Visiones de coexistencia
María Fernanda Madriz: “El resentimiento es el peor principio para construir sociedad”
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En el marco de la convocatoria del 10° Salón Nacional de Coexistencia de Espacio Anna Frank conversamos con la profesora María Fernanda Madriz, licenciada en Artes y doctora en Historia, quien se ha dedicado al tema de las alternativas comunicacionales desde la investigación y la praxis social. Actualmente coordina el Observatorio de Desinformación, Rumores y Falsas Noticias del Ininco-UCV (ObserVe), desarrollando una minuciosa tarea de verificación de información. Para ella, la coexistencia parte de la experiencia personal y la autocrítica. De allí trasciende a planos más complejos que abarcan el ejercicio político y la interacción social.
La idea de coexistencia puede resultar incómoda en escenarios de confrontación y tensión. ¿Cómo acercarnos sin prejuicios a este concepto?
Para mí, la coexistencia empezó conmigo misma. Mi mayor dificultad en este campo fue qué hacer con el gentío que soy. No sé si a todo el mundo le pasa lo mismo, pero yo tengo muchas mujeres dentro: plurales, contradictorias, ambivalentes, y vivir una vida con tantas voces suele ser complejo, a menos que pongas orden en ese espacio. Entonces, para mí comenzó por resolver qué hacer con todas ellas para que, de algún modo, crearan una versión que pudiera ser además de funcional, en alguna medida útil y feliz.
El nudo es que esto no es fácil. Vivimos en un mundo y en un universo de discursos donde, en mi opinión y con respeto a todos los que trabajan en este campo, se corre el riesgo de banalizar lo que significa coexistir. Pareciese que bastase con tomarnos de las manos y tener la buena voluntad de construir espacios de respeto por el otro. Eso no es automático, no se compra en la botica.
La primera persona a quien le impones el pensamiento único es a ti misma y ese es el peor daño que uno se puede hacer. Cuando te pones gríngolas, te pierdes muchas de las mejores cosas que pasan en la vida. Además de la propia interioridad, los mejores lugares para valorar esto son las familias y las parejas. Son espacios maravillosos de experimentación y vivencias de lo bueno –y lo difícil– que es la convivencia fundamentada en el respeto.
Recuerdo un siquiatra que me preguntó si sabía cómo hacen el amor los puercoespines. Me dijo: con mucho cuidado. Así es la oferta del amor entre personas que tenemos nuestras púas, dificultades, corazas. El mejor camino es ir con respeto, poco a poco, para poder dar pero sin dañar, sin imponerte, pero también sin desdibujarte.
Más allá del plano personal y familiar, en el ámbito social y las estructuras colectivas, ¿cómo ve la coexistencia?
El nivel personal y familiar inmediatamente se amplifica a lo colectivo. En un grupo, por recibir reconocimiento o por evitar parecer una persona xenofóbica, puedes empezar a desdibujarte; éste es el peor camino porque, al final, siempre vas a aparecer. Es preferible que aparezcas lo antes posible, en tu cruda realidad y belleza, para que el otro y tú comiencen a trabajar con eso y todos veamos que somos diversos, distintos y tenemos que sentarnos a ver cómo interactuamos, cómo encontramos los caminos para llegar al respeto y, desde allí, construir afectos.
Para el homo sapiens sapiens la vida en soledad es imposible, no solamente dolorosa sino imposible. Si uno comprende eso, comprende que es indispensable aprender a vivir con otros y permitirle a otros que aprendan a vivir con nosotros.
Cuando hablamos de coexistencia en estos términos surgen posturas que la niegan en vista de sus dificultades. ¿Cómo hacerla posible y trascender su idealización?
Definitivamente, yo no creo que el hombre es el lobo del hombre, pero sí creo que cada quien tiene un lobo y una loba adentro. Es distinto que seas un lobo sin regreso, porque tu propio instinto hace que te confrontes y defiendas para sobrevivir –aunque para logarlo le pases por encima al otro–, a tener conciencia de que eso, el lado oscuro de la fuerza, the dark side of the moon, también forma parte de ti. Creo que tenemos un universo subjetivo que no está en el nivel de la conciencia pero que podemos trabajar, en parte conocer, en parte conseguir que coopere. Ahí están nuestras máximas maravillas y nuestras oscuridades más complejas.
No me puedo quedar con la mitad del paquete. Pensemos en hojas de papel con dos caras. Puedes quedarte toda la vida mirándolas de frente, puedes voltearlas y quedarte toda la vida viendo la contraparte. O puedes hacer origami. Cuando construyes origami es muy lindo, porque las hojas de papel japonesas para hacer origami suelen ser de dos colores y eso permite que cuando construyes las figuras, siempre se vean los dos lados. Haces una forma de un material que es, inicialmente, una invitación a crear y confiar. Pero confiar siempre es difícil porque es mostrarse, mostrar todas tus caras. Desconfiamos, y esto es una postura compleja de aprehensión frente al otro, pero también frente a uno. Siempre he creído que el odio, la xenofobia, el fanatismo, conquistan el mundo cuando consiguen conquistarte a ti.
¿De su experiencia docente recuerda algunos ejemplos que permitan profundizar estas ideas?
En el campo de la educación no tengo dudas de que la coexistencia es posible. Como docente de la Maestría en Comunicación Social de la UCV durante los años 2003, 2004 y 2005, en medio de un clima exacerbado de polarización, viví procesos interesantes. El primero era la auto segregación espacial: los estudiantes elegían voluntariamente sentarse de un lado o de otro. Se agrupaban como barras, a la espera de ver cómo empezaban a clavarse las uñas; era un proceso que comenzaba de forma espontánea, porque ya estaban atrincherados en sus posturas políticas. El reto fue intentar el encuentro en un espacio donde ni siquiera había la disposición inicial de escucharse unos a otros. Entonces debimos generar momentos de encuentro y de allí surgieron experiencias exitosas. Hoy en día tenemos estudiantes de distintas posturas ideológicas que se escuchan, y hemos conseguido que esta nave avance respetándose unos y otros y, más que respetándose, permitiéndose a veces, incluso, pensar los argumentos de la otredad.
Por supuesto que subsisten los dos lados confrontados y una de las búsquedas más interesantes es que miremos los grises. Eso no quiere decir que no tengamos un posicionamiento político frente a lo que ocurre, sino que hay grises en los polos enfrentados y hay quienes preferimos apostar al centro, acercarnos al centro del chinchorro y no quedarnos en las cabuyeras, no vaya a ser que nos ahorquemos allí.
¿Podemos asumir la coexistencia como el reconocimiento del otro con sus diferencias y características, pero también como la voluntad de encontrarnos, porque a la larga estamos todos bajo el mismo paraguas que puede ser la familia, la comunidad, el país?
Tal cual. Es indispensable establecer diferencias entre las cúpulas que se enfrentan por el poder, entre quienes se fanatizan y el resto, que somos todos nosotros, la gente de a pie. Uno cree que los argumentos de la otredad, sus radicalismos, siempre son vividos como los viven los líderes, y no es así. No nos brindamos esa pequeña oportunidad de reconocernos, ni siquiera en la familia. Desintegramos nuestras familias por la confrontación ideológica, sin permitirnos ese espacio de aprendizaje y encuentro, la memoria de una vida vivida juntos. Es inviable el futuro para una sociedad que no sabe, o no quiere, o no puede pesarse en común. La historia enseña que el chaparrón emparama a todos y, la mejor manera de torearlo, es compartiendo el paraguas.
Para finalizar traigo la frase de Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. En el contexto que hemos tratado quisiera su opinión sobre cómo las circunstancias inciden en el devenir de las sociedades y los individuos que las conforman.
Nosotros estamos muy afectados por el momento político que estamos viviendo, también por el que hemos vivido. Creo que sería un sinsentido que no aprendiéramos de lo que nos ha pasado. Aprender no solamente de los últimos veinte años. Nuestros problemas tocan fondo y se necrosan hoy, pero tienen raíces viejas.
El punto es que uno nunca sabe las vueltas que da la vida y, por lo general, personas y grupos sociales que estuvieron excluidos, en posición de sometimiento, incubando carencias y rencores, eventualmente emergen en posiciones de poder. Y los resentidos usan el poder no para construir justicia sino para cobrar venganza.
El resentimiento es el peor principio para construir sociedad, familia o amigos y, en nuestra sociedad tenemos un complejo amasijo de resentimientos concurrentes, de vieja y nueva data. La sociedad venezolana, por su historia, produjo asimetrías importantes que no se pueden dejar de lado si queremos entender nuestra actual situación.
El ser humano puede lidiar con la avitaminosis física, orgánica, pero no puede vivir con deficiencias o faltas psicosociales sin dañarse severamente. Esto genera unos lugares interiores –en la persona, en los grupos y sectores sociales– que después son muy difíciles de nutrir. Siempre será más fácil recuperar una anemia física que una anemia psicosocial, emocional y nosotros traíamos esa cola que no resulta fácil reconocer.
Esto tiene enorme importancia para la vida pública. En política no debe subestimarse nunca el peso mensurable de lo material, de la dádiva (la caja Clap, Mi casa bien equipada, el bono…), pero muchísimo menos debe subestimarse el inconmensurable peso de lo inmaterial. Por eso es tan difícil combatir el populismo, porque la dádiva no solo satisface necesidades materiales, satisface un nivel mucho más complejo y eficiente de dominio: el del reconocimiento y la pertenencia a una entidad común que te ve. Poco moviliza más a las personas que sentirse dignas de ser llamadas dignas.
No ayuda olvidar esto. Nos cuesta comprender por qué el nazismo emergió en una nación que había creado –para el momento cuando se inicia la Segunda Guerra Mundial– la filosofía más fecunda, la música más maravillosa, la literatura más inalcanzable. Sin embargo, en medio de esto se produjo un fenómeno perverso y depredador. Quienes atribuyen la complejidad del nazismo únicamente a la voracidad de poder y la sociopatía de Hitler, solo al nacionalsocialismo como movimiento y aparato, a su cúpula, obvian lo importante.
El reto es entender cómo toda una sociedad, todo un país que creó –y sigue creando– maravillas como evidencia de un proceso civilizatorio fecundo, tenía esa sombra ahí. Esa es para mí la lección más valiosa: la corresponsabilidad de todos en lo que nuestra sociedad es. Y el alerta: bajo condiciones de abuso, privación y violencia continuada sobre el cuerpo y el pathos individual y colectivo, bajo la guía de liderazgos que en lugar de sanar el resentimiento lo azucen y celebren, cualquiera de nosotros puede mutar en algo que le espante ser, convertido en espejo de lo que más adversa.
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Johanna Pérez Daza es periodista y curadora independiente. Investigadora y docente universitaria (UCV, UCAB).
Elizabeth Schummer es fotógrafa y coordinadora de Proyectos Fotográficos de Espacio Anna Frank
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Visiones de Coexistencia
Serie de 10 entrevistas producidas por Espacio Anna Frank, con el propósito de presentar el concepto de coexistencia desde distintos enfoques y facilitar su comprensión, permitiendo el intercambio de ideas y experiencias. Para ello se utilizan analogías, metáforas y relatos de áreas como historia, arte, biología, deportes, comunicación, diplomacia, psicología, educación, entre otras, que permiten un acercamiento amplio y diverso al tema de la coexistencia mediante ejemplos concretos orientados a su entendimiento.
Johanna Pérez Daza
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