Perspectivas

Entre locura y razón: la poesía según los griegos

19/09/2020

«A reading from Homer» (1885), de Lawrence Alma Tadema

A Carlos Sandoval

 

Sin duda los antiguos griegos no inventaron la poesía, pero fueron los primeros en teorizar sobre ella, inventando, eso sí, la crítica literaria, al menos como la concebimos en nuestros días. Lo hemos dicho otras veces, quizás sea ahí donde radica la incontestable originalidad de los griegos antiguos, en su capacidad para desarrollar un “lógos crítico” en torno a cada hecho particular, su vocación para teorizar el mundo. Fue este lógos lo que aseguró su legado y la pervivencia de su cultura, más que los vestigios materiales. No inventaron las ciudades, pero sí la pólis como sistema legal e institucional, y por tanto la teoría política, es decir, la crítica de la pólis. No inventaron el pensamiento, pero sí la filosofía. No inventaron la poesía, pero sí la poética.

El Ión de Platón

El primer tratado que conocemos acerca de la poesía se debe a un filósofo, a Platón. No es que antes de Platón no se hayan expresado conceptos acerca de la naturaleza de la poesía y de la palabra. Al comienzo de la Teogonía, Hesíodo hace decir a las Musas: “sabemos decir muchas mentiras con apariencia de verdades; y sabemos, cuando queremos, proclamar la verdad”. Después Safo, en el célebre fragmento 16, dirá que “lo más hermoso es lo que uno ama”. Y Gorgias, el orador siciliano que introdujo la retórica en Atenas, dice en su Defensa de Helena que el lógos “es un señor poderosísimo, que con un cuerpo diminuto es capaz realizar las más increíbles hazañas”. Todo esto señala una temprana reflexión acerca de los poderes de la poesía y de la palabra.

Sin embargo, el primer tratado dedicado a indagar la naturaleza de la poesía es el diálogo Ión de Platón. Para la mayoría de los especialistas se trata de uno de los primeros textos platónicos. El diálogo, que la tradición ha subtitulado Sobre la poesía o más comúnmente Sobre la Ilíada, relata un encuentro, real o imaginario, entre Sócrates e Ión, un rapsoda oriundo de Éfeso. Ión viene de Epidauro, donde acaba de ganar el primer lugar en el concurso de las fiestas de Asclepio, interpretando los poemas de Homero. Sócrates, o Platón por boca de Sócrates, pregunta interesado a Ión sobre su arte. Sostiene que los rapsodas son objeto de una especie de “locura”, la manía, una demencia o enajenación que ocurre cuando son presa del enthousiasmós, el “entusiasmo”, literalmente, “cuando el dios se le mete adentro”. En el Fedro (245 a-b) Platón traza un esquema de su teoría de la manía. Hay cuatro tipos de manía: la inspiración adivinatoria, que afecta a los adivinos y viene de Apolo; la locura iniciática, que sufren las ménades cuando son poseídas por Dionisos; la locura amorosa, que enajena a los amantes por culpa de Eros y Afrodita, y la inspiración poética, que es causada por las Musas.

Sin duda en la posición de Platón hay resonancias de lo que decía el viejo Demócrito, cuando afirmaba que “lo que el poeta escribe con entusiasmo e inspiración divina es sin duda bello” (fr. 18). Para Platón, la locura poética es una forma de sabiduría, sophía, pues proviene de la divinidad. En ese sentido, se hace eco de una concepción arcaica de la poesía, una concepción, llamémosla así, “chamánica”, por la que el poeta y el rapsoda son sabios, sophoí, en tanto que instrumentos de la divinidad, de la Musa. “Canta, diosa, la cólera de Aquiles, el hijo de Peleo”, dice el primer verso de la Ilíada. Es la Musa quien canta a través del rapsoda, quien le transmite la memoria y el conocimiento. Es claro que esto supone un nivel más allá del orden político y social, más allá del control social, digamos. Es por eso que la poesía es peligrosamente subversiva. Y es por eso que en la República de Platón no hay lugar para los poetas.

La Poética de Aristóteles

Si para Platón la poesía proviene de una especie de locura, para Aristóteles es ante todo una técnica, una tékhnê. El segundo gran tratado acerca de la poesía que nos ha llegado de la antigua Grecia, sin duda el más influyente, es la Poética de Aristóteles. Es verdad que se ha conservado en forma fragmentaria, pues se trata solo de una primera parte sobre la poesía trágica y falta una segunda que, supuestamente, trataba de la poesía cómica. Los historiadores dicen que Aristóteles compuso la Poética hacia el año 334 a.C., en los primeros tiempos del Liceo, cuando aún no había escrito su tratado sobre la Retórica. Otros dicen que se trata de los apuntes de clases de sus alumnos, en todo caso recoge las genuinas teorías aristotélicas en torno a la poesía.

Para Aristóteles, la poesía es ante todo mímesis, “imitación”, de hechos, no de vidas. Esta imitación tiene que ser verosímil para que la poesía pueda cumplir con su función catártica. Kátharsis es un término prestado por Aristóteles a la medicina. Se trataba de la purgación o purificación de que era objeto el cuerpo enfermo a fin de sanarse. También el término tiene una acepción religiosa y judicial. Los asesinos y demás reos de crímenes graves debían purgar sus culpas ante los dioses, como es el caso de Orestes. Del mismo modo, la poesía trágica, a través de la piedad y la compasión que suscitan, es capaz de purificar el alma (en este punto debemos suponer la existencia también de una “catarsis cómica”, imposible de confirmar). Aquí podemos notar una concepción notablemente psicológica del arte y de la belleza, y sin embargo eminentemente racional. La poesía, en efecto, nos habla de cosas que podrían pasarnos a cualquiera de nosotros, en cualquier momento y lugar. Esto la hace más “universal” (kathólou) que la historia.

Por otra parte, la purificación de las almas a través del goce estético que suscita la poesía está comprometida con una serie de medidas y proporciones que deben ser cuidadosamente observadas. De hecho, en la Metafísica (1078 b), Aristóteles nos dice que la belleza (tò kalón) es una proporción (métron) que se consigue a través del orden (táxis), la simetría (symmetría) y la limitación (ôrisménon). Es así que se ocupa de describir prolijamente las partes de una tragedia, sus elementos constitutivos, los mejores argumentos (mythoi), las formas del espectáculo y hasta los usos del lenguaje y los modos de la recitación. Todo redunda en la constitución de una técnica compleja, la tékhnê poiêtiké, cuyas bases aún hoy conforman los cimientos de la moderna ciencia literaria.

Entre la manía y la tékhnê

El hecho de que la poesía se debata entre dos polos opuestos, entre la locura y la razón, indica que la problematización del hecho literario pasa por una conciencia de la subjetividad del poeta, así como la evidencia de un “yo poético”. Por otra parte, no debe de extrañarnos que la problematización del fenómeno poético se haya concretado en el marco de la Atenas ilustrada. Así como el paso de Sócrates a Platón señala el tránsito de la oralidad a la escritura, el paso de la concepción poética de Platón a la de Aristóteles muestra el movimiento de una mentalidad mítica a una lógica, en palabras de Cornford (Initium Sapientiae. A Study of the Origins of the Greek Philosophical Thought, Cambridge, 1952), “el surgimiento de un saber empírico frente a un saber intuitivo”. Es claro que la locura y el entusiasmo platónicos evocan esferas de conciencia más allá del lógos.

¿A dónde va, pues, la poesía, que en estos días se extravía, quizás presa de una locura y un entusiasmo muy diferentes de aquellos de los que hablaba Platón, sin duda menos trascendentes? ¿Cuáles son en verdad esas sinuosas fronteras, el área difuminada y crepuscular en que locura y técnica se tocan y aun cohabitan? Hoy, deslumbrada aunque confundida en la opacidad de ciertas regiones, paradoja tremenda, la poesía corre el riesgo de ser tenida por algo que no es.


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