Perspectivas

La música en la Universidad Central de Venezuela (siglos XVII-XIX)

26/01/2022

Colegio Seminario de Santa Rosa

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Entre los siglos XVII y XIX la Iglesia se hizo protagonista del hecho musical universitario –con la aplicación eclesiástica de su estudio y con la presencia que tuvo en las ceremonias solemnes–, imprimiendo el sello característico y propio del ethos católico en la academia. «Este es precisamente el enfoque que le da Viana Cadenas a su monografía (…) con la que contribuye a dilucidar las relaciones entre la música y la Universidad, tema poco estudiado hasta nuestros días», según Walter Guido [«Prólogo» a Viana Cadenas, La actividad musical en la Universidad Central de Venezuela (siglos XVII-XIX), Caracas, Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela / Centro de Documentación e Investigaciones Acústico-Musicales, 2009].

En esta monografía, originalmente presentada en 1997 como Trabajo de Grado para optar al título de licenciado en Artes, se revisa el medio musical universitario, tal como señala su título, entre los siglos XVII al XIX en cuanto a fechas religiosas, actividades académicas, solemnidades, festejos públicos y grandes conmemoraciones. También allí se describe la trayectoria histórica de la primera cátedra de música, la cual había sido aprobada por Real Cédula en 1698 y descrita en las Constituciones del Real Colegio Seminario de Santa Rosa de Santa María de la Ciudad de Santiago de León de Caracas redactadas por el obispo Diego de Baños Sotomayor. La misma será establecida como un estudio universitario por disposición del Rey Felipe V –puesta en Real Cédula el día 22 de diciembre de 1721– y la ratificación del obispo Juan José Escalona y Calatayud, para la cual se adicionó en el Auto del 7 de enero de 1722. «Igualmente por bula apostólica de 18 de diciembre de 1722, se le otorga el rango de [Universidad Real y] Pontificia» (Viana Cadenas, «La Universidad Central de Venezuela como centro difusor de los músicos venezolanos del siglo XIX», Boletín del Archivo Histórico, n° 10, Caracas, Secretaría de la Universidad Central de Venezuela, 2005, pp. 141-174).

La tenaz Viana Cadenas prosiguió sus estudios en el doctorado en música española de la Universidad de Valladolid donde presentó la tesis Vida musical en el convento femenino de la Inmaculada Concepción de Caracas (siglo XVII). En el medio musical universitario venezolano había sido ejecutante de viola en la Orquesta de la Escuela de Artes y miembro de la Coral de la Facultad de Humanidades y Educación, ambas de la UCV. Posteriormente realizó especializaciones en viola barroca en la Academia de Música Antigua de la Universidad de Salamanca y en viola da gamba en el Conservatorio Profesional de Música “Cristóbal de Morales” de Sevilla. Se perfeccionó instrumentalmente en diversas agrupaciones de música antigua: el Grupo “Hemiola” de la Universidad de Valladolid (como mezzo-soprano y viola-gambista, junto al organista Ignacio Nieto Miguel, entre 2000 y 2002) y la Compañía “Mérito et Tempore” de la Universidad de Valladolid (sobre la música y danza renacentistas). En México formó parte de la agrupación de Música Antigua de la Universidad del Claustro de Sor Juana (2003) y en el ensamble de Música Antigua femenina del Museo Nacional del Virreinato (2004). Participa, asimismo, en el Congreso internacional “Centenario del Archivo Arquidiocesano de Mérida 1905-2005”, en las mesas temáticas sobre “La iglesia venezolana y su patrimonio documental” (Museo de la Arquidiócesis de Mérida, noviembre de 2005). Actualmente, Cadenas es monja de clausura en el convento de Jerez de la Frontera (España).

Su libro La música en la Universidad Central de Venezuela (siglos XVII al XIX) salió venturosamente de la imprenta en julio de 2009. Se trata de un texto que estuvo depositado en el banco de la paciencia aguardando quizá la trascendental fecha conmemorativa del Tricentenario de la Universidad para ser relanzado.

Para celebrarlo se realizó un pequeño coloquio la Semana del Estudiante, el 20 de noviembre de 2018, en el Hall de la Biblioteca Central. En ese acto la estudiante Margarita Claret Salazar Sánchez, de la Escuela de Artes, ofreció un emotivo discurso en cuyas palabras finales afirmó:

Esta publicación del Centro de Documentación e Investigaciones Acústico-Musicales de la Universidad Central de Venezuela, puede y debe convertirse en un material bibliográfico de frecuente uso para los actuales estudiantes de musicología y una guía para los futuros investigadores del tema. Para ello es esencial que se rescate y difunda este producto nacido en la Universidad y para la Universidad.

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Las Constituciones regirán la vida universitaria hasta 1827, pero se desconocía qué rumbo tomaría la enseñanza del Canto Llano al momento cuando el seminario se separase de la Universidad en 1854. No obstante, nunca alcanzará a deslindarse en lo relacionado con los grados conferidos o con la propia “matrícula” estudiantil consignada ante la Universidad.

En la enseñanza universitaria del Canto Llano figurarán varios integrantes de la tribuna catedralicia, fundada por el maestro de capilla de la catedral de Caracas Francisco Pérez Camacho. Igualmente debemos mencionar a los clérigos Silvestre Media Villa, Miguel de Cervantes y Román y Ramón Delgado; y a los músicos Joseph de la Luz Urbano y José Cayetano Carreño.

Por la cátedra de música desfilaron alrededor de treinta propietarios y siete interinos con el deber de dar media hora de clases semanales, aunque en la práctica se trataba de una oferta que era paulatinamente cercada por la propia dinámica impuesta por los demás estudios, tal como indica Viana Cadenas. Sin embargo, pese a lo accidentada que fuese su enseñanza, Cadenas insiste en que su presentación era necesaria.

En Venezuela, país cuyo servicio de imprenta musical deberá esperar hasta el siglo XIX, la cátedra de música utilizaba solamente libros acordes con el modelo tridentino y salmantino (Cadenas dixit). Aunque algunos catedráticos emplearon también “cuadernos” escritos por ellos mismos o basados en apuntes que quizás fueron tomados de otros tratados de música. Según Hugo Quintana, esto «nos hace pensar que dentro de la cátedra de filosofía de la universidad de Caracas también hubo un espacio para la reflexión en torno del arte de los sonidos» [Textos y ensayos musicales pertenecientes a la Biblioteca de la Universidad de Caracas (período colonial), Caracas, Fondo Editorial de la Facultad de Humanidades y Educación, Universidad Central de Venezuela, 2009].

Al margen de la cátedra de música los cursantes del “trienio filosófico”, al culminar sus estudios, solían darse muestras de afecto con los llamados “Hucusques” (versificaciones sencillas escritas “a la vista de todos” –compañeros y profesores– en los paredones de la universidad). Por ejemplo, en mayo de 1791 está el caso del “Hucusque”, referido por Cadenas, compuesto por el licenciado José Antonio Montenegro y que los cursillistas le escribieron, en la pared bajo su habitación, al presbítero Francisco Antonio Pimentel en su fin de curso; esas décimas fueron “agasajadas” con música de galerones.

En los grados doctorales también se daban los “vejámenes” como piezas de oratoria en lengua castellana –sin intervención musical–, que se pronunciaban para burlar al estudiante recién graduado de la Universidad.

Podrá verse que se contraponen aquellos catedráticos que contaban aún con grados “menores” (bachilleres y licenciados) sobre los que se distinguían por ser de los grados “mayores” (maestros, únicamente) al momento de ejercer cada uno dichas cátedras. Una lista muy sucinta de universitarios que pasaron por la cátedra la conforman el licenciado Bartolomé Bello (catedrático entre 1786 y 1788), el bachiller José Joaquín Robles (catedrático de 1788 a 1792), el bachiller Domingo Díaz Tarife (ejerció la cátedra en 1792), el bachiller Juan José Pardo (entre 1793 y 1817), el maestro José Alberto Espinoza (ejerció la cátedra como interino en 1816 luego de que el general Morillo ocupara militarmente la Universidad en 1815), el bachiller José Alejo Fortique (propietario de la cátedra en 1818) y el maestro Juan Hilario Bosset (quien fue el último en ejercer la cátedra, entre 1818 y 1823). Uno de los últimos alumnos que tuvo la cátedra de música fue José Macario Yépez, quien recibió clases del bachiller Hilarión Unda (como interino en 1822). A partir de entonces, como indica Viana Cadenas, se aludirá a ella nominalmente, es decir: «Solo en 1827 se menciona la misma en un cuadro esquemático» y agrega: «La cátedra de música aparece solo en una nota final, no dentro del recuadro».

En cuanto al cambio de denominación (Universidad Central de Venezuela) fijado en los estatutos republicanos de 1827, Cadenas advierte que «El Libertador Simón Bolívar promulgará diversos decretos y órdenes para el fomento de la educación religiosa, favoreciendo en cierta medida la permanencia del Seminario». No obstante, el movimiento de La Cosiata (1826) y la llegada al poder del paecismo (a partir de 1830) abrieron espacio a la libertad de cultos y detuvieron la marcha que debía dar la educación religiosa y la vida conventual en general. El 23 de enero de 1834 el arzobispo Ramón Ignacio Méndez mandó a reponer –sin éxito– el cobro del 3 % de la arquidiócesis destinado al seminario:

En este sentido –señala Cadenas–, si la existencia de la cátedra de música era siempre defendida tomando en consideración lo establecido en el concilio tridentino, es muy posible que entre los años 1827 y 1856 hubiese funcionado aunque fuese irregularmente a cargo de interinos.

Pero se verá que por la vía de los hechos los seminarios sí fueron factores de integración nacional y la Universidad de Caracas se irá ligando a la aparición de otra institución: el Real Colegio Seminario de San Buenaventura. Por entonces, según Eloi Chalboud Cardona (Historia de la Universidad de Los Andes, Mérida, Ediciones del Rectorado de la Universidad de Los Andes, tomo 1, 1966), la rectoría del Colegio Seminario de San Buenaventura estuvo a cargo de Ramón Ignacio Méndez entre 1806 y 1809. Este sacerdote disponía, además, de una considerable biblioteca religiosa que seguramente llevó a Mérida y en la cual destacan algunos libros de valor musical (Quintana, ob. cit.). El obispo de Mérida, Santiago Hernández Milanés, se dedicó a sentar las bases del perfil académico incluyéndose de manera oficial el estudio del Canto Llano en el nuevo plan de estudios. En líneas generales puede afirmarse que el Colegio Seminario de San Buenaventura se mantuvo siempre dependiendo del obispado de Mérida (desde Santiago Hernández Milanés hasta Juan Hilario Bosset).

Hacia 1841, este último sacerdote –Juan Hilario Bosset– había culminado sus funciones rectorales en la Universidad Central de Venezuela, así que el congreso nacional le solicitó que fuera obispo de Mérida (siendo preconizado por el Papa Gregorio XVI el 27 de enero de 1842 y consagrado el 8 de mayo por el arzobispo Ignacio Fernández Peña). Aquí es cuando se cruza la historia del músico José María Osorio, quien había compuesto en ese mismo año un réquiem a la memoria del Libertador Simón Bolívar intitulado Oficio grande de difuntos, según José Peñín (José María Osorio: autor de la primera ópera venezolana, Caracas, Instituto Latinoamericano de Investigaciones y Estudios Musicales “Vicente Emilio Sojo”, 1985). Osorio era el sochantre de la catedral merideña y estaba ejerciendo las labores como catedrático de la clase de Canto Llano del Colegio Seminario de San Buenaventura (José Peñín, «Elementos de Canto Llano y Figurado, un documento para la historia», Revista Musical de Venezuela, 9-11, Caracas, Instituto Latinoamericano de Investigaciones y Estudios Musicales “Vicente Emilio Sojo”, 1983, pp. 249267). La musicografía de Osorio, aparecida entre 1844 y 1846 y dedicada al obispo Bosset del Castillo, conforma una evidencia importantísima sobre dicha enseñanza; comenta José Peñín:

Considero, pues, que la importancia de Elementos del Canto Llano y Figurado [junto con la Práctica de los divinos cánticos y el Directorio coral de la catedral de Mérida] es precisamente esa, la de decirnos cómo y qué teoría musical se enseñó en Venezuela [para el ejercitación del Canto Llano y del Canto Figurado] durante [la década del cuarenta] del siglo XIX. (ob. cit., 1985)

Afortunadamente, esta documentación logró sobrevivir porque Eduardo (su primer apellido es ilegible) Gabaldón legó los textos de Osorio a otro antiguo condiscípulo suyo: Hugo Zambelli, en 1881 (José Peñín, ob. cit., 1985).

La iglesia aspiraba aprovechar la autonomía universitaria prometida en el Código de Instrucción Pública de 1843 para que se diese la separación entre el seminario y la Universidad. Fue cuando se dio la resolución en la que la Universidad Central de Venezuela comenzará a mudarse a su sede en San Francisco.

La ejercitada pluma de un católico y apóstol del liberalismo había cooperado con el proceso de la separación mencionada desde 1845. Nos referimos a Felipe Larrazábal, quien se puso a disposición del arzobispo Silvestre Guevara y Lira el 2 de septiembre de 1856. Monseñor Guevara y Lira, cuatro años después de haber iniciado su arzobispado, se dio a formular la vida del seminario; el doctor Larrazábal alegó –en su condición de pianista– que «el canto de la Iglesia es el canto gregoriano, llamado también “canto-llano”». Categóricamente sentenció: «Ese es el canto que el concilio manda aprender a los seminaristas» (Felipe Larrazábal, Historia de los seminarios clericales, Caracas, Tipografía de Salvador Larrazábal, 1856).

En este ánimo de refundación que tuvo el seminario, refiere Viana Cadenas:

El 6 de febrero de 1857 se promulga el nuevo reglamento del seminario y el 25 de mayo de ese año se redacta el oficio relacionado con la ceremonia de apertura y reinstalación del mismo. En este oficio se menciona, entre otros detalles, a la cátedra de música o canto llano, la cual estaría a cargo del presbítero Marcos Porras. La ceremonia de reinstalación se llevaría a cabo el 31 de mayo de ese mismo año, en la capilla del seminario con misa solemne y Te Deum Laudamus. La participación musical de la ceremonia estuvo a cargo de Manuel Toledo Hernández (maestro de capilla de la catedral, provisional), quien contrató quince músicos (12 instrumentistas y 3 cantantes) para la función y recibió la cantidad de ciento veinte y ocho pesos con cuatro reales por la mencionada participación musical (Misa y Te Deum). [Viana Cadenas, «La enseñanza musical en el Seminario Santa Rosa de Lima (siglos XVII-XIX)», Boletín CIHEV, año XI, n° 20, Caracas, Instituto Universitario Seminario Santa Rosa de Lima, enero-junio 1999, pp. 132-183]

Habiéndose decretado la separación, la Universidad emprendió un traslado paulatino hacia el extinto convento de San Francisco para ocupar dicho recinto hasta quedar completamente establecida en noviembre de 1858 (es decir, el año en el que el claustro universitario elige autoridades y reorganiza las facultades, entre estas las “ciencias eclesiásticas”). Señala Ildefonso Leal:

Consideraba el claustro que las clases de teología poseían un alumnado muy reducido y que ese alumnado era el mismo que concurría a los estudios teológicos establecidos en el seminario tridentino. «Solo concurren a la Universidad –añadían los claustrantes– por pura forma, a fin de habilitarse para obtener los grados». Aceptó el arzobispo lo expuesto por el claustro, y desde octubre de 1858 los aspirantes a cursar teología se matriculaban y seguían las clases en el seminario tridentino. (Historia de la UCV, Caracas, Ediciones del Rectorado, Universidad Central de Venezuela, 2000)

Las turbulencias de la Guerra Federal repercutirán en un cierre temporal –entre 1860 y 1861– producto del alistamiento de los estudiantes en las milicias. La Universidad reabrirá sus puertas al cesar las hostilidades para ejercer las ceremonias y actos públicos correspondientes desde 1863 en el templo de San Francisco. En ese templo, el 8 de diciembre, tuvo ocasión la fiesta en honor de la Inmaculada Concepción, como una celebración que organizaba la Universidad Central de Venezuela y que promovió la Secretaría de la Universidad (El Federalista, diciembre 3, 1863). Esta celebración –de tipo universitario– había sido instaurada para toda la iglesia católica en 1854 por el Papa Pío IX al inicio de su pontificado. Dice Viana Cadenas:

A partir de 1858, la Universidad comenzará a realizar la festividad de la Concepción (y los premios académicos) en el templo de San Francisco, y desde 1875 en el paraninfo universitario. Al parecer, la Virgen de la Inmaculada Concepción pasó a ser la patrona exclusiva de la Universidad al quedar instaurada la costumbre del otorgamiento de los premios académicos el día de la misma (…)

Para Caracas, la imagen mariana estaba expuesta desde un lugar central en el retablo de la nave de la catedral metropolitana. Incluso en la costumbre de los premios universitarios se verá que figurará la Concepción en el reglamento de Instrucción Pública de 1883, como afirma Viana Cadenas:

Se continuará celebrando la festividad de la Inmaculada Concepción (Título IX: Art. 129, Nro. 8), y en relación al otorgamiento de los grados, el reglamento de Instrucción Pública no menciona nada en torno a la participación musical en las ceremonias de la colación, debiendo el rector otorgar el título públicamente.

El arzobispo Silvestre Guevara y Lira había reorganizado las cátedras y reformados los estatutos en 1869, pero cuando sube al poder Antonio Guzmán Blanco toca al seminario apremiarse a cambiar su nombre a Escuela Episcopal gracias al artilugio del arzobispo José Antonio Ponce, en 1876. Esto se debió al decreto de extinción de las instituciones monásticas y, aún así, el seminario logra sobrevivir: «aunque funcionaba en otra sede (casa de propiedad de la Catedral y a partir de 1888 hasta 1907 en la Esquina de Gradillas [gracias al arzobispo Críspulo Uzcátegui]), siempre tuvo un salón reservado para el funcionamiento de la capilla» (Cadenas dixit). Por entonces el seminario ya podía graduar bachilleres en filosofía, pero no conferir títulos en los grados mayores. El anticlericalismo soterrado trajo el definitivo desmantelamiento (respecto de su pasado colonial) del seminario Santa Rosa de Lima y de su capilla universitaria:

El archivo del seminario fue trasladado a la Universidad y los muebles e inmuebles fueron destinados a las escuelas de artes y oficios. La fachada (…) de su edificio fue totalmente alterada y el edificio fue modificado a partir del decreto de 21 de abril de 1874 para transformarlo en Corte Federal y Tribunales de Justicia. Por decreto, el 7 de julio de 1875 Guzmán Blanco dona a la Universidad tres campanas que habían sido del seminario, a petición de su rector Pedro Medina, para que anunciasen las horas de clases y los grados académicos (…) (Cadenas, ob. cit., 2009)

Por la cátedra de música en la época de la Escuela Episcopal pasaron el presbítero doctor Rafael Lovera (en 1877, rector del Instituto); el músico Juan Bautista Abreu (entre 1884-1886 y en 1888 enseña “Canto Figurado”, siendo sochantre de la catedral); el músico Salvador Narciso Llamozas (1887-1889, de la Academia Nacional de Bellas Artes); el doctor Rómulo Espino (1890-1892, con piano y canto eclesiástico); el presbítero Carlos Borges (1893-1894, que recibió el título de doctor en ciencias eclesiásticas); el músico Carlos Rodríguez (1896-1897, con teoría de la música y piano) y el presbítero doctor Diógenes Siverio (1898, rector del Instituto). Ellos enseñaban canto llano y figurado, piano, historia y teoría musicales.

Cerremos con una cita del extraordinario libro de Viana Cadenas objeto de esta nota:

Institucionalmente hablando, la Universidad no formaba músicos para el ejercicio de la profesión como tal (compositores, ejecutantes, docentes), solo alcanzaba a impartir enseñanzas de canto eclesiástico (canto llano y figurado) a sus seminaristas y demás universitarios que quisieren aprender (…) Sin embargo, por esta cátedra y por las festividades propias de la universidad (ceremonias académicas, públicas y religiosas) pasarán los músicos venezolanos y los compositores más resaltantes de fines del siglo XVII [y hasta el] XIX: los discípulos de la llamada “Escuela de Chacao”, los de las principales iglesias parroquiales de la cuadrícula caraqueña y sus cofradías, los de los batallones de milicias y de la urbe en general, y en especial los maestros de capilla de la catedral de Santa Ana de Santiago de León de Caracas.

Al cumplirse trescientos años de la Universidad Central de Venezuela hemos de reconocer la importancia que tiene la monografía realizada por Viana Cadenas, como en su momento lo hizo el profesor Walter Guido en el prólogo que coloca al estudio:

Somos conscientes de las dificultades y sacrificio que entraña la investigación musicológica en Venezuela. Por eso, en este caso, es justicia destacar el esfuerzo realizado por la autora para ubicar y procesar la información dispersa en numerosas fuentes documentales existentes en diferentes archivos.

(…)

La investigación sistemática y exhaustiva realizada en los principales archivos de Caracas y de modo especial, en el archivo histórico de la Universidad Central de Venezuela, pone en relieve la importancia que siempre le dio la Universidad a las actividades musicales en su recinto.

Lo que ha hecho Viana Cadenas resulta, sin duda, un meritorio hallazgo académico, histórico y erudito.


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