y detesto ese uso semántico.

Concepciones y descomposiciones de la forma

8.

Estoy dudando constantemente y por otro lado cuento con algunas certezas muy firmes, por ejemplo, yo sé que haré algo con esas dudas. Así sea exponerlas, sin más. Estoy cómodo con la idea de que muchísimas cosas no tendrán nunca una explicación, pero eso no evitará que las contemple y las aborde. De hecho, las cosas que puedo ver sin entender son mis favoritas. Voy a un concierto y veo un violín y todavía me asombra que, de allí, de eso, salga lo que se escucha. En tiempo real veo a las orquestas, sus movimientos, sus cuerpos, el esmero, la fuerza y siento que la música está (viene) de otra parte. Puedo explicar todo el proceso y sé que en efecto la música se está ejecutando, pero sigo sin entenderlo del todo. Lo mismo con la aguja cuando toca la superficie del disco de acetato. Veo el acetato, la aguja y lo que escucho o producen, como cuatro cosas aisladas, unidas por algo que es lo más importante (que las junta y justifica y hace útiles, precisamente) y que no se puede aprehender.

Chelsea series #17, acrylic on canvas, 36 x 47 inch, 2022

9.

Entonces sí, creo que mis obras tienen que ver con el acercamiento o carácter existencial más esencial, el que remite a las formas de vida, incluyendo la nuestra, y entendiendo que la vida se revela en formas que no son siempre o totalmente inéditas. Las formas se parecen. Lo que ocurre entre ellas es lo que estoy proponiendo. Estas obras pueden ser unas moléculas vistas en un telescopio, un bosque inmerso en el agua de una pecera, una galaxia vecina, las ondas tornasoladas del aceite en un charco de la calle. La obra es todo eso, pero también es el espejo de una duda. Qué somos frente a esas formas, el espacio, y por qué un cuadro nos hace sentir y pensar, que esa cosa que vemos representa algo que somos, que de alguna manera lo visto, lo experimentado, ocurre ya dentro de uno. La materia que reflejo es la materia que me compone. La materia que persigo es la materia que me falta. La obra que concluyo es una pregunta que acabo de formular.

Espacio y lienzos, interacciones de luz

 


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