Fotografía de Alfredo Lasry | RMTF.
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Haciendo zapping por el muro de Facebook, me topo con un aviso, cortesía de María Eugenia Cisneros, correspondiente a la oferta académica de la Universidad Central de Venezuela. El curso de ampliación lleva por título: Memoria Social: el Escenario Sociopolítico Actual, a cargo de Leonor Mora Salas*, psicóloga social. La pregunta que me hice, después de morder la carnada, fue: ¿Qué lleva a un grupo de académicos a explorar la realidad venezolana desde una perspectiva tan actual? La crisis, sus manifestaciones, en todos los órdenes, nos lleva a buscar respuestas. De su trabajo puedo decir que refleja las variantes más sórdidas de la pobreza, de la exclusión y del abandono del Estado. La violencia contra la mujer, las violaciones a la niñez desprotegida, la manipulación y el control social, nos hablan de una profunda herida que no encuentra puntos de sutura.
Desde hace 12 años, Mora Salas viene estudiando la memoria social venezolana. Primero se vio analizando las manifestaciones de la violencia en el país y luego en América Latina. Lo reitero, porque la obviedad a veces es necesaria. Vivimos en la región más violenta del planeta. Su reflejo en la política encuentra en Argentina, Chile y Colombia una iconografía simbólica y museística que persigue un solo objetivo: la no repetición de las violaciones a los derechos humanos. “La memoria enlaza y favorece la presencia, la identidad, de los hechos”. En la literatura hay una cantera de previsiones, de anticipaciones, y en las comunidades, en los barrios, una constatación incontestable. De ahí nació el interés de trabajar, a nivel de postgrado, un curso de ampliación, para proveer a la gente vinculada a las ciencias sociales de herramientas, de espacios de reflexión, para poner en primer término “el papel determinante que tiene la memoria en la crisis que hemos vivido en estas dos décadas de comienzos de siglo”.
¿Por qué hablar de un contexto? ¿Qué relevancia adquiere?
El contexto para mí tiene un sentido particular y lo haría desde mi formación. Es decir, desde la psicología social. Eso me remite al propio contexto, pero cruzado, justamente, con el tema de la memoria. Ese tema en estos momentos es esperanzador, por varias razones, además de ser un compromiso ético y político que tenemos, y hemos tenido, los venezolanos, digamos, con el resguardo y la necesidad de preservar aquellas cosas que nos hablan de lo que es nuestra identidad. Eso lo podemos ver desde las formas en que se constituyen las familias, en diversas etapas de nuestra historia, hasta el mundo relacional en espacios como la escuela y el trabajo. El quehacer y la cotidianidad en esos espacios primarios –nuestras tradiciones, nuestras expresiones artísticas, por ejemplo–, justamente, es lo que nos permiten hacer memoria.
¿Qué pasa con la memoria del país?
Tomemos la primera y la segunda década de este siglo. El cambio político y la convulsión generó una ruptura enorme de cosas. Hubo picos de esperanza que, de alguna manera, se han mantenido fluctuantes a lo largo del tiempo, pero ese pico de esperanza tiene menos gente y menos altura de las que tuvo en algún momento. Esto vino a resquebrajar modos particulares, no sólo del ejercicio de la política sino de la cotidianidad de las personas. De hecho, la polarización dividió, fracturó, ese espacio tan íntimo y tan privado que es la familia. Ahora, la polarización social, en los distintos lugares de la ciudad, llegó a niveles alarmante. Digamos, el enfrentarnos como enemigos y perder ese elemento de identidad del nosotros, como venezolanos.
Caracas es una ciudad conformada, no ya por municipios y parroquias, sino por bastiones del chavismo y de la oposición, las fronteras no están trazadas, pero están presentes y uno las puede percibir.
Hay una demarcación simbólica, no necesariamente física. Yolanda Salas, Susana Rotker, María Pilar García-Guadilla, a comienzos de la década del 2000, hacían alusión a estos aspectos tan importantes, tan determinantes. El hecho de que Caracas sea una ciudad dividida, fragmentada, hace que cada uno de los venezolanos tomemos consciencia de que el nosotros, al que me referí anteriormente, se diluye, entre otras cosas, porque desde los lugares hacemos memoria. Los vecinos de la Plaza Altamira, por ejemplo, tienen la posibilidad de recordar la presencia de los militares, el caso Gouveia, y el punto de concentración de las marchas. El hecho de que tú no puedas ir a la Plaza Bolívar porque percibes una amenaza, un temor infundado o no, en ese espacio simbólico, retrae, retrotrae y deja que los sitios se abandonen. Se reafirma la pérdida del nosotros y de lo que en parte determina la identidad del caraqueño, cuando dejas de ir a lugares como la Casa de Bolívar o el sitio donde se reunía la Junta Patriótica. Entonces, se produce una pérdida de la memoria histórica de los hechos. Pero también supone una pérdida de mucha simbología, de muchos valores, de muchas circunstancias.
Sí, porque el casco histórico de Caracas se convirtió en un gueto bolivariano o chavista o como lo queramos llamar. ¿Qué pasa cuando uno camina por su propia ciudad y se siente amenazado? Lo que se dispara es el miedo. El miedo como mecanismo de supervivencia. Yo diría que eso es inducido a través de esa caracterización simbólica y todo ese despliegue iconográfico.
Claro, es una cosa inducida. Pero lo peor que podemos hacer como ciudadanos es dejar que el miedo nos condene al olvido. Tenemos que negarnos al olvido. Es decir, ¿qué pasaba antes cuando yo podía caminar por ahí? ¿Desde cuándo empezó a pasar otra cosa distinta? El hecho de que hagamos el ejercicio de la memoria es lo que nos permite, justamente, condenar el olvido. Si nosotros dejamos que se nos quite ese espacio estamos perdidos, porque es pérdida de identidad. Todo eso nos identifica. Pero hay un sentido social y político que, convenientemente, requiere que haya cosas que se olviden: los muertos, los torturados, todos los muchachos que mataron en las protestas.
Creo que entre las nuevas generaciones, que tienen muy claro lo que ocurrió en 2017, hay una disposición a regresar a esos espacios. ¿Es una necesidad de recuperar la identidad o es un desafío?
No creo que el olvido sea lo que motive a la gente a regresar a esos espacios y mostrar una actitud distinta a la que en algún momento tuvo. Sin embargo, los hechos muy dolorosos llevan, necesariamente, a que uno, por salud mental, olvide. Es lo que pasa cuando uno pierde a un ser querido. Pero cuando en los países ocurren desastres naturales o conmociones sociales muy fuertes, se apela justo a la memoria. El hecho de generar narrativas alrededor del hecho ocurrido es sanador en sí mismo. Yo creo que la reacción de la gente, que asume con valentía y retoma las cosas, tiene mucho que ver con la evaluación de su propio desánimo; una evaluación general del desánimo, del desgaste que nos acompaña a todos los venezolanos. Aunque en ese proceso hay una cosa terrible: para las generaciones de las dos últimas décadas el hecho de recordar es difícil, porque no vivieron la historia que nosotros tuvimos en el siglo XX. Es decir, no tienen ese referente comparativo.
¿Qué significa olvidar en el contexto que estamos hablando? Lo pregunto porque nosotros no hemos hecho el duelo ni hemos hecho memoria.
Vamos a aclarar el punto. El olvido, individualmente, es una cosa que por necesidad ocurre. Si tú lees Funes el memorioso, de Borges, entiendes que no podemos ser una máquina de alimento de tantas cosas. Es decir, el cerebro no recuerda nombres, lugares, episodios, y eso es un hecho natural. Pero lo que se debe proscribir, justamente, es el olvido. No podemos olvidar. Tenemos que rescatar la memoria del tiempo más próximo que vivimos, para que las generaciones futuras tengan conciencia de lo que aquí ocurrió. Tengamos en cuenta, entonces, que el olvido se hace presente cuando vivimos un duelo y estamos en negación, uno pasa un tiempo hasta que puede asimilar que el ser querido se fue, que nos acompaña desde otro lugar, y lo decimos así para poder consolarnos. Pero desde el punto de vista político y social, no podemos negar nunca lo que ha acontecido. Por eso le decía que la memoria es esperanzadora en este momento. Necesitamos recordar para que estas cosas no vuelvan a suceder.
Mientras la escucho me pregunto: ¿será que la herida, el sufrimiento colectivo, es tan grande que exige, como en Chile, en Argentina, en Colombia, una simbología que nos recuerde lo que sucedió en estos años?
Nosotros, de hecho, estamos en una situación convenientemente velada por muchos. Pero los grandes desastres naturales, los graves conflictos sociales, son situaciones generadoras de un trauma psicosocial. De eso nos habla Ignacio Martín Baró, sacerdote y también psicólogo social, asesinado en la guerra civil de El Salvador. Él decía que el trauma psicosocial se produce cuando una sociedad vive y experimenta ese dolor. Es decir, es un duelo compartido por muchos. Es la madre a la que le mataron tres hijos y al esposo también. Pero es mi vecina. Es decir, estamos en un circuito donde el duelo está allí presente. Y se suma un duelo tras otros. En Venezuela tenemos sumas de duelos sociales, muchos, que se suman permanentemente. El duelo no es necesariamente por la pérdida de un ser querido. No, el duelo es por las cosas perdidas, que son muchas. En ese sentido, yo trabajo y lucho por la memoria social, porque creo que estamos en una situación similar a la que se vivió en otros países de América Latina. Y porque creo que la memoria es una herramienta de rescate de muchas cosas.
¿Similar a Chile, Argentina o Colombia?
Estamos en una situación así. ¿Qué necesitamos recordar? Diría que las actividades que políticamente muchos quisieran negar y olvidar, porque hay una destrucción, y lo sabemos, de huellas y de vestigios. Tenemos pruebas de que algo así ha sucedido, de que eso se da. Tampoco podemos olvidar la violación sostenida de los derechos humanos. No quiero señalar con esto que lo estamos viviendo por primera vez.
La historia de Venezuela está llena de violencia política.
Esto es un tiempo inédito, probablemente tenga cosas que colinden con la dictadura de Pérez Jiménez. Pero no podemos dejar que esas cosas se olviden. Las causas que origina el drama psicosocial, la muerte continuada de los varones jóvenes de Venezuela en los sectores populares, que han hecho que las familias sean más monoparentales. Es decir, familias femeninas, de madres con hijas. Los hombres desaparecen por la violencia del Estado y la violencia delincuencial. Las heridas del sufrimiento social que necesitan sanar. Lo que usted señalaba. No hemos resuelto el duelo, porque se han sumado otros. Los muertos por causas políticas, los torturados, los migrantes. No podemos olvidar eso.
No veo ninguna posibilidad de que actualmente se pueda construir memoria social y política. Por la sencilla razón de que la cúpula que maneja el poder no tiene ningún interés en eso. Entonces, uno ve esas manifestaciones en las expresiones artísticas: en la poesía, en la narrativa, en la fotografía, en la plástica… Ahí es donde uno puede escuchar las campanadas de lo que podría ser la memoria. Afortunadamente, existe el arte. ¿Qué valor tienen esas representaciones artísticas?
Yo creo que estamos haciendo memoria en distintos espacios, en distintos grupos. Y las expresiones, en parte, usted las señalaba. El hecho de que un Estado, en una transición política orientada hacia la democracia, busque lograr consensos alrededor de esa memoria construida es una tarea ardua, porque se desencontrarán elementos. Estamos divididos, pero somos Venezuela. Hay un polo opositor y un polo alrededor del gobierno, pero somos un nosotros. Y cada uno está generando una memoria de este tiempo, indiscutiblemente. Uno puede ir por el 23 de Enero y ver todos esos murales como un reflejo de la memoria de ese sector. Que quizás colide con la memoria que yo puedo ir construyendo. Una y otras manifestaciones se hacen para opacar el olvido. Todos estamos interesados en que las nuevas generaciones vean lo que nosotros vivimos, entre otras cosas, para que las violaciones a los derechos humanos no vuelvan a repetirse.
El arte, si es auténtico, muchas veces es anticipatorio de lo que vamos a vivir en el futuro.
Yo estudié la memoria del país desde la literatura y pude identificar cómo algunas obras expresan y anticipan mucho de lo que hemos vivido. No puedo hablar de manifestaciones recientes, porque no he seguido el tema. Pero el abuso infantil, el abuso incestuoso de los violadores de los niños solos, lo anticipan los jóvenes escritores a comienzos del siglo XX. Hoy estamos minados de agresores infantiles. Los problemas de las familias separadas y divididas estaban anunciados en la literatura. El problema político, incluso el Carmonazo… Ahí está todo eso recogido. La migración, un tema tan candente para nosotros, la muerte, la violencia de Estado, todo eso está ahí presente. Afortunadamente, la palabra escrita es imperecedera. Eso no lo borra más nadie. Y, desde el arte popular, podría decir que el señor del papagayo, por ejemplo, hace unas cosas increíbles desde su espacio, desde su grupo concreto. Él no memorializa el hecho, pero hay una representación de su memoria. Cuando esas memorias se encuentren, habrá acuerdos y desacuerdos. Pero lo que quiero expresar es que hay manifestaciones desde distintos lugares.
Hubo picos en que la protesta social, las manifestaciones, el malestar, recorrió a Venezuela por toda su geografía, pero vemos cierto inmovilismo, cierta pasividad. Eso por un lado y por el otro, hay que advertir que el ejercicio de la fuerza, de la violencia, por parte del Estado ha creado una verdadera psicosis social. ¿Qué diría alrededor de esos dos planteamientos?
Me voy a remitir a los hechos, lo que constaté en Catia, por ejemplo. Yo creo que la oferta del empoderamiento del poder popular tuvo un impacto importante, pero en el camino eso se desvirtuó, no sabría decir si fue intencionalmente o no. Pero eso hizo que mi vecino, mi pana con el que me echaba unas cervezas los sábados, el padrino de uno de mis hijos, lo que fuera, ahora es colectivo o controla los Clap. En aquellas comunidades donde la gente se manifiesta mediante un cacerolazo, por ejemplo, al día siguiente reciben la visita de los que hasta hace poco eran sus pares diciéndoles: Te vi caceroleando, este mes perdiste el Clap. Hay un miedo infundido que ha contenido la protesta. Pero la comunidad se está organizando para exigir sus derechos. La gente está desperezándose, atreviéndose a actuar y, dentro de ese proceso, la construcción de memoria para que estas cosas no se vuelvan a repetir es un elemento importante, clave.
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*Doctora en psicología social. Docente-investigadora del Instituto de Psicología de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela. Maestría en Psicología, mención Psicología del Desarrollo Humano. Maestría en Filosofía, mención Filosofía de la práctica. Articulista y autora de diversas publicaciones.
Hugo Prieto
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