Entrevista

Gerver Torres: «La reconstrucción no es volver a montar lo que teníamos antes»

Fotografías de Roberto Mata

04/03/2018

Le propongo a Gerver Torres que pongamos la mirada en el año 89. Un punto de quiebre para la sociedad venezolana. Escenario, además, de un oscuro episodio bautizado como el Caracazo.

La experiencia de este economista en países de América Latina, Asia y el Medio Oriente, en procesos de transformación económica y transición política, sin duda, puede arrojar luces para entender la profunda crisis en que está inmersa la sociedad venezolana. La elipsis que ha descrito el país pareciera darles la razón a quienes plantearon la necesidad de introducir un revulsivo que dinamizara a un liderazgo político anestesiado y a un empresariado alérgico a los cambios. Pero esta entrevista no se trata de un “se los dije”, ni es un espacio para el resentimiento. Todo lo contrario, aquí hay hallazgos y aprendizajes. El problema del liderazgo, el reto de construir ciudadanía y una institucionalidad débil o en formación que fue destruida por el chavismo, supera con creces las recetas económicas, a estas alturas convencionales, de cómo superar la hiperinflación, por ejemplo. La reconstrucción del país es más retadora, pero no es una tarea para espontáneos sino para estadistas.

Si miramos al año 89 y al episodio que quebró a la sociedad venezolana, el tristemente famoso Caracazo, ¿qué diría usted? ¿Se han agravado las causas que provocaron el estallido social?

Las condiciones que tiene el país no solamente son peores a las que tenía en 1989, sino que son las más graves de su historia republicana. Similares a las de la Guerra Federal o incluso a las de la Guerra de Independencia. No hay nada equivalente a lo que estamos viviendo hoy. El nivel de destrucción de la infraestructura física, por tomar un ejemplo, se resume en una palabra: colapso. Si hablas de la institucionalidad, que es más importante todavía, y que en su momento era débil o en formación, la palabra sería destrucción. Si hablas de los desequilibrios macroeconómicos, nunca habíamos experimentados hiperinflación, estos niveles tan elevados de escasez o la caída tan pronunciada y por tantos años de la actividad económica, lo que se ha convertido no solamente en un hito latinoamericano sino mundial. Si hablamos de niveles de pobreza, ahí tienes la cifra del estudio Encovi: 87% o quizás más. En términos de salud, han reaparecido todas las enfermedades endémicas.

¿Qué explicaría entonces el hecho de que no se haya producido un estallido social?

Yo creo que, de alguna manera, el Caracazo fue una expresión del país posible en el sentido de que había mayores libertades. Era un país donde la gente sentía menos temor de salir a la calle y expresarse y también de cometer actos violentos como los que se cometieron, de saqueos, de destrucción, etcétera. Pero lo que hoy impide eso es la presencia de un Estado, de un gobierno, totalitario, que tiene en la represión un arma fundamental de sostenibilidad.

Uno puede decir que la propuesta de mirar hacia la modernidad, hacia una economía competitiva, como las que hoy rodean a Venezuela y que son objeto de envidia, se sustentaban en el 89 en una posibilidad real, a pesar de las anclas muy profundas que se oponían a los cambios, pero hoy nos impulsa el hambre, el sufrimiento, la destrucción. ¿Son dos cosas distintas, no? ¿Usted cree que la angustia nos puede llevar al cambio?

Lo que puede ocurrir aquí, yo quisiera además que sea pronto, es que el quiebre de este régimen, su desaparición, va a dar lugar a un sentimiento nacional muy fuerte de resurrección, de comienzo, de un rumbo que se vuelve a encontrar. Es un momento extraordinario, que genera muchísima energía. Es lo que viven los pueblos que han pasado por procesos de reconstrucción, en Europa y Japón. A mí lo que me preocupa es que ese sentimiento, ese entusiasmo, esa energía que se va a dar en el momento en que se produzca ese quiebre, no estemos preparados para sostenerlo, para profundizarlo y para valernos de él y lleguemos a las metas a los que tenemos que llegar.

¿Le preocupa porque no hay institucionalidad o porque no tenemos los recursos? ¿Por qué no tenemos la masa crítica que pueda conducir esa transformación?

Me preocupa por una combinación de varias cosas. Uno: por la posible falta de claridad del liderazgo político acerca de la envergadura y de la manera en que hay que plantearse la reconstrucción. Dos: por la falta de consciencia que pudiera haber de que ese desafío no es un programa de gobierno, sino el producto de un gran acuerdo nacional, pero también de una postura inspiradora y muy genuina de ese liderazgo. El tema de recuperar niveles de vida que tuvimos en el pasado no es lo más importante, porque cuando los venezolanos despertamos un día sabiendo que hemos cambiado el rumbo, que ahora vamos en la dirección correcta y hay esperanza, en ese momento nuestro bienestar va a mejorar significativamente. Si el liderazgo no responde adecuadamente a ese reto, la necesidad de cambio y la energía esperanzadora puede durar poco.

Ha ido al meollo del asunto, a la cuestión que significa la visión que pudiera tener el liderazgo. Yo no sería tan optimista y diría que en el 89 teníamos un liderazgo mejor que el actual. Era un liderazgo probado en la reconstrucción de la democracia. Algo de razón pudieran tener los señores del gobierno cuando dicen que el liderazgo opositor no tiene una propuesta clara.

Las propuestas están, lo que nos ha faltado es la narrativa. En ese sentido, creo que los líderes democráticos deberían asumir la narrativa de la reconstrucción. Porque ella se contrapone muy bien a la del gobierno, que ha sido la destrucción y la división. Sería, por contraposición, unidad y construcción. El resurgimiento, la resurrección, son ideas muy poderosas, no sólo en Venezuela sino en el mundo entero. Yo digo que la reconstrucción es la tarea y también es la narrativa. Las propuestas existen e incluso son convencionales, de cómo recuperar la estabilidad macroeconómica, de cómo se recupera el sector eléctrico, de cómo se recupera la salud, eso está, pero nosotros necesitamos apropiarnos de la narrativa transformadora y luego desarrollarla. Ese es el reto del liderazgo, entre otras cosas, porque su tarea fundamental es generar esperanza.

Si la narrativa de la reconstrucción es la clave, tiene que tener un rostro, tiene que ser de carne y hueso. La tendría que encarnar un líder y yo no lo veo. ¿Usted lo ve?

La narrativa tiene que convertirse en carne y hueso, en actores concretos. Mi aspiración es que en esta etapa, en la que se pueden producir cambios muy acelerados, es que parte del liderazgo existente, y parte de un liderazgo nuevo que emergerá en medio de esta profunda crisis, sea capaz de asumir, de apropiarse y de encarnar la narrativa de la reconstrucción y entenderla como gran tarea nacional. Parte del problema que tenemos que resolver es también reconstruir nuestro liderazgo, reconstituirlo. No hay un elemento de la reconstrucción que se pueda plantear aisladamente, porque el país está, vamos a decirlo claramente, ¡arrasado! Paradójicamente, una situación de tierra arrasada te da la oportunidad de hacer lo que nunca habías hecho.

En el año 89 el precio del barril de petróleo era de siete dólares y el Estado tenía el control de varias empresas deficitarias, cuya actividad económica, sin embargo, era verificable. Ahora tenemos un cementerio de empresas y la gallinita de oro, PDVSA, que anteriormente fue ordeñada por los gobiernos de turno, actualmente está totalmente destruida. ¿Cómo se resuelve ese asunto? ¿Privatizando? ¿Qué viene?

La situación económica del país es extremadamente difícil. El país no va a salir adelante sin una asistencia financiera internacional masiva… masiva. Pero esa misma situación de crisis extrema, también representa, a mi juicio, una oportunidad. Una de los errores que no podemos repetir es que no aprovechemos la crisis en su total profundidad. Eso nos obliga a que aprendamos todas las lecciones de la crisis y a que hagamos todas las reformas que la crisis nos obliga a hacer. Por ejemplo, el financiamiento, a través de una renta petrolera, de un aparato público estatal ineficiente y corrupto, ya no es posible. Un aparato que es “público” —así, entre comillas— porque está al servicio de pequeñas roscas que tienen el control de esas empresas. No va a haber recursos para invertir en ellas. Vas a tener que abrirlas al capital. Un nuevo gobierno en Venezuela se va a tener que plantear no sólo la movilización masiva de capital privado, sino de todos los recursos sociales —financieros, tecnológicos, gerenciales— para estimular que organizaciones como Fe y Alegría, por ejemplo, asuman un papel mucho más importante en la sociedad. Vas a tener que apalancarte en salud, en infraestructura, en todos los sectores.

La tarea es de dimensiones épicas porque los venezolanos se van a tener que probar, no ya en la retórica de la Independencia sino en los hechos concretos de la reconstrucción. Huir del país se ha convertido en lo más sensato que puedas hacer. El caso más dramático de esa fuga es PDVSA: 20.000 profesionales despedidos y una industria hecha añicos.

Dos consideraciones sobre ese punto. En primer lugar, si bien se ha ido mucho talento, todavía el país cuenta con muchísimo más talento. En segundo lugar, los que se han ido, e incluso gente que nunca ha vivido en Venezuela, podrían sentirse atraídos poderosamente ante el llamado de la reconstrucción nacional. Cuando comience la reconstrucción va a estar planteado —y esta es una tarea del liderazgo— el vuelvan caras: que fue la consigna de Páez en la batalla de las Queseras del Medio, por cierto esa batalla fue el 2 de abril de 1819, o sea que estamos cerca del bicentenario. Si el liderazgo es capaz de generar la inspiración que necesitamos, si le habla a los venezolanos que se fueron y a los que se quedaron, si eso se hace bien, como se hizo en otras etapas de nuestra historia, incluso con planes de inmigración, mucha gente se entusiasmaría con la idea de reconstruir a Venezuela. Los países que asumen la tarea de la reconstrucción con un espíritu de grandiosidad y de transformación se convierten en un lugar donde mucha gente quiere vivir.

¿Usted cree que vamos a tener éxito?

Nada está escrito, ni el fracaso ni el éxito. Pero yo sí digo que nosotros podemos seguir adelante. Yo digo que la sociedad venezolana no está consciente de la magnitud real de los problemas, pero tampoco está consciente de su potencial. Parecieran dos pensamientos que no armonizan muy bien. Si el liderazgo no está consciente de la gravedad de la crisis pudiera interpretarse que sus opciones para salir adelante son menores o no existen. Y eso no es así, necesariamente. Tú puedes no estar consciente y por lo tanto plantearte opciones que no son realistas o posibles. Por ejemplo, si no estás consciente de la profunda crisis de las empresas públicas, te pudieras estar planteando revivirlas con una gerencia nueva y algún tipo de recursos. Esa opción ya no es viable. Además de la hiperinflación, de la cual se habla todos los días porque es un problema angustiante, cotidiano, tienes otros más complejos y difíciles: la destrucción institucional, el narcotráfico, la corrupción, la pérdida de gobernabilidad, entre otros. De la hiperinflación sales con un conjunto de medidas, pero la reconstrucción institucional no es una tarea que haces de la noche a la mañana. El hecho de que un problema te esté afectando más, no quiere decir que sea el más grave.

A los venezolanos nos ha costado muchísimo construir ciudadanía, quizás porque desde el Estado no tenemos instituciones que coadyuven a ese objetivo. Pudiera ser como el acertijo del huevo y la gallina. ¿Qué es primero la ciudadanía o las instituciones? Es un tema absolutamente desvalorizado.

Sí, por eso creo que la reconstrucción hay que planteársela en múltiples dimensiones. Digo que la gente, cuando habla de reconstrucción, piensa fundamentalmente en infraestructura física —carreteras, puertos, aeropuertos—, piensa en edificios, piensa en la economía, pero hay dimensiones más blandas, por decirlo de alguna manera, que son igualmente claves. Me refiero, por ejemplo, a la reconstrucción ética de la sociedad, a la reconstrucción cultural del país y a la reconstrucción de los tejidos sociales. Ésa que acabas de mencionar es una de ellas. No podemos decir que habíamos avanzado mucho en la construcción de ciudadanía. Eso tiene que ver con la formación de la sociedad y del Estado en Venezuela. De un petroestado que financia a los ciudadanos y a la sociedad y no al revés; por tanto, los ciudadanos no tienen ni interés ni incentivos para auditar y supervisar al Estado. Conclusión: no hay reconstrucción del país si no construimos una nueva ciudadanía que incluye compromisos, participación y responsabilidad individual.

Eso sí sería liquidar el modelo rentista.

Por eso la reconstrucción no es volver a montar lo que teníamos antes. Es construir algo mejor, más profundo, más denso. Yo creo que esa es la oportunidad que tenemos los venezolanos.

¿Qué potenciales tenemos como sociedad para enfrentar ese reto?

El país tiene activos, tiene oportunidades, por supuesto, al lado de las amenazas y de las dificultades. Cuando pasamos la página y nos preguntamos qué tenemos nosotros a favor, diría que más de lo que solemos ver. Por muchos años tuvimos una economía de gran crecimiento y ninguna inflación; nosotros construimos una de las infraestructuras de mayor calidad en América Latina; Venezuela tuvo un sistema educativo que incorporó masivamente a la población que se fue urbanizando y permitió una movilidad social importante; a la vez que erradicamos las enfermedades endémicas, antes que muchos países. Son logros en nuestra historia sobre los cuales podemos apalancarnos. Somos una sociedad sin conflictos étnicos o religiosos. Este es un país sin discriminaciones por procedencia geográfica como ocurre en Ecuador o Bolivia. Somos un país joven, con una media de edad de 28 años. No estoy citando para nada las riquezas naturales, que suelen ser la carta de presentación de un país. Pero que Venezuela las tiene y enormes. Nada de eso te dice que tienes el futuro resuelto, pero sí marca los puntos donde puedes apalancarte.

Los sectores populares están realmente desengañados, pero también desconfiados. Ya nadie cree en nada y la figura del mesías está devaluada.

Este largo proceso que se conoce como el chavismo ha dejado un aprendizaje. Voy a mencionar tres cosas. Los venezolanos aprendimos que es posible cambiarlo todo y de manera radical. Yo recuerdo, cuando fuimos gobierno, que la gente decía que las transformaciones no eran posibles, que allí estaría siempre ese Congreso, que siempre sería Acción Democrática y Copei… y lo que ocurrió con el chavismo es que volteó el país y lo puso patas arriba y nos cambió hasta el nombre. ¿Cuál es la ventaja que veo allí? Que cuando tú aprendes que las cosas pueden cambiar en una dirección, adviertes que también pueden cambiar en otra. Dos: los venezolanos, a mi modo de ver, se convirtieron en actores sociales más conscientes. Saben que forman parte de una sociedad y que están afectados por una dinámica macroeconómica y social. Tres: hemos advertido que de esta crisis salimos todos adelante o no sale nadie. Lo que nos planteemos tiene que tener un carácter inclusivo. El chavismo levantó las banderas de la inclusión y terminó excluyendo, incluso, a sus propias bases. Por eso fracasó.

¿Qué tendría que hacer el liderazgo democrático, después de la fractura social que provocó el chavismo y de la cual no tenemos plena consciencia, para que los venezolanos se unan alrededor de la reconstrucción y los sectores populares adviertan que hay cosas redituables a favor de sus intereses?

La gente se ha desconectado del chavismo, pero no se ha conectado con el liderazgo opositor. Muchos están en el espectro de la oposición, simplemente por rechazo al régimen y no porque comparta una misma visión del país que hay que construir. Para estar juntos no solamente tenemos que estar unidos en lo que rechazamos, sino en lo que queremos. Yo creo que el tema de la reunificación de los venezolanos sigue siendo una de las grandes jugadas que tenemos que hacer, a las que hay que apostarle, en la que vale la pena invertir. El liderazgo político, el país, todos le tenemos que dedicar esfuerzo, pensamiento y atención, en términos de cómo hacemos para que nuestra reunificación, como pueblo, no sea solamente un discurso, sino una práctica real que incluya el respeto, la tolerancia, la aceptación del otro, la aceptación de la diversidad como algo que nos enriquece y que además tenga expresiones políticas y económicas que sean para todos.


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