Historias

La triste historia del hombre que descifró una ecuación para el altruismo

Afiche de la obra “Calculating Kindness” basada en la vida de Price

12/03/2018

A continuación compartimos con los lectores de Prodavinci una breve historia de George Price, un científico estadounidense que descifró una fórmula para explicar el altruismo. El trabajo realizado por Michael Regnier para Digg fue traducido para Prodavinci por Giorgio Cunto.

Laura conoció a George en las páginas de Reader’s Digest. En apenas un par de pulgadas de una columna, leyó una versión abreviada de su biografía y quedó intrigada. En la década de 1960, al parecer, un científico egoísta llamado George Price descubrió una ecuación que explicaba la evolución del altruismo y, repentinamente, se convirtió en un altruista extremo, entregando todo, incluso su vida.

Laura Farnworth, una directora de teatro, reconoció el potencial dramático de la historia. Era una tragedia de proporciones griegas: la revelación de su propia ecuación obligó a Price a mirar en retrospectiva hacia su vida egoísta y corregir su conducta, a pesar de que la elección de vivir abnegadamente lo conduciría inexorablemente a la muerte. Pero a medida que Farnworth profundizó en la vida y ciencia de Price en los siguientes cinco años, la directora descubrió mucho más que un simple cuento de moralidad.

Nacido en Nueva York en 1922, George Price se dio cuenta a una temprana edad de que estaba destinado a la grandeza. En una clase llena de niños inteligentes, él era uno de los más inteligentes, especialmente con los números. Estaba en el club de ajedrez, obviamente, y su cerebro matemático se vio naturalmente atraído a la ciencia. Tras convencerse de que no había ningún argumento racional para la existencia de Dios, también se convirtió en un ateo militante.

Su doctorado vino de la Universidad de Chicago por su trabajo en el Proyecto Manhattan —habiéndose graduado como químico, había sido reclutado para encontrar mejores maneras de detectar rastros de uranio tóxico en los cuerpos de las personas—. A pesar de que había sido un proyecto altamente confidencial, el joven Price debió haber sentido que ya formaba parte de los acontecimientos mundiales. Sin embargo, obsesionado con aplicar su brillantez a grandes problemas, tuvo dificultades para encontrar un trabajo que le satisficiera. En lugar de ello, prosiguió con sus grandes ideas fuera del trabajo, y no sólo ideas científicas: él no tenía miedo de meterse en discusiones públicas con economistas famosos, e incluso envió sus planes para la paz mundial al Senado de los Estados Unidos. No entendía por qué las otras personas no tomaban sus ideas, las soluciones parecían tan obvias para él.

Los problemas domésticos eran un asunto diferente. Había conocido a su esposa, Julia, mientras trabajaba en el Proyecto Manhattan, pero ella, además de ser científica, era una católica devota. Su matrimonio tuvo dificultades para sobrevivir la percepción mordaz de Price sobre la religión y después de ocho años y dos hijas —Annamarie y Kathleen—, se divorciaron. Harto de su trabajo, su vida y la clara falta de reconocimiento en Estados Unidos, Price rompió sus lazos en 1967 y cruzó el Atlántico hacia Londres, con intenciones de hacer un gran descubrimiento científico allí. Sentía que le quedaban pocos años para dejar su marca, pero resultó que sólo necesitó uno.

Price se había impuesto el “problema” de explicar por qué los seres humanos viven en familias, particularmente la función que cumple la paternidad desde un punto de vista científico. Esto, a su vez, lo llevó a preguntarse cómo había evolucionado el altruismo, y fue mientras estudiaba nuevas teorías en torno a este tema que derivó, casi por accidente, en lo que ahora se llama la ecuación de Price.

Así se veía la ecuación:

wΔz = cov (wi, zi)

Capturó la esencia de la evolución por selección natural en una fórmula simple. Describe cómo, en una población de individuos con capacidad reproductiva —ya sean personas, plantas o robots autorreplicantes— cualquier rasgo (z) que mejore la aptitud (w) incrementará su frecuencia en la población con cada nueva generación. Si un rasgo disminuye la aptitud, será menos frecuente. Es un tipo de relación estadística llamada covarianza, y era tan elegante que Price no podía creer que nadie se había topado con ella antes.

Así, en septiembre de 1968, este científico estadounidense de mediana edad poco conocido entró al Laboratorio Galton, hogar de la genética humana en el University College de Londres. Nadie sabía quién era: no tenía credenciales, no ocupaba ninguna posición académica y no tenía una cita. Todo lo que tenía era una ecuación. Cuando proclamó con confianza —en su condescendiente voz aguda— que su ecuación podía explicar la evolución del altruismo, probablemente pensaron que era un maniático. Sin embargo, cuando salió de la universidad 90 minutos más tarde, Price tenía un trabajo y las llaves de su propia oficina.

Continuó perfeccionando su ecuación allí, pero al mismo tiempo comenzó a regalar sus posesiones. Buscaba a las personas sin hogar en la Plaza de Soho o en las estaciones de ferrocarril más cercanas, Euston y King’s Cross, y les daba todo lo que pedían, desde el dinero de su nómina hasta la ropa que llevaba puesta. Si necesitaban un lugar para dormir, los invitaba a su apartamento de forma indefinida. Con el tiempo, había regalado tanto que pasó a ser tan desposeído como las personas a las que ayudaba. Cuando se venció su contrato de arrendamiento, empezó a invadir edificios deshabitados, mudándose a menudo, y, de alguna manera, continuando con su investigación.

A finales de 1974, Price ya había renunciado a todo. Antes del amanecer del 6 de enero de 1975, en una chabola (infravivienda) cercana a Euston, se suicidó.

Dicho así, parece evidente que todo estaba conectado: estudiaba el concepto de la familia debido a la forma en que había dejado a su esposa e hijas; su altruismo posterior estaba relacionado con la ecuación que descubrió; su suicidio fue el resultado de su extremo altruismo. Pero, como descubrió Farnworth, nada era tan simple en la historia de Price.

Para comprender la secuencia de los eventos en su vida, la directora se dedicó a construir una línea de tiempo basada en sus cartas (archivadas en la Biblioteca Británica), la biografía de Price (2010) que había resultado en la publicación en Reader’s Digest y otras fuentes.

El conocimiento de los detalles cambia la historia. Por ejemplo, a pesar de la implicación de que se había olvidado de sus hijas, ellas nunca sintieron que les había abandonado. La actitud de Kathleen sugiere que en la década de 1950 era normal que los niños permanecieran con su madre después de un divorcio y, además, su padre seguía siendo parte de sus vidas, llevándolas a museos, conciertos y al teatro. Sí, lo veían con menos frecuencia cuando tuvo que mudarse por un nuevo trabajo, pero Kathleen pasó algún tiempo en Nueva York durante su adolescencia, no muy lejos de donde Price vivía y tiene buenos recuerdos de largos paseos junto a su padre por la ciudad, su amor por la poesía y Shakespeare y su insaciable curiosidad intelectual.

En 1966, más de una década después del divorcio, Price necesitó una operación para extirpar un tumor que había estado acechando en su tiroides durante algunos años. Fatídicamente, le pidió a un viejo amigo que realizara la cirugía, y a pesar de que la remoción de toda la glándula tiroides curó el cáncer, tuvo graves consecuencias para la salud del Price. Un nervio en su hombro derecho sufrió daños en la operación, generando en él gran resentimiento debido a la “carnicería” que su (antiguo) amigo realizó y costándole la sensibilidad en un brazo y un lado de su cara. Además, tuvo que tomar píldoras de tiroxina para reemplazar las hormonas que su tiroides solía producir. En ocasiones, Price dejaba de tomar sus pastillas y experimentaba profundos episodios de depresión.

En un tono más positivo, Price cobró su generoso seguro médico, y éste fue el dinero con el cual financió su traslado a Londres. Lejos de abandonar a Annamarie y Kathleen, para entonces de 19 y 18 años de edad respectivamente, se mantuvo en contacto, escribiendo a menudo. Pero al estar consciente de su propia mortalidad, sintió que el tiempo se agotaba y que, al alejarse, sería capaz de concentrarse en una última brillante pieza de investigación.

Es inconcebible que la elección de su familia como tema no estuviera ligada a su relación con sus hijas, pero la evolución del comportamiento social —y del altruismo en particular— era también una de las cuestiones científicas más importantes de la época. Amenazaba con debilitar toda la teoría de la evolución por selección natural de Darwin, lo que la hizo digna de la atención obsesiva de Price.

El altruismo siempre ha sido un problema. Cada altruista tiene sus propios motivos: algunos son emocionales —respondiendo a las necesidades de otros seres humanos en situaciones desesperadas—, mientras que otros son más racionales, pues piensan en el tipo de sociedad en la que les gustaría vivir y actúan en consecuencia. ¿Implica eso un nivel de interés propio? Incluso si lo hiciera, no debería deshacer la bondad del altruismo, y aún así la gente puede ser profundamente sospechosa de quienes, al parecer, ponen voluntariamente los intereses de otros antes que los suyos. Actos desinteresados a menudo atraen acusaciones de egoísmo oculto, lo que sugiere que no son realmente altruistas en absoluto.

Éste no era el problema para el darwinismo. Después de todo, los seres humanos tienen cultura y religión y códigos morales a los que deben obedecer —tal vez nuestro altruismo tenía más que ver con eso que con la biología—. Por desgracia, el altruismo no era un rasgo exclusivamente humano, estaba en todas partes. Hay pájaros que nutren a los polluelos de otras parejas, murciélagos vampiros que regurgitan sangre para aquellos que no habían podido alimentarse en la noche, y monos que se ponen en peligro al dar la alarma cuando un depredador se acerca el resto de su tropa.

Las hormigas altruistas fueron las que representaron un problema particular para Charles Darwin. La selección natural es descrita a menudo como “la supervivencia del más apto”, donde la aptitud describe el éxito de un individuo al reproducirse. Si un individuo tiene un rasgo que aumenta su aptitud, tenderá a producir más descendencia que los otros, debido a que la ventaja será probablemente heredada. Ese rasgo luego se extenderá a través de la población. Una parte fundamental de esta idea es que las personas están compitiendo por los recursos que necesitan para reproducirse, y la aptitud abarca cualquier cosa que ayuda a que un individuo se reproduzca más que su competencia.

Sin embargo, como observó Darwin, las hormigas y otros insectos sociales no compiten. Son cooperativos, hasta el punto en el que las hormigas obreras son estériles y por consecuencia tienen una aptitud reproductiva inexistente. Deberían estar extintas, y aún así se encuentran en cada generación, sacrificando sus propias ambiciones reproductivas para servir a la reina fértil y sus zánganos. Darwin sugirió que la competencia entre grupos de hormigas —reina, zánganos y trabajadores juntos— podría estar conduciendo la selección natural en este caso. Las ventajas de una colonia compitiendo contra otras colonias tienen mayor trascendencia que las ventajas de cualquier hormiga individual.

Sin embargo, la selección grupal, como se conoce esta idea, no era una buena solución. No explica cómo el comportamiento cooperativo evolucionó en primer lugar. La primera hormiga altruista habría tenido tal desventaja en comparación con el resto de su grupo que nunca habría tenido la oportunidad de criar más hormigas altruistas. Lo mismo puede decirse de los seres humanos: la selección natural estaría intrínsecamente en contra de cualquier individuo altruista, dificultando que sobreviviese lo suficiente para producir descendencia.

Esto dejaba una paradoja bastante embarazosa: la evolución del altruismo era imposible, pero evidentemente el altruismo había evolucionado. Si los biólogos no podían resolver esto, ¿habría que descartar toda la idea de la selección natural?

Por suerte, un joven llamado Bill Hamilton salvó a la biología de la vergüenza con una solución ligeramente diferente en 1964. Propuso que el altruismo podría haber evolucionado dentro de grupos familiares. Sí, un individuo altruista parece estar en desventaja, pero ese no era todo el contexto, porque otros individuos que comparten los mismos genes asociados con el altruismo podrían, entre todos, influenciar la ‘aptitud inclusiva’ de cada uno.

Las discusiones sobre el altruismo humano a menudo se enmarcan en términos de alguien ahogándose en un estanque. ¿Arriesgarías tu vida para tratar de salvarlo? Si lo haces, eso es altruismo. La idea de Hamilton, que se conoció como la selección de parentesco, reconoció que en comparación con una persona egoísta que nunca mojó sus pies, alguien que constantemente se arrojaba a estanques a salvar a gente tendría mayor riesgo de morir antes que de lograr reproducirse y transmitir sus genes altruistas a sus hijos. Sin embargo, si llegaran a salvar a un pariente que comparte los mismos genes, el altruista habría ayudado indirectamente a conseguir que esos genes se transmitan a la siguiente generación. Si el beneficio total derivado de tener genes altruistas en la familia, por así decirlo, era mayor que el costo, entonces la evolución del altruismo ya no era paradójica.

Cuando George Price se encontró con el trabajo de Hamilton en la Biblioteca del Senado en 1968, quedó sorprendido. Se vio obligado a confrontar la relación entre la moralidad y la familia, esa obligación biológica que debió haberlo conducido a sacrificar sus ambiciones egoístas a favor de apoyar a sus parientes. Se puso inmediatamente a trabajar para desafiar, incluso refutar, la teoría de Hamilton. Pero sólo podía confirmarla. En el camino, derivó su ecuación de la selección natural, que facilitaba la prueba de que el altruismo no era abnegado y moral, sino más bien egoísta y genético.

Laura Farnworth quería ser bailarina cuando creciera. Cuando la escoliosis puso fin a los sueños de la escuela de ballet, los reemplazó con el teatro, pero como Price, sus ambiciones se vieron obstaculizadas por la mala salud. En el caso de Farnworth, la colitis ulcerosa y la posterior infección por SARM la pusieron fuera de servicio durante cuatro años, justo cuando estaba comenzando a dejar su huella como directora de teatro. En 2011, cuando finalmente se reincorporó al trabajo, la idea de hacer una obra sobre Price era también, por lo tanto, para ponerse a sí misma en nuevamente en el centro del escenario.

Ambición se templó con respeto, sin embargo —en lugar de presentar la versión obvia de su historia—, Farnworth quería “hacer lo correcto por George”, lo que significaba investigar más profundamente en el verdadero significado de sus actos e investigación. Pero admite que comprender la ecuación de Price fue una lucha constante: “Es como hacer malabares con tres pelotas. Puedo hacer malabares con dos, pero me tiran la tercera y caigo. Comprendo dos partes de la ecuación, pero cuando trato de entender la tercera, me pierdo”.

Price añadió la tercera parte de su ecuación mientras trabajaba en el Laboratorio Galton. Esto es lo que la ecuación decía:

wΔz=cov(wi,zi)+E(wiΔzi)

El nuevo pedazo en el lado derecho representa los efectos que el rasgo en cuestión podría tener sobre su propia transmisión, si tiene propiedades que lo hacen más propenso a ser transmitido a otros rasgos. Tener este término adicional permitió un proceso que más que la simple historia de “la supervivencia del más apto”: un espacio donde las ideas de la aptitud inclusiva y la selección de parentesco de Hamilton podrían comenzar a influir en el curso de la evolución. Incluso permitía la selección de grupo de manera más amplia; de hecho, Price pensó que significaba que la selección natural podría ocurrir en muchos niveles simultáneamente. Le escribió a Hamilton de una vez.

En sus memorias, Hamilton no está seguro de cuándo él y Price se hicieron amigos; leyendo sus cartas 40 años después, Farnworth fue capaz de ver su amistad desarrollarse con mayor claridad. Price había escrito pocos días después de haber leído el estudio sobre la selección de parentesco. Hamilton había respondido con bastante cortesía, sin sospechar lo que estaba por venir, y luego había ido a Brasil en un viaje de campo extendido, así que había un vacío de alrededor de un año en su correspondencia. Durante este tiempo, impulsado por una pequeña referencia en la carta de Hamilton, Price había jugado con la aplicación de la teoría de juegos a la biología (este trabajo, recogido y desarrollado por otros científicos, ayudó a avanzar en biología evolutiva mucho más que su ecuación). Pero también se había puesto a trabajar en mejorar las matemáticas de la teoría de la selección de parentesco, hacerla “más transparente”. Para el momento en que Hamilton estaba disponible de nuevo, Price había obtenido la primera versión de su ecuación y conseguido su trabajo en la University College de Londres. Pero fue la versión extendida de la ecuación la que Price realmente quería que su nuevo amigo viera.

Hoy en día, algunos científicos dicen que la ecuación de Price está vacía. Es como un futbolista que, cuando se le pregunta cómo ganará su equipo en el próximo partido, dice que van a marcar más goles que el otro equipo. Al tratar de explicar el juego en su nivel más fundamental, dicen los críticos, la ecuación no explica ni predice nada acerca de por qué ciertos rasgos deben aumentar o disminuir la aptitud.

En su propia búsqueda para descifrar su significado, Farnworth interrogó a tres biólogos evolutivos que pensaban que la ecuación significaba más que sólo eso. Uno le dijo que era “bastante simple, en realidad”. Otro saltó y comenzó a garabatear diagramas y ecuaciones en la pizarra de su oficina. El tercero dijo: “Ninguno de nosotros la entiende realmente; resuena en contexto.” Para sus partidarios, la ecuación de Price es lo más cercano que la biología tiene a E = mc2. Es una expresión fundamental de la selección natural que se puede utilizar para aclarar conceptos, separar componentes diferentes de selección, y comparar modelos matemáticos más específicos de la evolución.

En cuanto a Hamilton, estuvo deleitado con la ecuación desde el momento en que la vio. La ecuación de Price no era, como Price había sugerido, una nueva derivación o corrección de sus ideas. En cambio, fue “un formalismo nuevo y extraño que era aplicable a todos los tipos de selección natural”. Su extrañeza venía precisamente de que Price no era biólogo —en lugar de partir de la obra de sus predecesores científicos, Price había trabajado desde primeros principios.

“De este modo [escribió Hamilton] se había encontrado a sí mismo en un nuevo camino y en medio de paisajes sorprendentes”.

En junio de 1970, sólo unos meses después de que Hamilton le hubiese escrito para decir lo “encantado” que estaba con la ecuación, Price tuvo una profunda experiencia religiosa (se negó a decirle a su amigo los detalles, percibiendo que Hamilton sería tan incrédulo de tales cosas como él mismo había sido hasta ese momento). Deprimido, al parecer por su papel en la confirmación de que el altruismo tenía orígenes egoístas —aunque es probable que simplemente había dejado de tomar sus píldoras de tiroxina— se había obsesionado con coincidencias en su vida, incluyendo lo improbable que parecía que él, que no habría distinguido “una covarianza de un coco”, había descubierto esa ecuación. Todo a la vez, a pesar de toda una vida de ateísmo empedernido, se convenció de que un poder superior había intervenido.

La iglesia más cercana era All Souls, justo por encima de la calle Regent en el centro de Londres. Entró y empezó a rezar. Para el momento en que salió de la iglesia, se había entregado a Jesús.

Al principio, utilizó todo el peso de su intelecto para enfrentarse a la Biblia: concluyó que la semana de Pascua había tomado 12 días, no ocho, y se determinó a persuadir a otros de esta verdad, redactando argumentos tan rigurosos y detallados como sus investigaciones científicas. Típico de Price: iniciar a partir de principios básicos, ignorar a todo el que lo contradice, hacer pruebas de manera obsesiva y tratar de encontrar su propio camino a la verdad.

Luego, a finales de 1972, tuvo una segunda conversión. Ya había decidido que confiaría en Jesús por completo. Había dejado de tomar sus píldoras de tiroxina y para ese momento el dinero del seguro estaba empezando a agotarse. Pero si Jesús quería salvarlo, Jesús encontraría la manera. Alrededor de la Navidad, colapsó cerca de la muerte. Un vecino lo encontró y fue llevado al hospital, donde los médicos salvaron su vida. Para Price, esto era una señal de que Jesús quería que él viviera, pero también de que debía corregir su camino y dejar de preocuparse por la longitud de la Semana Santa. Le dijo a Hamilton que había tenido “una especie de ‘encuentro’ con Jesús”. Había tenido una visión y oyó a Jesús susurrar, “Da a todo el que pida de ti.”

No todos lo aprobaron. Un amigo le aconsejó que no tratara de ser “más Dios que Dios”, mientras que incluso el vicario de All Souls le dijo que dar dinero a los desposeídos era “rara vez más que una salida fácil para nosotros mismos”. Pero Price continuó regalando sus posesiones mundanas sin importar las consecuencias. Incluso podría dar la gran cruz de aluminio que llevaba alrededor de su cuello si alguien lo pidiese. Dar se había convertido en una compulsión, una adicción.

Farnworth acudió a Isabel Valli en el Instituto de Psiquiatría del Kings College de Londres para analizar las cartas de Price por pistas sobre su estado mental durante este período. El minucioso detalle en sus cartas sugirió que eran cuentas confiables de eventos, pero para Valli eran como una entrevista psiquiátrica. Tuvo una percepción profunda de la forma en que sus procesos de pensamiento estaban cambiando mientras él estaba en Londres. La linealidad fue dando paso al pensamiento circular; se iba por la tangente, en espiral cada vez más lejos de lo que estaba tratando de decir. Conservaba cierta lógica, pero una que era más difícil de seguir para cualquier otra persona.

Price probablemente estaba experimentando delirios psicóticos, paranoia y alucinaciones más allá de sus visiones de Jesús, por no hablar de la depresión agravada por deficiencia de la hormona tiroidea. De acuerdo con Valli, utilizar cosas significativas en nuestras vidas para construir explicaciones cuando tratamos de dar sentido a delirios es algo propio de la naturaleza humana; para Price, estas cosas eran la religión y el altruismo (y también el matrimonio. Le propuso a varias mujeres durante ese tiempo, incluyendo una sugerencia a Julia de que se volvieran a casar; al igual que las otras, ella lo rechazó).

No es que su altruismo era un síntoma de la enfermedad mental, ni que su ecuación lo convirtió en un altruista; era sólo que otra parte de su vida, cada vez más desordenada, estaba tratando de incorporar en una visión consistente del mundo.

Para él, la explicación más racional disponible era que había sido elegido por Dios para descubrir la ecuación y llegar a ser un altruista extremo. A él le agradaba contarle a los demás sobre esto. Si se le recuerda en absoluto, una de las primeras cosas que la gente dice sobre él es que corrió por los pasillos del University College de Londres gritando que tenía “una línea directa a Jesús”. En algunos aspectos, su vida se había vuelto extremadamente complicada, y era mucho más sencillo estar dispuesto a renunciar a cualquier cosa y poner toda su fe en Jesús.

Por supuesto, ése no es el final de la historia. Como lo ve Farnworth, Price tuvo una tercera conversión poco antes de morir. Finalmente dejó de ayudar a los demás. Es cierto que no le quedaba mucho para dar, pero comenzó a prestarle más atención a su propio bienestar. Se había dado cuenta de que tenía que ayudarse a sí mismo primero si quería ayudar a los demás. Sin embargo, reconstruir su vida completamente era una tarea abrumadora. A pesar de haber conseguido un trabajo como limpiador en un banco, sabía que tenía muchas dificultades. Pidió una cita para ver a un psiquiatra. Pero pocos días antes de la cita se suicidó.

George Price fue enterrado en una tumba sin nombre en el cementerio de St. Pancras, unas pocas millas al norte del centro de Londres. Bill Hamilton fue al funeral junto con algunos de los hombres sin hogar que Price había ayudado. Posteriormente, Hamilton fue a la chabola donde Price se había alojado para recolectar los escritos científicos en los que había estado trabajando.

“A pesar de que la casa estaba a la espera de ser demolida, la electricidad seguía conectada: no debió haber estado demasiado helada cuando George pasó la navidad allí, solo”, Hamilton escribió en sus memorias. “Mientras ordenaba lo que valía la pena llevar, su sangre seca crepitaba en el linóleo bajo mis zapatos: un hombre básicamente ordenado, que había elegido morir en el suelo, no en su cama”.

“Así es como su vida pasó a ser onírica para mí y también cómo su colorido hilo en mi ciencia y mi vida se acabó”.

El 29 de marzo de 2016, la obra teatral de Farnworth Calculando Bondad abrió para una temporada de tres semanas con entradas agotadas en el Teatro del Pueblo de Camden. Es un pequeño lugar de encuentro comunitario que no quedaba lejos de donde vivía y trabajaba Price, y también donde murió (aunque en su tiempo fue el bar Lord Palmerston).

En vista de que Price no desertó de forma egoísta a su familia, que su ecuación no era estrictamente sobre el altruismo y que su altruismo no causó directamente su muerte, Farnworth tuvo que tomar algunas decisiones acerca de la historia que iba a contar. Podía adherirse al cuento moral con su drama inherentemente simplista, o podía confiar en la persuasiva tragedia de su vida en toda su complejidad. Al final, decidió que lo último sería lo correcto de hacer por George. Ella presentaría su visión cambiante del mundo y dejaría que la audiencia sacara sus propias conclusiones. De este modo, la obra no ofrece respuestas elegantes, no le dice a nadie cómo vivir, o qué tan egoístas o altruistas debemos ser. Al igual que la ecuación de Price, describe lo que sucedió, no lo que será o debería ser.

Entre quienes fueron a ver el espectáculo estaban Annamarie y Kathleen Price. Farnworth les había invitado desde Estados Unidos, pero todavía estaba muy nerviosa sobre cuál sería su reacción. Estuvieron encantadas. Kathleen dijo que vio la esencia de su padre en el escenario.

Mientras estaban en Londres, las hermanas tuvieron la oportunidad de conseguir que una lápida fuera colocada en la tumba de su padre. Debajo de su nombre, se lee: “Padre. Altruista. Amigo.” Y en la parte inferior, la ecuación de Price, grabada en piedra.

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Texto publicado en inglés en Mosaic y publicado bajo licencia Creative Commons. 


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