Literatura

Inge Müller: Apuntes para (no) escapar

25/09/2023

Prólogo de ¡Que no me asfixie de hacer tanto silencio!, de Inge Müller. Traducción de Geraldine Gutiérrez-Wienken. Editorial Llantén, Buenos Aires 2021.

Dejo un pedazo de papel aquí, me voy, muero: Es imposible escapar

de esa estructura, ella es una forma

constante de mi vida.

Jacques Derrida

 

Al comienzo fue la mudez. Por un lado, un envión destroza su vida; y por el otro, refrenda la existencia de un cosmos a priori inalterable y vital. La poesía de Inge Müller entraña el núcleo de una ruptura (pienso en Edmond Jabès). Núcleo extremo y singularísimo (superlativo necesario). ¿Cómo vivir después de estar muerta? Esta es una pregunta sin respuesta que franquea su vida-escritura, maniobrando, con frecuencia y sin compasión, como un estrangulador, siempre detrás de ella.

Inge Müller es la voz «salvada» de la hora cero. Continuamente expuesta al miedo, al terror, a la intimidación, a la indignación, al desamor, a la censura, a la frustración, al duelo y, no por último, a la muerte, Inge sobrevivió a la guerra del 45. Sus poemas, piezas de teatro y textos en prosa, fragmentados y en apariencia inconclusos, delatan la estrecha relación que existe entre lenguaje y violencia. Quince años de arduas batallas, exploraciones y capitulaciones trascurrieron en su mundo interior ya resquebrajado, para que la poeta lograra versificar su tragedia. Quince años estuvo forcejeando con el fantasma de la muerte, removiendo, en silencio, cuerpos de los escombros. De ahí que sus poemas sean reservorios de una incomparable mixtura de urgencia, de entereza, de fragilidad y de extrema soledad, que la sostuvo durante apenas 41 años. Inge Müller no llegó a publicar ningún libro en vida.

En mi opinión, indagar en su legado literario significa comprender lo extremo, entrar en contacto con el cosmos de la conciencia que acompaña al sobreviviente, alguien que regresa del óbito. El siguiente pasaje de los Diarios de Kafka de 1914-1923, que a continuación traduzco, podría acercarnos a lo que me refiero al hablar de conciencia de sobreviviente, de la comprensión de lo extremo: 

El que con la vida (con)viviendo no termina, necesita una mano para defenderse de la consigna de su desesperación. Y esto ocurre de modo imperfecto. Con la otra mano, puede registrar lo que encuentra debajo de los escombros, puesto que él los ve diferentes y mejor que los otros. Él es un muerto en vida y, en realidad, un superviviente. Todo esto se da bajo la condición de que él no necesite ambas manos, y más de lo que tiene, para luchar contra la desesperación.

Según Kafka, el sobreviviente debe luchar contra su propia consternación, a sabiendas de que ésta es irreversible. Luego, puede permitirse, además, ser vocero de la tragedia. Siempre y cuando no necesite de toda su fuerza, su sistema nervioso y más, para lidiar contra su propia desventura. Bajo esta condición, la rutina del sobreviviente resulta asfixiante. La muerte no solamente vertebra su existencia y su creación, simultáneamente, sino que también cobra vida.

En analogía con la biografía de Inge Müller (1925-1966), pienso, por supuesto, en la de Ingeborg Bachmann (1926-1973), pues ambas poetas pertenecen a la misma generación de mujeres traumatizadas a consecuencia de la era bélica que damnificó a Europa durante la primera mitad del siglo XX. A pesar de su pulso poético, el destino de estas mujeres, en la República de Weimar, no fue ajeno a lo que Peter Handke concibiera como una «Desgracia indeseable» (Wunschloses Unglück, 1972). La generación de 1925 debió aprender a respirar bajo el agua (lo dijo George Steiner, en una entrevista de 2011).

Delante de los escombros está un niño

En un fragmento de la novela autobiográfica «Yo, Jonás» (Ich Jona), Inge Müller da cuenta de una niñez truncada. Se trata de una niña que crece luchando contra fantasmas reales y autoritarios: represión, agresiones y limitaciones en el ámbito doméstico. Astuta e imaginativa, ensaya estrategias de supervivencia, se opone contra las imposiciones de los otros. Apenas entra a la escuela, a los dos años, estalla la guerra. «Nosotros estamos aprendiendo no para la escuela, sino para nuestro pueblo alemán»; esta es una de las consignas con la que estos niños se forman.

Jonás es el visionario, a quien nadie escucha. El profeta resucitado que recorre su ciudad (Nínive/Berlín) con sus recuerdos y asociaciones. También es la niña reprendida injustamente por su madre (hija de un oficial prusiano). Jonás es la niña que se escapa a la casa de su abuela, la que ausculta los corazones de su entorno y escucha los sonidos del bosque. ¿Qué sucederá con Jonás?, se pregunta Inge Müller, en una entrada de su diario fragmentado de 1962, ¿cómo podría ser el devenir de un «Fausto femenino»? Protegida por la magia de los primeros años, ¿qué sucede en su lugar, si ella es empujada a la realidad por la bomba atómica?

La realidad a la que se refiere Inge es, en suma, su propia realidad: entre el 29 y 30 de abril de 1945, cerca de las 4 a.m., hora en que se solían suspender los bombardeos en Berlín, y las ayudantes eran enviadas a buscar agua, Inge quedó enterrada viva, junto a un perro, bajo los escombros de un edificio que se derrumbó cuando ella regresaba de buscar agua. A los tres días es rescatada. Camino a casa en medio de las ruinas encuentra el edificio de sus padres, también destruido por el bombardeo. En el sótano yacen los cadáveres de sus progenitores y de algunos vecinos. Ella misma los levanta y los lleva al cementerio en una carretilla.

Este trauma opera como un estrangulador a lo largo de su corta vida. La cifra 45 marca una cesura en su biografía, por ende, buena parte de sus poemas llevan este aditivo. La rima de sus poemas no evoca ni armonía ni disonancia. Su rima es premura, alimento, vida a la intemperie, defunción, vocablo para sobrevivir –de rima en rima, de caída en caída– al gran abismo.

 

ESCOMBROS 45

Me encontré ahí

Y en un pañuelo me envolví:

Un hueso para mamá

Un hueso para papá

Uno para el libro.

 

La conocida rima infantil con la que se convence a los niños a la hora de darles la comida: una cucharada para papá, una cucharada para mamá, sufre aquí una dislocación. Se trata de una niña que le da de comer a sus padres y cuya reanimación no ocurre de modo corporal o físico, sino de modo objetivo en el libro. El proceso de integración luego de la cesura, del estar muerta en vida, constituye un esfuerzo lingüístico. Los lugares de reunión como la rima son aquí polos contrarios. Por un lado, un pañuelo, el objeto que queda de la presencia física, el vestido que cubre y, por el otro, el libro, la envoltura objetiva.

¿Quién está detrás de mí?

En contraste con el panorama posbélico, estático y sin señal de cambio, la poética de Inge Müller contempla el desplazamiento, el movimiento hacia adelante, el forcejeo, el escape. A lo largo de su escritura, encontramos a una Inge siempre presta a escapar, a correr, a remover, a liberar, a luchar y a reflexionar. «El mundo tiene que andar/ […] ¿Pero adónde?», se pregunta en su poema «Alpinismo». Es evidente su conciencia de lo abismal y siniestro. Sirvan las siguientes notas sueltas de su diario de 1962 para ilustrar su poética de escape:

Al estilo de Gertrude Stein, su estilo de pensar, en el modo más femenino de pensar, en el que yo como mujer que escribe y que, realmente siente, puedo buscar lo femenino que hay en mí, para escoger y ser lo que soy cuando soy y escribo.

[…]

Gertrude Stein (Literatura inglesa):

El que corre, sabe leer.

(Una mirada de paso revela la existencia.)

De acuerdo al Diccionario de Oxford, el sentido de ‹to run› en inglés: no estar en el suelo con los dos pies, al mismo tiempo.

[…]

Chaplin

Buster Keaton

(Lorca, el paseo de Buster Keaton)

El hombre es convertido en objeto, en víctima.

Se corre peligro de que surja un nuevo mito. La máquina debe permanecer trasparente.

Beckett es el creador de ese nuevo mito. Nos sugiere que nuestro status quo es inalterable. El protocolo de la realidad es golpeado por la ceguera. […] (Adorno, Beckett-Ensayo): El «Juego final» es una verdadera geriatría.

Escribir para (no) escapar, pareciera ser el (no) lugar de su escritura Si echamos un vistazo al ensayo de Adorno sobre Beckett encontramos el «Juego final» que Inge Müller intenta fraguar para que su figura «Jonás» o el «Fausto femenino» se desarrolle y, en general, también su escritura, en medio de los detritos de la guerra: como si la detonación hubiese liberado todo aquello que estaba enterrado bajo el drama. Y este «todo» se volviera contra ella, acechándola permanentemente.

Traducir para (no) escapar

Poemas escuetos con nombres propios o iniciales (de amigos, muertos o desaparecidos), son formas constantes en la poesía de Inge que perturban y, al mismo tiempo, incitan a la reflexión por su condensación y tono lacónico. ¿Qué queda cuando una persona muere? ¿Un nombre? ¿Una inicial, dos? ¿Lo vivido? Pero, ¿qué es lo vivido? ¿La amistad? ¿El (des)amor? ¿Una traducción? ¿Un pedazo de papel?

Asimismo, la reflexión sobre la naturaleza escueta de sus poemas conduce a un infinito destierro, puesto que su estado de soledad, su condición de sobreviviente corta todo indicio de contigüidad y de tierra firme. Sus vocablos se abren a un vacío, casi inerte. En sus poemas se respira esa calma que sucede a un evento siniestro, en ellos figura un gesto atragantado, un «como si» el poema mismo se (nos) tapara la boca.

 

TAL VEZ VOY

A desaparecer de repente

Porque no me alcanza el aire

Y el cadáver

No puede ser localizado.

«Tal vez voy» fue uno de los primeros poemas que leí de Inge. Su corpulento final todavía me estremece y acorta el aliento. Allende la terrible actualidad de su registro, su denuncia, su intermediación, su profunda honestidad y su urgencia, la poética de Inge concierne destinos atravesados o demolidos por la historia, así como también de aquellos que no pudieron o no quisieron seguir viviendo: pienso en el poema de Hilde Domin «Escapar de aquí» dedicado a Paul Celan, Peter Szondi y Jean Améry (Aufbruch von hier). «Tal vez voy a desaparecer de repente» (1937) es el título de un poemario del poeta húngaro Attila József que Inge comienza a traducir y por el cual llega a la poesía de Vladimir Maiakovsky. Ambos poetas se suicidaron jóvenes, Attila a los 34 y Vladimir a los 36 años.

La traducción de la poesía de Inge ha sido un ejercicio de alpinismo, un constante resbalar en el terreno de la pregunta ¿Cómo se puede sobrevivir si la muerte, que es lo más seguro que tenemos, no ocurre? Así como el profeta Jonás fue escupido por la ballena, Inge fue devuelta a la vida. Después de la tragedia sobreviene la mudez –ese tiempo de violencia transcurre en silencio. Quince años de asfixia, dando vueltas a la espiral de su trauma, chocando contra sus propios límites como ser humano. Quince años sacando de los escombros fuerza y vida para escribir.

Tras la muerte de Inge Müller, su patrimonio pasó a ser propiedad de su marido Heiner Müller. Se sabe que en 1964 o 1965 Inge Müller había hecho una compilación de poemas, que entregó a Joachim Schreck, entonces editor de Aufbau-Verlag, para su publicación. Inge había sido sumamente reservada con su poesía, surgida en medio de catarsis, tal vez, a raíz de la muerte de su abuela materna Martha, en 1959. El primer sorprendido por sus poemas fue su marido. Casi veinte años tuvieron que transcurrir para que su poesía fuera editada, por primera vez, en 1985.

«Que no me asfixie/de hacer tanto silencio» es un diario de guerra de una mujer que siempre se movió en contra del viento. Cada verso marca la hora cero y los segundos de respiración de Inge. El tono de sus versos que juega con el lenguaje coloquial e inmediato, su alegría de vivir, su voluntad de intensificar la existencia, de discutir y denunciar, a través de la lectura y la escritura, logra suspender, por segundos, el verdadero escándalo humano: tener que morir, «Si he de morir», dice la poeta, y en la anticipación del instante de felicidad, el tiempo, que corre hacia la muerte, se detiene inesperadamente. El lugar para esta experiencia es el poema, un pedazo de papel. Para escapar. Sin máscaras.

***

Bibliografía:

– Domin, Hilde: Canciones para dar aliento. Traducción de Geraldine Gutiérrez-Wienken. Editorial Llantén, Buenos Aires 2018.

– Derrida, Jacques: Leben ist Überleben. 2. Aufl. Passagen Verlag 2017.

– Geipel, Ines: Dann fiel auf einmal der Himmel um. Inge Müller Die Biografie. Rowohl 2004.

– Geipel, Ines (editora): Müller, Inge: Irgendwo; noch einmal / möchte ich sehn. Lyrik, Prosa, Tagebücher. Mit Beiträgen zu ihrem Werk. Aufbau-Verlag, Berlin 1996.

– Hilzinger, Sonja (editora): Müller, Inge: Daß ich nicht ersticke / am Leisesein. Gesammelte Texte. Aufbau-Verlag, Berlin 2002.

– Kafka, Franz: Tagebücher 1914-1923. Originalfassung. Suhrkamp, Frankfurt am Main 2008.

– Pietraß, Richard (editor): Wenn ich schon sterben muß. Aufbau Verlag, Berlin 1985.


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