Artes

Lucky

Fotograma de "Lucky"

30/06/2018

Al día siguiente de que Anthony Bourdain tomara el cinturón de la bata de baño de una habitación de hotel en Francia para suicidarse, fui a ver la película Lucky (2017). El Magaly de San José es un cine tradicional que, aunque renovado, conserva un aire de esplendor de otras épocas. Fue construido al estilo art decó, sus espacios son amplios, la sala principal es majestuosa y tiene dos niveles. El lugar cuenta con un café se llama Kubrick en el que tomo un expreso antes de entrar a la función.

En Lucky, Harry Dean Stanton encarna a un hombre del medio oeste estadounidense que, a pesar de su avanzada edad y de la caja de cigarrillos diaria que fuma, goza de una salud envidiable.  Recibió su apodo, “afortunado”, cuando le asignaron la labor de cocinero en un barco de guerra contra los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, le confiesa a un viejo Marine que conoce al azar en el Diner del pueblo.

Lucky se levanta todos los días oyendo música mexicana. Se rasura, se lava la cara y las axilas, se peina el cabello, se cepilla los dientes y anda en su casa en ropa interior: camiseta blanca y calzoncillo blanco largo. Todos los días practica veintiún repeticiones de cinco tipos de ejercicios de yoga. El clima donde vive se parece a sus hábitos, mantiene un patrón repetitivo: amaneceres encendidos, cielos despejados y atardeceres también encendidos. La película se desarrolla, suponemos, en algún estado fronterizo con México.

Este hombre solitario se pasa la mañana llenando crucigramas y tomando café con mucha azúcar en el Diner, se le nota arisco y malhumorado. Luego camina y se detiene al lado de una suerte de arco de entrada hacia algún sitio, fija la mirada y lanza un insulto: “¡Puta!”. Sigue de largo y entra a la tienda de víveres donde compra leche (lo único que hay en la nevera de su casa) o cigarrillos. Intercambia algunas palabras en español con la mujer que atiende porque Lucky, tal vez debido a la mezcla del lugar donde vive y por su afición a oír rancheras en las mañanas, habla algo de español. En una de las paradas ella lo invita al cumpleaños de su hijo que se llama Juan y que cumple diez años el sábado: “Juan Wayne”, agrega Lucky, haciendo una broma. Se despide y le dice: “tengo que ir a ver mis shows”.

Llega a su casa y está de nuevo en ropa interior, camiseta blanca y calzoncillos blancos largos. Ve programas de juegos y acertijos, al tiempo que sigue llenando los crucigramas y vocifera algunas palabras: ¿cuántas letras tiene “realismo”? ¿Qué es “realismo”? Busca la definición que lee en voz alta, como dándose un mensaje a sí mismo sobre la vida:Realismo: La actitud o la práctica de aceptar una situación tal cual como es y de estar preparado para lidiar con las consecuencias”. Lucky tiene un teléfono grande rojo sobre la mesa frente al televisor que presumimos utiliza para hablar con un amigo imaginario. El teléfono repica, pero solo se oye su voz y, por lo que dice, pareciera que se va preparando para una muerte futura. A pesar de su ruda y sólida personalidad, que contrasta con su delgadez, confiesa en un momento dado: “tengo miedo” (de morir).

Cuando el sol se oculta, Lucky acude al bar Elaine’s donde están sus amigos, entre ellos Howard, un hombre mayor protagonizado por el director David Lynch, que está afectado porque President Roosevelt se ha extraviado. Roosevelt es una tortuga que ha sido su compañera durante décadas. Comenta que tiene cien años y que ha sobrevivido a dos de sus esposas (le pueden quedar otros cien de vida). Que no puede creer que se haya escapado. Se encuentra en un estado de abandono sentimental.

Otra noche, en el mismo bar, Lucky encuentra a su amigo sentando con un abogado que trata de aprovecharse para que acceda a dejar en un testamento todos sus bienes a la tortuga (que sigue desaparecida). Lucky se da cuenta de que el abogado depredador se está beneficiando de su amigo. En ese instante, delante de todo el mundo ofrece darle unos golpes y, en una escena memorable, Howard estalla y exclama:

“¡La extraño mucho! La tortuga es una creatura increíble. Es noble como un rey y tiene el corazón de una abuela. ¡Extraño a mi amigo, su compañía y su personalidad! El Presidente Roosevelt nació en un hueco en el desierto, una criatura más pequeña que mi dedo pulgar. Y algo hizo clic dentro del cerebro de Roosevelt, salió del hueco a enfrentar al mundo. Ustedes piensan que la tortuga es lenta. Pero yo pienso es en el peso que tiene que llevar sobre su espalda. ¿Se imaginan tener que llevar ese caparazón toda su vida? ¡Ríanse! Pero esa tortuga me afectó como persona. ¿Entienden lo que quiero decir? Hay algunas cosas en este universo, damas y caballeros, que son más grandes que todos nosotros. ¡Y la tortuga es una! ¿No se dan cuenta de que es un animal mucho más sagrado que nosotros? Que es lento porque lleva ese caparazón para sobrevivir pero que, al mismo tiempo, cuando muera, es su propia tumba ¿No se dan cuenta? ¡Esa tortuga nos dice más sobre el universo que nosotros mimos! ¡Y eso me conmueve!”

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Una paradoja mayor entre película y realidad: Harry Dean Stanton fallece el 15 de septiembre de 2017 de causas naturales, a la edad de 91 años, en el Cedars-Sinai Medical Center en Los Ángeles, a solo dos semanas del estreno de la película. Una película donde el personaje es longevo y cuyo actor también es longevo en la vida real. A pesar de ello, no alcanza a ver el estreno de su propia brillante actuación.

La suya no fue una muerte, sin embargo, como la de Bourdain en la que, por voluntad propia, un hombre que, en apariencia tenía “una vida perfecta”, uno de los trabajos más apetecidos que uno pueda pensar, fama, dinero, admirado y querido, con una novia y una hija de once años, sorprendió al mundo con su decisión impulsiva. Bourdain no era solitario y a pesar de ello no pudo soportar el peso de la vida. Lucky, el personaje, es solitario, pero acepta la vida, la sobrelleva, malhumorado pero con humildad. La muerte de Bourdain y la longevidad de Lucky colocan en extremos opuestos a la experiencia humana.

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Harry Dean Stanton era conocido en Hollywood como un bebedor y un fumador empedernido. Los medios relatan que siempre tenía muchas historias que contar, aventuras vividas junto a Jack Nicholson y Kris Kristofferson, admirado por muchos actores más jóvenes que eran sus compañeros de fiesta, como Emilio Estévez o Rob Lowe: “Yo no actúo como su padre sino como su amigo”.

El fumador de la vida real de Hollywood se traslada en la actuación al fumador del desierto. Aunque siempre se debe tener presente la separación entre personaje y actor, John Carrol Lynch, el director de Lucky, declara que la película está basada en gran parte en la personalidad del actor de París, Texas y, en ese sentido, dice:

“La película fue un traje a la medida de Harry Dean Stanton. Iría tan lejos como para decir que fue inspirada en su vida. No es la vida del personaje, no tiene nada que ver con la vida que llevó Harry Dean, pero la historia y el material son su historia. Lo que aprendemos sobre él, todo eso, son las opiniones de Harry. Además, el proceso de su vida cotidiana se reflejó en la película, la esencia filosófica, espiritual y emocional del viaje de Harry. Eso fue lo que quisimos capturar”.

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Una mañana en la cocina de su casa, luego de su rutina, Lucky se queda viendo la máquina de café con los números rojos que marcan “12:00” intermitentemente y de pronto se cae al piso. En la siguiente escena el médico lo examina y le dice que no tiene ningún hueso roto, que la tensión está perfecta, el corazón como un roble, los exámenes de laboratorio satisfactorios; que pareciera simplemente tener un organismo privilegiado para una persona de su edad.

Lucky reta a las normas y convenciones. Hace lo que le da la gana y a veces saluda con un insulto o una cara destemplada, como cuando llega al Diner y le dice siempre a su dueño, un hombre amable: “Tú eres nada” (you are nothing). Una mañana le confiesa que, cuando tenía unos doce o trece años, tuvo un ataque de pánico. De pronto pensó que la vida era un gran vacío negro, que no había nada más allá. En ese momento se retrata el origen de su ateísmo que, sin embargo, se pone en duda cuando suponemos que conversa, a través del teléfono rojo, con ese amigo imaginario que bien pudiera ser Dios. ¿O será que habla con la nada?

La película prosigue mostrando las rutinas de Lucky y los matices alrededor suyo. Siempre con su yoga matutina en medio de ese desierto de cielos perpetuamente despejados, de amaneceres y atardeceres con sus estallidos de colores, con los ciclos del universo. Decide ir a la fiesta a la que lo había invitado la mujer que le vende cigarrillos y leche.  En medio de la reunión, en la que predomina un público de origen mexicano, se pone a cantar con su acento, pero en perfecta dicción, Volver, volver. Los mariachis y la gente de la fiesta están estupefactos, lo acompañan y ovacionan.

Al rato llega vigorizado a Elaine’s. A sus amigos les insiste que un día va a encender el cigarrillo dentro del bar (prohibido por las normas) y entonces les dice, en uno de tantos momentos memorables del filme: “¿Para qué sirven las normas? No comprenden que la vida se consume y termina en la nada, que cada uno de los que estamos acá despareceremos, que todo se va a perder en un gran hueco negro de la eternidad”, empatando el ataque de pánico de los trece años con lo que siente ahora. Lo dice con tal convicción e iluminación, con tal naturalidad, con la propiedad del hombre mayor de edad, que todos se quedan impactados, conmovidos, como si tomaran una súbita conciencia del fatal destino que depara la vida. Y le preguntan: “¿Qué hacemos, entonces?”. Lucky se queda pensando, recuerda la historia que le contó el Marine sobre una niña japonesa budista en la guerra que sonreía antes de que la mataran, porque todo se trataba de la continuación de la vida en otra forma, ese crudo instante que el Marine no logra olvidar, y les responde: “sonreír”.

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Los espectadores nos enteramos, casi al final, de que lo que está detrás del arco de entrada donde cotidianamente lanza el insulto de “¡Puta!”, es una estatua que representa a Eva. Sabemos que según la biblia Eva fue la primera mujer, sacada de la costilla de Adán, la que le presentó el pecado a Adán, culpable de que fueran expulsados del paraíso. Este insulto simbólico de Lucky es una prueba de sus propias dudas sobre Dios y la creación del universo, aunque se muestre siempre como un cascarrabias existencial.

La escena de cierre (abierto) es en el desierto. Lucky camina y aparece la tortuga extraviada, que habíamos visto como un detalle sin importancia al inicio, llevando su caparazón para protegerse, el que será su propia urna. Están a una cierta distancia en direcciones cruzadas y no se percatan el uno del otro. Lucky y la tortuga marcando su camino y su destino, paso a paso, en medio de la inmensidad del desierto, como protagonistas del papel de la longevidad de algunos seres vivos. ¿Qué se iba a imaginar el actor de esa escena que moriría a los pocos meses? La realidad alcanza y supera a la ficción.


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