Perspectivas

La necesidad de silenciar

Fotografía de Engin_Akyurt | Pixabay

06/05/2024

I

El 3 de mayo fue proclamado como el Día Mundial de la Libertad de Prensa en 1993, por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Sirva este breve ensayo para recordar ese día y para recordar cuál es el papel del periodista, de los medios de comunicación y cuál debe ser la ética del comunicador profesional. Es un día, tal como nos lo expresa la UNESCO, de apoyo a los medios de comunicación que son blanco de la restricción en la amenaza de la abolición de la libertad de prensa. También es un día de recuerdo para los periodistas que perdieron la vida en la persecución de una noticia.

El título de este artículo –La necesidad de silenciar– está tomado, pero parafraseado, de un estupendo libro que escribiera el escritor sudafricano J.M. Coetzee, premio Nóbel de Literatura y que lleva por título Contra la censura (2007) donde se expone “la pasión por silenciar”. El libro de Coetzee nos ofrece doce ensayos en donde se nos dice que

“La institución de la censura otorga poder a personas con una mentalidad fiscalizadora y burocrática que es perjudicial para la vida cultural, e incluso la espiritual, de la comunidad. El censor actúa, o cree que actúa, en interés de la comunidad. En la práctica es frecuente que exprese la indignación de la comunidad o que imagine dicha indignación y la exprese: en ocasiones imagina tanto la comunidad como la indignación de ésta (…) No soy capaz de alinearme con el censor, no solo debido a una actitud escéptica, en parte temperamental, en parte profesional, hacia las pasiones que llevan a ofenderse, sino también debido a la realidad histórica que he vivido y a la experiencia de lo que llega a ser la censura una vez se instituye y se institucionaliza. Ni en mi experiencia ni en mis lecturas hay nada que me convenza de que la censura estatal no es algo intrínsecamente malo, ya que los males que encarna y los que fomenta son mayores, a largo e incluso a mediano plazo, que cualquier beneficio que pueda asegurarse que se deriva de ella.”

II

Digamos de entrada, a la manera de una declaración principista, que la Libertad de Expresión y el Derecho a la Comunicación/Información tienen que ver con la consideración de la democracia como sistema político que implica pluralidad, diversidad ideológica y amplio espacio de libertades siempre que se respeten las leyes y normas emanadas desde el Estado, no desde el gobierno, como ente que representa a la sociedad en su conjunto, sin distingos de raza, religión y creencias ideológicas. Dicho de otra manera: el derecho a la libertad de expresión implica la posibilidad de ejercer los demás derechos del hombre porque la información-hoy, dentro de este mundo globalizado, se ha convertido en el polo alrededor del cual se organiza gran parte de la vida pública y por tanto de la ciudadanía del presente.

El periodista colombiano Darío Restrepo apunta tres principios que son importantes a tener en cuenta frente al tema que nos ocupa: 1-Criticar al Estado y sus funcionarios es el significado central de la libertad de expresión; 2-La libertad de expresión nos define la calidad del sistema democrático: la libertad de expresión es la cancha donde se está jugando la democracia, y 3-En una sociedad democrática hay pocos derechos tan importantes como el de la libre expresión.

Desde esas formulaciones, ya convertidas en todos estos años en un leitmotiv que hemos venido repitiendo ante la opinión pública y el poder que la libertad de comunicación, la libertad de expresión y, por consiguiente, el derecho a la comunicación e información, son connaturales a la propia democracia. Es decir, la democracia no puede ser una realidad tangible sin la existencia de medios de comunicación libres e independientes de cualquier forma de poder, especialmente de la autoridad gubernamental.

III

A lo largo de estos veinticinco años que lleva el régimen, hemos visto cómo los periodistas y los medios padecen una situación excepcional con relación al tema del derecho a la comunicación e información, a la libertad de prensa y de expresión, en relación al libre acceso a fuentes de información públicas y privadas, con relación a la libre recepción de mensajes de cualquier origen, a la libre escogencia de un código expresivo, a la libre elección  de un canal comunicante, a la libre delimitación de los públicos-audiencias-perceptores y a la libre elección de sus contenidos o mensajes (Antonio Pasquali). Todo ello implica la libertad de expresión, o mejor tal como dijera el mismo Pasquali: libertad de comunicación por sobre la libertad de expresión.

No hay que problematizar demasiado para entender lo que ha venido ocurriendo en el país con el mundo de las comunicaciones (medios convencionales y nuevos medios) y en todos los demás espacios de la sociedad. A lo largo de todos estos años del llamado “Socialismo del siglo XXI” se ha instaurado un nuevo régimen comunicativo que nada tiene que ver con el que veníamos conociendo antes de la llegada, primero de Hugo Chávez Frías y ahora, con el régimen de Nicolás Maduro. Nada nuevo aparece en escena desde 1999 hasta nuestros días. Ya en otras latitudes hemos visto, seguimos viendo, lo que está ocurriendo en países como Cuba y Nicaragua por aproximarnos a los que tenemos más a mano.

Pasamos en el tiempo de una modalidad privatizada de medios, con escasa presencia de medios públicos-gubernamentalizados, a un régimen de medios para-estatales-gubernamentales cuya finalidad no es de interés y servicio público en la que teóricamente se inspira la propia concepción democrática de libertad de expresión, sino que obedece a la instauración del control social.

En la Venezuela del presente, tal como lo dijera el sociólogo y filósofo francés Edgar Morin, estamos en presencia de un sistema informativo totalitario donde el poder, en nuestro caso lo hemos referido con la designación del Estado-Comunicador, dispone de todo un arsenal de mecanismos, supuestamente jurídicos, que hacen de la información una pseudoinformación y en donde la censura explícita o la censura normada a través de leyes y decretos que sirven para ocultar la realidad tangible y palpable. Incluso, dicta la realidad de lo que debe de ser.

No hay país de la región que cuente con tanta jurisprudencia que regule de manera directa e indirecta el sector de las comunicaciones como en el nuestro. Veamos:

Ley orgánica de telecomunicaciones (reformada en 2010);

Ley de responsabilidad social en radio, televisión y medios electrónicos (se reformula en 2010 para incluir a los medios electrónicos: Internet);

Ley orgánica para la protección de niños, niñas y adolescentes (LOPNA), (con dos reformas, una en 2009 y otra en 2015);

Código penal (reformado en 2005);

Ley orgánica de contraloría social (esta ley reproduce la llamada Ley del sistema nacional de inteligencia y contrainteligencia que se conoció como la “ley sapo”, retirada al mes de su promulgación);

-La Ley constitucional contra el odio o por la convivencia pacífica y la tolerancia (puesta en práctica a partir de los sucesos de 2017. Se le conoce también como la “ley contra el odio”).

-La Ley Constitucional Antibloqueo para el Desarrollo Nacional. Esta ley está vigente desde el 12 de octubre del 2020. Leyendo detenidamente la ley podremos observar que este marco jurídico “erosiona el derecho a la información pública”;

Ley de Transparencia y Acceso a la Información Pública. Ella fue sancionada en apenas seis días. Se aprobó el 17 de septiembre del 2021.

Y ahora, se nos ofrece una nueva ley que lleva por título Ley contra el Fascismo, Neofascismo y Expresiones Similares. Esta nueva ley ya fue aprobada por la Asamblea Nacional (AN) en primera instancia.

¿Conclusión? Estos instrumentos legales bajo la figura de ley, sin enumerar los decretos y las resoluciones que se van formulando al paso de los acontecimientos, hacen del ejercicio del periodismo, de la libre expresión y del trabajo de los medios, una tarea casi imposible de cumplir. La censura; el hostigamiento tanto verbal como judicial; la intimidación; la intromisión en la generación de contenidos; la expropiación de medios y de equipos; la autocensura; la agresión-amenaza-ataque; las restricciones tanto legales como administrativas; las detenciones e inclusive la muerte mientras se busca o se cubre la información, impiden el ejercicio de la libertad de comunicar en todos los espacios de la sociedad y disminuye las opciones informativas.

IV

Si hoy analizamos con la suficiente objetividad y serenidad los cambios que se han producido en Venezuela desde aquel 1999 y todo lo que se dijo en ese momento, creemos que la realidad del presente supera lo que se llegó a expresar y teorizar en aquel lejano fin de milenio. Conclusión: los diagnósticos que se hicieron acerca del futuro cercano, unos mejor que otros, sobre la realidad que se avizoraba han sido superados por el desarrollo y el acontecer planificado desde la cúspide del poder. Esto es cierto en todos los órdenes de la vida de los venezolanos.

El mundo de las comunicaciones y sus componentes centrados en la información y la cultura constituye uno de los espacios en donde el régimen se ha ensañado con mucha fuerza usando todos los resortes que brinda el poder.

La principal lección que debemos de extraer de la actual situación del país y de la devastación que se ha impuesto, tal cual política pública en el campo de las comunicaciones, es que el mundo-escenario de esas comunicaciones no puede ser dejado de lado ni académicamente, ni políticamente a los designios de oscuras fuerzas. Sin embargo, después de ver la operación que se instauró desde el inicio de este proceso político es inconcebible, por decir lo menos, que desde el campo de las teorías sociales se siga olvidando o dejado de lado al sector de las comunicaciones que hoy configuran, con el desarrollo de las tecnologías de producción y recepción comunicativa, nuevas maneras de concebir el Poder y nuevas formas de interacción y relacionamiento social. Como decía reiteradamente en sus últimos años de vida Antonio Pasquali: “El mundo necesita cada día más quien piense comunicaciones”.

Dentro de una perspectiva teórica, lo que nos apunta el sociólogo británico John B. Thompson en su libro Los media y la modernidad (1998) cobra fuerza para entender la incomprensión y olvido hacia el mundo de las comunicaciones. Thompson hace la crítica hacia los teóricos sociales –nosotros añadiríamos también a los políticos– quienes se han preocupado por las otras esferas de la vida pública, pero poco se han ocupado de pensar a los medios de comunicación y la significación que ellos tienen en el mundo del presente. Nos dice que:

(…) en los textos de los teóricos sociales, la preocupación por los medios de comunicación brilla por su ausencia. ¿Por qué este olvido? En parte es debido, sin duda, a una cierta actitud de suspicacia hacia los media. Para los teóricos interesados en los procesos de cambio social a largo plazo, los media podrían parecer una esfera de lo superficial y lo efímero, una esfera sobre la cual, aparentemente, hay poco que decir (…). Cuando los teóricos sociales actuales reflexionan sobre los amplios contornos del desarrollo de la modernidad, por lo general lo hacen profundamente influenciados por el legado del pensamiento social clásico.

Desde una visión latinoamericana aparece el mismo planteamiento. Hoy, las comunicaciones, así como el surgimiento de la imprenta en su momento fue un signo de profundos cambios, representan “una relevancia insoslayable en la renovación de los modelos de análisis de la acción social, de la agenda de investigaciones y la reformulación de la teoría crítica”.

¿Conclusión? Sirvan estas líneas para recordar este nuevo DÍA MUNDIAL DE LA LIBERTAD PRENSA a pesar de todo lo que hemos vivido en el campo de la libertad de expresión y la libertad de comunicación en Venezuela. Recordemos, una vez más, que en una sociedad democrática hay pocos derechos tan importantes como el de la libre expresión. En tal sentido, el actual régimen que nos gobierna ha demostrado a, a lo largo del tiempo, que le tiene miedo a los medios. Es, como dice el escritor Arturo Pérez Reverte:

[…] miedo del poderoso a perder influencia, el privilegio. Miedo a perder la impunidad. A verse enfrentado públicamente a sus contradicciones, a sus manejos, a sus ambiciones, a sus incumplimientos, a sus mentiras, a sus delitos. Sin ese miedo, todo poder se vuelve tiranía. Y el único medio que el mundo actual posee para mantener a los poderosos a raya, para conservarlos en los márgenes de ese saludable miedo, es una prensa libre, lúcida, culta, eficaz, independiente. Sin ese contrapoder, la libertad, la democracia, la decencia, son imposibles.


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