Teresa de la Parra, Emilia Ibarra y Rafael Carías
…no quieren que oigamos lo que dicen las No Mujeres.
El cuento de la criada, Margarite Atwood
Reflexiones para una lectura queer de sus cartas y diarios[1]
Este año, que dedicamos a Teresa de la Parra a razón del centenario de su novela Ifigenia. Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba puede servirnos como excusa para hablar sobre temas reivindicativos de la autora y que también nos permiten poner la vista en asuntos actuales que para nuestra sociedad permanecen en el terreno de lo que, por diferentes excusas, preferimos no hablar. Uno de esos temas corresponde a la relación que podemos establecer entre algunos aspectos de la vida de Teresa de la Parra y la categoría de lo queer.
Lo queer (sustantivo del inglés que sirve para señalar lo raro o lo extraño) tiene una entrada bastante reciente en el panorama académico en la última década del siglo pasado. Así, pasó de ser una expresión vulgar y un insulto que se atribuía sobre todo a la identidad de género de los individuos que no cumplían con la expectativa social de la identidad sexo normativa, a formar parte de estudios de teoría crítica o los relacionados con la identidad, corporeidad y el género.
La teoría Queer reúne diferentes corrientes y escuelas, tanto filosóficas y sociales como psicologías, que afirman que la identidad (si es que existe) es algo que se forja desde el individuo, pero que está separado de los roles de género que nos impone la sociedad, debido a nuestro sexo biológico, así que entiende el mundo como no binario. Es, sobre todo, una forma de llamar la atención a la sociedad. Sin embargo, también tiene como acepción los procesos de deconstrucción del individuo. Lo queer no unifica ni reduce la identidad sexual a hombre, mujer, gay, lesbiana, sino que admite otras identidades sexuales no normativas. Esto le permite reinventar el panorama léxico al apropiarse de lo peyorativo y estimula forjar un modelo de identidad que se está construyendo en, desde y por el individuo, y que, como consecuencia, tiende a desestabilizar el statu quo al romper las categorías de binarias para abrir paso a otras.
No quiero aburrirlos haciendo un recorrido por los autores que han planteado el problema de lo queer, pero sí creo, y es lo que pretendo justificar, que hay elementos de lo queer que podemos relacionar con Teresa de la Parra y que pueden ofrecernos un panorama mucho más amplio si nos permitimos verla como una persona capaz de deconstruir y de desacatar los roles de género de principios del siglo XX.
Venezuela en 1920
Comencemos por hablar un poco de la sociedad venezolana a la que pertenecía Teresa de la Parra entre 1920-1936. Aun cuando la década del ‘20 se considera una época de expansión y liberación de las mujeres, tal visión está lejos de reflejar la realidad de las venezolanas. Recordemos aspectos como la insistencia de considerar que el lugar de la mujer estaba en el hogar y en el cumplimiento de su papel como esposa, madre, hija, etc. Es decir, la construcción de la mujer desde el otro.
Si bien hacia finales del siglo XIX y principios del XX las mujeres comienzan a fundar asociaciones culturales, el fin de muchas de estas asociaciones y de las mismas publicaciones que hacen está relacionado directamente con el rol social de la mujer como “bello sexo”. La mujer es la conservadora del orden social en el hogar, limitándola a las tareas domésticas como el cuidado del esposo, de la familia, la crianza de los hijos o la educación religiosa, por lo que su desarrollo personal no tiene como punto de partida su individualidad, sino resultado de las normas que para ellas impone la sociedad.
Aunque es en estos años cuando las mujeres comienzan a ir a la universidad, los roles de género siguen bien definidos en la sociedad. Si tomamos como ejemplo las publicaciones de la Revista Élite podemos encontrar que en la mayoría de las publicaciones de la época las mujeres son señaladas en relación con los hombres: la esposa de… la madre de… las hijas de…; siempre bellas, elegantes o condenadas por no cumplir sus roles.
Teresa de la Parra rompe ese molde y su nombre comienza a ser asociado a su novela Ifigenia. Un ejemplo curioso lo encontramos en la crítica que sobre la novela publica Miguel A. Aristeguieta en la Revista Élite:
«Teresa de la Parra seguirá escribiendo impulsada por la fuerza de la vocación. No es ella diletante, de simple intención, es un obrero cuyo temperamento definido le empuja hacia la actividad, sin fluctuaciones (…) No sufrirá la voluptuosidad cerebral que padecen los artistas sin voluntad (…)»[2]
Nótese que, para Aristeguieta, Teresa de la Parra “es un obrero” y no una obrera, es un “artista” no una artista.

Gonzalo Zaldumbide, Teresa de la Parra y su hermana María en Paris, 1924
El convenio heterosexual
Uno de los aspectos que siempre salta cuando se habla de Teresa de la Parra es la pregunta de ¿por qué no se casó en una sociedad en la que contraer matrimonio era parte de su compromiso social? ¿Cómo pudo escapar? Era bella, inteligente, de buena familia, etc.
Rosario Hiriart en una conversación con Lydia Cabrera, la escritora cubana que fue amiga y compañera en los últimos años de vida de Teresa de la Parra, nos dice:
«Teresa no tuvo una prejuiciada idea del amor, aunque sí tuvo plena consciencia de que, en su tiempo, casarse, era perder su independencia y además no se le escaparon los rudos males que crearía a una mujer bella y creadora como ella una unión conyugal».[3]
Pudo casarse con el escritor ecuatoriano Gonzalo Zaldumbide, con quien mantiene correspondencia durante años; sin embargo, no lo quiso así. Su voluntad de independencia era más fuerte y por esa voluntad tendrá que resistirse hasta en los últimos años de su vida. Un ejemplo de esta lucha la encontramos en una carta que en 1932, desde Leysin, le escribe a Lydia Cabrera sobre una conversación con su hermana María:
«Me siento hoy muy fiera y decidida a saltar si no salen las cosas como debe ser. María me hace un plan de vida acomodado a sus deseos y disciplina andina. Que me vaya a Los Teques con mi Mamá, ‘dos sirvientas, y una casita que no debe ser amueblada’ por higiene, sino amueblarla yo; quedarme allá, y nada de Caracas ni otros lugares: no hay nada como Los Teques, etc., etc… Un plan de reducirme de nuevo a menor de edad con tutela de hierro en dónde llevaría ella una de las voces cantantes. ¡Buena estoy yo para semejante plan! Aunque comprendo que es malacrianza, y que debo agradecerle su eficacia, respecto al arreglo de la casa me ha dado rabia la carta. Pienso contestarle hoy mismo diciéndole que no pienso atravesar el mar hasta no poder vivir dónde me dé la gana haciendo lo que quiera y sin régimen. Yo sería capaz de matarme a disparates por espíritu de contradicción y hacerles sentir que no me dominan».[4]
La molestia de Teresa surge precisamente de ese interés de su hermana de ajustarla al modelo social de las solteras. Como el personaje de Clara en Ifigenia, Teresa estaría condenada a vivir y cuidar de su madre en la vejez.
Otro elemento, mucho más claro de rechazo al modelo heterosexual, lo encontramos en una carta que en 1924 le dirige a Gonzalo Zaldumbide:
«Tengo en general, como diría María (su hermana), miedo a ti y horror a los demás hombres, ¡ah si supieras quererme con alma de mujer! Me bastaría con el alma y prescindiría del cuerpo».[5]
Y más adelante, en 1928, en otra carta le dice a Gonzalo:
«Hoy todo el día has estado en mi pensamiento. No ceso de pensar de qué distinta manera te quiero, de lo que te quería cuando vine a Caracas hace cuatro años. ¡Cuánto, pero qué mal te quería entonces! Cuán nouveau riche del amor era. Ahora lo que me da mayor gusto es pensar que en el tumulto de personas que he visto pasar en todo este tiempo no hay nadie con quién pueda establecer, ni por asomo, el acuerdo que tengo establecido contigo. Te soy fiel por impotencia como una vieja de 75 años, el amor con su inquietud de ansias y celos se ha extinguido en mí».[6]
El compromiso amoroso con Gonzalo Zaldumbide parecía apropiado por lo imposible, no debemos olvidar que Gonzalo contrae matrimonio con Isabel Rosales. El amor que propone Teresa es diferente, puesto que no se expresa en términos de sexualidad y de corporeidad sino en términos de ternura, convenio y compañía.
Otro elemento interesante que encontramos en torno a esta relación lo tomamos de una entrevista que le hacen a su hermana María en 1947 en la que está señaló: «Gonzalo no le disgustaba. Pero no fue a él a quien amó».[7]
Sobre el matrimonio en una de sus conferencias encontramos comentarios como:
«Por la fuerza de la costumbre ‘toda mujer debe casarse’ se casa muy joven con el llamado buen partido. A los pocos días del matrimonio comienza el drama de la incomprensión».[8]
¿El modelo bostoniano?
Hay dos mujeres que resultan importantísimas en la vida de Teresa de la Parra: Emilia Ibarra de Barrios y Lydia Cabrera.
Cuando Teresa regresa a Venezuela siendo muy joven, después de 1911, vive con su madre y sus hermanas en una casa muy cerca de la casa de Emilia Ibarra (viuda) de Barrios. Emilia debió impresionar mucho a Teresa, ya que no solo le dedica su primera novela, sino que su muerte, a principios de 1924, la afectó notablemente. Emilia le brindó a Teresa de la Parra el regalo imprescindible de la libertad económica, ya que la deja como heredera de buena parte de su fortuna.
La devoción que sentía Teresa por Emilia Ibarra y el dolor por su muerte ha quedado en sus cartas, como en la que le escribe a Gonzalo en agosto de 1924:
«Me dijiste el otro día que era incapaz de sentir ternura, y desde la muerte de mi pobre Emilia que era para mí todo un mar de cariño no hago sino pedir limosna de ternura y en estas horas de la noche, en mi cama, tan inhospitalaria, busco los mendrugos recogidos y se me vuelven todos, todos esos regrets de que te hablo que se me suben a los ojos y me ruedan por las mejillas».[9]
Y nuevamente a Zaldumbide en una carta en 1928.
«Además por no sé qué misteriosa evolución sentimental es ahora en estos últimos tiempos cuando siento con más intensidad mi dolor por la muerte de Emilia».[10]
Su amistad con Lydia Cabrera data de 1925, cuando se conocieron en un barco que se dirigía a Venezuela. Teresa aún estaba de luto por Emilia, se intercambiaron tarjetas e invitó a Lydia a buscarla en París. La amistad fue creciendo y a los pocos meses estaban de viaje juntas por Europa. Teresa le habla de Lydia a sus amigos con frases como la que le dice en 1929 a Rafael Carias: «He venido con mi amiga Lydia Cabrera, inteligente y muy artista, a quien quiero mucho y con quien comparto los mismos gustos».[11]
Lydia acompañará a Teresa desde 1925, cuando viajan juntas, y se ven de manera intermitente. Luego, a partir de 1932, cuando está hospitalizada en Leysin, en París, en Mont Blanc. Van juntas de vacaciones a Suiza, se mudan a Madrid a la calle Mario Rosso de Luna (al apartamento que había desocupado Pablo Neruda), luego a Barcelona a Fuente Fría y regresan a Madrid hasta su muerte en 1936. En su deceso está presente Lydia, a quien le deja en su testamento el anillo de esmeralda que había heredado de Emilia, con una frase que mandó a grabar antes de su muerte: «Au revoir». Tal vez es importante acotar que Lydia nunca se casó.
Este tipo de amistad me recuerda mucho el modelo de matrimonio bostoniano, como se llamó a los hogares compuestos por mujeres en Boston en el siglo XIX. A propósito de esto podemos mencionar a Ana María Caula, quien dice: «Aunque estas relaciones nunca se hubieran consumado, el lazo emocional entre ellas (con Emilia y con Lydia), descubre un grado visible de lesbianismo –no asumido– de ‘resistencia’».[12]
Del tiempo que vivieron juntas Teresa y Lydia hay evidencia, en sus cartas y en su diario, de expresiones cariñosas, como las de esta carta de 1933:
«Bonsoir Cabrita! Cómo andarán tus males? Quisiera poder aliviarlos, pero cómo? Con el pensamiento ¿será peligroso?
Te quiero
T »[13]
Planes o discusiones domésticas como en esta entrada al margen en su diario en enero de 1936:
«Siento melancolía por (el) viaje de Lydia. Pienso en nuestras mutuas relaciones que deseo cada vez, de amistad más profunda y tierna; pequeños desacuerdos vienen (de) no ponerse cada una (en el) punto de vista de la otra».[14]
O sus vivencias como, por ejemplo, en una carta que dirige a Lydia contándole una cena que tuvo con algunos amigos y la conversación que sostienen sobre la película alemana Mädchen in Uniform, dirigida por Leontine Sagan, en 1931, y considerada como el primer film de temática lésbica:
«Te hubiera divertido e interesado mucho la mentalidad de los tres: Heitor, Madriz y Cezy: ‘Quedó triste de pensar que podrían existir esas cosas’ (y doblaba la cabeza hundida); Madriz intransigente, hecho una furia como ante la presencia de un monstruo misterioso. Ya se habían ido ‘más allá de la película’. No aceptaba el beso de la maestra a Manuela. Aseguraba que cuando se besan así ‘otras cosas harían’, y él, que ha rodado por todos los lupanares inmundos, hablaba con horror y como con asco.
Me llamó la atención: 1º, que no aceptara el amor sensual, pero sin realización, y 2º, la intransigencia hacia el amor en sí, su incapacidad de comprensión. Cuánta vulgaridad me pareció que encerraba tal intransigencia en un libertino. Heitor estuvo mucho más comprensivo, pero te aseguro que era interesantísimo observarlos a los tres. Yo en la actitud término medio, afirmando el amor sensual que Madriz rechazaba como un absurdo: qué abismo hay entre estos hombres de nuestras tierras y uno. ¡Qué couche impenetrable de vulgaridad les cubre el alma y los imposibilita de sentir todo lo que está más allá de las tristes realizaciones del C…!»[15]
Esta última carta nos ofrece ciertos aspectos que resultan fascinantes. El primero, considerar que ya tanto Teresa como Lydia han visto la película y se han hecho sus opiniones sobre ella, opiniones muy distintas y contrarias al pensamiento retrógrado que manifiestan Heitor, Madriz y Cezy, y que ella tacha de vulgar y cerrado.
Encontramos también la reflexión de Teresa de que existe para ella un amor sensual, que puede excluir el amor corporal. Esta preocupación de Teresa de la Parra se encuentra también en otras cartas que nos evidencian su inquietud por las formas de expresar el amor físico: «Es más largo ese beso de los ojos con palabras escritas que el de los cuatro labios»,[16] le dice en una carta a Gonzalo en 1926. En otra, de 1928, señala: «Te soy fiel por impotencia como una vieja de 75 años, el amor con su inquietud de ansias y celos se ha extinguido en mí».[17]

Teresa de la Parra y Lydia Cabrera en un carnaval en Caracas ,1928
La no-mujer
En El cuento de criada, Margaret Atwood nos dice que en la sociedad de la República de Gilead se les llama no-mujeres a las feministas, las lesbianas o las mujeres discrepantes, que tienen un pensamiento propio. Recordemos que la novela de Atwood muestra una sociedad en la que las mujeres son reducidas a su rol como reproductoras de la especie humana, así que el término “no-mujeres” nos habla de aquellas que están fuera del orden social y que deconstruyen sus roles sociales, es por eso que son temidas por la sociedad que intenta ajustarlas a sus categorías. ¿Es posible aplicar este término a Teresa de la Parra?
Si traemos a estas líneas el postulado de Simone de Beauvoir en el Segundo sexo: «No se nace mujer: se llega a serlo»[18] y si es así, si ser mujer es un devenir, no temo afirmar que Teresa de la Parra se negó a ser mujer en este sentido del que nos habla Beauvoir, por que no era eso (el bello sexo, la esposa, la madre, la hija) lo que ella quería llegar a ser, aun ella, para sí, usó esa palabra, «mujer», probablemente a falta de una mejor.
Se llamaba a sí misma feminista moderada, en tanto a su orientación sexual no podemos determinarla ni como heterosexual, ni como lesbiana, bisexual o asexual, pero creo que sí podemos estar de acuerdo en que Teresa de la Parra, en todos los aspectos era diferente, sobre todo porque no quería someterse a la voluntad de nadie, ni siquiera de su hacer como escritora; tampoco quería dejar de ser femenina o bella, así que estaba en la búsqueda de edificar su propio espacio de realización y de autoconocimiento, como ella misma anota en su diario, en día de su cumpleaños, cuando reflexiona sobre una lectura:
«Me ha impresionado la admonición de Nietzsche: ‘Trata de ser tú mismo’. Este, unido a su principio de que sólo es cierto lo que puede sernos de provecho espiritual me decide a rechazar como inciertas las influencias contrarias que me impidan ser yo misma».[19]
Esa necesidad de ser uno mismo, de descubrir, construir y deconstruir, es esencialmente lo que es ser queer. Tal vez por eso hizo a su heroína tan distinta a ella misma:
«En realidad, mi personaje María Eugenia Alonso era una síntesis, una copia viva de varios tipos de mujer que había visto muy de cerca sufrir en silencio, y cuyo verdadero fondo me interesaba descubrir, hacer hablar, como protesta contra la presión del medio ambiente».[20]
Por esta presión del “medio ambiente”, de lo social, y precisamente por evitar ese sufrimiento silencioso, es vital volver la mirada a esta resistencia de Teresa de la Parra, una faceta que desde la lectura crítica y el estudio debe ser reivindicada.
***
Notas:
María Ramírez Delgado es profesora del Departamento de Filosofía de la Universidad Simón Bolívar
[1] Fragmentos de la conferencia dictada el 30 de mayo de 2024, en el marco de “Contar. Taller de Historias e identidades Queer” celebrado en Caracas.
[2] Miguel A. Aristeguieta. “Ifigenia”. Revista Elite. Caracas, 10 de abril de 1926. No 30.
[3] Rosario Hiriart. Más cerca de Teresa de la Parra. (Diálogos con Lydia Cabrera). Monte Ávila Editores. Caracas. 1980. p. 61
[4] Rosario Hiriart. Cartas a Lydia Cabrera. (Correspondencia inédita de Gabriela Mistral y Teresa de la Parra. Torremozas. Madrid. 1988 p.147
[5] Teresa de la Parra, Obra. (Narrativa, ensayos, cartas). Biblioteca Ayacucho, Caracas. 1982. p. 532
[6] Parra, 1982. p. 539
[7] Hiriart, 1988. p. 63
[8] Parra, 1982. p. 476
[9] Parra. 1982 p. 531
[10] Ídem, p 541
[11] Ibidem. p. 612
[12] Ana María Caula. Luchas por la independencia. Género y nación en la obra de Teresa de la Parra. Editorial El Perro y la Rana. Caracas. 2022. p. 175
[13] Hiriart. 1980. p.136
[14] Parra. 1982. p. 461
[15] Hiriart. 1988. p. 183
[16] Parra, 1982 p. 536
[17] Ídem, p. 539
[18] Simone de Beauvoir. El segundo sexo. De Bolsillo. España. 2008. p.207
[19] Parra. 1982. p. 454
[20] Ídem, p.627
María Ramírez Delgado
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