Entrevista

Luis Lauriño: “Tenemos que regresar al diálogo social”

Luis Lauriño por Roberto Mata | RMTF.

20/08/2023

Una demostración de que la democracia liberal es una conquista de los pueblos la podemos encontrar en la historia reciente del país. Vías se han explorado, a partir de 1945, con resultados mixtos. El momento más fructífero, comprobable en los hechos, comienza en 1958, con el Pacto de Punto Fijo. Una bombona de oxígeno que permitió actuar con vigor en los sesenta y los setenta, pero que perdió fuerza en la década de 1980 y colapsó en 1998. 

Hubo un antecedente, el trienio que va de 1945 a 1948, un proyecto ambicioso y riesgoso que terminó mal: la dictadura perezjimenista. El sufrimiento enseña y enseña bien, porque en 1958 el país se abocó a pensar en largo plazo, teniendo el cuidado de no repetir experiencias fallidas, imposiciones políticas, sectarismos y deseos de control político y social. ¿Qué enseñanzas nos deja el diálogo social? ¿Para que sirvió? ¿Qué consecuencias le trajo al país? De esto nos habla Luis Lauriño*

Me llamó la atención el primer acuerdo obrero patronal, impulsado por Rómulo Betancourt durante esa experiencia que se llamó el trienio adeco (1945—1948). Una iniciativa impulsada desde el Estado, porque en Venezuela, después de la muerte de Gómez, no había sociedad civil. 

Betancourt se plantea la transformación de los medios de producción como eje inicial de un cambio profundo, en todos los órdenes, en Venezuela. Él entiende que la dinámica económica del país no es sostenible y su objetivo es superar el atraso, de muchos años, en materia social, política e institucional. Esa transformación económica supone unos consensos, unos acuerdos, que no se habían planteado en ningún momento. Hay una primera referencia en el New Deal, bajo la gestión de Franklin Delano Roosevelt, en Estados Unidos. Una segunda, más reciente, que se plantea en México, el Pacto de Avenimiento, bajo la presidencia de Ávila Camacho. Los esfuerzos que se hacen en Venezuela estuvieron a punto de concretarse en 1947, pero la dictadura de Pérez Jiménez lo impidió. En 1958 se retoman esos esfuerzos, con una particularidad: el sector empresarial se involucra para llegar a unos acuerdos. 

El Betancourt que llega al poder en 1961 está abierto a los consensos, al diálogo, a una visión pragmática de la política. Todo lo contrario al sectarismo y al deseo de control que se vio en 1945. Quizás el intento ensayado por Rómulo Gallegos en 1947 era más protocolar, más nominal, que otra cosa. 

Para mí el 45 fue un ensayo programado que como punto de partida tenía como objetivo primordial la transformación económica. Para entonces, Betancourt no había superado del todo el marxismo. Por eso privilegió una visión economicista y la transformación de los medios de producción, con una fórmula que pasaba por los consensos y la diversificación económica. Eso también supone elevar el nivel de vida social, para llegar al proyecto político de Betancourt: introducir el sistema liberal democrático en el país y sostenerlo. Por eso digo que el 45 fue un ensayo planificado, en el que se lograron algunas cosas. Se sentaron algunas bases económicas y se ensayó el diálogo social. ¿Para qué? Para gestionar la conflictividad laboral y favorecer la estabilidad económica. Una tarea muy difícil. No hay que perder de vista que el intervencionismo del Estado aparece, con mucha fuerza, bajo el gobierno de Eleazar López Contreras. 

Habla de un ensayo programado, de un plan político que pasa por los consensos, pero eso no ocurrió, entre otras cosas, porque los empresarios y los partidos políticos no estaban de acuerdo. Diría que tampoco había interés en la escena internacional, que tenía más interés en la estabilidad para expandir la explotación petrolera. ¿No era un plan demasiado ambicioso?

Sí, lo era. Pero, además, era un plan demasiado riesgoso, no sólo para los actores políticos, también para los factores fundamentales de la producción, porque suponía una operación quirúrgica de la redistribución del poder. El consenso pasaba por la necesidad de introducir un nuevo actor: los sindicatos, que no gozaban de buena reputación, ni en el país ni en el escenario internacional. No olvidemos que Occidente estaba enfrascado en una guerra contra todo lo que oliera a comunismo. Sin embargo, esa redistribución del poder se ensayó en el trienio adeco. Y eso fue muy importante para el devenir político del país en los años sucesivos. 

Después de la dictadura de Pérez Jiménez llegamos a esa gran expectativa que fue el 23 de enero. Pareciera que hubo un aprendizaje, las cosas no se podían hacer a trocha y mocha o mediante imposiciones. Esa fue la primera, y diría que la única vez, en que las élites han pensado en el largo plazo.

Estoy de acuerdo. Pero la razón principal fue de índole política. Toda la clase política le tenía terror a que se repitiera una dictadura como la de Pérez Jiménez. El primer acuerdo tenía que darse en materia económica, porque si no hay los instrumentos, las instancias, para gestionar medianamente los conflictos sociales, no era posible introducir un modelo de gobierno liberal democrático. En eso estaban contestes todos los actores políticos, incluidos los comunistas. Se retoma la fórmula del 47, pero en esta ocasión son los empresarios los que juegan un papel fundamental. En diciembre del 58 se suscribe el Programa Mínimo de Acción Política. 

Que no era tan mínimo

Exactamente. Los mecanismos que se utilizan son de avanzada. Porque si bien los partidos políticos tenían su propia visión y sus documentos programáticos, la idea no era imponerse unos sobre otros. Se organizaron mesas de trabajo y eso permitió que esos acuerdos subieran a una escala más operativa. Esos acuerdos se mantuvieron hasta que el modelo empezó a hacer aguas. 

En 1963, después de toda la inestabilidad política y económica —no olvidemos que Betancourt se enfrentó a un colapso fiscal—, un grupo de empresarios se reunió en Maracay para hacer suyo el proyecto liberal democrático. No olvidemos tampoco que Betancourt tenía plena conciencia del peligro que representaba Fidel Castro y la revolución cubana.   

Yo creo que la importancia del diálogo social y la idea de abrir esos consensos, junto con el desarrollo de la institucionalidad, el carácter democrático y la inclusión de diversos actores, posibilitaron pensar detenidamente en el largo plazo. Así mismo, permitieron desarrollar los planes de la nación, que tenían un sentido colectivo, lo que le dio forma al pacto de Punto Fijo y a otros acuerdos. Se actuó en consecuencia, para que este esfuerzo no fuera una entelequia. 

Realmente el esfuerzo de diversificar la economía, el proceso de industrialización, se desdibujó. No pudimos, ni hemos podido, superar la dependencia del petróleo. 

El patrocinio del Estado en la creación de industrias y en expandir la actividad económica, en algún momento, había que ponerle coto, entre otras cosas, porque ya se percibía su inviabilidad. Pero los mismos actores que plantearon esa posibilidad fueron los mismos que se resistieron a introducir cambios. La reforma agraria, como pivote para crear un nuevo consumidor, no funcionó. Quizás porque en el campo venezolano no había un obrero calificado sino un conuquero. Teníamos, además, un empresariado muy incipiente, que nació ayer y de la peor manera posible. ¿Qué suponía eso? Un empresario que adolecía de dos cosas fundamentales: visión de largo plazo y tolerancia al riesgo. No podía tener tolerancia al riesgo porque ese componente de la ecuación lo asumía el Estado, que era el único que poseía el capital. Eso en una primera etapa, porque cuando el empresariado se hizo del capital no quería perder los privilegios que disfrutó con antelación. Se resistió a la transformación. Por otro lado, ¿visión de largo plazo, en un país tan inmediatista, que cambiaba radicalmente? Es una pregunta difícil de responder. 

Los venezolanos somos rentistas desde ese periodo que se conoce como la colonia, primero con negocios agrícolas que no superaron la materia prima —café, cacao, cueros— y luego con otros negocios, quizás más sofisticados, asociados a la actividad minera: petróleo, hierro, bauxita, aluminio, cemento. En eso ha habido continuidad. 

Hay dos grandes etapas. Una inicial, en los años 60, en la que se introducen nuevos elementos, se establecen consensos y la mirada apunta a largo plazo. Una segunda, provocada por el aumento desmesurado de los precios del petróleo. El país se gana la lotería y eso no lo supimos procesar. Eso tiene efectos importantes en todo orden. El mundo político, el sector empresarial, la sociedad civil forman parte de ese orden. La sociedad civil actuó con cinismo, no vio el cambio con buenos ojos porque estaba en la buena. Tampoco se involucró en la política. La democracia se dio por sentada. Pero la democracia es una cosa que hay que alimentar y defender. Esa mentalidad rentista de un Estado todopoderoso, donde yo me beneficio haciendo lo que haga; donde yo soy merecedor de la riqueza petrolera sin hacer ningún esfuerzo; creo que eso nunca se superó. 

Tenemos que hacer un mea culpa. Pero no lo hemos hecho. 

Totalmente.

El intento de actualizar los acuerdos políticos, el diálogo social, mediante una instancia como la Comisión Nacional de Precios y Salarios también fracasó. Lo primero que hizo el gobierno de Jaime Lusinchi fue reconocer la deuda externa privada al inolvidable tipo de cambio de 4,30 bolívares por dólar. Una vez más, el Estado asume el riesgo de actividades que son propias del sector privado.  

Si consideramos el marco de esta conversación, ese hecho cobra más sentido. Faltó un liderazgo que, sin egoísmos e intereses particulares, le pusiera coto a un modelo agotado. Pero después de que te ganaste la lotería, ¿quién le iba a poner el cascabel al gato? Necesitábamos no un político sino un estadista que empezara a actualizar y a transformar ese modelo. La reacción del gobierno de Lusinchi fue más bien de emergencia, quizás desesperada. ¿O acaso con esa medida podías transformar todo? En paralelo se estaba trabajando en una reforma integral, impulsada por los adecos, en aquello que se llamó la Copre, pero ellos mismos la desecharon, no les interesaba. Esa omisión va a traer efectos muy negativos para los partidos políticos y para la propia clase política. No estaban dispuestos a hacer los cambios de raíz sino una sesión de maquillaje. 

El segundo gobierno de Rafael Caldera también lo intentó con la Comisión Tripartita. Pero Venezuela era un barco a la deriva. Fue una experiencia muy decepcionante, lastimera. Llega el chavismo y nos encontramos con el gobierno del señor Nicolás Maduro, el más neoliberal que ha conocido el país.  

No es de gratis que Chávez llega al poder. En el año 98 hay un punto de inflexión en materia económica. Estas personas son de signos contrarios, no le interesa el consenso. Todo lo contrario, privilegian el conflicto, la dialéctica. De manera que había que deconstruir todo el sistema, la llamada IV República que, además, habían criticado a más no poder. Esa deconstrucción, creo que la hacen de forma programada. Basta que leas los documentos que han producido, los programas del PSUV, o que veas las acciones que han tomado desde el mismo año 98. Actor por actor, fueron cayendo. La autonomía sindical, por ejemplo, desde 1990. Ya las elecciones no eran autónomas, sino supervisadas y organizadas por el CNE. Un golpe al corazón. La atomización del sector sindical siempre ha sido una fórmula para quitarle poder al sindicalismo y a los trabajadores. 

Esa es una fórmula más que probada.

Hasta el punto que ensayaron el sicariato sindical, con particular énfasis en Guayana. Eso es otro mundo y tener el control de los sindicatos no era tan fácil. No hay cifras claras sobre el sicariato sindical, pero las más conservadoras hablan de 400 muertos por encargo y todo eso promovido o haciendo la vista gorda del Estado. El sindicalismo es hoy un cascarón vacío. 

Tampoco se salvó el empresariado.

No, lo dividiste, favoreciste a unos en detrimento de otros. Eso resultó más fácil. Además, era el discurso natural. 

Se cargaron el derecho de propiedad, pieza fundamental para la actividad privada. 

Totalmente. Había que erradicar el sistema capitalista y eso suponía acabar con la propiedad privada. La desindustrialización por la vía que sea, por el marco normativo o por las expropiaciones, nacionalizaciones y estatizaciones. En ese proceso hubo más de 3.500 violaciones a la propiedad privada. Voy a dar unas cifras. En 1997 había cerca de 12.700 grandes empresas. Hoy hay 2.300 trabajando al 22 por ciento de su capacidad instalada. ¿Qué hay detrás de esos números? Una merma masiva del capital, un detrimento brutal de la propiedad privada y finalmente, un control de la economía, un monopolio gigantesco que generaste tú mismo. ¿Quién es el gran empresario hoy día? Tú y tus panas. ¿Qué capital puede atentar contra la estabilidad de este gobierno? Ninguno. ¿Qué hiciste? Pasaste de un modelo tripartito, la expresión por excelencia del consenso, de los acuerdos y del diálogo social, a un modelo estatal y militarista. En 2008, de 26 ministerios tenías ocho controlados por los militares. Unos añitos después, ya los militares controlaban 16 ministerios. A este gobierno no le interesa ni el diálogo social ni el consenso. A tal punto que al Estado venezolano lo denuncian ante la Organización Internacional del Trabajo, tanto trabajadores como empresarios. El informe de esa organización es contundente, con un lenguaje para nada diplomático, casi califica esto como una autocracia. 

¿Esta idea de que estamos ante un momento propicio para restaurar los mecanismos del diálogo social, los mecanismos para gestionar el conflicto, qué importancia le asigna?

Mi respuesta puede parecer naif, pero yo creo que el diálogo es más importante cuando las cosas no marchan bien. Una de las conclusiones, obtenida mediante consultas a los participantes del llamado Foro del Diálogo Social, es la necesidad de mantener esos contactos, esas plataformas de entendimiento, incluso con el tutelaje de la OIT. De alguna manera, eso obliga al Estado a sentarse allí. Y, sobre todo, a actores que no necesariamente se sientan allí y pueden consensuar. Yo creo que lo que posibilitó los acuerdos del año 58 fue el hecho de que varios actores se sentaron para pensar en el país. No existe el momento ideal, el momento es ahora. Creo que es inviable un proyecto de país si no te sientas a dialogar a buscar soluciones. Más si consideras que el chavismo no va a doblegar a la oposición y viceversa.  

*Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales (UCAB). Maestrías en Recursos Humanos y en Sistemas de Calidad. Profesor del Diplomado en Historia Contemporánea de Venezuela UPEL—FRB. Ensayista en temas sociales e históricos. Autor en diversas publicaciones especializadas.


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