Perspectivas

La inteligencia artificial, un debate ético

Imagen de Mike MacKenzie | vpnsrus.com | Flickr

22/06/2023

Los últimos dos años han sido testigos del auge de una tecnología que promete cambiar muchos aspectos de la sociedad como la conocemos: la inteligencia artificial (IA). De hecho, según la FundéuRAE, la palabra del año 2022 fue precisamente “inteligencia artificial”, y en la mayoría de los foros académicos, industriales, y los propiamente tecnológicos, el tema ha tomado un impulso, como consecuencia de que en los últimos meses han “liberado” la tecnología haciendo posible que el público en general tenga acceso a la IA de manera gratuita. Por ejemplo, la empresa OpenAI, abrió la posibilidad de acceder a ChatGPT, y Microsoft hizo lo propio con la herramienta Bing, que se suma otras IA de acceso libre.

Pero, ¿qué impacto tiene la inteligencia artificial en nuestra cotidianidad? En el corto plazo son, como la mayoría de los grandes avances tecnológicos, una novedad que despierta la curiosidad. Muchos van a suscribirse a estas plataformas y comenzarán a interactuar (“hablar”) con las IA, tomándoles el gusto y viendo sus posibilidades. En el mediano plazo las cosas se empezarán a complicar, pues crecerá la brecha entre el nativo y el inmigrante digital, es decir, entre las generaciones que nacieron con las tecnologías digitales a su disposición y los que no. Sin embargo, incluso dentro de los propios nativos digitales comenzarán a crecer las diferencias, especialmente con aquellos, cada vez más jóvenes, que nacieron con el Android en la mano y pueden hacer casi todo solo con el teléfono inteligente. Ahora bien, en el largo plazo es difícil predecir hasta donde llegaremos, como referencia podemos mirar el caso de la biotecnología, que tuvo su gran bum en las últimas décadas del siglo pasado, y de la cual se llegó a decir “que con ella seríamos capaces de hacer prácticamente de todo, menos un billete de lotería premiado (John Mandeville, biólogo molecular), pero con las IA pareciera que esto podría ser posible.

En este momento es importante acotar que las IA no son algo nuevo, de hecho, el término lo acuñó John McCarthy y sus colaboradores, en un proyecto presentado con motivo de una conferencia en el Dartmouth College (Hanover, New Hampshire, EE.UU.) en 1956. Lo novedoso es el grado de desarrollo que esta tecnología ha alcanzado en el último lustro, las posibilidades de mejorar la interacción hombre/máquina, y su disponibilidad. Aquí podemos recordar al científico británico Alan Turing, pionero en el campo de la computación y responsable de la conocida “prueba de Turing” (1950), cuyo objetivo consistía en evaluar la capacidad de una máquina para desarrollar un comportamiento inteligente.

Como podemos apreciar ya para mediados del siglo XX existía un fuerte interés científico por alcanzar el sueño de una “maquina inteligente”, un anhelo que tuvo varios antecedentes, como el famoso “Jugador de Ajedrez de Maelzel”, descrito por Edgar Allan Poe en uno de sus ensayos (1849), un artilugio mecánico con características de “autómata”, inventado en 1769 por el barón Kempelen, y que desconcertó a muchos por su supuesta “inteligencia”. Si bien la autenticidad de este autómata fue siempre puesta en duda, entre ellos por el propio Poe, quien insistió que detrás de él había un truco, en las IA no hay ningún truco o misterio, es una realidad patente y hasta temible como se puede ver en las películas Archive (El Archivo, 2020), Ex Machina (2015), Transcendence (Tracender, 2014), Her (Ella, 2013), I, Robot (Yo, Robot, 2004), A.I. Artificial Intelligence (A.I. Inteligencia Artificial, 2001), Bicentennial Man (El hombre bicentenario, 1999), The Matrix (1999) y sus secuelas, entre otras, donde el autómata ha sido desplazado por el “androide”, la encarnación material de la IA.

En todas las películas sobre IA encontramos un denominador común, la necesidad de lidiar con el debate muerte/inmortalidad y, por otro lado, la construcción y deconstrucción del ser (llegando hasta el transhumanismo), frente a las incertidumbres de las cada vez más complejas interrelaciones de los hombres en medio de la sociedad. Es decir, la IA nos coloca frente a los temores que han acompañado a la humanidad por centurias, pero que en medio de la “sociedad del conocimiento”, altamente dependiente de la tecnología, adquiere otros matices.

Es todavía muy pronto para emitir juicios de valor acerca de las IA, pero desde un punto de vista ético nos podemos plantear algunos cuestionamientos y, en ciertos casos el “principio de precaución” de la bioética deberá ser invocado. No obstante, lo que si es cierto es que la IA, como obra del ingenio humano, está aquí y se quedará con nosotros. Entonces, ¿qué hacer? Lo primero es comenzar a conocer mejor esta tecnología para ver sus beneficios y detectar sus debilidades y los problemas que implica, a fin de estar preparados para lo que vendrá. Es evidente que la IA llevará a la obsolescencia algunas carreras o profesiones, algo que ya ocurrió al implementar la robótica en las mega fábricas, pero en algún momento será necesario imponer límites, y el conjunto de la sociedad deberá comenzar a pensar en ellos.

Es plausible pensar que la IA comenzará a incursionar en el campo académico y educacional, los profesores serán los primeros en verse obligados a tomar decisiones sobre hasta qué punto permitir que los alumnos usen la IA en sus tareas, ensayos, presentaciones y otras actividades. El campo de la literatura y la comunicación (social, académica, científica, cultural) será otro ámbito que rápidamente se verá afectado y seguramente será necesario tomar medidas al respecto. Los medios de comunicación, las editoriales, las instituciones en general deberán velar porque la “originalidad” propia del ser humano sea respetada. Debemos admitir que la IA será utilizada como herramienta auxiliar, pero nunca debería aceptarse que suplante la capacidad humana de pensar libremente, de manera independiente y original.

Especulando un poco sobre este tema, quizá en algún momento será necesario establecer una “etiqueta”, y así como actualmente una etiqueta advierte el uso de algún aditivo artificial en el caso de los productos alimenticios, posiblemente llegará el momento en que un producto intelectual (artículo, ensayo, novela, poema, otro) deberá incluir una advertencia o etiqueta que indique “con participación de la inteligencia artificial”, a fin de diferenciar explícitamente los trabajos donde el autor invierte todas sus capacidades y originalidad, de aquellos en los cuales se utilizó de manera parcial o total el recurso de la IA. La cuestión es polémica, y el debate queda abierto.

Ahora bien, existe una cuestión filosófica que no debemos pasar por alto cuando hablamos sobre este tema, y es que cuando invocamos el término “artificial” es porque lo natural falló gravemente y es necesario apelar a un sustituto artificial. Así lo vemos en las prótesis que reemplazan una parte del cuerpo humano, por esa razón resulta casi un oxímoron utilizar el término “inteligencia artificial”, en medio de una sociedad basada en la “inteligencia natural” que es inmanente a la naturaleza humana.

Entonces, al invocar una inteligencia artificial debemos preguntarnos: ¿es que la inteligencia natural ha fallado? Aunque nada es obvio, la respuesta es clara: a pesar de todos los desaciertos que la humanidad ha cometido a lo largo de su devenir en la historia, a pesar de la guerra y los errores cometidos en contra de la casa común: la Tierra y sus recursos, podemos decir sin ambages que la ¡inteligencia no ha muerto! La gran familia humana sigue aumentando el patrimonio de sus conocimientos, ha sido capaz de reconocer sus errores y ha conseguido establecer mecanismos para tratar de remediar algunos, corregir otros, y trazar estrategias para evitarlos en el futuro. Sin embargo, el sistema es tan complejo y la sociedad es a veces tan líquida, que cambia muy rápido o no es capaz de resistirse a las ambiciones y el ansia de poder de los liderazgos, lo que significa que las guerras civiles, golpes de Estado, conflictos étnicos o religiosos y el terrorismo, lamentablemente continúan siendo noticia.

Por esta razón, la inteligencia natural, debe velar por el buen uso de la inteligencia artificial y colocar límites éticos. Esto nunca se debe interpretar como una posición neoludita que rechaza los beneficios que los avances de la ciencia y la tecnología nos brindan, por el contrario, delimitar mediante códigos éticos constituye un imperativo categórico sano y necesario. Y es que existen aspectos que debemos velar, por ejemplo, el acceso de la IA a la información de las personas o las comunidades y, especialmente, la posibilidad de que se tomen, sobre la base de recomendaciones de una IA, decisiones que afecten a la sociedad en lo individual o en lo colectivo. Esto último es especialmente grave, pues, si es el caso, ¿de quien será la responsabilidad? Tomemos en cuenta que a veces las distopias como la novela “1984” de George Orwell, nos colocan frente a situaciones que no son tan fantasiosas como pudiéramos creer.

Recordemos que, en principio, una IA, a pesar de que está siempre en constante proceso de retroalimentación y aprendizaje, no puede ir más allá de las premisas mayores que su programador le ha impuesto, luego, le pasa lo mismo que al método deductivo, puede seguir construyendo sobre la base de sus primeros principios, pero si estos están erróneos, ya sea porque sus programadores lo han hecho así de manera intencionada o por una buena intensión mal interpretada, el error se propagará algorítmicamente sin que nada pueda detenerlo, afectando a todos los usuarios sin distinción.

El debate sobre los cuestionamientos éticos de las IA está abierto, ya se han dado avances y se puede decir que desde hace más de un lustro existe nominalmente el área de la “ética de la IA”, pero ahora que la inteligencia artificial está abierta al gran público, tenemos otros elementos en juego, y es muy necesario que se empiece a dar esta discusión en todos los estamentos de la sociedad.


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