Lo importante es no caerse

Fotografía de Oscar de Pozo | AFP

05/11/2023

El 26 de agosto de 2023 estaba pautada la primera etapa de La Vuelta a España y me enteré de que pasaría por mi casa. Qué afortunado me sentí de poder ser testigo de este histórico evento. Soy devoto de la bicicleta, tanto de la estática como de la que se desplaza por calles y caminos, bien sea montañera o de ruta. La ciudad se había llenado de afiches anunciando La Vuelta 23 con setenta y ocho años de historia. Nada más y nada menos, aunque la competencia española no fuese tan antigua como el Tour de Francia (1903) o el Giro de Italia (1909).

En esta oportunidad se eligió Barcelona, por segunda vez en la historia, como punto de inicio de las primeras etapas. La primera sería completamente urbana: de 14.8 kilómetros a contrarreloj desde la playa del Somorrostro en el Puerto Olímpico hasta la Plaza España. El recorrido urbano incluía pasar por íconos de la ciudad como el Parque de la Ciutadella, el Arco de Triunfo, la torre Glòries, la Sagrada Familia, el Paseo de Gracia, es decir, dentro de la exuberante belleza arquitectónica de Barcelona. Un helicóptero sobrevolaría la ciudad no solo para filmar el recorrido sino también para ofrecer visuales de los paisajes naturales montañosos del Tibidabo y el parque de Colserolla, así como tomas sugestivas del mar Mediterráneo, que muerde la costa barcelonesa. Se trataba de una oportunidad extraordinaria de promoción de la ciudad condal.

Veníamos de padecer largas semanas de calor, quizás meses sin que cayera una gota de lluvia. Los termómetros explotaban en España y Cataluña no era la excepción. Desde el lunes 22 hasta el viernes 25 de agosto se había vivido la más extrema de las olas de calor del verano. Tanto así que el miércoles 23 el Observatorio Fabra registró la mayor temperatura en ciento diez años de historia: 29.5 grados la mínima y 38.5 grados la máxima. Las noches no eran ni siquiera tropicales (por encima de los 20 grados centígrados) sino noches tórridas (por encima de los 25). Y ya solo faltaban tres días para la competencia ciclística, una de las más duras del mundo con cuatro etapas en plano, dos etapas en plano con final inclinado, seis etapas de media montaña, siete etapas de montaña, una contrarreloj individual y una contrarreloj por equipo, que era la que se apoderaba del escenario urbano de Barcelona.

Hasta la saciedad se informó que el desplazamiento en la ciudad se vería bastante afectado y limitado por La Vuelta. Tanto así que se hablaba del mayor corte de tráfico en la historia de Barcelona y que coincidía, de paso, con la operación de regreso a casa del último fin de semana de vacaciones de agosto. La información difundida iba acompañada de un plano del recorrido. Miles de barreras de metal se encajaron para cerrar las calles a lo largo de los catorce y pico de kilómetros, una ruta corta pero técnica y exigente.

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La tarde del viernes 25 de agosto, el día anterior a la primera etapa, había caminado en ascenso desde casa hasta los búnkeres de El Carmelo, un antiguo punto estratégico de defensa antiaérea de la época de la guerra civil española, con una excelente vista panorámica de la ciudad. Aunque la temperatura era cálida se empezaba a colar un viento fresco que se sentía como una caricia. Cuando descendí, esta vez tomando el bus V19, ya que las bajadas me aburren y lo mío es subir montañas a pie o en bicicleta, empecé a notar un poco más de brisa, presagio del cambio abrupto de clima.

A las cinco de la mañana del 26 de agosto, cuando Barcelona todavía estaba cubierta de oscuridad y del brillo de algunas estrellas, podíamos oír los ruidos de los operarios armando las barreras de metal. Me levanté para escribir como siempre lo hago a hora temprana, estrambótica en España, y salí a la terraza común del edificio para ver la faena del ensamblado de las barreras. El viento que sentí el día anterior en El Carmelo estaba mucho más fuerte. Regresé de inmediato dentro de la casa; el soplido del viento era inquietante.

El cierre casi completo del paso a peatones a lo largo del trayecto sería desde las dos de la tarde hasta las nueve de la noche. Esto en vista de que a partir de las dos de la tarde los competidores de los veintidós equipos con ciento setenta y seis participantes podían hacer una ronda de práctica y reconocimiento. Se podía todavía, con prudencia, cruzar algunos pasos peatonales específicos y limitados. Había equipos patrocinados por países o empresas de Francia, Kazajistán, Alemania, Estados Unidos, Reino Unido, Baréin, Bélgica, Países Bajos y España, esta última representada por Movistar y Caja Rural. En la competencia participaría el danés Jonas Vingegaard, ganador del Tour de Francia en 2022 y en 2023; el esloveno Primož Roglič, ganador del Giro de Italia en 2023, y el campeón de la edición de 2022 de la Vuelta a España, el belga Remco Evenepoel.

Al terminar de escribir salí a caminar a mediodía. Las calles se habían blindado de barreras de metal a lo largo de la ruta urbana de la primera etapa de la competencia. El día se fue nublando cada vez más. Teníamos la suerte de que nuestra calle, aunque solo fuese en un tramo corto, estaba en la ruta del recorrido de La Vuelta. Las barreras se veían desde antes de cruzar la puerta del edificio. Al salir encontré en el suelo un volante amarillo escrito en catalán por un lado y en castellano por el otro.

Ajuntament de Barcelona

Aviso

Con motivo de celebración de la etapa contrarreloj de la Vuelta 23, esta calle permanecerá cerrada al tráfico el 26 de agosto. Las restricciones de estacionamiento empezarán el 24 de agosto. La prohibición total de estacionamiento a las 06:00 h del día 25 de agosto. En caso de que no retire su vehículo con antelación, será removido de la vía pública por la grúa municipal.

Barcelona, agosto 2023

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Estando en casa pasada la hora de comer, y tras ver La ruleta de la suerte, oímos unos zumbidos y algunas exclamaciones. Salimos a la terraza del edificio y vemos que pasan algunos equipos, cada cierto tiempo bien espaciado, en la fase de reconocimiento de la ruta. La vista desde donde estábamos impresionaba: los ciclistas irían a unos cincuenta kilómetros por hora, según el cálculo visual. Parecían una hilera de motos en vez de bicicletas. Qué pedaleo tan potente. Estuvimos un rato más afuera mientras el tiempo seguía nublándose. La Sagrada Familia, la Torre de Colserrolla y el Tibidabo tomaban un aspecto tenebroso con las formaciones de nubes negras que se desplazaban dibujando por momentos un arco amenazante sobre la ciudad. Caían los primeros rayos y las primeras gotas sobre las dos sillas y la mesita, con café y merienda, que habíamos instalado antes de bajar a la calle para seguir viendo pasar los últimos equipos en la vuelta de reconocimiento.

Encendimos el televisor en un canal deportivo y vimos al alcalde Jaume Collboni, recién electo, inaugurar el inicio de la vuelta en la playa del Somorrostro al cortar una banda roja en el punto de partida, que estaba en línea recta caminando unas cuadras desde la hermosísima Biblioteca de la UPF del Depósito de las Aguas, donde a veces me sumerjo a escribir y, para despejarme al terminar la faena, camino hacia la playa; justo hasta el lugar donde instalaron una rampa que hacía de efecto óptico: una alfombra roja inclinada para la salida de los ciclistas.

A medida que se preparaba el primer equipo para salir, el de Caja Rural Seguros, empezaban a verse los rayos entre las nubes negras y grises seguidos de explosiones; una de ellas sentimos que hizo vibrar el edificio. Los equipos partirían sucesivamente con una diferencia de cuatro minutos entre uno y otro. El primero a las 18:55 h y el último, el Soudal Quick-Step, a las 20:19 h. A nosotros nos pareció extraño que la etapa comenzara tan tarde. Suponíamos que pudiera ser para evadir el calor, dado lo exigente que es una prueba contrarreloj donde las pulsaciones se llevan al máximo en un período corto comparado con lo que es una etapa de ciclismo más larga en plano en las que las pulsaciones se mantienen a un nivel moderado o aeróbico. Sin embargo, el calor había desaparecido con el cambio de clima que se instalaba y ante las previsiones de esta tormenta o borrasca tan anunciada lo veía arriesgado para la hora en que anochecía estos días en Barcelona. ¿Por qué no dar un tiempo de holgura, digamos al menos una hora, a la llegada del último equipo a la meta antes de que cayera la noche? ¿Por qué no adelantar la hora de partida para evadir el diluvio que se avecinaba y no poner en peligro la integridad física de los ciclistas?

En el pronóstico del tiempo podíamos ver que la tormenta se desataría justo a la hora de inicio de la carrera. Aunque en Barcelona ocurre a menudo que las predicciones son actos de aproximaciones meteorológicas, esta vez el pronóstico no se equivocó. Estoy consciente de que las siete de la tarde en España es una hora temprana, pero en países como Estados Unidos o Inglaterra u otros países europeos a las siete ya se ha cenado o se está a punto de cenar. Se trata de una competencia internacional. Y ya sabemos que ejercitar tarde en la noche, sobre todo a las intensidades anaeróbicas que se requieren para una prueba contrarreloj, hace que el cuerpo despache más adrenalina, cortisol y otras hormonas estimulantes que producen insomnio. La descomposición de la adrenalina en el cuerpo toma quizás unos treinta minutos, pero la del cortisol tarda varias horas, por lo que el sistema nervioso queda estimulado e impide el descanso.

A los diez minutos de haber arrancado el primer equipo, algo que hicieron con mucha cautela para no resbalarse por la ya franca lluvia desatada sobre la ciudad, apagamos el televisor y bajamos a la calle para verlos en carne y hueso. Nos colocamos chaquetas impermeables y cada uno sujetaba un paraguas. Qué privilegio salir a la calle donde vives y que sea un tramo, corto pero un tramo, a fin de cuentas, del recorrido de La Vuelta. Había, además, poca gente y teníamos a nuestra disposición muchos espacios vacíos donde colocarnos recostados de la baranda.

Qué emoción cuando vimos pasar el equipo de Caja Rural Seguros ‒que habíamos visto de forma virtual en la tele‒ frente a la casa a toda velocidad con las escoltas y autos de apoyo técnico y las bicicletas de repuesto sobre el techo. Gritamos y aplaudimos para darles ánimo, como seguiríamos haciendo en las sucesivas apariciones de los equipos, casi todos entre trece y catorce minutos de la salida en la playa del Somorrostro: ¡Zas, zas, zas! A veces no pasaban los ocho miembros de cada equipo al mismo tiempo y era, nos enteraríamos, por caídas generadas por la lluvia. Hay que imaginarse ese asfalto recalentado durante meses, con varias olas de calor encima y, de pronto, un diluvio. Pasó el segundo equipo con los ocho miembros y a partir de allí casi todos llegarían con ciclistas rezagados por la lluvia y sus secuelas. Lo peor empezó luego de que apareciera el segundo equipo, el DSM-Firmenich, quiero decir, en el lugar donde nos encontrábamos, no en la carrera que ya de por sí estaba complicada y con muchos obstáculos inesperados. A partir de allí se instaló la desobediencia civil y la anarquía en nuestra calle.

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Apenas una semana atrás de La Vuelta entraría en pleno apogeo la polémica por el beso de Luis Rubiales, presidente de la Real Federación Española de Fútbol, a Jenni Hermoso, integrante de la selección femenina que se había coronado campeona del mundo ante Inglaterra el 20 de agosto. Vimos con asombro el comportamiento troglodita, no solo por el polémico beso con las manazas de Rubiales apretujando la cabeza de Hermoso, sino la agarrada de genitales que hizo en plena tribuna durante el partido final y la manera en que llevaba sobre su espalda a otra jugadora como una presa del Paleolítico. ¿Por qué digo esto en este momento, lo del episodio infortunado que eclipsó el mérito de las campeonas? Ya comenté que el trayecto de la ruta estaba bloqueado por barandas metálicas encajadas unas a otras. Esto para evitar atropellos de personas al cruzar o que cayeran heridos ciclistas o miembros de las comitivas y se produjera un descalabro en la competencia. Cabe destacar que cuando se aproxima un equipo primero aparecen motos conducidas por Mossos d’Esquadra (la Guardia Civil, descontenta, había sido relevada de esta misión) a alta velocidad seguida de la tromba de ciclistas y detrás de ellos autos y motos de apoyo de la marca que patrocina al equipo. Todo muy rápido.

Ante el enorme despliegue de seguridad en Barcelona, sin poder darse abasto autónomamente, el ayuntamiento contrató compañías privadas para que apoyaran el evento. Es por ello por lo que al lado de cada barrera armada había una persona con chaleco amarillo cuya misión era prevenir que la gente cruzara la calle, algo que había sido prohibido, de manera estricta, desde una hora antes del inicio de la competencia. La prohibición ya absoluta de cruzar las barreras estaba estipulada entre las seis de la tarde hasta las nueve de la noche, hora estimada de conclusión de la vuelta. Una de esas dos personas de asistencia de seguridad era una mujer, a quien le detectamos acento paisa de Medellín cuando conversamos con ella. El otro era marroquí, lo que captamos igualmente por su acento al hablar en castellano (se me afinó el oído no solo por la presencia de la comunidad en la ciudad, sino por las clases que tomamos en el ayuntamiento apenas llegados a Barcelona). Ambos llevaban chalecos anaranjados y sus armas de disuasión eran los teléfonos móviles.

Al pasar el segundo equipo, el DSM Firmenich, ciudadanos enfurecidos por la conculcación de sus derechos al libre tránsito empezaron a reclamar que los dejaran cruzar. Las dos personas de apoyo a la seguridad se armaban de paciencia y repetían que no se podía atravesar la calle. El primer acto de violencia fue de parte de un hombre que arremetió contra la baranda mientras cruzaba la calle y gritó: “¡La puta madre que los parió!”; al llegar a la barrera del otro lado la batuqueó con fuerza y la tiró contra el piso. El marroquí corrió a devolver ese tramo de la barrera a su sitio antes de que pasara el tercer equipo con las motos punteras a toda velocidad seguidas de los ciclistas.

En ese momento algunos insurrectos que se habían agolpado abrieron la barrera un poco más arriba y cruzaban la calle mientras el marroquí les gritaba “¡No pueden pasar! ¡No pueden pasar!”. Al mismo tiempo, otro grupo, un poco más abajo, hacía lo mismo. La mujer colombiana pregunta al marroquí ante el asedio por dos frentes: “¿Qué hago?”. Este responde que no pelee y dice: “Filmemos a todo el que pasa”, cosa que empezaron a hacer mientras el número de personas que trasgredían las barreras, españoles y turistas por igual, europeos casi todos, pasaban raudos mientras el “delito” era filmado. En segundos llega el tercer equipo y el hombre grita de nuevo: “¡No pueden pasar! ¡No pueden pasar!”. El foco de nuestra atención se desvió definitivamente de la competencia al conflicto que se había armado en la calle y que proseguía de lo más belicoso. Admiraba, algo distraído, a los ciclistas pasar en equipo. El dilema del comportamiento de la gente desvió lo que debería ser el foco central de interés, como sucedió con el caso Rubiales-Hermoso.

Al cierre monumental de calles de Barcelona se sumaba que ese día se había suspendido el servicio de autobuses en la ciudad. Solo se podía usar el metro y, como la barrera iba por calles y avenidas a través de la ruta, había que andar mucho para poder llegar a una estación. Vecinos locales reclamaban que tenían que atravesar la calle bloqueada para comprar cualquier cosa y maldecían las barreras que les coartaban su libertad al tiempo que apareció un helicóptero policial que oscilaba de acá para allá.

Una tromba de gente se impone, empujan las barreras y cruzan en ambas direcciones, algunos arrastrando sus patinetes eléctricos. Llega el siguiente equipo y ocurre lo mismo: el marroquí grita: “¡No pueden pasar!, ¡No pueden pasar!”. Cierran las rejas que abrieron los transeúntes. En eso aparece una muchacha que trabaja en el restaurante italiano frente a casa, del otro lado de la acera. Está preocupada, dice que su jefe la puede despedir. Aparece con una de las bicicletas de Bicing, el sistema de alquiler de bicis de la municipalidad. Logra comunicarse con el restaurante del otro lado de la calle y les dice, en medio del alboroto, que está de este lado, impedida, como a la orilla de un río crecido que no puede cruzarse. La lluvia no se detiene.

El marroquí está desgastado de discutir con turistas y locales. En un momento dado la mujer colombiana, supongo que para desahogar su frustración, me dice: “¿Es que no se dan cuenta de que es una competencia internacional? No puedo creer lo desconsiderada que es la gente. No les importa nada. Además, ponen en peligro sus vidas y las de los ciclistas”. Está vencida, desanimada, dice que es primera y última vez que está en un evento de este tipo. En ese momento se aproxima el siguiente equipo y una señora española se lanza a cruzar la barrera. Ella brinca para detenerla: “¿No se da cuenta de que es peligroso?”, le dice sujetándola a duras penas. Se oyen las motos al acercarse. Un hombre blanco salta como un mono la barrera, sujetado de una sola mano y el cuerpo propulsado hacia la calle, la atraviesa y hace lo mismo del otro lado de la barrera, cual si se tratara de una rutina olímpica: “Salto de barrera”. El marroquí grita: “¿Cómo lo digo para que me entiendan?: ¡No pueden pasar!”. Momento en que la señora sujetada por la mujer colombiana exclama: “¡Déjenme morir!”, con un drama de telenovela latinoamericana que nos dejó atónitos mientras sostenía firme mi paraguas ante el diluvio. Pasan los ciclistas: ¡Zas, zas, zas! Seguimos con la boca abierta ante la desobediencia incivil europea.

Al pasar uno de los equipos el hombre y la mujer deciden abrir intencionalmente la barrera unos segundos, como para desahogar a la gente que se apelotonaba con un discurso violento de supuestos derechos coartados, confiscados, qué injusticia, madre mía. La chica del restaurante dice que va a pasar y nos indica, olímpicamente: “¿Me cuidan la bicicleta? Se las dejo; gracias”, con su acento italiano y desesperación ante la posibilidad de que la despidan. Cierran la reja y una señora española de falda negra y camisa a rayas azules reclama a la mujer colombiana que ella tiene que pasar, porque sí y porque sí. Batuquea sus manos frente a la mujer de Medellín con gestos despreciativos, joder, es que no piensan en una, yo a mi edad, no poder llegar a mi casa. ¡Vergonya!, es lo que deben sentir, agrega. Un tipo blanco fornido con un ramo de flores y descalzo salta con total facilidad y con gestos de desprecio ante las advertencias del marroquí. No sé si recibieron la consigna por teléfono, pero ahora tanto el marroquí como la mujer colombiana dicen a los que reclaman: “Vayan hasta donde está la policía en la calle Mallorca y hablen con ellos”. Sigue la mujer de falda negra y camisa a rayas azules: “¡No hay derecho, no hay derecho! Yo tengo mi documento de identidad y vivo ahí, joder”. ¡Vergonya! Del otro lado de la calle un hombre con una camiseta negra de Iron Maiden y barba larga, quizás en sus sesenta años, grita durísimo. “¿Qué pasa si yo tengo que ir al médico? Yo tengo que pasar. Está claro: los ciudadanos siempre la pagan”, y se va molesto cuesta arriba.

***

La calle donde estamos situados es un plano inclinado o más bien una cuesta muy suave. Las vallas relucían con sus lemas publicitarios incorporados en catalán, español, inglés, que si Barcelona es deporte, diversidad, cultura, no sé si decía tolerancia, no lo recuerdo, pero cosas así adheridas al material rojo resplandeciente. Las quejas de los ciudadanos proseguían a grito pelado poque ahora sí que no estaba pasando nadie, y qué desconsideración: esta Vuelta a España de calibre internacional que se inicia en Barcelona, que se vaya a la mierda, nadie me quita mi derecho. Fuck!

 Cuando está a punto de llegar el último equipo, un temerario y muy lento individuo con su patineta eléctrica cruza la calle un poco más abajo de donde estamos apenas toman la curva las motos que escoltan a cada equipo. Hay un ambiente de colisión inminente. Los gritos de advertencia del público suben de decibeles. El marroquí pega alaridos: “¡No puede cruzar, por favor!”. La moto sube y pasa al lado del tipo que rebasa la reja con la patineta eléctrica. Entre el barullo de la gente me sale del fondo del cuerpo un grito: “¡IDIOTA!”.

Ya en oscuridad casi completa, tras dos horas de lluvia indetenible, luego de pasar el Movistar Team, aparece el último equipo, el de Soudal Quick-Step. Tras ellos una gran cantidad de vehículos. Nosotros queríamos subir de inmediato para ver en la tele la llegada de este último equipo por televisión a Plaza España, pero teníamos a nuestro cargo la bicicleta de Bicing de la mesonera italiana. Esperamos un rato a que empezaran a quitar las barreras y pasamos a dejar la bicicleta en uno de los puestos de parqueo de Bicing, justo al cruzar la calle, y bajamos al restaurante italiano para avisarle. El restaurante estaba lleno y nos dio las gracias de corazón, dijo que nos debía una y nosotros para nada, para nada.

Encendemos el televisor y vemos que la oscuridad está sembraba a la llegada de los ciclistas a Plaza España. Ya circulaban videos de gente con comentarios indignados y asombrados en las redes, no solo de España sino desde muchos países. Parecía la llegada a una ciudad donde había ocurrido un apagón, como si fuese la Vuelta a Venezuela. ¡Se fue la luz cuando llegaban los ciclistas! Es cierto que de no haber llovido y de no encapotarse el cielo antes por la tormenta la competencia se hubiera beneficiado de los últimos rayos de sol del día. Pero estaba clarísimo lo que se avecinaba; era de conocimiento público y meteorológico. Lo más razonable hubiera sido adelantar al menos una hora el inicio de la competencia o que la planificación previa hubiese sido más conservadora en sus estimaciones.

La ciudad tenía programado que se encendieran las farolas a las 20:45 h. Era entonces necesario adelantar el encendido porque los corredores llegaban como sombras en movimiento al pasar por las bonitas torres venecianas de Plaza España al final de la carrera. Al día siguiente la explicación la daba el ayuntamiento al admitir que no lograron adelantar el alumbrado de las farolas. Decían que cambiar la planificación del alumbrado “no era nada sencillo”. Así que no pudieron adelantar el encendido y lo que vimos fue a ciclistas como ánimas en pena en un cuento de terror hecho realidad: La bicicleta estacionaria, de Stephen King. La llegada de los últimos equipos fue como arribar a una ciudad con un apagón apocalíptico. Los cielos seguían cubiertos de nubes y la copiosa lluvia que caía daba poquísima visibilidad a los pedalistas.

Fotografía de Pedro Plaza Salvati

Cuando llegó a la meta Remco Evenepoel del último equipo, con su título de La Vuelta del año pasado, señalaba al cielo como para decir que es hora de irse a la cama, no de andar pedaleando. Vio a las cámaras de frente, visiblemente molesto al llegar a Plaza España, y declaró: “Tienes todo el día para hacer un crono. La lluvia es la lluvia, ya te arriesgas mucho. Es ridículo estar tan oscuro. Los organizadores deberían pensar en la seguridad. No se podía ver nada. Así no se puede correr”. La mayoría de los competidores confesaron haberse propuesto un objetivo: llegar a la meta sanos y salvos. Lo principal era no caerse, dijo Jonas Vingeggard, el ganador del Tour de Francia. Ello me recordó el lema que gritábamos como juramento en las competencias deportivas anuales de mi colegio cuando desde un micrófono el director del Instituto Escuela nos imploraba, conjugando el castellano como un ciudadano español: “¿Juráis que lo importante es competir y no ganar?”. Y la masa de jóvenes efervescentes de hormonas respondíamos, sin creérnoslo mucho: “¡Juramos!”. Como en la primera etapa de La Vuelta: lo importante no era ganar sino evitar caerse.

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Al día siguiente, en la segunda etapa y la última en Cataluña de mitad montaña desde el puerto de Mataró a Barcelona, la presencia de la lluvia proseguía con intermitencia. Los ciclistas exigieron, dada la peligrosidad, que el tiempo de llegada se marcara en Plaza España y no en Montjüic, como estaba previsto, lo que fue aprobado por los organizadores de la vuelta en función de la seguridad de los competidores. Ese sería el marcador de tiempo y los que quisieran llegar hasta Montjüic ‒solo unos minutos más de competencia en la propia Barcelona, pero con mucha peligrosidad por la bajada luego de subir al punto más alto de la pequeña montaña al borde del mar‒ podría hacerlo para convertirse en acreedor de la etapa.

La lluvia predominó en las cuatro horas de esta etapa con caídas fuertes y numerosas. Un director técnico de un equipo lo llamó una carnicería y, por si fuera poco, unos malintencionados homicidas culposos sembraron parte de la ruta con tachuelas, las llamadas chinchetas o miguelitos. Una comitiva de prensa mostraba, en televisión nacional, el pequeño artefacto desprendido de un caucho de la bicicleta de uno de los ciclistas del equipo de Movistar: una base de plástico con un largo clavo adherido. La mitad de los competidores tuvieron pinchazos en las ruedas debido a las chinchetas regadas en la vía.

A este malintencionado acto se sumó el arresto de cuatro miembros de los CDR (Comités de Defensa de la República) en Solsonès, provincia de Lérida, por parte de la Policía Nacional de España, acusados de tener la intención de echar bidones de aceite en la ruta de los ciclistas para boicotear La Vuelta. Concretamente, echarían aceite a la salida del túnel de la carretera C-55 para colapsar la competencia con las numerosas caídas de los ciclistas derrapando sobre el pavimento y mostrarían, justo en el momento del caos, sus reivindicaciones independentistas. Se encontraron panfletos de Freedom For Catalonia. Catalonia is not Spain con ciclistas dibujados como sombras negras. Esas imágenes fueron noticia de inicio destacada en casi todos los canales de televisión en los que se mostraba el lugar y el mecanismo sofisticado a control remoto para no dejar huella al momento de descargar el aceite en el pavimiento donde pasarían los ciclistas. Estaba todo listo para ejecutar el atentado, felizmente abortado por la Policía Nacional. Cuando los ciclistas ya se encontraban en Andorra en la tercera etapa de La Vuelta, el juzgado de guardia de Solsonès los deja en libertad provisional prohibiéndoles acercarse a menos de quinientos metros del desarrollo de la competencia. A la salida de prisión son recibidos como héroes por sus allegados con las banderas independentistas y los brazos en alto.

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Al día siguiente, durante la segunda etapa, fue cuando nos enteramos de los incidentes de las tachuelas y el aceite. Estamos a punto de dormirnos leyendo en las redes los últimos comentarios de esta atribulada primera jornada. Ayer estaba a unos treinta y cinco grados de temperatura en los búnkeres de El Carmelo tras del ascenso. Y hoy estamos tomando sopa con jengibre luego de mojarnos dos horas, a pesar de los paraguas, para ver a los ciclistas y devolverle la bicicleta rentada a la mesonera italiana. Lástima que, como con Rubiales y Jenni Hermoso, en el lugar en el que nos encontrábamos viendo a los equipos pasar en el arranque de La Vuelta a España, la atención se desvió al comportamiento bochornoso de la gente. Antes de apagar la luz me viene a la mente la guerra de Putin en Ucrania y me digo que la civilización occidental ha sido siempre la misma a lo largo de los siglos y que lo importante, en la guerra y en la competencia, es no caerse.


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