Perspectivas

Militia Veneris. Una metáfora militar para la poesía erótica

07/11/2020

Venus púdica. Museo Arqueológico Nacional de Atenas. Foto cortesía del autor.

Durante la primera mitad del siglo VII a.C., una serie de cambios están ocurriendo en las poleis de Grecia y el Asia Menor, a ambos lados del Egeo. Las viejas monarquías micénicas están en plena decadencia y los antiguos reyes son reemplazados por caudillos populares, que por lo general llegan al poder a través de revueltas e intrigas. Son los llamados «tiranos»; que habiendo llegado al poder con el apoyo del dêmos, pronto lo traicionarán, instaurando un régimen despótico basado en el terror y el uso de mercenarios. Es claro que tales regímenes no podrán mantenerse por largo tiempo. De momento, lo que aquí nos interesa es que esos cambios no se reducen a lo político. Los nuevos tiempos vienen también marcados por la decadencia de los valores guerreros propios de la vieja poesía épica y el surgimiento de una nueva sensibilidad, de unos nuevos gustos y valores, una nueva ética y estética. Los tiempos serán propicios para el desarrollo de nuevas formas literarias, lo que después se conocerá, de forma bastante imprecisa, como la poesía lírica.

Es Safo de Mitilene, quién si no, la que marca por primera vez la ruptura con la manera tradicional de concebir al poeta y a la poesía, superando los gustos y valores épicos. En su Himno a Afrodita (1 L-P) dirige una oración a la «diosa del trono colorido» (poikilóthrona). No le pide que la cubra de gloria en el campo de batalla, no quiere que la ayude a descollar entre los guerreros, mal podría, ni que le preserve el honor. Solo pasa que hay una chica que la atrae irresistiblemente y su deseo desdeña. Es todo lo que quiere Safo: que ahora como antes, Afrodita acuda en su ayuda y le regale el amor de su deseada («¿A quién quieres ahora que conduzca a tu amor? ¿Quién, Safo, es la que ahora te lastima?»). Lo mejor son las palabras con que la poetisa termina su ruego:

Ven, diosa, también ahora y líbrame del peso de esta pena,

cumple cuanto mi corazón desea

y sé en esta guerra

mi aliada.

El término no deja dudas: synmaxhos es el que acude a nuestro lado (syn: «junto con») al combate (mákhos), un aliado. La metáfora es clara: el amor es una guerra y los amantes sus soldados. Metáfora de afirmación y rechazo a la vez, en los primeros versos del fragmento 16 L-P. dice Safo:

Unos dicen que una hueste de jinetes,

otros que un ejército de infantes, otros que una flota de naves

es lo más bello sobre la negra tierra,

pero yo digo que es aquello que uno ama…

Quizás los alcances de estos versos, aparentemente insignificantes, han sido poco valorados. El fragmento opera bajo una doble oposición: la que se instaura a un nivel plástico, icónico, entre los elementos propios de una estética épica y belicista y la indeterminación de los sentimientos de la poetisa. Y en un segundo nivel, entre una multiplicidad indefinida que afirma («Unos», «otros», «otros») y que de alguna manera marca el carácter colectivo de la tradición ancestral, y la rotunda afirmación de un «yo» que se le opone: «pero yo digo…». Como en un juego de espejos divergentes, los adjetivos indefinidos (así los he traducido para ser lo más fiel al original), «algunos» – «otros» – «otros», marcan el contraste con la aparición del pronombre de la primera singular, egó dè: «pero yo», «yo en cambio».

La contraposición opera, pues, entre los muy concretos elementos icónicos de una estética tradicional, guerrera, épica: la tropa de jinetes, de «infantes», y la «flota de naves», y el pronombre indeterminado «uno», sujeto del verbo eráô, «enamorarse», «amar apasionadamente», «desear vivamente». «Aquello que uno ama» se convierte en universo de lo posible, indefinición que sustituye y supera la precisión plástica de una iconicidad concreta y determinada. Se trata, en palabras de Bruno Snell en El descubrimiento del espíritu (Die Entdeckung des Geistes, Hamburgo, 1946), de la contraposición entre el mundo exterior y el mundo interior del poeta. El surgimiento, pues, de la subjetividad. La aparición de lo que más tarde se conocerá como la «lírica personal».

Al reaccionar abiertamente contra los valores de la épica homérica, Safo rompe con toda una tradición poética, y por tanto estética, ancestral. Al declarar la supremacía de un universo subjetivo, afectivo y personal sobre los íconos bélicos consagrados por la tradición homérica, la poetisa, iconoclasta donde las haya, no solo afirma su individualidad, sino que en cierto modo preconiza la crítica literaria e inaugura una nueva forma de concebir y, esta vez sí, crear, hacer poesía. Al desvincular la poética tradicional de una estética y de unos valores belicistas, Safo marca el carácter, más que de un motivo literario, de una nueva tradición, que funda y enriquece con todo el potencial de los sentimientos humanos.

«Lo que uno ama» se convierte en aquello que cualquiera de nosotros es capaz de amar, cualquier persona, cosa o idea que merezca ser amada. La poesía alcanza así la categoría de «universal», tò kathólou, que Aristóteles le reconoce en la Poética (1451 b), superando la univocidad épica. A cualquiera le podría pasar, de hecho, a todos… o casi. Y desde esta altura, Safo es capaz de desdeñar los estrechos límites que le impone la estética ya entonces decadente de la poesía guerrera.

A partir de Safo, la mesa queda servida para la parodia y el desdén de la vieja estética homérica. Una generación más tarde, el siciliano Estesícoro dirá (33 P):

Musa, deja las guerras a un lado, y conmigo

canta las bodas de los dioses y los banquetes de los hombres

y las fiestas de los felices.

No cabe duda de que han arribado otros tiempos. No solo en Grecia. La metáfora de la militia Veneris (el «ejército de Venus») se convertiría también en motivo predilecto de la elegía romana en la época de Augusto. Propercio se dice a sí mismo en su elegía IV (135-138):

Más tú compón elegías, género engañoso (este será tu cuartel), para que escriba siguiendo tu ejemplo la restante muchedumbre. Bajo sus dulces armas sufrirás la milicia de Venus y de Venus los hijos serás un útil enemigo.

También Ovidio, en el Ars amandi (II 233-238):

El amor es una forma de milicia: que se aparten los desidiosos; no son varones tímidos los que han de defender estas enseñas. La noche y el invierno con sus largas caminatas y duras fatigas están presentes en este campamento del placer, así como todo tipo de esfuerzos.

Y en los Amores (I 1) nos cuenta:

Me disponía yo a escribir en el ritmo solemne hechos de armas y guerras violentas, de modo que el tema se ajustara a dicho metro. El verso de abajo era igual que el de arriba, pero Cupido se echó a reír y le sustrajo un pie, según cuentan (…) No bien me había quejado cuando abrió él su aljaba inmediatamente y escogió una flecha destinada a mi perdición. Curvó vigorosamente el sinuoso arco sobre la rodilla y dijo: «Toma, poeta, argumento para tus versos». ¡Desgraciado de mí! Fue certera la flecha del famoso niño. Me abraso y el Amor ahora es el rey de mi corazón solitario.

Lo sabemos, siempre es la parodia un síntoma inequívoco de la decadencia. Solo nos burlamos de aquello que ya no nos inspira respeto. Humor y parodia, mofa seguramente, pero también rebeldía de la poesía que ahora se niega a confinarse entre los bordes de la épica que ya le quedan estrechos. La afirmación de una nueva estética marcada por un universo personal y afectivo, el surgimiento de la lírica en el sentido de la aparición de un «yo» y de una subjetividad que se atreve a asumir el enunciado poético, tuvo que ver sin duda con la llegada de nuevos tiempos y de un cambio en las formas de entender las relaciones entre las personas, y por tanto la política.


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