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Es común entre los seres humanos construir el mundo a partir de nociones, que nos ayudan a comprender para enfrentar el caos y la incertidumbre habitual y, así, dar orden a nuestra realidad. Quizá por eso Juan Antonio Navarrete (1749-1814), fraile franciscano venezolano del siglo XVIII, se empeñó en catalogar buena parte de lo que veía y pensaba. Aunque la mayoría de su obra desapareció, sabemos que trabajó más de dos docenas de manuscritos donde abordó ámbitos tan diversos como ciencias, astronomía, medicina, historia, biografías, leyes, mitología, geografía, zoología y, en relación con la fe y la religión, temas como las advocaciones marianas, los santos, el demonio y la mística.
Conocemos muy poco de su vida y costumbres, pero algunas anécdotas que se han conservado nos dicen que era decidido y un poco terco. Llegó al convento franciscano con 11 años para hacerse fraile y le dedicó su vida al estudio, hasta convertirse en doctor en teología. Es recordado por ser un apasionado bibliotecario y bibliófilo. Hay historias acerca de su carácter voluntarioso, como las riñas que sostuvo con el Padre Joaquín Castilloveitía y el Padre Domingo Lugo; y se conoce sobre sus encendidos sermones y su enérgica defensa para oficiar una misa. Pero, cabe preguntarnos si ese mismo temperamento enérgico lo aplicaba el franciscano a otros aspectos de su vida, sobre todo al religioso. ¿Era acaso un hombre que estaba en la búsqueda de la verdad divina y la unión con Dios?
No podemos hablar plenamente de su relación con Dios, pero si seguimos las pistas presentes en las páginas que se conservan en su libro Arca de letras y teatro universal, tenemos cierta evidencia de su trato con lo divino. Pensemos en las menciones de sus textos desaparecidos, como Cœlestis Radius, donde un alma agonizante habla con “nuestro redentor muriendo en la cruz”, o Secretos del esposo, que es una exposición sobre el Cantar de los cantares. También podemos destacar su devoción a María “verdadera y animada Arca del Nuevo Testamento”, a quien dedica su libro; así como las advocaciones de las que habla y la Novena para la Advocación de la Misericordia de María Santísima. Si se trata de la fe destaca igualmente la Novena de la Prodigiosa Santa Efigenia o Bando Real y Supremo.
Pero ¿cuál era el lugar que Dios ocupaba en la interioridad de nuestro fraile? Me interesa presentar algunos aspectos que me llevan a considerar que había cierto misticismo en él.
Ciertamente es difícil imaginar a Fray Juan Antonio Navarrete como un místico, por su afición a la ciencia y su temperamento voluntarioso. Sin embargo, ningún místico se ha dejado amedrentar por el conocimiento, recordemos los textos naturalistas de Hildegard von Bingen, y la obstinación, más bien, parece ser un requisito si tomamos como ejemplo a San Francisco de Asís o en la Santa de Ávila.
Tengamos en cuenta que, al hablar de lo místico, entendemos que esta es una experiencia única y personal de unión con Dios. Experiencia que está sometida a las condiciones culturales, psicológicas, afectivas del individuo que la padece y su forma de entender y enfrentar el mundo a través de su cultura y su propia temporalidad. Es una especie de acuerdo entre el alma y Dios, un contrato que exige ciertas normas (como la vida ascética, la fe, la oración, el entendimiento), pero es, sobre todo, un acontecimiento que se caracteriza por la imposibilidad de ser enunciado. Por lo tanto, lo que realmente conocemos de esta experiencia es el contrato, es decir, las convenciones usadas por el alma para alcanzar la unión con Dios.
Lo místico en Navarrete
En el folio 137 del Arca de letras y teatro universal encontramos la entrada “Mística”, en la que Navarrete la señala como el fin de la vida humana, “altísima facultad y ciencia”, dado que su objeto es la unión con Dios y “altísima sabiduría”.
En esa misma entrada el autor nos muestra, en clave poética, el camino hacia esa unión: las bases del contrato y, tomando el ejemplo de San Juan de la Cruz, traza una especie de sendero o lista de las obligaciones y beneficios. El compromiso principal del alma es despojarse de la vida terrena y vencer la adversidad; el compromiso de Dios con el alma es proveer su gracia y, finalmente, admitir al alma en su “recámara”.
El franciscano nos habla de lo místico desde esas nociones y parece que se conforma con solo enunciar la médula, presentándonos el título de las experiencias, no obstante, esta aparente lista de enunciados está escrita en una clave poética. Es preciso acotar que para Navarrete lo místico y la poesía forjan un lazo inquebrantable, puesto que como dice en folio 239 la poesía tiene como “materia una facultad trascendental, que todo lo trasciende y abraza, hasta los Arcanos más altos, secretos, profundos y sobrenaturales del mismo Dios”, asimismo, señala que el Espíritu Santo habla en lenguaje poético como lo evidencian los Salmos y el Cantar de los cantares.
Esa clave poética está compuesta por sesenta y ocho enunciados o versos, que pueden ser agrupados en nueve conjuntos: 1. Vías. 2. Contemplaciones y sus efectos. 3. Comunicación trascendental y sus resultados. 4. Flujos luminosos. 5. Vidas. 6. Regalos o dones. 7. Unión primera con noche oscura. 8. Unión real con noche del sentido y noche del espíritu. 9. Unión plena o recámara del esposo.
Lo primero que establece nuestro autor son las tres vías, las de la oración, propuestas por San Juan de la Cruz y que se apoyan en las potencias del alma. Estas vías son producto de la meditación y abren la puerta a tres formas de contemplación que llevarán a ciertos estados contemplativos, como son los ilapsos, que suspenden los sentidos. Esto se produce mediante un toque sustancial o divino que permite la suspensión de la voluntad (vuelos del espíritu) lo que causa, como resultado, estados de éxtasis, arrobamiento y finalmente la “vista fija. Ápice de la mente”, como le llamó San Buenaventura, con la que el alma recibe el don de juzgar con exactitud.
Una vez recibido este regalo el alma se encuentra en contacto con Dios, establece una comunicación trascendental que se produce bien mediante visiones, que pueden ser intelectuales, imaginarias, intuitivas, oscuras o tenebrosas, o también mediante inspiraciones dadas a través de un “habla interior” o por intermedio de locuciones. Esta comunicación lleva a un estado de “Transformación Mística” que prepara al alma para un flujo luminoso, mediante el lumen infuso (entendimiento de lo divino dado por Dios y el lumen de gloria (don de experimentar lo divino), que fortalece al alma en la fe que ya no solo percibe la realidad humana, sino que abre sus sentidos para hacerlos capaces de percibir el mundo espiritual.
A partir de este punto notamos más abiertamente la influencia de Tomás de Aquino en Navarrete, nos habla de que el alma en comunicación y presencia de Dios atraviesa tres vidas (operaciones del alma), que son descritas en la Summa Teológica: La vida activa, que para el Aquinate es aquella que hace; la vida contemplativa, como aquella que ve, y la mixta, que combina ambas, pero además, Navarrete entiende estas vidas como el paso entre la purificación que viene de Dios y que conduce a la noche oscura del alma, para dejarla entregada a la presencia de Dios. Así, como resultado de estas vidas, el alma recibe nuevos regalos místicos o estados de gracia en los que Dios se revela en el cuerpo de los místicos, y estos son: Tactos místicos, que es el contacto primero con la divinidad; las Llagas del Amor, que producen un estado de enajenación (se refiere a las experiencias de los estigmas que atravesaron santos como Francisco de Asís o el Padre Pio); las Llamas e incendios Divinos, (por ejemplo la transverberación descrita por Teresa de Ávila); las Gracias, que surgen como apariciones, como le ocurrió a
Bernadette Soubirous en Lourdes; las Profecías, como en el caso de los tres pastores de Fátima, y finalmente el Discernimiento de Espíritus, experimentado por místicos como el Maestre Eckhart o Hildegard Von Bingen.
Estos dones preparan al alma para la unión con Dios y es aquí donde se está ante la Unión primera con noche oscura. Navarrete presenta ante nosotros tres uniones: la de amor, que abre una nueva puerta; la clara, que continúa la noche oscura y la oscura que es una unión infusa, afectiva y pasiva. Estas uniones llevan al Matrimonio espiritual que culmina con el sueño espiritual.
A partir de este momento se acerca mucho a la mística desarrollada en Las moradas del castillo interior de la santa de Ávila. Es la unión real del alma con Dios. El alma transita por casi dos decenas de estados que corresponderían en su mayoría con la morada sexta. El alma unida a Dios, mediante la oración, ya casi no percibe el mundo humano, pasa por una Noche del sentido y noche del espíritu, en el que la plenitud de su percepción está en los sentidos espirituales. El alma, tomada por Dios, se cuestiona a sí misma sobre la realidad de su unión, pero no es ya la desolación que ha atravesado en la noche oscura, esta vez, el alma va de estados de plenitud amorosa con Dios a estados de cuestionamiento. De estos últimos Navarrete señala tres:
“Filaucia. Gula espiritual. Escrúpulos”
“Asedio Diabólico. Ilusiones. Ceguera”
“Discreción infusa. Cerco Diabólico”
Son los últimos estertores de la separación del alma con lo que no es Dios, las últimas purificaciones.
Así llega el alma preparada a la morada séptima en términos teresianos, a la unión plena con Dios o recámara del esposo, que Navarrete describe en tres estados:
“Visión beatifica. Especie inteligible
Matrimonio consumado in patria
Recamara del esposo”
En este estado el alma es una con Dios, no quiere decir esto que pierda su conexión con el mundo humano, sino que es capaz de percibir este con una mayor integridad y tranquilidad, sin entorpecer su unión con Dios.
Bando real y supremo
Ahora bien, ¿podemos decir que el Bando Real y Supremo es un texto que nos revela cierto misticismo en nuestro fraile?
Comencemos por aclarar que los bandos son comunicados para hacer pública una norma o exigir su cumplimiento de manera obligatoria. Para ello se colgaban en lugares públicos y generalmente eran emitidos por los alcaldes.
El Bando de Navarrete consiste en una amonestación despachada por el “Supremo y Divino Tribunal, Eterno y Soberano Consejo”, debido a una queja puesta ante ellos por la Justicia, la Verdad y la Caridad con el fin de exigir el cumplimiento del mandato del respeto mutuo.
Este pequeño texto jurídico se divide en tres partes. La primera, que va del folio 284 al 285, señala propiamente quién emite el bando y lo referente a la publicación; la segunda parte va del folio 285-286. En estas páginas se explica propiamente lo que se exige el cumplimiento de la recomendación que da el apóstol Pablo en Galatas 5,15: “Pero si se muerden y devoran unos a otros, ¡cuidado!, que llegarán a perderse todos”, para explicar esto se argumenta a partir de las escrituras, explicando la necesidad de la humildad, el respeto mutuo y la prudencia. Señala también que el irrespeto al mandato condena a los hombres a la ignorancia si no son capaces de percatarse y de apreciar la fe católica.
En la última parte, que va del folio 286-288, encontraremos los acuerdos del Supremo Consejo. En ellas se explica de donde provienen estos tres atributos divinos (Verdad, Justicia y Caridad) que han sido humanizados y llamados ministros, vice-gerentes, nobles personajes y cuál es la relación de estas con la voluntad divina y la humana. Para determinar esto pone en cuestionamiento la justicia humana, el derecho que tienen los hombres a esa justicia y su administración, así como el derecho a la dignidad humana a partir de lo divino y la responsabilidad de ser justos, verdaderos y caritativos.
Como ha señalado José Balza:
“Lo primero que podríamos anotar acerca del Bando es cómo la fe religiosa de Navarrete sigue inquebrantable. Desde la eterna perfección del Creador se atiende al bien universal; su voluntad es vigilante, infalible, y la tierra recibe atención absoluta. Aunque algún hombre pueda hacer daño ocasionalmente, la justicia divina siempre actuará en el momento preciso”.
Además de la fe religiosa, debemos considerar que la segunda parte del Bando… puede ser leído como una revelación, ya que no se trata de que el eco de Dios resuene en Navarrete, sino que es Dios mismo el que habla, el texto está escrito “en” la voz de Dios: “Nosotros, el eterno producente…” dice y firma: “Vuestro dios y vuestro Creador”.
Otro aspecto a tomar en cuenta es el propio testimonio que nos da Navarrete en su Arca de letras sobre el Bando…, en el folio 44 podemos leer “Diálogos espirituales en que muchos, aun padres de la iglesia brindan lo que se juzga como revelación hecha a ellos” allí dice:
“especie de conflicto y disputa entre Dios y un justo, cuya Alma había salido de su cuerpo enfermo, y la mandaban volver a él, y las instancias y renuencias que mostraba el Alma como resistiéndose. Esto solo sirve de instrucción para conocer lo que le pasa con Dios a los justos aún en sueños y lo escriben porque puede ser provechoso a las almas de otros prójimos”
Navarrete nos presenta estos diálogos en los que hace referencia a la Parábola Las tres hijas del rey de Bernardo de Claraval, texto con el que debe ser comparado el Bando, pero aún más resaltante es lo que sigue a continuación cuando dice: “Mi Bando Real y Supremo, que va de infra folio 284, lleva el mismo destino” es decir que para el fraile si bien su Bando tenía un sentido pedagógico, lo tiene, como el texto de Bernardo de Claraval desde la experiencia de la divinidad y como ejercicio de meditación y contemplación.
Este sentido pedagógico se refuerza en la propia definición que hace Navarrete de su obra en el folio 233.
“Vando (sic) real y supremo para que los literatos no se muerdan unos a otros. Véase el fol. 284, para que abran todos los ojos a la Caridad”
Nuevamente encontramos la referencia a Pablo y la Epístola a los Galatas, pero además podemos notar que la intención de Navarrete es ser el medio, “para que abran los ojos a la Caridad”. El texto facilita en el lector la entrada a la espiritualidad, a una relación individual que prepara para un estado más avanzado del encuentro divino.
Dicho esto, podemos ir a las categorías de lo místico señaladas anteriormente por el franciscano, si somos moderados podemos ubicar el Bando… en la categoría de la “Vía unitiva. Coloquios amorosos” como una reflexión producto de un estado embrionario de contemplación, pero si somos más ambiciosos, lo podemos considerar como una comunicación trascendental, una revelación: “Locución espiritual. Palabras sustanciales” producto de un estado místico intermedio en el que Dios se comunica mediante una intuición y dicta a Navarrete el texto, todo esto, mediante su habla interior.
De cualquier manera, no podemos negar que hay cierta conexión entre las ideas de lo místico que presenta el fraile y el Bando Real y Supremo, aun cuando desconocemos la forma como experimentaba su relación con Dios o si estas experiencias eran similares a las de los místicos españoles o no. Lo cierto es que no le eran indiferentes, que le preocupaba la oración y el cuidado de su fe y que lo que describe en el folio 137 se asemeja mucho a un camino o proyecto espiritual.
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Referencias directas
-BALZA, José. “Acerca de «Bando Real y Supremo» de Fray Juan Antonio Navarrete”. Suma del Pensar Venezolano. Sociedad y Cultura. Tomo 1. Libro 3. Fundación de Empresas Polar. ExLibris. Caracas. 2012.
-La Biblia Latinoamericana. Ediciones Paulinas. Madrid. 1972
-NAVARRETE, Juan Antonio. Arca de Letras y Teatro Universal. Tomo 1. Academia Nacional de la Historia. Italgráfica, Caracas, 1993.
María Ramírez Delgado
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