Perspectivas

Ingeborg no llegó al Doney essa tarde

16/10/2023

Este texto de Alejandro Oliveros fue publicado por Prodavinci en 2022. En una versión ampliada aparece esta vez como un homenaje a Ingeborg Bachmann en los cincuenta años de su muerte

Retrato de Ingeborg Bachmann en el Museo Robert Musil en Klagenfurt. 2001. Jef Aerosol | Wikimedia

Esa tarde de octubre el vacío era el único sentado en la mesa.

“Primera vez que no viene en mucho tiempo”,
fue lo que me dijo el mesero del café Doney”.

Via Venetto sin ella estaba vacía. Lo mismo el Harry’s Bar,
donde fui a dar confundido en busca de una copa.

Releí los poemas que Bachmann le había dedicado a Apulia.

¿Qué fue lo que la impresionó de esa región tan lejana?

Bajo los olivos,
la luz derrama sus semillas.
La amapola reaparece con su parpadeo,
recogiendo el aceite hasta que arda
con ese brillo que nunca se apaga.

Siempre en movimiento y fija, como las estrellas de la Osa Mayor.

Con razón, Max Frisch la llama la “itinerante”. Una docena de  direcciones
aquí, en Roma, solamente. Todo un círculo.

En una época obligada
se debe huir de una luz a otra,
de un país a otro.  La brújula, bajo el arcoíris,
apunta al corazón. Ahora la vista del paisaje:
desde las montañas se ven los lagos;
en los lagos las montañas,
mientras en las nubes doblan las campanas
de un mundo único. Saber de qué mundo se trata,
está prohibido para mí.

Nunca se sintió bien en París. Ni siquiera cuando
coincidió con Paul Celan. “Ella no habló. Sirvió
el vino y se sentó a escuchar, sentada en la cama.
Lo único que me dijo fue eso, que no le gustaba París, pensaba que era
más luminosa. Eso fue en el Hotel de la Paix, en Montparnasse,

en 1948, yo había ido a saludar a Paul. Después no los volví a ver. Me vine
a Venezuela y aquí me quedé.” Así terminó su historia
un colega de la Facultad de Humanidades, de cuando la conoció. 

Una vez, la seguí hasta San Luigi dei Fiorentini.
No será para escuchar la misa que visita esta iglesia, no se lo perdonaría
su protestante padre si se entera, pensé. Al rato, bajo el oscuro barroco
que descendía, pesado como una niebla hipnótica, supe el
motivo de su visita. Sin la espada con la que atravesó
su cuerpo, reducido a malditas cenizas, en un punto
ciego de una columna, descansaban los torturados
restos de Borromini. Después, conmovida, siguiendo
los pasos del gran loco entre los adoquines, regresó
al 60 de via Giulia. En esos días escribió este poema:

Vienen días más duros.
El tiempo, postergado hasta nuevo aviso,
asoma por el horizonte.
Vas a tener que amarrarte los zapatos
y enviar los perros de vuelta.
Al  viento se han secado las vísceras
de los peces, y pobremente arde
la luz de las palmeras.
Rastrea la niebla tu mirada:
el tiempo, postergado hasta nuevo aviso,
asoma por el horizonte…
Vienen días más duros.

Cuando lo termine de traducir se lo enseño,
no creo que sepa español, aunque el italiano lo entiende.

Después de este trago, paso otra vez por el Doney.
Lo que me extraña es que tampoco vi a sus compañeros
de mesa, Marie Louise Kaschnitz, Toni Kilechmer,
Herman Kesten o Rene Hocke. A Max Frisch nunca
lo he visto por aquí. Creo que ella va visitarlo a Suiza.
Y a Celan menos, ahora felizmente casado con una francesa rica.
En cambio, a Henze lo he visto un par de veces
revisando con ella unas extrañas partituras.
Pero, sola o acompañada, siento su enorme soledad.
Como una huérfana de siete años perdida
entre los abetos de la Selva Negra. Imagino que todos
sus sueños fueron consumidos por el fuego de los bombardeos
de Dresde. Una vez, desde ni mesita en el Doney,
cerca de la suya, le escuché decir que, aunque Dresde
quedaba a unos treinta kilómetros de su pueblo,
sintió el calor de las llamas sobre su cabeza.
“De noche no dormía, pensando que el fuego
iba a devorar la casa mientras dormíamos”.
De regreso, frente a  la entrada del  Doney, el mesero de costumbre me  dice:
“La signora Bachmann no ha venido; al parecer,
ocurrió un accidente en el número 60 de via Giulia,
donde ella vive”. Al día siguiente, en La Stampa:

Después de quedarse dormida con un cigarrillo encendido entre los dedos, Ingeborg Bachmann, considerada por la crítica como una de las más relevantes escritoras austríacas contemporáneas, yace en graves condiciones en el Hospital San Eugenio de Roma, en el Centro Especializado de Quemados. El cuarenta por ciento de su cuerpo presenta quemaduras de tercer grado. Ocurrió el miércoles pasado 26 de sepiembre. A las 5.30am, Augusta De Vecchio, amiga de la Bachmann, recibió esta dramática llamada. “Ven rápido, estoy quemada”. La amiga la encontró en el baño, inmersa en el agua para tratar de aliviar el dolor. Ingeborg Bachmann, de 47 años, domiciliada en el número 66 de via Giulia fue inmediatamente conducida al hospital. El domingo pasado su situación se agravó a causa de un enfisema pulmonar. Sus amigos informan que en los últimos tiempos Ingeborg se encontraba en precario estado de salud debido a exceso de trabajo. Hacía uso continuo de sedativos y tranquilizantes. No se excluye que este haya sido el motivo de la desgracia. Quedan por aclarar algunos detalles que sólo la Bachmann podría aclarar. En este momento sus condiciones son tales que no le permiten hablar. La escritora ganó en 1950 el premio del “Grupo 47” con un libro de poesías. Alcanzó fama internacional en 1964 cuando le fuera concedido el Premio Büchner, el más prestigioso de Alemania. Consagrada entre los grandes de la literatura, se dio a conocer en Italia con la publicación de su novela más difundida, Malina. Justamente en Malina (donde el personaje ha sido definido por la autora como hombre y mujer al mismo tiempo con tendencia a la autodestrucción), hay una faceta autobiográfica. Una joven que trabaja frenéticamente, capaz de escribir durante días enteros sin detenerse, empeñada en terminar el ciclo de novelas en el cual trabaja desde hace años y que lleva por título “Causas de una muerte”. Mientras tanto, de Viena ha llegado una hermana de la Bachmann, quien acompañara a la policía en una revisión de la casa de via Giulia. Las respuestas a algunas hipótesis podrían encontrarse al lado de su máquina de escribir, entre las hojas y notas que dejó sobre el escritorio.

Esto fue publicado en La Stampa, de Torino, el 3 de octubre de 1973, catorce días después, el 17 de octubre, moría Ingeborg Bachman bajo el cielo de su segunda y última ciudad. De eso hace cincuenta años.  


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