PerspectivasViolencia contra las mujeres

#GarzónViolador: ella no pudo decir que no

Protesta frente al local Garzon Uniformes en Buenos Aires, donde una mujer venezolana fue violada. Fotografía de Nelson Dudier.

29/01/2021

El mareo es lo último que recuerda, junto a la tienda cerrada y los mensajes a su madre y a su hermana, después del desconcierto que le produjo aquel vaso de agua. La despertaron de la niebla y del horror los golpes de la policía en la persiana del local. Eso y la voz de su atacante pidiéndoles “¡Un momento!” mientras intentaba vestirla y limpiarla. 

Lavarla como si ese cuerpo de mujer fuera un objeto.

El sábado 23 de enero de 2021 debía ser el primer día del trabajo, con el que ella esperaba ayudar a mantener a su familia, como vendedora de la tienda Garzón Uniformes, ubicada en Paso 693, en el barrio de Balvanera, en Buenos Aires. 

No pasó. 

Fue drogada y abusada por quien sería su jefe, Irineo Humberto Garzón Martínez, en un hecho que ha conmocionado a la comunidad venezolana y a los medios de comunicación argentinos.

Ella no pudo decir que no.

La joven fue violada en Garzón Uniformes, tienda a la que había ido para una entrevista de trabajo. Fotografías de Nelson Dudier.

El recuerdo de todos será un video tristemente viral de ella (sin nombre para muchos, pero que podría llamarse Andrea, Lucía, Daniela) cuando era sacada del lugar en una silla de ruedas, incapaz de valerse por sí misma y apenas tomando conciencia de lo ocurrido. 

Aun así, al ver a su madre, no pudo sentir alivio sino vergüenza. Y le pidió perdón.

El crimen contra esta chica duele ahí donde duelen los miedos. Duele la idea de sentirse expuesta y vulnerable. Duele el despertar que tantas dieron con ella.

Este crimen agrupa en un solo hecho varias injusticias: la posibilidad de ser violentadas por el simple hecho de ser mujer, la doble vulnerabilidad que deriva de la condición de migrante y la incoherencia judicial de juzgar en libertad a un violador detenido en flagrancia, sólo porque carece de antecedentes penales comprobados.

“Perdónanos a nosotrxs, Lucía
Perdónanos a nosotrxs, Daniela
Tu lucidez es la nuestra
Tu valentía es la nuestra”

Una red que salva

La madre de la víctima habla en la televisión. Alza su voz en todos los canales que se le acercan, pidiendo justicia para este crimen que violentó la integridad de su hija. En una de las tantas entrevistas, uno de los periodistas le pregunta qué cree que hubiera pasado si ella no avisaba a tiempo a la policía. La madre guarda silencio. Y el silencio en la televisión tiene peso. Segundos después, responde que sólo puede agradecer tenerla a su lado. 

En Argentina, las estadísticas reportan un femicidio cada 29 horas.

A ella la salvó esa red de afectos que alcanzó a reaccionar a tiempo. 

El asunto es que, al emigrar, somos muchas las mujeres que, junto a nuestras casas y nuestros empleos, también hemos dejado atrás nuestras redes de apoyo. 

La madre de la víctima habla sobre el caso a la prensa. Fotografía de Nelson Dudier.

Pienso en aquellas que tal vez fueron violentadas, por Irineo Garzón o por cualquier otro hombre, y no supieron a quién avisar en una ciudad de desconocidos. En aquellas que han sentido temor de denunciar ante la Ley de un país ajeno. 

Son muchas sin DNI, con apenas el papel arrugado de la residencia precaria. Son muchas las que no han podido pedir perdón a sus madres. Son muchas las que no tuvieron quien las absolviera diciéndoles que no había nada que perdonar porque nadie elige ser víctima. 

La culpa nunca es de la víctima: lo único que hace falta para que ocurra una violación es un violador dispuesto a delinquir… y nada más, porque buscar empleo, sentir sed al mediodía durante el verano y aceptar un vaso de agua no deben ser factores de riesgo. 

Y es aquí donde este crimen se me cruza con otros.

El recuerdo de una conocida que fue abusada en el parque que quedaba detrás de su casa en Venezuela sin que su caso saliera en las noticias, el de la alumna acosada por un profesor del liceo, el de la joven manoseada por un hombre en el autobús, cada una de esas esposas que esa noche no querían…

El agresor contactó a la joven en un grupo de venezolanos en Argentina, en Facebook. Fotografía de Nelson Dudier.

Hago el ejercicio de buscar otras historias y consigo en la web textos enteros sobre mujeres forzadas por los Guardias Nacionales en las trochas que cruzan hacia Colombia, ahí donde la violencia es tanta y tan frecuente que el dolor y las esperanzas de las víctimas se pierden entre el dengue y la anomia. Consigo el horror de la nena tucumana embarazada por el abuelo y que fue obligada a parir, aunque a sus once años pedía que le sacaran “Eso que el viejo le había metido adentro”. Consigo a la adolescente que fue a ver a sus amigas y despertó en otra casa sin saber qué había ocurrido y a otra que luego fue encontrada asesinada en una zanja.

“Y verte reír de nuevo como se ríe a los dieciocho.
Y verte soñar de nuevo como se sueña a los dieciocho.
Y algún día bailar juntas.
Todas.
Contigo.
(Con vos).
Y que sigas adelante con alegría rotunda,
porque las luces que se aproximan son las nuestras”

Estar juntas y en las calles

Queremos y exigimos ser libres, no valientes. Cuando la violencia contra nuestros cuerpos es tan frecuente como para que haya quien normalice la cifra de un femicidio cada 29 horas, alzar la voz es más que un acto de rebeldía.

No queremos ceder de nuevo la comodidad de nuestro silencio, porque en crímenes como éste lo único inmoral es la injusticia.

Hoy, como decía Angela Davis, sentimos esa “idea radical que sostiene que las mujeres somos personas”. Y es en medio de este dolor compartido que la unión se parece a la esperanza.

La fiscalía ha dicho que estando en libertad el acusado podría entorpecer la investigación. Fotografía de Nelson Dudier.

El horror de la noticia en Buenos Aires fue un sacudón para todas. Uno de esos miedos que se alojan en la garganta y terminan convertidos en llanto y gritos como “¡Garzón violador! ¡Cárcel para el agresor!” o “¡Justicia! ¡Justicia!”. Así se exclamaba ayer durante una marcha con el paso ardido por Buenos Aires, yendo contra la indecencia de un sistema que consiente que un violador permanezca libre, mientras su víctima es presa del miedo. 

Así funciona la justicia patriarcal: no le basta con endilgarle la culpa, sino que además te obliga esconderte y te renueva el dolor al escuchar a una jueza, una mujer que debería administrar justicia, concluyendo que “No hay peligro” en permitir que se juzgue a un violador en libertad.

Y sí lo hay. Sí hay peligro. Y por eso seguimos juntas y en las calles.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo