José Godoy retratado por Rosina Jiménez | RMTF
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Lo conocí en el estadio, con mi prima y su esposo. Sentados en primera fila, llegó a saludar desde el campo mismo en un descanso entre innings. Debía ser alguien importante, estaba del lado de adentro. Me saludó, se quitó la gorra y me la puso. Me la regaló. Yo tenía 10 años. No sé dónde está esa gorra ahora. Al tiempo, comenzó a invitarme a los partidos de béisbol. Con su carnet especial pasábamos a los lockers de las estrellas. Las veía jugando PlayStation antes de los partidos. Me sentía especial. Estaba entrenando para subir el Kilimanjaro en Tanzania y me invitaba a subir a Sabas Nieves. Necesitaba aflojar las botas. Me hablaba de muchos temas. Respondía todas mis preguntas sobre la vida. Amoldaba sus respuestas. Yo quería saberlo todo y se convirtió en mi ídolo. Corrí mis primeros 12k con él y su familia. Me acompañó hasta el final. Me buscaba en su Toyota Merú. Ambos vivíamos en Oripoto. En mi mente era mi pana y también primo del esposo de mi prima. Era como un primo. Muchas invitaciones eran de índole familiar como ir a ver la final España-Holanda del mundial de 2010.
Mientras me ayudaba con la tarea de matemáticas, porque en clase me costaba concentrarme en lo que no me gustaba, me hizo ver una pornografía que no sabía qué existía. Adultos con niños. Niños con niños. Me hizo creer que era normal. Me hizo hacer lo que veíamos en el video. Hasta que entendí que eso estaba mal. Tenía 11 años. Decidí parar. Me preguntó si se lo había dicho a alguien. Esa era su única preocupación. No, no lo había comentado con nadie. Se quedó tranquilo.
Igual iba a mi casa a tomar café con mi mamá. Yo lo evitaba.
Hace cuatro años en este mismo lugar donde estoy ahora, el sótano de la casa de mi prima y que me presta como oficina, una prima de él hizo un comentario que me permitió entender que todo seguía pasando. Videos, masturbación, niños. Yo sabía que no era el único, un familiar de él, menor que yo, sufría al mismo tiempo. Pero no había vuelto a saber de él, en mi mente estaba bloqueado. Necesitaba olvidarlo. Ese día decidí hablar, no pude contenerlo más. Esperé que mi tía estuviera sola en la cocina y cerré la puerta.
Tenía 18 años cuando lo conté por primera vez.
―Tía, a mí también me pasó.
―¿Te pasó qué?
Se me quebró la voz, se me salían las lágrimas. Yo no soy de mostrar emociones. Yo no muestro emociones y hablo poco.
―Me pasó con él.
Me abrazó. Lloramos. Lo hablamos. No le dije todo, no había madurado para eso.
Fue una noche larga.
Durante el desayuno y junto a mi tío me dijo que se lo tenía que contar a mi papá. Yo tenía miedo, me sentía cómplice por haber hablado y por no haber hablado antes también. No sabía cómo iba a reaccionar, tiene un carácter muy fuerte. Por primera vez escuché llorar a mis padres de verdad, por teléfono. Yo vivo en Francia, ellos en Caracas. Se sintieron culpables. Y no lo son. Mi papá estaba furioso, sé que le advirtió a ciertas personas acerca del personaje después de escucharme. No lo hizo de manera pública porque quiso proteger mi privacidad, hasta que yo decidiese hacerlo. No sé si llegó a decirle a alguien que yo era la víctima, no se lo he preguntado, es una buena pregunta. Se la voy a hacer. Mis padres se encargaron de hablar con la familia para darme un poco de tranquilidad. De igual manera me llegaron algunos mensajes.
Desde el domingo 22, después de publicar el post en Instagram y cuatro años para sentirme preparado para hacerlo, no he podido dormir. No esperaba la magnitud de la reacción, por un lado la solidaridad, por otro la cantidad de casos, muchos peores que el mío. El lunes tuve que hacer una presentación a mis jefes vía teletrabajo. No me había preparado bien y aún no sé cómo pero hice la mejor presentación que he hecho hasta ahora. Mi jefa me felicitó. Estaba muy sorprendida porque le expliqué por lo que había pasado y aún así estaba cumpliendo con mi trabajo y bien. Me apoya, aunque no ha leído el post porque no habla español, y me exige un balance entre todo esto. Tiene razón. Tiene tres hijos.
Necesitaba prevenir para obtener paz conmigo. En Caracas existían rumores sobre él y la gente se hacía la loca. Niños yendo a la playa con él. Chaperón de promociones de bachillerato. Posadas enteras alquiladas por él. Me sentía responsable de lo que sabía podía pasar. Se acercó al círculo de mi hermana menor.
Sin el apoyo de mi prima y mi tía no hubiera podido hacer esto. Mis padres están orgullosos de mí, del paso que di. Ellos fueron a poner la denuncia en la fiscalía y participé con una video llamada. Para mí la familia es lo primero. Ha sido mi gran soporte. Soy muy afortunado de tenerla.
Me tomó cuatro años poder hacerlo público porque no estaba emocionalmente listo. Asimilar, procesar. Él me hablaba de la homosexualidad, de las relaciones entre tres hombres, dos hombres y una mujer, dos mujeres y un hombre. De eso conversaba subiendo El Ávila. Decía que para la sociedad era un tabú hablarlo. Yo escuchaba y aceptaba. Quería hacerme creer que las relaciones sexuales entre niños y adultos también eran algo común. Así justificaba su delito.
Si lo tuviera enfrente ahora no estoy claro en qué haría o diría, creo que oiría primero qué tiene él que decirme. Mi tía me habla sobre el perdón. Una persona como él debe reconocer todo el daño que ha hecho primero. No estoy diciendo que podría perdonar o no. No lo sé. En realidad no tengo nada que hablar con él. Mientras yo estuve callado él siguió su vida normal, rodeado de menores. Creo que ahora debe estar viendo cómo salirse de esta, pero no tiene salida. No creo en su remordimiento.
Soy caraqueño, pero estuve hasta segundo año de bachillerato en Caracas. No me sentía bien en el colegio. Hablé con mis padres y me fui del país a hacer un bachillerato distinto, en Colorado, EEUU, especializado en deportes y arte. He hecho motociclismo, Kitesurf, bicicleta, todo con mi papá. Desde que era chiquito mi sueño era volar, ahora donde vivo, en Grenoble, hago parapente y lo quiero hacer hasta el final de mi vida. He volado más de cinco horas sin parar, ochenta kilómetros. Navego lo invisible, el aire. Soy libre.
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José Godoy, 22 años.
Máster en Comercio Internacional, Paris School of Business, Francia.
Actualmente hace una pasantía en una empresa de ropa deportiva.
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El abuso sexual infantil es una forma de maltrato que priva a los niños y niñas de sus derechos y bienestar. Afecta su salud física y emocional y su desempeño escolar. El agresor utiliza su poder, dado por la diferencia de edad, su autoridad, fuerza física, o recursos intelectuales y psicológicos, para someter a un niño y satisfacerse sexualmente. En Venezuela no hay datos oficiales actualizados sobre este delito. Sin embargo, el fiscal general Tarek William Saab informó en enero, en una rueda de prensa, que ha recibido en dos años de gestión 8.966 casos de abusos sexuales infantiles.
¿A quién acudir?
1. Consejos de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes
Estos órganos administrativos pueden dictar medidas de protección e intervenir en casos de maltrato y de abuso sexual. Consulte en el siguiente enlace el directorio nacional de los consejeros de protección de cada municipio del país: Directorio de los Consejos de Protección.
2. Ministerio Público
Teléfono: 0212-5098684
3. Defensoría del Pueblo
Teléfono: 0212-5077071
Correo electrónico: atencionddp@defensoria.gov.ve
4. Servicio de atención psicológica de Cecodap
Teléfonos: 0424-1804002 (mensaje de texto) | 0414-2696823 / 0424-2842359 (WhatsApp)
Correo electrónico: cecodap.sap@gmail.com
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Roberto Mata
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