90 AÑOS DE JACOBO BORGES

Jacobo literario

Jacobo Borges fotografiado por Vasco Szinetar.

28/11/2021

Mi primer Jacobo Borges fue una pintura abstracta que colgaba en una de las paredes de la biblioteca del Ateneo de Valencia. Había sido reconocida con el primer premio en el Salón Arturo Michelena, organizado por la institución cultural. Esta obra no sería la única vinculación del artista con la capital provinciana. Jacobo, durante los sesenta y setenta, sería uno de los principales animadores del excitante movimiento cultural valenciano que se desarrollaba alrededor del triángulo de oro de la Escuela de Artes Plásticas “Arturo Michelena”, fundada y dirigida por el maestro Braulio Salazar; la Escuela de Teatro “Ramón Zapata”, a la cabeza de la cual estuvo durante años el director de teatro Eduardo Moreno; y el Ateneo con sus diversas directivas.

Hace poco, hablando con Jacobo, recordábamos esos años en los que se trasladaba a la ciudad carabobeña a enseñar en la Escuela de Bellas Artes o/y en la de teatro. Resultado de la colaboración con esta última fue el montaje, con Moreno, de Experimento No.1, una especie de preámbulo a su ambicioso Imagen de Caracas. Sin embargo, mi trato con el artista seguía limitado a su inquietante pintura en la biblioteca del Ateneo.

A Jacobo en persona lo conocería más tarde, durante la apertura de su exposición de magníficas serigrafías en una galería de la ciudad que tenía relaciones con la legendaria Estudio Actual de Clara Diament de Sujo. Pero no pasaría de un apretón de manos, mientras seguía de cerca la evolución de su iconografía marcada por un aliento proteico, inquieto, siempre en movimiento.

Me daba la impresión, desde mi distancia valenciana, que se trataba de un artista que tenía cantidad de cosas que expresar y que un solo estilo, una sola maniera, le parecía insuficiente. Hoy diría que Jacobo no es un artista de trayectoria “darwiniana”, con etapas previsibles en el desarrollo de su plástica. No sólo su estilo no es evolutivo, es que ni siquiera el soporte ha sido el mismo. Como Richter, Jacobo lo ha probado todo: desde el dibujo (es uno de los mejores dibujantes de su generación) hasta el cine. Sin olvidar sus escritos sobre arte, muchos de ellos publicados en la revista Cal.

Jacobo Borges fotografiado por Vasco Szinetar.

Si se hubiese dedicado a la literatura, habría incursionado en todos los géneros, novela, ensayo, drama y poesía. Es un distinguido miembro de la tribu de “pintores literarios”, entre los que cuento a Braque, Dubuffet, Motherwell, o Twombly. Su serie de lienzos y serigrafías Los generales debe considerarse su aporte, y uno de los mejores, a la narrativa de los dictadores latinoamericanos novelizados por Roa Bastos, Carpentier o García Márquez.

El sentido literario de su plástica es lo que me ha llamado la atención desde los tiempos del Ateneo de Valencia. Un signo que, como se recuerda, llamó la atención de Julio Cortázar, quien le escribió un fantástico relato. Y tiene que haber sido lo que atrajo al Premio Nobel Peter Handke, de quien terminaría siendo su amigo durante su residencia en Alemania. No es casual, y no sé de quién fue la idea, que se haya escogido precisamente una pared de la Biblioteca del Ateneo de Valencia para colgar la pintura premiada. A mis diecisiete, cuando me encontraba a diario con aquella pintura, no sospechaba que mucho después, transcurridos más de cincuenta años, iba a ser privilegiado por este signo literario de la obra del artista.

En efecto, en una ocasión memorable en su estudio, adecuado con sus propias manos, de acuerdo con la autorizada Diana, para la ocasión, fui invitado por mi segundo Jacobo, y el definitivo, a leer los poemas de mi libro Exilio ante un grupo de amigos frente a la imponente Montaña, cuyo mejor cronista ha sido este artista de indeclinable lucidez. A sus noventa, Jacobo sigue buscando la mejor forma de expresar su particular idea del fenómeno humano.

La asombrosa policromía de sus últimos trabajos “abstractos” se inscribe en esta empresa primordial. Tal vez la única diferencia es que me da la impresión de que sus preocupaciones de ahora, antes y después de los rigores de la pandemia, tienen una deriva metafísica a la cual no había llegado cuando, hace más de cincuenta años, pintó el cuadro que se exhibía en la sala de lectura del Ateneo de Valencia.


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