Perspectivas

“¡Mira esa mierda! ¡Mira esa belleza!”

15/05/2024

Novalis. 1799. Franz Gareis

I

Estoy viendo un video donde aparecen miles de motorizados avanzando por la calle de una ciudad venezolana. En una de las motos pasa Maria Corina de parrillera y va saludando con el brazo en alto. La mujer que sostiene el celular exclama con emocionado asombro: “¡Mira esa mierda! ¡Mira esa belleza!”.

¿Qué sentido tienen dos palabras tan antagónicas en una misma frase de júbilo y celebración?

Presiento que va prevaleciendo entre nosotros una tendencia a juntar estos dos adjetivos y me pregunto cuál podrá ser la razón. ¿Será un presentimiento de que lo bello se puede volver mierda, o de que la mierda en que vivimos puede transformarse en belleza?

Para desearse suerte los actores utilizan una expresión con una larga tradición: “¡Mucha mierda!”. Algunos proponen que su origen se remonta a los tiempos en que los ricos acudían a las comedias en sus coches de caballos, así que, mientras más bosta había frente al teatro, mayor debía ser el éxito en la taquilla. Esta versión, tan cuantitativa, puede esconder una razón más sugerente, más misteriosa, más teatral. Ya en otro ensayo exploré la complejidad que tiene lo escatológico para quienes hablamos castellano. En nuestro idioma la palabra “escatología” tiene dos significados aparentemente opuestos. Puede referirse tanto a “las creencias religiosas sobre el destino del ser humano y el universo” como a “los cuentos o chistes relacionados con los excrementos”. En España existe una larga y popular tradición que maneja esta relación entre ambos extremos. ¿Qué otro pueblo se queja exclamando: “¡Me cago en Dios!”? El “Holy shit” de los ingleses se queda corto. Los venezolanos también usamos la expresión: “Vi una película de cagarse”, para celebrarla.

En aquel ensayo también ofrecía un cuento que viene al caso. Está un campesino andaluz arrodillado en una iglesia. Se le acerca el cura y lo escucha rezar fervorosamente:

—San José, San José, envíame un camión lleno de mierda.

Asombrado, el sacerdote le pregunta por qué está pidiendo esas cosas. Contesta el campesino:

—Padre, boto la mierda y me quedo con el camión.

En Venezuela se inició este milenio bajo el mito de un paraíso político con ínfulas de eternidad y pretensiones de santidad. Un cuarto de siglo después tenemos la fábrica de destrucción más eficiente de nuestra historia. Me cuenta Borís Muñoz que hace unos años le pidió a Luis Brito algunas fotografías que ilustraran este proceso. Luis se entusiasmó con el tema y comenzó a retratar destrucciones y abandonos para una exhibición que llamaría “Misión Vuelvan mierda”. Murió antes de llegar a terminar semejante proeza.

Pareciera que nos acercamos a un final. Ya a algún funcionario le estará preguntando a su jefe: “¿Ahora qué diablos hacemos?”. Y le contestarán con la formula del andaluz: “Nos quedamos con los camiones y les dejamos la mierda”.

Necesitamos, de manera urgente y fehaciente (capaz de generar suficiente fe) explorar la segunda parte de la frase: “¡Mira esa belleza!”. Esta exclamación se fundamenta en creer que algo puede ser, a un mismo tiempo, hermoso, bueno y posible, tres cualidades que se han vuelto muy frágiles frente a la magnitud de la abulia y el cinismo. Volver a creer en la belleza, en su posibilidad de existir y prevalecer en la política, incluso el comprender y asumir sus procesos de deterioro y desgaste, es una de esas gestas que puede darse una vez en la vida, pero no por toda la vida. Las exigencias son enormes. Emerson decía que, aunque viajemos por todo el mundo buscando la belleza, no la encontraremos si no la llevamos dentro de nosotros. Creo que tiene razón: la belleza no es un bien de consumo sino de intercambio entre las almas. Su objetivo es crear una nueva manera de percibir y de vivir. Nietzsche propone que “El gran estilo nace cuando lo bello obtiene la victoria sobre lo enorme”. Y ciertamente necesitamos un nuevo estilo para enfrentamos a una opresión tan expandida, tan reiterativa y con esos aires insoportables de eterna agonía.

II

Para hablar de la belleza desde otro ángulo, permítanme un breve giro.

Hace unos días, mientras observaba las fotografías de Marylee Coll en Instagram, me pregunté por qué me resultan tan bellas. Son imagenes frontales de cientos de edificios y casas de Caracas, siempre con el mismo formato y desde la misma distancia. La sobriedad, la constancia y la aparente simpleza de su obra las va haciendo cada vez más poderosas, más conmovedoras. Le confesé a Marylee mi admiración en un breve correo:

El arte es la búsqueda del infinito en la finitud. Hay infinitas arquitecturas pero cada ejemplo que propones es único.

Cuando le comenté al arquitecto Gianni Napolitano sobre las fotografías de Marylee, y le leí las líneas que le envié, me comentó:

—Esa idea, de buscar la infinitud en lo finito, la propone Novalis.

Cinco minutos más tarde me envió cuatro líneas de Novalis, a quien nunca había leído, y quedé fascinado, fanatizado.

El mundo debe ser romantizado para reencontrar su sentido originario. Romantizar no es otra cosa que darnos cuenta de sus potenciales cualidades. Al darle a lo común un sentido superior, a lo ordinario una apariencia misteriosa, a lo conocido la dignidad de lo desconocido, a lo finito la apariencia de lo infinito, romantizamos.

Emocionado con esta fórmula busco en la red otros fragmentos de Novalis y encuentro una línea que el escritor alemán agrega a su fórmula: “Para conseguir esta romantización del mundo, hay que convertir la vida misma en una especie de novela”. Según este requisito, vamos bien, ciertamente los venezolanos estamos viviendo una novela, una ficción.

Novalis fue bautizado con un nombre algo más largo: Georg Philipp Friedrich von Hardenderg. Estudió minería y trabajó como inspector en unas minas de sal. Fue una vida activa y profunda que solo duró 28 años (1772-1801). Este pensador, de vida tan breve, se propuso proyectar un yo poderoso y hechicero sobre el mundo. Me sorprenden las teorías que propone sobre el idealismo mágico y el lenguaje en un breve texto titulado Monólogo:

El lenguaje es tan maravilloso y fecundo que, cuando hablamos solo por el placer de hablar, es cuando expresamos las verdades más espléndidas y originales. Por el contrario, si se quiere hablar sobre algo determinado, el caprichoso lenguaje nos hace decir las cosas más ridículas y equivocadas. De ahí surge el odio que mucha gente siente hacia el lenguaje. Perciben su malicia, pero no saben que esa charlatanería que tanto desprecian es la cara infinitamente seria del lenguaje, bien capaz de convertirse en delicada medida y compendio del mundo.

Ahora podemos volver a la emocionada mujer que exclama entre alegre y enardecida:

—“¡Mira esa mierda! ¡Mira esa belleza!”.

¿A cuál escatologia pertenece esta frase? ¿A cuál mundo mágico? ¿Al del realismo o al del idealismo? ¿Al ámbito de las ideas o al de la realidad?

Novalis puede encargarse de responder esta pregunta:

Quien tenga sensibilidad para el uso del lenguaje, para su ritmo, su espíritu musical; quien pueda percibir en su esencia los delicados efectos de su naturaleza interior y, a partir de ellos, mueva su lengua o la mano, será profeta.

Esa es la sensación que persiste en mi cuerpo. Esa mujer, que miraba pasar a una marcha de motos con una heroína al frente, estaba profetizando, desde su más genuino interior, que continuaremos viviendo entre la mierda y la belleza.

No se tome esta última afirmación como una actitud pesimista. Al contrario, creer hoy en la reaparición y perdurabilidad de la belleza, y ya no en la omnipresencia de la mierda, es un acto de fe bastante romántico.

Tómese también en cuenta que no intento utilizar el lenguaje para guiar a nadie, sino para que el lenguaje me guíe a mí. Tal como propone Novalis: “Un escritor es solo alguien inspirado por el lenguaje”.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo