Entrevista
Miguel Bonnefoy: “Todavía no he escrito los libros por los cuales he nacido”
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El escritor francovenezolano Miguel Bonnefoy acaba de ganar el Gran Premio de novela de la Academia Francesa, uno de los más relevantes galardones literarios de ese país, con su novela El sueño del jaguar. Cristina Raffalli lo entrevista para Prodavinci.
La historia que termina en las escaleras de mármol de la Académie Française, al borde del Sena, en otoño de 2024, comenzó a principios del siglo XX en otra escalinata: la de la iglesia San Antonio, en Pela el Ojo, un caserío del estado Zulia.
En París, un escritor de treinta y siete años llamado Miguel Bonnefoy Borjas recibe, el pasado mes de octubre, uno de los premios más importantes del mundo literario por su novela Le rêve du jaguar. En Pela el Ojo, hacia 1913, una india conocida como “la muda Teresa” descubre, en los escalones donde pide limosna, el cuerpo tibio y frágil de un recién nacido. Son las primeras líneas de la novela y así, temprano, el narrador deja saber que esa calle donde han abandonado al niño, un día llevará su nombre.
En la imaginería zuliana, barroca como el alma regional, se asienta una certeza: en toda camada de gatos nace un jaguar. Uno que se deshace a zarpazos de su talante doméstico. Uno que comete la audacia de contradecir las fuerzas del destino.
Este jaguar es Antonio Borjas Romero, el niño envuelto en trapos al pie de la iglesia. Cardiólogo y cirujano, esposo de la primera mujer zuliana que obtuvo el título de médico. Fundador de la Universidad del Zulia y abuelo de Miguel, escritor franco venezolano, franco zuliano.
Tres generaciones de su familia son los cauces principales por donde navega esta historia que comienza con el descubrimiento del petróleo y se extiende hacia las primeras décadas del siglo XXI. Del encantamiento al desencanto; del reventón petrolero a la Venezuela sin aparato productivo; del afán civilizador al triunfo de la barbarie; del ascenso social a la Venezuela de la diáspora, el lector saborea, con fruición, con gula, y encandilado por la luz del trópico, la prosa en vuelo y el vértigo de cien años de país.
La novela premiada es su noveno título, y este reconocimiento, aun cuando es el más importante, se abre paso entre muchos otros: el Gran Premio de la Nouvelle, de la Sorbonne, en 2009. En 2013 es reconocido con el Prix du Jeune Ecrivain. A lo largo de 2015 El viaje de Octavio, obtiene una sucesión de galardones: finalista del Goncourt a la primera novela; Prix de la Vocation, Prix des Cinq Continents (Mención especial), Prix Fénéon, Prix Edmée de la Rochefoucauld y Prix L’Île aux Livres. En 2016, Jungle es nerecedora del Prix des Lycéens et Apprentis d’Ile-de-France. En 2017, Sucre Noir es finalista de los premios Femina, Mille Pages, Renaissance y del Prix des lycéens de l’Escale du Livre de Bordeaux.
Miguel Bonnefoy, hijo de padre chileno y madre venezolana, nació en París y actualmente vive en Toulon, en la costa mediterránea de Francia. Su acento venezolano es el mejor preludio a la entrevista telefónica, una entre decenas, que los medios franceses le solicitan desde que apareció la novela.
Al leer El sueño del jaguar, se impone la sensación de que este libro te ha habitado desde siempre. ¿Cómo fue el proceso de su escritura? ¿Cómo abordaste el recuerdo y su confrontación con el texto en que debía convertirse?
Es un libro que yo tenía adentro de mi corazón desde la infancia, ya que habla de mis abuelos, de la historia de mi madre y también de toda la mitología maracucha, las leyendas y las historias que están alrededor de esa ciudad. Esa especie de gran relato colectivo marabino siempre, desde la infancia, me había perseguido. Siempre supe que tarde o temprano iba a escribir este libro. No solo para rendir homenaje, no solo para hablar de mis abuelos a los franceses, de la vida que tuvieron, de su perseverancia, sino también para, de alguna forma, universalizar esa historia. Darles un objetivo un poco más ancho, en el sentido fotográfico de la palabra “objetivo”, y mostrarle al mundo que todo niño de la miseria, de la pobreza, con su tenacidad, con su fuerza, con un sueño que tiene adentro como motor, puede llegar a subir en la jerarquía social y hacerse grande.
En efecto, esta historia se lee como una épica.
Sí, hay algo homérico. Me gusta mucho ese tipo de literatura que es un poco atemporal. Me hace pensar en los libros de Ivo Andrić o de Josep Roth, que tienen algo que está fuera del tiempo y del espacio. No sabes exactamente dónde estás, pero no tiene importancia porque todo está cargado por el mito. Borges tiene eso, también. En sus cuentos tienes la impresión de estar navegando en la escritura de Dios, y no tanto de un argentino que vive en Buenos Aires, un viejo ciego en los laberintos de la biblioteca nacional, no, no… Tienes la impresión de que está escrito por el aire, por el vuelo de los pájaros, escrito por el aliento de los peces. Algo que está fuera de todo.
En esta novela (vertiginosa, llena de vibraciones, de ritmo y de texturas) palpita un lector de libros de aventura. ¿Qué lugar ocupa este género en tu biblioteca personal?
Por supuesto que he leído las novelas de aventura, que sea Jack London, Stevenson, las historias de Francis Drake, de los cazadores de tesoros, o los relatos de Pigafetta acompañando a Magallanes. En esa gran mitología “dumasiana”, hecha de capítulos donde siempre tiene que pasar algo y no hay contemplación, no hay meditación, no hay instante de serenidad, todo es movimiento y el mensaje que haces pasar, lo haces pasar con la escena, y no tanto por una reflexión discursiva. Y todo eso, claro que hace parte, absolutamente, de mi patrimonio de papel, sí. Pero no es la única literatura que me interesa. Porque esa literatura, aunque tenga grandeza a nivel del fondo, a veces, a mi parecer, puede carecer de exigencia en la forma. Y quizás le falta poesía, artificios literarios, esas astucias, ese juego lírico que te hace percibir que hay algo más allá de la aventura: el escritor que se permitió una coquetería. Ese tipo de cosas me encantan y formo parte de los escritores que buscan eso. Trato de entretejer a la vez una literatura donde hay movimiento, donde pasan muchas cosas y, por el otro lado, un detenimiento, alzar un poco la espada para mostrar también que hay períodos de calma, que también son bellos en literatura.
Y, justamente, esta idea me lleva a mi siguiente pregunta: en un relato tan lleno de vuelcos y de acción, ¿cómo logras cuidar el mundo interior de los personajes? ¿Se puede hablar, en tu caso, de acciones que revelan la intimidad? ¿Ellos son lo que hacen? ¿O hay una intervención de la palabra poética que restituye identidad e intimidad?
Yo creo que esa es una de mis numerosas debilidades. En la larguísima lista de mis defectos literarios está, sin duda, el de no haber trabajado todavía suficientemente la psicología de los personajes. No sabes cuánto trabajo y cuánta humildad le pongo a eso para tratar, efectivamente, de no solo hacer escenas clásicas, donde la acción del personaje es lo que traduce su silueta psicológica, sino también poder contrabalancearlo con momentos donde me meto un poco más en esa hojarasca de los sentimientos, y trato de conseguir dualidades, para que no sean maniqueos, de una sola pieza. Y efectivamente, para Azúcar negra, recuerdo que hice unas columnas psicológicas para cada personaje, tratando de darle, a cada uno, una contradicción, a cada uno un oxímoron. Si quieres que el corazón del personaje pueda latir en la página, y que verdaderamente se escuche el sonido del latido, entonces, tiene que haber una contradicción. Porque ningún ser sin contradicciones está vivo. Somos animales de contradicción. Darle eso a los personajes ha sido muy complicado, pero menos mal que soy un hombre joven y que todavía no he escrito los libros por los cuales he nacido. Todavía no he escrito el libro que me dará una satisfacción perfecta y profunda. Por ahora, son bocetos. Y debo, poco a poco, seguir trabajando con la cabeza fría y los pies de plomo.
La ciudad de Maracaibo es un personaje pleno en tu novela. Creo haber percibido, en la obra, algo que podríamos llamar una intimidad de lo colectivo.
Totalmente. Maracaibo es uno de los personajes principales del libro y si no hubiese sido su escenario, no estoy seguro de que hubiera podido tomar toda su carne y todo su cuerpo. Las crónicas de esa ciudad dan la impresión de haber sido escritas, desde la conquista hasta nuestros días, en una especie de inmenso relato exaltante y barroco, en el que no puede pasar nada normal. Todo lo que pasa en Maracaibo es extraordinario. Ellos hablan así, son así, y hay una cosa sobredimensionada.
Es una ciudad hiperbólica.
Sé, esa es la palabra. Maracaibo es totalmente hiperbólica. En la lengua, en la rapidez, en la urgencia, en la maternidad, en la seducción, en la familia, en la amistad, en la locura. Todo es explosivo, volcánico, como la historia de Antonio y Ana María, con ese destino que también es fuera de lo común, totalmente wagneriano. Me pareció que ahí había unas bonitas porosidades entre la ciudad y los personajes. Pero sin duda la ciudad es quien le da toda la fuerza a este libro.
Probablemente es por esta hipérbole que la prensa francesa identifica rasgos de realismo mágico en tu novela. Lo asimila a la exuberancia del relato, quizás. Un lector europeo no necesariamente está al tanto de cuán inverosímiles pueden ser Venezuela y Maracaibo.
Claro, ellos no lo pueden saber. A mí me viven hablando de lo del realismo mágico y yo dejo correr. No ando peleándome, no ando diciendo mira no, cuidado, esto no es, ustedes no entienden, porque no sirve de nada. Pero me ha parecido divertido constatar, como lo has constatado tú, que los franceses piensan que es realismo mágico aquello que es natural y habitual en Maracaibo. Y efectivamente, no hay una gota de magia o de sobrenatural en el libro El sueño del jaguar. Quizás solamente cuando la muda Teresa, ya muerta, pasa por el jardín y se va de la casa. Pero es una página minúscula, que no tiene importancia y que es algo más poético que otra cosa. ¡Pero el resto del libro no tiene una sola gota de magia! Un pingüino llega a Maracaibo, resulta que el pingüino Policarpo llegó realmente a Maracaibo en 1955, pero ellos lo ven como realismo mágico. Qué te puedo decir. Es una etiqueta. O te pasas la vida peleando o, finalmente, lo dejas correr y da lo mismo.
En todo caso, ha quedado muy claro para los lectores franceses que se trata de una ficción histórica. Y eso me lleva a retomar una idea que planteaste en la entrevista que te hizo Jordi Batallé en Radio France International. Ahí dices que la realidad puede darse el lujo de ser inverosímil, pero no la ficción. ¿Cómo se sitúa en estos bordes un escritor de ficción histórica? ¿De qué debe cuidarse?
Me pregunto si una novela puede ser más aclaradora y explicativa que miles de manuales de historia. Porque la literatura no copia la realidad. Su manera de expresarla y de ser testigo de un mundo que solo puede existir en papel, pasa por un álgebra de símbolos, de signos, de parábolas, de metáforas, y todas esas imágenes que van y vienen no son la realidad, pero terminan siendo llaves para entender la realidad. Me gusta mucho esa idea de mentir vrai, de la que han hablado Aragon, Colette, Gide y tantos otros. Cuando el trabajo del escritor es “mentir”, el deber consiste en mentir para traducir una verdad aún más certera. La realidad es tan loca, tan explosiva, tan ramificada, tan vasta, que se puede permitir todo tipo de locuras, coincidencias, azares. Si tú pones eso en un libro, te dirían no, no, no, eso es demasiado, no te puedo creer. La ficción no se puede permitir cierto tipo de libertades porque, paradójicamente, debe ser un poquito verosímil en el pacto, en el acuerdo que hace con el lector para lograr que entre en esa burbuja onírica. Hay una paradoja que es muy linda: la de imaginar que la realidad sí puede permitirse ser demente. La ficción, no.
La ficción va a reconstruir la realidad, desde la verosimilitud que la realidad desobedece. Gracias a eso, finalmente viven en nuestra cabeza, por ejemplo, los reyes de Francia que nos dio Alexandre Dumas. Construimos nuestra imagen histórica gracias a la ficción que se hace de la Historia.
Absolutamente. Todos los estudios de la iconografía religiosa son interesantísimos para darse cuenta de cómo la ficción permitió crear un mundo casi totalmente ficticio y, al mismo tiempo, que ha penetrado en nuestra realidad a tal punto que uno hace guerras, mueve armadas, desplaza fronteras o extermina pueblos por eso, para eso, convencido de tener la razón. Y en verdad tras eso hay un gran asunto de iconografía religiosa. Es fascinante darse cuenta del poder de un relato. El poder de una construcción social.
¿Cuándo sale la novela en español?
En 2025, o probablemente a principios de 2026, en la editorial española Los libros del Asteroide.
La actividad editorial, las librerías y la lectura en Venezuela son hoy en día un acto de resistencia. ¿Qué sientes como novelista y como venezolano ante esta expresión específica de la crisis del país?
Es un cuadro horrendo el que estamos viendo. Es dramático. Es una inmensa tragedia. Ese entretejido, ese ecosistema de editoriales, de libreros, ha sido desgarrado, sin duda a causa de malas decisiones políticas. Pero soy un optimista. Estoy convencido de que la juventud no es tan tonta y no está tan perdida como uno imagina y que sabe muy bien cuáles son las fuentes, las raíces de la verdadera inteligencia y del futuro. Sabe perfectamente que Instagram y Netflix tienen un límite. Tengo la esperanza de que la generación de mañana será menos bélica y más intelectual.
Cristina Raffalli
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