Perspectivas

Notas desde un apocalipsis

24/06/2020

Aquí publicamos el primer capítulo de la novela de Eduardo Sánchez Rugeles, El síndrome de Lisboa. También puede leer una valoración de la pieza a cargo de Alberto Hérnandez.

Eduardo Sánchez Rugeles

Desamparado, en medio de la calle, sintiendo que se hundía el suelo bajo sus pies, intentó contener la aflicción que le agarrotaba la garganta.

 (José Saramago, Ensayo sobre la ceguera)

[Alerta de spoiler]

1

La voz de Fernando Pessoa ocurre en auxilio de quien entra en esta historia de Eduardo Sánchez Rugeles. La voz del lisboeta se afinca en el instante en que su ciudad recibe el impacto de un cometa que la desaparece del mapa. Aquella oración en presente: «miro hacia lo Indefinido», marca la ruta de una lectura que contiene muchos signos, lugares y nombres donde quedará la huella de unos personajes reflejo o eco solventados por referentes que el narrador ha sabido entreverar en estas páginas tituladas El síndrome de Lisboa, una novela que podría continuar en atajo de aquellos solitarios padre e hijo en La carretera de Cormac McCarthy, con la diferencia de que en esta aún quedan quienes enfrentan la tragedia sin ceder en el búsqueda de la salvación de un país.

El acento del narrador, el que cuenta desde el personaje Fernando, una especie de retrato del autor de Oda marítima, forja su épica en una Venezuela rasgada por una tiranía que ha llenado las calles de estudiantes muertos. Fernando Morales, hijo de un general portugués, quien fue salvador de muchos nacionales perseguidos por la dictadura de Salazar, intenta rescatar el pequeño país de su comunidad a través del teatro, mientras los medios de comunicación, en manos de la tiranía, ocultan el rostro, la magnitud, de la tragedia portuguesa y ocultan, obligados, el carácter opresor del dictador en las calles.

El narrador-protagonista, que cuenta desde el país tropical, destaca como un docente que cree que desde la educación y la cultura se puede salvar lo que queda de ese país. La tiranía roja, que ha invadido universidades, quemado teatros y asaltado colegios, se sustenta en la atención hacia el final del mundo fuera del mapa de una Venezuela, que sigue siendo un gerundio criminal en boca de militares y bandas organizadas enviadas a masacrar las protestas de los estudiantes y la ciudadanía harta del despotismo y hambreada por las políticas perversas de una dirigencia criminal.

2

La novela de Eduardo Sánchez Rugeles es una historia de amor atravesada por la tragedia. El personaje Moreira, imagen de un viejo lector portugués dueño de la librería Divulgación, alter ego de quien hizo mucho por la cultura caraqueña (Sergio Alves Moreira), arrastra un relato doloroso desde su Portugal natal hasta Caracas: Agustina, rescatada de las fauces de la dictadura de Salazar, huye con él con otro nombre y como falsa esposa. Otro guiño en el que podría aparecer el poeta como sustento de una idea que corrobora también el paralelismo entre la tragedia lusitana y la venezolana: son dos rostros de una misma máscara.

Pero la historia del emigrante tiene también reflejo en la de Fernando Morales, quien se ve atrapado en las redes de un amor tormentoso en medio de una locura política. Su vida se convierte en la representación del fracaso afectivo.

3

Afirma uno de los personajes de la obra:

Nuestra generación padece el síndrome de Lisboa, la conciencia de la finitud de las cosas amadas, de que no existe el mañana y que no tendremos tiempo suficiente para hacer nada que valga la pena, que desapareceremos sin dejar ningún tipo de huella… Nosotros no tenemos horizonte.

La desesperanza, la frustración, el fracaso, la muerte: la dictadura que sufre el país suramericano ocupa todos los espacios. Esta novela es una muestra de que el totalitarismo es la fuente de la derrota ciudadana.

Una ceguera determina el ascenso de muchos que han sido calificados de víctimas propiciatorias de la revolución, espías, quienes ajustados a un símil podrían destacar como sujetos actantes, náufragos, símbolos de aquellos que deambulan por las calles de la novela de Saramago, aquel ensayo que terminó en la oscuridad, la misma oscuridad que produjo la caída del cometa sobre Lisboa y cubrió de bruma las calles de Caracas. El sol de la ciudad capital dejó de salir.

Novela distópica, novela que se desarrolla en un país que una vez fue el sueño de muchos. Novela que desnuda la definición de utopía y la convierte en un concepto vacío, como ha venido ocurriendo desde hace años cuando la ideología vertió su afán de poder sobre los ciudadanos y convirtió el ufanado paraíso en un infierno.

Esa generación, la que dice el narrador, respira la realidad de un país invadido por la arrogancia, la violencia militar y paramilitar en nombre de una revolución apoyada por países donde imperan políticas terroristas.

Esa generación, avalada por los sueños de salir del ahogo y de las sombras, hace teatro: Ricardo III, de Shakespeare, entre otras piezas, denuncia a la tiranía en el escenario de la sala La sibila, nombre inspirado en la obra de Bessa-Luís. Esa generación es testigo del derrumbe de una república, de la muerte de sus compañeros, de la caída de los más emblemáticos espacios de la cultura y el comercio. Es la generación que también recibió los embates de un cometa caído a miles de kilómetros de Venezuela. Es la generación que no tenía conocimiento de sus ancestros europeos, emigrantes empujados por las guerras, y que ahora tienen que salir del país, también empujados por la tiranía. Es una generación que forma parte del virus del odio elaborado con la inteligencia macabra de quienes se posesionaron de una nación y la derrotaron. Es la generación de cientos de muchachos asesinados en las calles mientras protestaban. Es la generación perdida venezolana: desempleada, desolada, perseguida, expulsada, borrada, abaleada.

4

Esta novela de Eduardo Sánchez Rugeles es la poética de una tragedia. La justificación apocalíptica tiene cabida en la terrible crisis que vive el paisaje humano venezolano. Es una novela política, como toda novela, en la que se despoja la poesía del idilio juvenil para dar paso a la herida, a la sangre, a la miseria, a una épica, en la que participan inocentes y sujetos cuya demencia criminal revela el tamaño de una tragedia que sólo se puede comparar con la caída de un cometa sobre la cabeza de millones de habitantes.

La metáfora es redonda, elíptica. El síndrome de Lisboa podría albergar el título de Alfonso Cuarón a su imaginación verbal: Hijos de la hidra. La hidra del resentimiento de unos tantos contra los muchos hijos de quienes le buscan sentido al futuro.

En su libro de ensayos ¿Qué significa pensar? Martín Heidegger escribió:

La venganza, dice Nietzsche, es la repugnancia de la voluntad. Mas lo opositor en la venganza, lo que tiene de renuente, no es solamente ejecutado por un querer, sino que ante todo está siempre relacionado con la voluntad, esto es metafísicamente: al ente en su ser.

Y aquí, en El síndrome de Lisboa, el ente busca, no la venganza, sino una explicación para no tener que aplicarla. La muerte al final de la novela de su narrador protagónico, Fernando Morales, es una muestra fehaciente de la búsqueda de esa aplicación: la libertad, la justicia. La edificación del Ser.

Queda en el lector el desamparo en medio de la calle. La muerte cumplió su cometido.

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