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Los ‘ataques sónicos’ a diplomáticos estadounidenses en Cuba, el último misterio en un mundo de espías
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Una investigación de ProPublica sobre los incidentes que dejaron a diplomáticos estadounidenses con problemas de audición encontró que algunas de las víctimas eran agentes de la CIA, pero los investigadores no hallaron evidencias que impliquen al gobierno cubano. Por primera vez hablan algunos de los funcionarios afectados, aunque lo hacen en condición de anonimato.
Este artículo fue publicado originalmente por ProPublica y en Univisión Noticias.
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Era una noche fresca para La Habana, con la temperatura cerca de los 20 grados, y el diplomático y su familia estaban encantados con su misión en Cuba. Estaban todavía asentándose en su nuevo hogar, una casa cómoda de estilo español en el recinto frondoso que se llamaba Country Club antes de que las familias adineradas lo abandonaran en los primeros años de la Revolución. “Estábamos verdaderamente encantados de estar allí”, recuerda el diplomático. “La música, el ron, los puros, la gente –y un momento muy importante para la diplomacia–”.
Ocho meses antes, en marzo de 2016, el presidente Barack Obama había aterrizado a lo grande en la ciudad para conmemorar el acercamiento histórico de los dos países y prometió que iba a enterrar “el último vestigio de la Guerra Fría en las Américas”. Ahora, semanas después de la elección de Donald Trump, ese acuerdo estaba repentinamente en duda y Fidel Castro acababa de morir, abriendo un nuevo capítulo en la saga cubana. El diplomático no podía haber imaginado un momento más fascinante para llegar.
Mientras el sol se deslizaba sobre el estrecho de la Florida aquella tarde de finales de noviembre, el diplomático abrió las puertas del salón que daba al nuevo jardín tropical de la familia. El aire cálido de la noche invadió la sala, acompañado por un estruendo casi abrumador. “Era molesto hasta el punto que tenías que entrar en la casa y cerrar todas las puertas y ventanas y encender la tele”, recuerda el diplomático. “Pero no me preocupé mucho del asunto. Pensé: ‘Estoy en un país extraño, y los insectos aquí hacen ruidos fuertes’”.
Unas noches más tarde, el diplomático y su esposa invitaron a la familia de otro funcionario de la embajada estadounidense que vivía al lado. Al atardecer, mientras charlaban en el patio, el mismo ruido ensordecedor se levantó otra vez en el jardín.
“Estoy bastante seguro que son chicharras”, dijo el primer diplomático. “No son chicharras”, replicó su vecino. “Las chicharras no suenan así. Es un sonido demasiado mecánico”.
El primer diagnóstico
El colega había estado escuchando los mismos ruidos en su casa, a veces durante un periodo de una hora o más. Después de que se quejó en la oficina de vivienda de la embajada, dos trabajadores de mantenimiento cubanos fueron enviados a dar una ojeada. Buscaron si había algún tipo de desperfecto eléctrico e inspeccionaron el jardín para ver si había insectos raros, pero se fueron sin encontrar nada fuera de lugar. En febrero, el estruendo nocturno empezó a disminuir. Después se fue del todo.
No fue hasta un viernes a finales de marzo cuando el diplomático se dio cuenta de que podría estar frente a algo más peligroso que unos insectos. En el trabajo aquel día, un compañero de la embajada con quien tenía amistad le llevó a un lado y le dijo que se iba de Cuba de manera inmediata. Su compañero, un treintañero de aspecto atlético, le dijo que acababa de estar en Miami, donde especialistas médicos le diagnosticaron una serie de problemas, incluyendo una severa pérdida de audición.
A finales de diciembre, dijo, había sido golpeado por un fenómeno extraño e inquietante: un rayo poderoso de sonido agudo que parecía estar apuntado directamente hacia él. El lunes siguiente, el hombre le hizo escuchar una grabación del ruido: sonaba muy parecido a lo que el diplomático había escuchado en su jardín.
El diplomático, quien contó su experiencia en condición de anonimato, dijo que él y su mujer no habían sentido ningún indicio de enfermedad o lesión. Pero días después, ambos estaban de camino a Miami para ser examinados por especialistas médicos. Con otros 22 estadounidenses y ocho canadienses, serían diagnosticados con una amplia gama de síntomas parecidos a los de una conmoción cerebral: desde dolores de cabeza y náuseas a pérdida de audición. Todos ellos se encontraron también de la noche a la mañana en medio de una disputa internacional extraordinaria, que la administración del presidente Trump usaría para revertir bruscamente el curso de las relaciones de Estados Unidos con Cuba.
Las víctimas: agentes de la CIA
Incluso en un mundo donde abundan los secretos, los incidentes de La Habana son un misterio singular. Después de casi un año de una investigación que se ha apoyado en las capacidades de inteligencia, defensa y tecnología de múltiples agencias del gobierno estadounidense, el Buró Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés) no ha podido determinar quién podría haber atacado a los diplomáticos ni qué tipo de arma o aparato podrían haber usado. La agencia tampoco ha excluido la posibilidad de que al menos algunos de los estadounidenses no fueran atacados en absoluto.
Algunos funcionarios que han recibido informes sobre la investigación dicen que es llamativo lo poco que se ha avanzado en contestar las preguntas básicas del caso y eso ha repercutido en la frustración de los agentes del FBI que advierten que se les acaban las pistas sobre las que investigar.
Esas frustraciones han enturbiado la relación de las agencias de seguridad nacional de Estados Unidos, fomentado divisiones crecientes entre el FBI y la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Mientras que el FBI ha descartado ampliamente la posibilidad de que los estadounidenses hayan sido impactados por algún tipo de aparato sónico y se han esforzado en encontrar evidencias de una trama internacional, los agentes han sido obligados a examinar otras formas en las que los diplomáticos pudieron haberse enfermado.
Sin embargo, funcionarios de la CIA han seguido subrayando un patrón que no creen que sea coincidencia: los primeros cuatro estadounidenses que dijeron ser golpeados por el fenómeno –incluido el treintañero atlético– eran funcionarios de esa agencia que trabajaban bajo cobertura diplomática. También lo eran dos funcionarios que fueron afectados más tarde, un porcentaje notablemente alto para la estación de la CIA relativamente pequeña en La Habana, según funcionarios.
Además, la CIA y otras agencias de seguridad e inteligencia todavía no se han puesto de acuerdo con la conclusión del FBI de que no hubo algún tipo de arma sónica involucrada.
Más ampliamente, el problema cubano también ha ocasionado preguntas dentro del aparato de seguridad nacional sobre la manera en que la administración Trump está usando información de inteligencia para guiar su política internacional.
En una época en que la Casa Blanca ha prometido actuar de forma más contundente contra el programa nuclear de Corea del Norte, Irán y otras amenazas, algunos oficiales ven el problema cubano como otra lección más sobre los peligros de usar los datos de inteligencia selectivamente para avanzar fines políticos.
“Trump llegó al cargo oponiéndose a mejores relaciones con Cuba”, dijo un oficial de seguridad nacional que, como otros, solo habló del caso bajo la condición de que su nombre no fuera revelado. “La administración se adelantó a las evidencias y a los datos de inteligencia”.
Esta investigación realizada por ProPublica del caso, basada en entrevistas con más de tres docenas de funcionarios estadounidenses y extranjeros y una revisión de documentos gubernamentales confidenciales,representa la primera crónica detallada y pública de cómo se desarrollaron los incidentes en Cuba.
Aunque el Departamento de Estado ha enfatizado que hay similitudes entre los expedientes médicos de los 24 estadounidenses afectados, los funcionarios y documentos consultados para este reportaje indican que la seriedad de los síntomas de los pacientes variaba mucho. Las experiencias que precipitaron sus enfermedades también fueron bastante diferentes, según los funcionarios, y las experiencias y los síntomas de los ocho canadienses fueron notablemente diferentes de las de los estadounidenses.
¿Blanco de un enemigo sofisticado?
Muchos funcionarios de Estados Unidos que han tratado el problema de cerca –incluidos algunos que criticaron la forma en que creen que ha sido distorsionado con fines políticos– dicen que siguen convencidos de que al menos algunos de los estadounidenses fueron deliberadamente elegidos como blancos por un enemigo sofisticado.
Especialistas médicos que revisaron los expedientes de los 24 pacientes estadounidenses el verano pasado concluyeron que, aunque sus síntomas podían tener muchas causas, estaban “más probablemente relacionados al trauma de una fuente no natural”, dijo el director médico del Departamento de Estado, el doctor Charles Rosenfarb. “Ninguna causa ha sido excluida” añadió. “Pero los hallazgos sugieren que esto no fue un episodio de histeria colectiva”.
Sin embargo, parece que tanto el secretismo, como la psicología y la política pueden haber jugado un papel en la forma en que el fenómeno se expandió entre el personal de las dos embajadas en La Habana.
Funcionarios de la administración han sido reacios a hablar de los factores psicológicos del caso, en parte porque temen ofender o antagonizar a los diplomáticos afectados (muchos de los cuales ya se sienten maltratados por la dirigencia del Departamento de Estado). Pero mientras se ha profundizado el misterio, los investigadores estadounidenses han empezado a mirar más de cerca al mundo insular y de alta presión de la embajada de La Habana y han descubierto un cuadro que es mucho más complejo de lo que la retórica y los titulares han sugerido.
A pesar de las muchas preguntas que siguen sin respuestas, funcionarios de la administración Trump han culpado agresivamente al gobierno de Raúl Castro de no proteger a los diplomáticos, si no de haberles atacado directamente.
La reacción del gobierno cubano
A principios del otoño pasado, el Departamento de Estado retiró más de la mitad del personal diplomático destinado a La Habana, mientras ordenaba a un número proporcional de cubanos que se fuera de Washington. Ese departamento también advirtió a los ciudadanos estadounidenses que podían estar “en riesgo” de un ataque si visitan la isla. “Yo todavía creo que el gobierno cubano, alguien dentro del gobierno cubano, puede poner un fin a esto”, dijo el Secretario de Estado Rex Tillerson el mes pasado.
El escenario de los ‘ataques’ acústicos en La Habana
La mayoría de los incidentes se reportó en viviendas de diplomáticos en el oeste de La Habana. Otros dos supuestos ataques sucedieron en dos conocidos hoteles de la capital de la isla.
Tales aseveraciones han indignado al liderazgo cubano. Desde los primeros meses del año pasado, Castro y sus asesores de alto nivel han insistido que no tuvieron nada que ver con los incidentes y que ayudarían de cualquier forma posible a investigarlos y frenarlos.
El equipo del FBI no ha encontrado pruebas concretas de complicidad cubana en los incidentes, y ha enfatizado en privado la cooperación del gobierno con los investigadores estadounidenses, dijeron algunos funcionarios. A pesar de las declaraciones de Tillerson, algunos funcionarios del Departamento de Estado también han dicho en privado a miembros del Congreso que los desmentidos de los cubanos han sido evaluados como creíbles, según funcionarios. “Ellos creen que el gobierno cubano quiere mejores relaciones con los Estados Unidos”, dijo un asesor del Senado.
El otro sospechoso obvio ha sido Rusia, que los analistas de inteligencia han considerado que podía tener tanto un posible móvil como los medios posibles para llevar a cabo ataques de este tipo. El gobierno de Putin ha hostigado rutinariamente a diplomáticos estadounidenses en Moscú y a veces en el extranjero; durante la administración de Obama, parecía decidido a socavar la política extranjera estadounidense alrededor del mundo.
Rusia también tiene la capacidad para desarrollar armas nuevas y sofisticadas y una alianza de seguridad de larga data con Cuba. Pero los investigadores no han encontrado ni siquiera evidencias circunstanciales de una mano rusa en los incidentes, dijeron los funcionarios. Y algunos analistas dudan que Rusia quisiera poner en peligro su relación con Cuba socavando tan descaradamente un objetivo clave de la política extranjera cubana.
Mientras persiste el misterio, el futuro de la política estadounidense hacia Cuba pende de un hilo. Con la salida de Castro de la presidencia agendada para abril, solo un equipo mínimo de personal representa a Washington en La Habana en un momento potencialmente crítico de transición. Los viajes y los negocios de estadounidenses en la isla han caído bruscamente en meses recientes y el proceso de tramitación de visados para cubanos que quieren emigrar a Estados Unidos se han desplomado, provocando preguntas sobre el destino de un acuerdo de migración de larga data entre los dos países.
La administración Trump también puede haber limitado sus opciones: el 4 de marzo, el Departamento de Estado se enfrentará a una fecha límite en la cual tiene que mandar a sus diplomáticos de vuelta a La Habana o posiblemente hacer reducciones permanentes del personal. Pero el Secretario de Estado, quien según se conoció tomó la decisión de retirar a los diplomáticos, no ha mostrado ninguna señal de reconsiderar su postura.
“¿No sabemos cómo proteger a la gente contra esto, así que por qué haría semejante cosa?”, le dijo Tillerson a Associated Press cuando fue preguntado acerca de la posibilidad de cubrir los puestos en la embajada que ahora están vacantes de forma temporal. “Voy a resistir a cualquiera que quiera forzarme a hacer esto hasta que esté convencido que no estoy poniendo a la gente en peligro”.
En el fuego cruzado de acusaciones, se podría perdonar a los cubanos de la calle por preguntarse si han sido transportados hacia atrás en el tiempo. Mientras el país se prepara para ser liderado por primera vez en casi 60 años por alguien que no se apellida Castro, un cambio tectónico que podría afectar profundamente la forma en que es gobernado, la retórica de Guerra Fría ha vuelto a llenar el aire. El líder comunista de próxima generación que se cree que sucederá Raúl Castro, el vicepresidente Miguel Díaz-Canel, de 56 años, está entre los que advierten de otro complot imperialista más contra La Habana. Son “cuentos de hadas increíbles sin prueba alguna con la intención perversa de desacreditar la conducta impecable de Cuba”, dijo acerca de las afirmaciones de la administración Trump.
Una historia de desencuentros
Los dos primeros incidentes ocurrieron alrededor del fin de semana de Acción de Gracias de 2016, fecha que coincidió con la muerte de Fidel Castro, el 25 de noviembre. Durante los nueve días de luto nacional que siguieron, ninguno de los dos funcionarios estadounidenses informó a los mandos de la embajada lo que habían experimentado. Pero los dos hombres, funcionarios de inteligencia con cobertura diplomática, dirían más tarde que escucharon ruidos agudos y desorientadores en sus casas durante la noche. Al menos uno de ellos diría después a los investigadores que el ruido había parecido extrañamente enfocado, según funcionarios. Si uno se movía a un lado o a otra habitación, parecía casi desaparecer.
Aunque las historias parecían de ciencia ficción, la estación de la CIA en La Habana y altos funcionarios de la embajada sospecharon rápidamente que se trataba de algo más mundano. Desde que Estados Unidos y Cuba restablecieron relaciones diplomáticas limitadas en 1977, reabriendo sus embajadas como “secciones de interés” en sendas capitales, los cubanos mantenían una vigilancia constante, muchas veces agresiva, de los diplomáticos americanos en La Habana.
Los diplomáticos podían volver a casa y encontrar una ventana abierta, o un televisor encendido (muchas veces en los programas de noticias gubernamentales) o sus pertenencias sutilmente pero de una forma obvia reorganizadas.
Alguna parte del juego –incluidas acciones más provocadoras como embadurnar las manijas de las puertas de los autos de los diplomáticos con heces de perro– era considerada casi rutinaria. También era correspondido por los agentes estadounidenses que hacían seguimientos a diplomáticos cubanos en Washington.
Durante periodos de especial tensión con Washington, los cubanos a veces iban más lejos. Sobre el principio y la mitad de la década de los noventa, los diplomáticos estadounidenses que se reunían con disidentes cubanos o de otra forma irritaban al gobierno, ocasionalmente al regresar de reuniones se encontraban los neumáticos de sus autos pinchados. A mediados de los 2000, mientras la administración de George W. Bush implementaba abiertamente programas para socavar el régimen de Castro, el hostigamiento cubano a los 51 diplomáticos americanos basados en la isla entonces oscilaba entre demoras en la entrega de envíos de comida hasta “el envenenamiento de animales domésticos”, según un informe del inspector general del Departamento de Estado escrito en 2007.
El hombre que lideraba la misión diplomática estadounidense en los últimos meses de 2016, Jeffrey DeLaurentis, conocía bien aquella historia de hostigamiento, según funcionarios consultados. Un diplomático de carrera medido y lacónico con un aire de curtida paciencia, DeLaurentis había tomado el mando como encargado de negocios en el verano de 2014, llevando consigo más experiencia en Cuba que quizás cualquier oficial de alto rango del gobierno de Estados Unidos. Había tenido puestos anteriores en La Habana tanto como oficial consular como oficial político, con una temporada en medio gestionando asuntos cubanos en el estado mayor del Consejo de Seguridad Nacional.
Después de anunciar un plan para normalizar las relaciones con Cuba en diciembre de 2014, Obama nominó a DeLaurentis para ser el primer embajador de Washington en La Habana desde 1961, cuando el presidente Eisenhower cortó relaciones diplomáticas. (Aunque su confirmación fue bloqueada por el senador Marco Rubio de Florida, quien argumentó que Cuba debería demostrar más respeto por los derechos humanos antes de que el puesto fuera cubierto, DeLaurentis se quedó como encargado de negocios).
La visita de Obama en marzo 2016 había dejado ambivalentes a los líderes cubanos sobre la mano de amistad que había tendido: Fidel Castro, enfermo y casi con 90 años, se soliviantó en su jubilación para atacar “las palabras almibaradas” del presidente de Estados Unidos, y a lo que pintó como una petición insidiosa para que los cubanos se olvidaran de la historia oscura de los estadounidenses con la isla.
En un congreso del Partido Comunista en aquel abril, Raúl Castro y otros salpicaron su retórica con referencias al “enemigo” del norte. Los diplomáticos también notaron cierta incomodidad palpable entre altos mandos cubanos con la erupción de ostentación capitalista que marcó el aflojamiento de las restricciones comerciales por Estados Unidos –un desfile de moda de Chanel, un concierto gratis de los Rolling Stones o la toma efímera de las calles de La Habana para rodar escenas de una nueva película de “Fast and Furious–”.
Pero en los últimos meses de 2016, la hostilidad oficial cubana hacia los diplomáticos estadounidenses en La Habana había descendido al nivel más bajo en 50 años. No se había reportado ningún hostigamiento serio en al menos unos pocos años, según dijeron fuentes oficiales. La mayoría de los analistas bien informados de Cuba creían que el partido gobernante había forjado un consenso sólido para terminar las hostilidades con Estados Unidos. A pesar de la última y airada diatriba de Fidel Castro, funcionarios estadounidenses dijeron a ProPublica que él había sido consultado sobre el acercamiento y había dado su aprobación.
El deshielo
Aunque los funcionarios cubanos fueron notablemente lentos para hacer avanzar muchas de las propuestas estadounidenses de tratos comerciales que llegaron a raudales, sí progresaron laboriosamente sobre acuerdos bilaterales de cooperación en seguridad, protección de medio ambiente, servicio de correo directo y otros temas. “Por supuesto, hay un espectro de preferencias dentro del régimen acerca de la velocidad y profundidad de las reformas”, afirma Fulton Armstrong, un exanalista de alto nivel de la CIA que manejó asuntos cubanos tanto en el estado mayor del Consejo de Seguridad Nacional como en el Consejo de Inteligencia Nacional. “Pero el debate es sobre los ritmos de paso; no hay alternativa a la estrategia de Raúl (Castro)”.
La atención de los cubanos se agudizó después del voto presidencial del 8 de noviembre, aseguran funcionarios estadounidenses.
Fue durante ese mismo periodo, entre la elección y la investidura, que los primeros funcionarios de inteligencia estadounidenses fueron golpeados por lo que describieron como ruidos raros. Los hombres vivían en las zonas lujosas de las afueras occidentales de La Habana. Fidel Castro mantenía una casa en uno de esos barrios, Cubanacán, como también lo hacen el vicepresidente Díaz-Canel y otros miembros de la élite más privilegiada de la isla. Las viejas y elegantes mansiones y casas tropicales suburbanas del enclave también son populares entre los altos mandos de la diplomacia extranjera y ejecutivos de negocios. Hay relativamente poco tráfico peatonal o automovilístico y hay una presencia considerable de guardias de seguridad privados además de la policía cubana.
Pensaban que los ruidos eran una forma de hostigamiento
Aunque los dos primeros funcionarios dirían después que empezaron a escuchar ruidos extraños en sus casas ya a finales de noviembre, no fue hasta finales de diciembre que el primer oficial solicitó ayuda en la pequeña clínica médica dentro de la embajada. Aquel oficial –un hombre atlético y treintañero– vino con una queja más seria: había desarrollado dolores de cabeza, problemas de audición y sobre todo un dolor agudo en un oído, después de una experiencia extraña durante la cual algo semejante a un foco de sonido parecía haber sido dirigido contra su casa.
El trauma del joven fue reportado a DeLaurentis y al jefe de seguridad diplomática de la embajada, Anthony Spotti, el 30 de diciembre, según funcionarios del Departamento de Estado, y fue seguido por la noticia de que los dos otros funcionarios de la CIA habían experimentado algo similar aproximadamente un mes antes. Pero dentro del edificio modernista hecho de cristal y hormigón que es la sede de la cancillería que se levanta sobre el icónico rompeolas de La Habana, el Malecón, tanto los funcionarios de inteligencia como los jefes diplomáticos creían que los ruidos eran “solo otra forma de hostigamiento” por parte del gobierno cubano, dijo un oficial.
También parecían cuidadosamente dirigidos hacia funcionarios de la CIA trabajando bajo cobertura diplomática. Si los agentes del aparato de seguridad del estado cubano no sabían que los hombres eran funcionarios de inteligencia, lo habrían sospechado de todas maneras, creían los estadounidenses.
Se habló de los incidentes discretamente entre los miembros de lo que es conocido como el “equipo de país” de la embajada, un grupo de aproximadamente 15 diplomáticos de rango superior que frecuentemente se reunían a diario para tratar asuntos significativos. Pero los incidentes permanecieron en secreto para la mayoría del resto del personal estadounidense –aproximadamente 32 diplomáticos más y ocho guardias de los Marines– una decisión que fue criticada más tarde por alguna de la gente que se enfermó.
“Tenemos funcionarios de seguridad en cada embajada y nos ponen al día de forma constante”, dijo un diplomático. “A alguien le robaron la cartera, a alguien le entraron en el auto… ¿Y entonces a alguien le atacan con esta arma misteriosa y no nos dicen?”, se preguntó.
Hacia mitades de enero, después de que los otros dos funcionarios de inteligencia también solicitaran atención médica en la embajada, el asunto empezó a tomar un cariz más ominoso, dijeron varios funcionarios. Durante el periodo en que los primeros funcionarios de inteligencia fueron enviados a Estados Unidos para recibir tratamiento el 6 de febrero, la mujer de otro funcionario de la embajada, que vivía cerca de la costa de La Habana, en el barrio de Flores, informó que había escuchado sonidos inquietantes del mismo tipo, dijeron dos fuentes oficiales que conocen su versión. La mujer miró afuera y vio una camioneta alejándose rápidamente. El vehículo aparentemente había venido del mismo extremo de la calle en donde estaba una casa que funcionarios estadounidenses creían que era usada por el Ministerio del Interior cubano. Los funcionarios reconocieron que el informe era vago e incierto. Aun así, dijeron que también representaba uno de los datos de información circunstancial más importantes que tenían sobre los incidentes.
En La Habana, según dijeron fuentes oficiales, altos mandos de la embajada argumentaron a sus contrapartes en Washington que deberían hacer una protesta formal sobre los incidentes al gobierno cubano. Dadas las incertidumbres, otros pensaban que deberían intentar recabar más información antes de asentar semejante queja. Aunque fue un tema de preocupación tanto en el Departamento de Estado como en la CIA, no queda claro si fue planteado al estado mayor del Consejo de Seguridad Nacional antes de que la decisión de protestar fuera tomada (un exfuncionario de la Casa Blanca insistió en que no fue planteado). A pesar del peligro aparente para diplomáticos en un puesto de relativamente alto perfil, tampoco el Secretario de Estado Tillerson fue informado de la situación hasta días después de que el departamento finalmente llamó al embajador cubano en Washington, José Ramón Cabañas, para entregarle una nota diplomática de protesta el 17 de febrero.
Nota diplomática de protesta
El gobierno cubano respondió puntualmente. Unos días después, DeLaurentis fue citado a una reunión con Josefina Vidal, la diplomática de alto rango quien había dirigido el equipo cubano que negoció la normalización de relaciones con los Estados Unidos, según informaron funcionarios. Con ella estuvieron presentes otros funcionarios del Ministerio del Interior, que controla el aparato de inteligencia extranjera y seguridad interna. Los funcionarios de seguridad cubanos preguntaron a DeLaurentis acerca de los incidentes, qué habían experimentado los diplomáticos, qué síntomas habían sufrido y qué otras circunstancias podrían esclarecer el episodio, dijeron funcionarios. (Consultado por ProPublica, DeLaurentis refirió las preguntas sobre los incidentes de La Habana al Departamento de Estado).
El 23 de febrero, menos de una semana después de la nota diplomática estadounidense al gobierno cubano, DeLaurentis acompañó a dos senadores americanos que estaban de visita, Richard Shelby de Alabama y Patrick Leahy de Vermont, a ver al presidente Raúl Castro en el Palacio de la Revolución. Durante la conversación, dijeron los funcionarios consultados, Castro mencionó que tenía algo para hablar con el encargado de negocios, y cuando la reunión había terminado, pidió a DeLaurentis que se quedara.
Durante lo que fue descrito por funcionarios como una conversación breve pero sustantiva, Castro dejó claro que estaba bien al tanto de los incidentes y comprendía que los estadounidenses los vieran como un problema serio. Su respuesta, dijo un oficial del Departamento de Estado, fue que tendrían “que trabajar juntos para intentar solucionarlo”.
Las reuniones de los estadounidenses con funcionarios diplomáticos y de seguridad cubanos continuaron. Los cubanos dijeron que iban a aumentar la seguridad alrededor de las casas y apartamentos de los diplomáticos estadounidenses, incrementando las patrullas policiales e instalando cámaras de televisión de circuito cerrado en algunas áreas. En una medida más inusual, los cubanos también acordaron permitir a un equipo de investigadores del FBI venir a La Habana para investigar ellos mismos lo que había pasado, basándose en mejoras en la relación entre cuerpos de seguridad que se habían formalizado en un acuerdo bilateral a finales de 2016. (El FBI declinó hacer comentarios sobre los detalles de la investigación).
Desde el comienzo, sin embargo, los funcionarios de Estados Unidos han sido extremadamente cautos en compartir información. Los cubanos pidieron interrogar a los estadounidenses que se habían enfermado y el Departamento de Estado se negó; los cubanos pidieron información médica detallada sobre sus lesiones y el Departamento de Estado objetó alegando razones de privacidad.
Mientras los primeros tres miembros del personal de la embajada fueron enviados a ser evaluados por especialistas en la Escuela de Medicina Miller de la Universidad de Miami, funcionarios en Washington también empezaron a mirar más ampliamente a lo que podía ser la causa de sus síntomas. Inicialmente, funcionarios estadounidenses tenían la hipótesis de que el gobierno cubano u otro régimen extranjero –posiblemente con participación cubana– había creado un nuevo tipo de aparato acústico de largo alcance, conocido por las siglas en inglés L-Rad, permitiéndoles de alguna manera enfocar y dirigir poderosas ondas sónicas del tipo que utilizan las agencias policiales para dispersar muchedumbres o los buques de carga para repeler piratas.
Pero la física era misteriosa. Los incidentes en su mayoría habían ocurrido durante la noche, dentro de los hogares de los diplomáticos. Cualquier arma de sonido o energía dirigida que hubiese sido usada parecía haber penetrado paredes y ventanas. Pero otra gente viviendo en los alrededores inmediatos no parecía haber escuchado nada fuera de lo normal. En la tecnología L-Rad conocida, las ondas de sonido generalmente radian del aparato hacia afuera. Nadie parecía entender cómo se podría enfocar el sonido casi de una forma láser y todavía penetrar superficies duras.
Después de un intervalo de varias semanas, los incidentes empezaron de nuevo –y hubo más de ellos–. Una mujer fue víctima del ataque en su apartamento. Otros diplomáticos lo fueron en sus casas de las afueras. Las diferentes circunstancias sólo complicaban el cuadro, pero los efectos del fenómeno quedaron más claros: a los primeros tres pacientes examinados en los Estados Unidos se les encontró síntomas médicos concretos, y en el caso del hombre más joven, eran bastante serios.
Un diagnóstico aterrador
El viernes 24 de marzo, el diplomático que escuchó por primera vez los ruidos en su jardín a finales de noviembre se topó con el hombre más joven en el trabajo y escuchó el diagnóstico aterrador que acababa de recibir en Miami. Los médicos le dijeron que tenía daños serios en los huesos pequeños de uno de sus oídos, entre otros problemas, y que tendría que usar un audífono. El lunes siguiente, hizo escuchar al diplomático una grabación del ruido con el cual había sido agredido. El diplomático se quedó estupefacto: sonaba muy parecido a los ruidos que él y su familia habían escuchado en su jardín durante varios meses.
Un día después, el diplomático fue a ver DeLaurentis en la espaciosa suite de embajadores del quinto piso con vista al Malecón, dijeron oficiales familiarizados con el episodio. El diplomático explicó que él también había estado expuesto a ruidos extraños, muy parecidos a los que había experimentado el hombre joven. DeLaurentis dijo que él y los otros que sabían de los incidentes creían que estos estaban confinados a un “pequeño universo de personas” de quienes los cubanos sospechaban que hacían trabajo de inteligencia, fueran oficiales de la CIA o no. Al diplomático la respuesta no le tranquilizó, y sugirió que a otros tampoco les iba a tranquilizar. “Tienes que convocar una reunión”, le dijo el diplomático a DeLaurentis, “los rumores se están volviendo enloquecedores”.
Al día siguiente, 29 de marzo, DeLaurentis reunió a unas cuatro docenas de miembros del personal de la embajada –todos los que tenían autorización para acceder a información clasificada en el edificio–. Esta vez, después de entregar sus teléfonos celulares, se apretujaron en una sala de conferencias sin ventanas que había sido equipada como Lugar de Información Sensible y Compartimentada (SCIF por sus siglas en inglés). Ya había pasado más de un mes desde que DeLaurentis entregó su queja formal al gobierno cubano, pero la mayoría de los asistentes a la reunión estaban escuchando por primera vez sobre los incidentes.
Según tres funcionarios que estuvieron en la reunión, DeLaurentis expuso tranquilamente los detalles de lo que habían experimentado algunos de los diplomáticos. Todavía había mucho que no entendían de lo que había pasado y quién podría estar detrás, dijo, pero las investigaciones estaban en curso y las autoridades cubanas estaban tomando medidas para aumentar la seguridad de los diplomáticos. Alentó a todo el que pensara que podría haber estado expuesto, o que tuviera alguna información potencialmente relevante, a contactarle o hablar con el oficial de seguridad de la embajada. Y dijo que había especialistas médicos disponibles para examinar a cualquier persona que tuviera indicios de un problema.
DeLaurentis esperaba calmar a sus tropas, pero el resultado no parece haber sido muy exitoso. Parte del problema, dijeron algunos diplomáticos, fue que concluyó la reunión pidiendo al personal reunido que evitara hablar de la situación fuera del recinto seguro de la embajada, inclusive con sus familias. Aunque el asunto todavía era clasificado, el pedido les pareció poco razonable, hasta indignante, al menos a algunos de ellos. “Pensábamos que era una locura”, dijo un funcionario que estuvo en la reunión.
Las preocupaciones por la salud del personal y sus dependientes se multiplicaron. En apenas un mes, los diplomáticos reportaron un aluvión de nuevos incidentes. Para fines de abril, más de 80 diplomáticos, parientes y miembros del personal –una proporción muy alta para una misión que incluía a poco más de 50 empleados estadounidenses y sus familiares– pidieron ser evaluados por el equipo médico de Miami, liderado por el Dr. Michael E. Hoffer, especialista en oídos, nariz y garganta que ha trabajado con militares veteranos que sufrieron trauma vestibular en explosiones y combates en Afganistán e Irak. Los exámenes se llevaron a cabo en Miami y La Habana, y el equipo detectó alrededor de una docena de casos nuevos –la mitad del número que sería eventualmente confirmado–.
Los diplomáticos afectados experimentaron una amplia gama de sensaciones: algunos escucharon ruidos agudos y penetrantes o un zumbido como de chicharra. Otros sintieron “rayos” concentrados de sonido o vibraciones auditivas como las que produce la ventana medio abierta de un auto a gran velocidad. Otros no escucharon nada. Según un resumen de los casos de una página, preparada conjuntamente para el gobierno cubano por la Oficina de Servicios Médicos y la oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado, “algunos dijeron sentirse sacudidos por la exposición, o despertados (sic) de un sueño, y otros describieron un desarrollo más gradual de síntomas que continuaron durante varios días o semanas”.
En medio del temor que se apoderó de muchos, algunos empleados de la embajada se presentaron para decir que podían haber escuchado o sentido fenómenos similares, pero después de ser entrevistados se dictaminó que no necesitaban atención médica. De las primeras 20 personas examinadas por especialistas en La Habana y Miami, se determinó que nueve no tenían síntomas detectables, mientras otros nueve tenían efectos “moderados”, como dolores de cabeza, nausea, tinnitus y mareos. Solo dos tenían lo que se describió como efectos “severos”, incluido el hombre joven que reportó los primeros síntomas a finales de diciembre.
Después de otro intervalo de algunas semanas, un incidente nuevo y preocupante ocurrió alrededor del 21 de abril en el Hotel Capri, una torre de 19 pisos con una piscina en la azotea, que alguna vez fue el lugar preferido del actor Errol Flynn y de varios capos de la Mafia. Administrado ahora por una empresa española, el hotel estaba entre varios que usaba la embajada de Estados Unidos para alojar diplomáticos y visitantes oficiales. En aquella noche de abril, un funcionario de la embajada que se hospedaba allí mientras se renovaba su apartamento fue sacudido en su cuarto por un ruido agudo y penetrante. Uno o dos días más tarde, un médico estadounidense que acababa de llegar con el equipo de la Universidad de Miami experimentó un fenómeno similar. Los dos hombres tenían cuartos con ventanas relativamente grandes, dijo un oficial. Pero, al parecer, otras personas que estaban cerca no escucharon nada.
Esta vez, el reclamo de la embajada a los cubanos fue más vehemente. A diferencia de los diplomáticos que habían sido golpeados en sus casas, el paradero de estas dos nuevas víctimas solo era conocido por un número pequeño de oficiales estadounidenses y cubanos y por el personal del hotel. El médico había llegado sin previo aviso a la isla, uno o dos días antes. “¿Quién sabía que estaba allí?”, reclamó DeLaurentis al Ministerio de Relaciones Exteriores cubano, según un funcionario del Departamento de Estado conocedor de la conversación. “El gobierno de Estados Unidos. Y el gobierno cubano”.
Dentro de la administración Trump, el enfado por los incidentes crecía. El 20 de mayo, el día de la independencia cubana, el presidente emitió una declaración advirtiendo que “el despotismo cruel no puede apagar la llama de la libertad en los corazones de los cubanos”. Tres días después, el Departamento de Estado expulsó de Washington a dos diplomáticos cubanos que habían sido identificados por Estados Unidos como espías. Las expulsiones no se hicieron públicas, y ninguna noticia acerca del misterio acústico en La Habana fue filtrada a los medios de comunicación. Pero aunque diplomáticos y oficiales de seguridad de los dos países seguían colaborando en la investigación de una forma limitada y discreta, la relación dio un giro hacia la confrontación.
En este punto la administración Trump ya estaba finalizando sus planes para echar atrás el acercamiento de Obama. Exactamente en qué se iba a retroceder no estaba claro; Trump sugirió que a los cubanos se les había exigido poco en materia de derechos humanos, pero no ofreció ninguna respuesta al argumento de que tener tratos más intensos con Cuba era la manera más eficaz de promocionar la liberalización económica y política en la isla. Grupos comerciales estadounidenses y organizaciones políticas cubanoamericanas moderadas intentaron abogar para mantener los contactos establecidos. Pero en una nueva administración que no había cubierto los puestos de más alto nivel relacionados con América Latina en el Departamento de Estado y en el Consejo de Seguridad Nacional, se extendió la idea de que había un vacío de liderazgo político en el tema.
En el tema de Cuba, específicamente, el vacío fue llenado agresivamente por el exrival de campaña a quien Trump había denigrado con el apodo de “pequeño Marco”. Empezando poco tiempo después del primer informe de inteligencia para congresistas sobre los incidentes de La Habana, realizado por la administración a puerta cerrada, Marco Rubio presionó por una respuesta más dura, según varios funcionarios, y lanzó una serie de propuestas de línea dura para la política general hacia Cuba. La Casa Blanca “pidió mi opinión sobre todos los temas relacionados con América Latina y el Hemisferio Occidental y (…) nos hemos comprometido con ellos y han estado muy abiertos”, dijo el senador Rubio a los periódicos de McClatchy. “De alguna manera, el hecho de que no vinieran con ideas preconcebidas de qué hacer ha creado el espacio para que ocurra este debate”.
El 16 de junio, el presidente Trump viajó a Miami para anunciar que iba a “cancelar el acuerdo absolutamente sesgado con Cuba hecho por la administración anterior”. Aunque los cambios no llegaron tan lejos, Trump ordenó a las agencias del gobierno que revisaran las regulaciones sobre viajes y negocios para prohibir cualquier transacción con hoteles, restaurantes, tiendas y otras empresas vinculadas a las grandes operaciones en turismo y comercio de las fuerzas armadas cubanas. Los estadounidenses, a excepción de los cubanoamericanos, no podrían viajar por su cuenta, solo con grupos educativos organizados o con otros grupos con itinerarios preestablecidos. Cualquier mejora adicional en la relación bilateral, dijo Trump, estaría sujeta a mejoras en los derechos humanos en Cuba. “¡Ahora que soy presidente”, prometió Trump, “vamos a exponer los crímenes del régimen de Castro!”.
Preocupación en diplomáticos canadienses
El diplomático que primero escuchó los ruidos en su jardín fue enviado a Miami a principios de abril, con un contingente de personal de la embajada, para someterlos a una serie de pruebas médicas. Él y su mujer solo volverían a La Habana para empacar sus cosas. Antes de marcharse de Cuba, sin embargo, pararon en la casa de uno de sus vecinos canadienses para despedirse y explicarle por qué tenían que irse. El diplomático canadiense se preocupó: Su familia había estado escuchando los sonidos, dijo. ¿Podrían haber causado un misterioso sangrado de nariz que había sufrido su hijo? ¿O los males de cabeza de su mujer?
A finales de abril, DeLaurentis invitó a un pequeño grupo de embajadores de países estrechamente aliados con Estados Unidos –Canadá, Gran Bretaña, Francia y otros– para dejarles saber lo que le había estado pasando a su personal y preguntar si alguien más había experimentado algo similar. Aparte de un informe de un diplomático francés que fue rápidamente descartado, la única respuesta significativa vino de la embajada de Canadá. A principios de mayo, el embajador canadiense, Patrick Parisot, reunió a los 18 diplomáticos de su plantilla para transmitirles la advertencia de los estadounidenses y preguntar si alguien había escuchado ruidos raros o sufrido alguna enfermedad inusual. Varias personas respondieron, dijo un oficial canadiense. Entre ellas un hombre (aparentemente el vecino del diplomático estadounidense) que dijo que había escuchado sonidos extraños en su jardín en marzo.
Como en la embajada estadounidense, los temores acerca de lo que estaba pasando se expandieron rápidamente entre el personal canadiense. En total, 27 diplomáticos, cónyuges e hijos, que representaban a 10 de las familias de la embajada, solicitaron ayuda médica. De ese grupo, ocho personas de cinco familias –incluidos dos niños– recibireron diagnósticos de síntomas que eran más leves que las de casi todos los pacientes estadounidenses: sangrados de nariz, mareos, dolores de cabeza e insomnio. Todos se recuperaron rápidamente.
En general, dijo un funcionario canadiense involucrado en el caso, la experiencia que desencadenó los síntomas de los diplomáticos canadienses era bastante diferente de las que reportaron los estadounidenses. Además del diplomático canadiense que dijo haber escuchado ruidos en su jardín, miembros de otra familia diplomática informaron que un día en junio escucharon un sonido repentino y vibrante, como si se estuviera agitando una lámina de metal; un miembro de la familia se enfermó más tarde. Pero los otros seis canadienses que se enfermaron no escucharon ni experimentaron nada parecido. “En la mayoría de los casos, no hubo ataques que pudiéramos señalar”, dijo el funcionario canadiense. “La experiencia estadounidense tenía que ver con eventos acústicos y personas que se sentían enfermas, y nosotros teníamos personas que se sentían enfermas con vínculos limitados a eventos acústicos”.
El ministerio de Relaciones Exteriores canadiense manejó el asunto de una forma muy distinta a la de los estadounidenses, evitando cualquier crítica al gobierno cubano. El ministerio dijo que no tenía ningún plan para reducir su personal diplomático en La Habana, y reemplazó rápidamente a las tres familias de la embajada que decidieron volver a casa a causa del problema. El gobierno dijo también que la Real Policía Montada Canadiense recibió toda la asistencia que había pedido del gobierno cubano. “Los cubanos están bastante apegados a los 1.2 millones de turistas canadienses que vienen a Cuba cada año, así que tienen un incentivo bastante fuerte para cortar esto de raíz”, dijo el funcionario. “Han sido muy proactivos y han intentado ayudarnos”.
Sin embargo, la policía canadiense no ha hecho virtualmente progreso alguno en su investigación, dijo el funcionario, a pesar de haber recibido ayuda de las fuerzas de seguridad cubanas y del FBI. Después de consultar con expertos en tecnología e inteligencia, oficiales de seguridad de Estados Unidos y Canadá han recomendado que los diplomáticos y sus familias se alejen lo más rápido posible de cualquier sonido inusual que puedan escuchar. La embajada estadounidense también repartió grabadoras de alta frecuencia para que los diplomáticos pudieran grabar los sonidos. Algunos diplomáticos fueron reubicados de casas donde los sonidos o vibraciones se experimentaron repetidamente.
El equipo de investigación del FBI, formado principalmente por agentes de una unidad basada en Miami que investiga crímenes contra ciudadanos estadounidenses en América Latina, ha visitado Cuba cuatro veces desde mayo. El grupo ha entrevistado a diplomáticos y otros funcionarios de los dos países, examinado las casas y los hoteles donde ocurrieron los incidentes, y llevado a cabo otras indagaciones.
Sus evaluaciones han sido utilizadas en matrices complejas creadas para comparar las circunstancias físicas de los incidentes reportados con las sensaciones descritas por los estadounidenses y los síntomas que padecieron luego. También han contribuido al análisis, todavía secreto, de la División de Tecnología Operacional del FBI, con fecha del 4 de enero, que concluyó que las enfermedades y lesiones de los estadounidenses no fueron causadas por ningún tipo de aparato sónico.
(Un oficial de seguridad diplomática del Departamento de Estado, Todd Brown, dijo que los investigadores están todavía considerando la posibilidad de que el sonido fuera usado para ocultar otro tipo de agente o tecnología dañina.)
La investigación también ha incorporado una amplia gama de agencias científicas y tecnológicas de Estados Unidos, incluidas la Dirección de Ciencia y Tecnología de la CIA y la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa del Pentágono, entre otras. Pero no está claro si alguna de ellas ha hecho avances significativos. Además de tecnologías ultrasónicas e infrasónicas, han examinado otras tecnologías de energía dirigida, según los funcionarios. Parte del trabajo de investigación también se ha enfocado en el posible uso de microondas, evocando al episodio conocido como la Señal de Moscú, un caso de los años setenta en el cual la inteligencia soviética emitió señales de microondas dentro de la embajada de Estados Unidos en Moscú para activar un receptor pasivo escondido en la oficina del embajador estadounidense. Se reportó después que algunos estadounidenses en la embajada habían sufrido enfermedades a causa del fenómeno, pero sus síntomas no tenían un parecido cercano a los que padecieron los diplomáticos en Cuba.
En entrevistas separadas, exfuncionarios de inteligencia estadounidense dijeron que eran escépticos ante la idea de que los diplomáticos de Estados Unidos en Cuba pudieran haber sido sometidos a un intento nuevo y agresivo de vigilancia que tuviera consecuencias inesperadas. Dado que los cubanos siempre han vigilado de cerca a los diplomáticos estadounidenses en La Habana, dijeron, las fuerzas de seguridad generalmente saben que tienen poco que temer de los intentos de reclutamiento o recolección de información de los espías estadounidenses basados en la isla. Los expertos en inteligencia dijeron también que vigilar a los diplomáticos en sus casas es una tarea intensivo que estaría reservada para los objetivos más importantes.
“En mi experiencia, con estos operativos en las residencias terminas examinando un montón de basura”, dijo Charles S. (Sam) Faddis, un antiguo mando de operaciones de la CIA. “Son un dolor en el trasero. El producto que consigues está lleno de ruidos irrelevantes, la vida diaria, las discusiones matrimoniales, los sonidos de la tele, los niños, el perro. Me parece mucho esfuerzo para ese tipo de objetivo”.
¿Sonidos de chicharras?
Entre los científicos que el equipo del FBI ha consultado está Allen Sanborn, Ph.D., un biólogo en la Universidad Barry en Miami Shores, Florida, quien ha dedicado 30 años al estudio de las poblaciones de las chicharras en América Latina y otras partes del mundo. El Dr. Sanborn dijo que, aunque las chicharras hacen ruidos muy fuertes, “es dudoso que puedan causar lesiones en Cuba por el tamaño y por la especie”. Estimó que la chicharra cubana puede alcanzar un nivel ensordecedor de 95 decibeles a una distancia de 20 pulgadas aproximadamente, pero notó que el nivel de presión de sonido baja seis decibeles cada vez que se dobla la distancia. O sea que, a una distancia de 40 pulgadas, la intensidad de sonido bajaría a 89 decibeles, y a 80 pulgadas bajaría a 83 decibeles, y así en adelante. “No te haría realmente daño al menos que fuera insertado en el canal de tu oído”, dijo durante una entrevista.
Los cuatro agentes del FBI que fueron a la casa de Dr. Sanborn para la entrevista le hicieron una serie de preguntas sobre las llamadas de los insectos en general y las chicharras en particular. Entonces, le pidieron que escuchara cuidadosamente una docena de grabaciones hechas por diplomáticos estadounidenses en La Habana que habían experimentado lo que pensaban en aquel momento era algún tipo de ataque sónico. Algunas grabaciones eran más cortas, otras más largas, dijo el Dr. Sanborn, pero todas tenían más o menos la misma frecuencia y parecían ser el mismo tipo de sonido. Les advirtió que las grabaciones no eran de una calidad extremadamente alta, pero ofreció a los agentes su mejor conclusión.
“Las tres posibilidades son los grillos, las chicharras y los saltamontes tropicales”, dijo. “A mí me sonaron como chicharras”.
El Dr. Sanborn dijo que les dio a los agentes un par de informes académicos escritos por él que incluyen el análisis de los patrones temporales y la frecuencia espectral de varios cantos de chicharras, pero no ha vuelto a tener noticias de ellos.
Solo el lado médico de la investigación ha producido resultados algo más concluyentes. A principios de julio, la oficina de servicios médicos del Departamento de Estado organizó un grupo de expertos en neurología, otorrinolaringología y otras especialidades para examinar los expedientes médicos de los pacientes de La Habana. Los médicos notaron que al menos parte de lo que experimentaron los diplomáticos podría haber venido de otras fuentes, incluyendo “enfermedades virales, previos traumas de cabeza, el envejecimiento y hasta el estrés”, dijo el Dr. Rosenfarb. Pero, añadió, el consenso de los expertos fue que “los patrones de las lesiones que habían sido notados hasta ahora estaban probablemente relacionados con un trauma de una fuente no-natural”.
No hubo nuevos ataques desde abril, aunque algunos de los afectados solo reportaron sus síntomas semanas o meses después. Pero entonces, alrededor del 21 de agosto, dos incidentes más fueron reportados por diplomáticos, al menos uno de ellos en el elegante Hotel Nacional, una fortaleza de lujo al estilo años treinta, no lejos del Capri. Poco después de que los médicos confirmaran el 1 de septiembre que los dos diplomáticos mostraban síntomas asociados con los incidentes, el Departamento de Estado puso la misión de La Habana en estatus de “partida voluntaria”, permitiendo a cualquiera que trabajara allí irse con sus familias. La razón que el departamento dio para la orden fue el inminente Huracán Irma, que sacudió la costa norte de la isla unos días después.
Muchos de los que se marcharon no volverían, o volverían solo para empacar sus pertenencias. En una acción dramática y punitiva, el 30 de septiembre el Departamento de Estado ordenó que se fueran a casa 24 de los 47 diplomáticos asignados a La Habana, incluidos todos los que tenían familias. Cerró, para efectos prácticos, la sección consular de la embajada exceptuando los servicios de emergencia. Entonces el departamento ordenó a otros 15 diplomáticos cubanos marcharse de Washington, incluidos algunos involucrados en el procesamiento de visados y asuntos comerciales.
El departamento no acusó al gobierno cubano de estar directamente involucrado en lo que llamaba los “ataques” de La Habana. Pero advirtió a los ciudadanos estadounidenses que no viajaran a la isla, usando términos que eran más ominosos que el lenguaje que se usa para países asolados por la violencia y la inestabilidad. Y cualquier matiz que el Departamento de Estado intentó utilizar (las relaciones diplomáticas continuarán de otra manera) se perdió rápidamente en la erupción retórica. “No hay manera de que alguien pueda ejecutar este número de ataques, con ese tipo de tecnología, sin que lo supieran los cubanos”, dijo el senador Rubio, quien había instado de nuevo a una respuesta draconiana. “O lo hicieron, o saben quién lo hizo”.
Los cubanos, dijo el presidente Trump, sin más explicación, “hicieron algunas cosas muy malas”.
Era un guión que el gobierno cubano parecía reconocer. El ministro de relaciones exteriores, Bruno Rodríguez, que antes había llamado al discurso que pronunció Trump en Miami en junio “un espectáculo grotesco”, enfatizó un punto: Estados Unidos no había presentado evidencia alguna de que los cubanos habían hecho otra cosa más que ayudar a investigar el problema.
“Cuba no ha tomado medidas en absoluto contra los Estados Unidos”, dijo. “No discrimina contra sus compañías. Invita a sus ciudadanos a visitarnos, promociona el diálogo y la cooperación bilateral”. Las acciones tomadas por los Estados Unidos, dijo Rodríguez, “solo pueden beneficiar los intereses siniestros de un puñado de personas”.
Una acción poco probable
Expertos en política exterior dentro y fuera del gobierno coinciden en que los incidentes de La Habana van en contra de los intereses del gobierno de Castro. “Al régimen cubano no le interesaba antagonizar a la administración Trump”, dijo Craig A. Deare, quien fue despedido poco después de un mes de ocupar el cargo de especialista de más alto rango sobre América Latina del Consejo de Seguridad Nacional cuando criticó la actitud agresiva del presidente hacia México. “No me parecía que tuvieran sentido entonces y no me parece que tengan sentido ahora”.
La expulsión de los diplomáticos y la advertencia a los viajeros, además del endurecimiento del embargo y el huracán, ya han cortado el flujo de turistas estadounidenses a la isla. La actividad comercial estadounidense ha caído más, debido en parte a la falta de diplomáticos cubanos en Washington que organicen reuniones y tramiten los visados. Los disidentes cubanos también se han quejado de que las medidas, habiendo debilitado el flujo de turistas, han dañado profundamente a comercios pequeños e independientes como casas de huéspedes, restaurantes familiares y similares.
La propia investigación del gobierno cubano de los incidentes ha sido otra pieza central de la contraofensiva de relaciones públicas. Según informes de prensa cubanos, aproximadamente 2,000 personas han estado involucrados en la pesquisa, durante la cual los detectives de la policía han interrogado a vecinos de los diplomáticos (quienes dijeron que no recordaban haber escuchado nada inusual), médicos cubanos (quienes se preguntaban por qué los estadounidenses nunca buscaron atención para sus graves problemas) y su proprio elenco de científicos y tecnólogos.
Ingenieros cubanos analizaron las grabaciones que según algunos funcionarios fueron hechas por diplomáticos de Estados Unidos. Los ingenieros también concluyeron que los ruidos tenían un nivel de decibeles demasiado bajo para causar pérdida auditiva –pero que los sonidos primarios en las grabaciones eran hechos por chicharras–.
A pesar de meses de investigación, las agencias de inteligencia de Estados Unidos no han recabado casi ninguna evidencia secundaria de que el gobierno pueda haber ayudado a realizar ataques contra los diplomáticos o buscado intervenir con algún gobierno aliado que pudiera estar involucrado en el asunto. Tampoco hay algún indicio de que el gobierno cubano haya identificado alguna facción rebelde de las fuerzas de seguridad que pudiera haber querido socavar el acercamiento con Washington, dijeron los funcionarios entrevistados.
La idea de una facción rebelde que intentó subvertir una iniciativa histórica del gobierno ha sido barajada en Washington en meses recientes. Pero a muchos analistas veteranos del régimen cubano les suena casi inconcebible. “Es muy irónico que la teoría de la facción rebelde venga de la misma gente que dice que el gobierno cubano sabe absolutamente todo lo que pasa en el país”, dijo Armstrong, el exanalista de la CIA. “Nunca ha habido evidencia alguna de facciones rebeldes operando fuera del sistema”. En el caso que probablemente más se acerca a esta tesis –la condena en una farsa de juicio a varios poderosos oficiales de inteligencia y militares por narcotráfico y otros crímenes en 1989– había evidencias circunstanciales de que las actividades ilícitas de los oficiales habían sido toleradas durante bastante tiempo por algunos de sus superiores.
Dejando al lado algunas posibilidades estrafalarias y poco factibles –agentes norcoreanos merodeando por La Habana, por ejemplo, o un equipo secreto de espías venezolanos subvirtiendo al aliado más cercano de su propio gobierno– el análisis parecería dejar solo a Rusia como sospechoso posible. Para Moscú, ayudar a descarrilar el acuerdo trabajosamente logrado entre Washington y La Habana constituiría un golpe maestro de la geopolítica, anotaron funcionarios estadounidenses. Se encuadraría muy bien en la campaña agresiva del Kremlin para minar a sus adversarios occidentales, utilizando todo, desde operaciones de espionaje y ciberataques hasta interferencias en elecciones. Rusia también tiene una larga historia de hostigamiento a diplomáticos de Estados Unidos, un patrón que se ha intensificado en Moscú desde 2014, dijo Andrew Foxall, director del Centro de Estudios Rusos en la Sociedad Henry Jackson, un instituto de estudios en Londres.
Después de años de hostilidad cubana que siguieron a la caída de la Unión Soviética y la retirada de enormes subsidios rusos, el Kremlin ha hecho una serie de esfuerzos para fortalecer el anteriormente cercano lazo estratégico entre los dos países. Como con Venezuela y Nicaragua, Rusia ha pagado un precio generoso por la amistad renovada con Cuba, ayudando a compensar la pérdida de importaciones de petróleo venezolano con 1.9 millones de barriles de combustible, por un valor estimado de 105 millones de dólares a precios de descuento. Las exportaciones de Rusia a Cuba casi se doblaron el año pasado. En diciembre Raúl Castro recibió la visita del director del gigante estatal ruso de energía Rosneft, fomentando especulaciones de que un gran acuerdo de exploración o suministro de petróleo podría estar en ciernes.
La relación de seguridad entre los dos países también ha crecido. En diciembre de 2016, justo cuando empezaron los incidentes que afectaron al personal de Estados Unidos, Rusia y Cuba firmaron un nuevo acuerdo de cooperación en defensa y tecnología. Funcionarios rusos han hablado públicamente de la posibilidad de reabrir una base de espionaje rusa cerrada en el pueblo cubano de Lourdes.
Además de un móvil, los rusos podrían tener los medios tecnológicos –o al menos la capacidad para haber desarrollado un arma de energía dirigida que los científicos estadounidenses no puedan identificar–. Pero a estas alturas, según los funcionarios, los analistas de inteligencia esperarían haber entresacado de interceptaciones electrónicas de conversaciones en el extranjero al menos alguna evidencia secundaria de que los rusos pudieran estar involucrados –conversaciones sospechosas de teléfono o correos electrónicos, mensajes sugestivos, movimientos de agentes rusos–. Pero los funcionarios dijeron que no han encontrado virtualmente nada que constituya una prueba real. También se preguntan si Rusia arriesgaría su creciente relación con Cuba con una operación que podría socavar la iniciativa diplomática más importante de la isla en décadas.
Y aun en el caso de que Rusia hubiera desarrollado algún tipo de arma nueva y compacta de energía dirigida que se podría haber usado para atacar a los diplomáticos estadounidenses, todavía existirían desafíos logísticos extremadamente complejos para su despliegue. Agentes rusos tendrían que haber ubicado al menos dos docenas de diplomáticos estadounidenses en La Habana, haberlos alcanzado de forma clandestina y repetida, y en algunas de las zonas más patrulladas de lo que muchos consideran un estado policial. Las agencias de inteligencia tampoco han documentado pruebas de un arma parecida contra algún otro objetivo, o señales de que Rusia pueda haber movido agentes a Cuba para llevar a cabo tal operativo.
En la ausencia persistente de pruebas verdaderas de cómo los diplomáticos de Estados Unidos fueron afectados, la administración Trump no parece tener un camino fácil por adelante. Aproximadamente 10 de los diplomáticos y sus parejas siguen sometiéndose a rehabilitación vestibular y neurológica, tanto en Washington como en la Escuela Perelman de Medicina de la Universidad de Pennsylvania. Algunos se han movido a nuevos trabajos en Washington o en el extranjero, y otros se han mantenido ocupados en la unidad de Asuntos del Hemisferio Occidental con tareas como procesar peticiones bajo la Ley de Libertad de Información o tramitar solicitudes con el personal de recursos humanos, dijeron oficiales.
En marzo, tendrá que decidir si convierte la retirada de los diplomáticos en una reducción permanente de personal. Un documento interno del Departamento de Estado obtenido por ProPublica indica que la ralentización de la actividad consular puede hacer difícil que Estados Unidos alcance su compromiso de procesar al menos 20,000 visados de inmigración para cubanos este año, una promesa que es extremadamente importante para los cubanoamericanos que buscan traer a sus parientes de la isla. Diplomáticos estadounidenses –incluidos algunos que fueron forzados a irse de La Habana– dicen también que el departamento ha reducido drásticamente su capacidad para inducir una transición política de nivel histórico en Cuba.
“Nuestros diplomáticos quieren volver”, dijo un oficial estadounidense que ha sido informado ampliamente sobre el desarrollo de los hechos en La Habana. “¿Pero si no puedes llegar al fondo de esta situación, cómo puede pasar eso? Y han sido bastante abiertos al decir que no sabemos mucho más sobre el caso de lo que sabíamos hace 12 meses”.
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Traducción de Carmen Méndez
Este artículo fue publicado originalmente en ProPublica y en Univisión Noticias.
Sebastian Rotella, Tim Golden | ProPublica
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