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Los niños derrocados por el hambre
Fotografía de Federico Parra / AFP
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Hace un mes que Bárbara tiene diarrea. La niña de 6 meses pesa 7 kilos y es inquieta. Sus padres decidieron llevarla al médico cuando sus piernas comenzaron a hincharse y a oscurecerse. “Hace unos días le salieron unas marcas que parecían moretones. Eso me dio mucho miedo”, dice Fabiola, su madre, una joven de 16 años que estudia en el programa social Misión Ribas para obtener el título de bachiller. Bárbara fue diagnosticada con desnutrición proteica o kwashiorkor, una enfermedad que algunos doctores no habían registrado en zonas urbanas de Venezuela desde hacía dos décadas y que otros sólo conocen por referencias en los libros de Medicina.
La palabra kwashiokor proviene de un vocablo africano que significa “niño derrocado”, en alusión al hijo mayor que es desplazado por la llegada de un segundo bebé al que la familia debe alimentar, explica la nutricionista Susana Raffalli, especializada en gestión de seguridad alimentaria, emergencias humanitarias y riesgos de desastre desde hace 21 años. La última vez que vio esta enfermedad en América Latina fue en Guatemala en 1998, cuando trabajaba en el Instituto de Nutrición de Centroamérica y Panamá de la Organización Panamericana de la Salud.
El jueves 25 de mayo, Fabiola y el padre de la niña, Lucas, de 20 años, recorrieron 17 kilómetros desde su residencia en Caucagüita hasta el Hospital Dr. Domingo Luciani, en el estado Miranda. Llegaron a las 3:00 de la tarde y dos horas después los pediatras resolvieron dejar a la bebé internada en Emergencias. Los niveles de proteínas en su cuerpo eran muy bajos y sus piernas estaban hinchadas, síntoma de una peligrosa retención de líquidos.
Raffalli indica que “la falta total y abrupta de proteínas en la alimentación” origina esta forma de desnutrición aguda. Tres meses sin comerlas es tiempo más que suficiente para que las extremidades se hinchen. “Las proteínas que uno ingiere se convierten en albúmina en la sangre y la albúmina es lo que hace que toda el agua del cuerpo se mantenga dentro de los vasos sanguíneos. Cuando no tienes albúmina, el cuerpo no retiene el agua dentro de los vasos y produce una hinchazón muy superior a la que la piel puede soportar. Por eso se abre”. La nutricionista ha visto el desenlace que tendrá el cuadro de Bárbara muchas veces: “Una vez que orine el agua, esa niña va a quedar en el pellejo”.
Es viernes. Sobre una mesita, a un lado de la cama, hay un celular, unos escarpines tejidos y una arepa rellena con carne molida envuelta en una bolsa plástica. El hospital repartió la cena pero Fabiola no ha podido comer. Acaba de llegar a la emergencia pediátrica luego de un breve paso por su casa para bañarse y cambiarse de ropa. El día anterior la pareja no desayunó, tampoco almorzó ni cenó. “Estábamos en este rollo, con la niña enferma, y no pudimos comer nada”, cuenta la madre primeriza mientras amamanta a Bárbara. Es el segundo día que la pequeña recibe leche materna tras dos meses sin lactar. “Le estoy dando pecho desde ayer porque los doctores me recomendaron que lo hiciera”.
Cuando la bebé cumplió 4 meses, Fabiola sustituyó la teta por fórmulas infantiles. Y cuando dejó de conseguirlas en los supermercados, comenzó a alimentar a Bárbara con leche completa o plátano y guayaba licuados. Desde entonces la pequeña sufre de diarrea. Llora cuando sus padres la acomodan delicadamente sobre la cama. Tocarla o moverla despierta sus quejidos. Lucas se aproxima a su hija y le hace muecas, la acaricia, le dice “princesa” y ella se le queda mirando. Ya no llora más.
Fabiola vive con su madre y su esposo. Ella no trabaja y Lucas gana 40.000 bolívares semanales como empleado en una construcción. En dos días la pareja ha gastado 41.000 bolívares sólo en exámenes de sangre. Aunque el Domingo Luciani es el único hospital tipo IV del estado Miranda, no dispone de insumos para realizar hematologías completas y Fabiola debe llevar las muestras a un laboratorio privado a 20 minutos de allí.
“Ayer gastamos 28.000 bolívares en exámenes. No sé exactamente cuáles eran porque tomaron el papel y no pude leerlo bien. Hoy gastamos otros 13.000 y nos dijeron que faltan dos análisis más. Uno de ellos cuesta 47.000 bolívares. Mi suegra se llevó el récipe para averiguar si hay otro lugar donde nos pueda salir más barato”.
El dinero se acaba.
Impotente e indignada, la pediatra y nutriólogo infantil Livia Machado, médico de Bárbara y representante de la Sociedad Venezolana de Puericultura y Pediatría ante la crisis alimentaria, asegura que los especialistas del Domingo Luciani tienen “las manos atadas”:
“Nos llegan niños deshidratados y desnutridos. Se nos están muriendo de hambre y de sed, literalmente. En el hospital no tenemos ni siquiera solución oral para calmarles la sed. Ponemos tratamientos incompletos, parciales, ayudas paliativas. Los que tienen déficit nutricional deben contar con suplementos, tratamientos especializados que no existen en el país. No tenemos ni siquiera leche para preparar las fórmulas que recomienda la Organización Mundial de la Salud. Y aun cuando la madre puede ofrecerle al bebé lactancia materna, tienen desnutriciones tan severas que no cubren sus requerimientos. Esto está pasando en todos los hospitales”.
Machado recibe cada vez con más frecuencia a niños alimentados con agua de pasta, de arroz, mazorcas o almidón de maíz:
“Sólo les dan harinas y no proteínas y eso es lo que lleva a que tengan un déficit de todas las proteínas vitales como la albúmina, hemoglobina e inmunoglobulinas. Son niños con un altísimo riesgo de infecciones y complicaciones porque a diferencia del niño que come poco pero bien, estos tienen un déficit importante desde el punto vista inmunológico que hace que con cualquier cosa pueden complicarse o fallecer”.
Los jóvenes padres no saben cuándo la niña podría ser dada de alta. El pronóstico para Bárbara depende de lo que revelen nuevos exámenes de sangre, porque hasta ahora han confirmado que tiene la hemoglobina en 10, lo que demuestra que está deshidratada. Ya que los parámetros de contenido de hierro están muy bajos, la doctora Machado calcula que el valor real puede estar alrededor de 9. Debería tener la hemoglobina en 11 o más. La presencia de proteínas en su organismo es casi nula.
El día que Bárbara fue internada falleció un niño de 11 meses por desnutrición aguda. Era paciente de la doctora Machado:
“Llegó en condiciones muy críticas de desnutrición y deshidratación, con un desequilibrio muy importante desde el punto de vista metabólico. Tenía una infección intestinal asociada a la desnutrición y aunque se le puso un tratamiento para evitar el deterioro cardiometabólico, el bebé falleció a las 48 horas. Ya tenía la hemoglobina en 5, se transfundió pero no se pudo hacer mucho. Desde el punto de vista nutricional estaba muy deteriorado”.
Después de trabajar en crisis alimentarias en Angola, Pakistán, Birmania y el Sahara, Raffalli afirma que no había presenciado un “deterioro nutricional tan intenso, en tan corto tiempo y tan evitable” como el que registra Venezuela. En casos como el de Bárbara advierte que el daño biológico es reversible pero el cognitivo no. “Estos niños van a botar el agua y van a recuperar el peso. Pero si el daño nutricional ocurre en menores de dos años, hay secuelas en su cerebro y a nivel cognitivo que quedan para toda la vida. Tendrán un desempeño escolar diferente y un sistema inmunológico débil. Sin contar con las secuelas afectivas. ¿Qué puede sentir un niño que llora y llora por hambre y su cuidador no le puede resolver?”.
Para la directiva de la Confederación de Asociaciones de Productores Agropecuarios, Venezuela se encuentra en «emergencia agroalimentaria”. “La falta de insumos colapsa la producción agrícola y profundiza el desabastecimiento y la escasez de alimentos”, alertó Fedeagro; mientras que la Federación Nacional de Ganaderos señaló que el consumo de carne per cápita cayó 69,5% entre 2012 y 2016.
Las cifras oficiales también demuestran que el consumo de alimentos ha caído significativamente desde 2013. Los hogares venezolanos redujeron la ingesta en 55 de 62 productos, entre ellos harina, arroz y pollo, al contrastar el segundo semestre de ese año con el mismo período de 2012, según la Encuesta de Seguimiento al Consumo de Alimentos del Instituto Nacional de Estadística.
Marasmo
Aydemaris Martínez tiene 7 meses y recibe atención especializada desde diciembre de 2016 en el Centro de Atención Nutricional Infantil Antímano (Cania), patrocinado por Empresas Polar. Pesaba 3 kilos y medía 49 centímetros cuando nació. Desde entonces apenas ha ganado 300 gramos. El martes 23 de mayo ingresó al Hospital Dr. Domingo Luciani porque no paraba de vomitar. “Cania me queda en Carapita y yo vivo en Petare. Está muy lejos y desde que comenzaron las protestas no me he podido mover hasta allá. Cuando les conté que la niña vomitaba, me dijeron que debía llevarla a un hospital más grande. Y este es el que me queda más cerca”, dice su madre, Elizabeth Morales, de 36 años.
Aydemaris fue diagnosticada con marasmo, una forma de desnutrición severa que ocasiona un adelgazamiento patológico. Tiene la piel pegada a los huesos. No crece, tampoco aumenta de peso. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), “la mayor proporción de víctimas se encuentra entre los niños de menos de un año”, y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, conocida por sus siglas en inglés como FAO, apunta que tanto el kwashiorkor como el marasmo “registran altas tasas de mortalidad”.
Elizabeth trabaja en una compañía de mantenimiento. Gana salario mínimo y no tiene seguro médico. Tampoco Aydemaris. La niña dejó de lactar a los 3 meses y comenzó a tomar leche de fórmula, pero su madre ya no la consigue. Cuando finalmente da con un pote de leche, puede costar 40.000 bolívares, más de la mitad de su sueldo. “Yo no puedo pagar eso”. Desde entonces, alimenta a Aydemaris con caldo de pollo y arroz licuado con leche. La OMS advierte: “Cuando la madre no puede amamantar a su hijo, o deja de hacerlo prematuramente, rara vez es posible encontrar un sucedáneo adecuado de la leche materna”.
En el último récipe los especialistas le indican cinco medicamentos nuevos que debe comprar. Entre ellos figura el Miovit, prescrito para las complicaciones producto de las carencias del complejo B; y Ferganic Folic para el tratamiento de las deficiencias de hierro y ácido fólico. “Además, tiene escabiosis”, comenta Elizabeth, mientras levanta cuidadosamente la camisa azul de su hija. Su estómago, levemente hinchado, muestra un sarpullido rojo que se extiende hasta las costillas. Sus brazos, esqueléticos, también tienen pequeñas erupciones. La piel está irritada y cuando la madre manipula a la pequeña, ella llora y frunce el entrecejo. Sus muñecas están cubiertas de hematomas ocasionados por los pinchazos de los tratamientos intravenosos. “Llora porque no le gusta para nada que la toquen. Se molesta”.
Entre el martes y el jueves ha gastado 39.000 bolívares sólo en análisis de sangre. En las mañanas lleva las muestras a un laboratorio ubicado en el casco histórico de Petare, a 20 minutos del hospital. En la tarde debe volver para retirar los resultados. Aunque Aydemaris está rodeada por otros seis pacientes en la sala de la emergencia pediátrica, cuando su madre deja el centro de salud la bebé queda sola. “El papá trabaja todo el día. Yo soy la que está con ella”.
El presidente de la Sociedad Venezolana de Puericultura y Pediatría, Huníades Urbina-Medina, asegura que desde hace más de 20 años no se reportaban casos de kwashiorkor o marasmo en la capital venezolana. “En 1988 un paciente ingresó con kwashiorkor y falleció en el hospital de El Llanito. En esa época se veía este tipo de desnutrición en personas que venían de zonas rurales y no tenían educación nutricional. Yo he trabajado en el Hospital de Niños toda mi vida y nunca volví a ver casos de desnutrición en ese grado tan extremo”.
La doctora Machado lamenta que sus pacientes sean niños que no acumulan el peso adecuado después de que nacen:
“Hay niños que pesaban 3 kilos al nacer y a los 2 meses solo han aumentado 200 gramos. Los niños no están progresando y eso los lleva a una merma nutricional tan severa que con cualquier cosa, una gripe, un problema diarreico leve, se deterioran. Uno mismo se pregunta: ‘¿está vivo?’. Esto es incompatible con la vida. Así nos están llegando”.
Raffalli visitó el Domingo Luciani el lunes 22 de mayo y vio casos de pelegra, otra enfermedad nutricional ocasionada por la falta de vitamina B3 o niacina:
“Esta deficiencia nutricional es muy difícil de ver porque la niacina está presente en varios tipos de alimentos como el maíz, trigo, arroz, así como el pescado y los frutos secos. Cuando hay un déficit nutricional de una vitamina tan frecuente como la niacina es porque al paciente le están faltando muchos alimentos al mismo tiempo, no solo uno”.
Los niños con déficit nutricional severo necesitan fórmulas terapéuticas especiales y pueden recuperarse en 6 semanas, explica Raffalli. Una política pública que atienda el problema requeriría que las autoridades garantizaran un subsidio directo a las familias con niños menores de un año y acceso a fórmulas infantiles:
“En este nivel en el que ya no son niños en riesgo sino con daños, necesitamos urgentemente que el Estado facilite que sean realimentados con fórmulas terapéuticas y que todos los que estén en riesgo logren acceso a fórmulas infantiles normales para niños de 0 a 6 meses y de 6 meses a 1 año”.
Elizabeth se quedará esta noche con Aydemaris nuevamente. No ha podido dormir desde que ingresó a Emergencias, ya no recuerda qué comió en el desayuno o en el almuerzo. Mientras que la abuela de la bebé procura llevarle cremas y sopas para alimentarla, Elizabeth come lo que ofrece el hospital. “Hace unos días nos dieron un plátano con queso en una bolsa. Ya no voy al trabajo. Me quedaré aquí noche y día hasta que se cure”.
Nota: Bárbara, Fabiola y Lucas no son nombres reales. Se han utilizado para proteger la identidad de los entrevistados.
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Este texto fue publicado por primera vez en Prodavinci el 28 de mayo de 2017
Indira Rojas, Valentina Oropeza
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