Perspectivas

Gallegos, el boom y “Bocaccio: donde ocurría todo”

Calle Muntaner, Barcelona. Fotografía de Pere López | Wikimedia

29/02/2020

Una letra “c” caída que en la calle Muntaner

¿Quién se hubiera imaginado que Bocaccio, el llamado templo de la Gauche Divine, estaría ubicado en la misma calle donde vivió Rómulo Gallegos y escribiría, al menos, parte de Canaima y Cantaclaro? El escritor venezolano hizo vida en el 193 de la calle Muntaner cuando llegó a Barcelona como jefe de ventas de la National Cash Register Company, mientras que la llamada boîte o discoteca, donde unas décadas más tarde se les vio la cara en algún momento a algunos escritores del boom latinoamericano, se encontraba en el 505.  En el edificio donde vivió Gallegos hay una placa celebratoria de su paso por la ciudad entre 1932 y 1933.  De Bocaccio, un punto de encuentro en una zona alta de Barcelona durante el llamado período del tardofranquismo, no queda rastro visible.

La idea de rescatar la memoria de este lugar fue el impulso que arrastró a Toni Vall a escribir Bocaccio: donde ocurría todo, que fue presentado en el Palau Robert y en el que se instaló la exhibición: “Bocaccio, templo de la Gauche Divine” (del 16 de enero hasta el 12 de abril de este año). Vall, además de ejercer el periodismo, es un empedernido coleccionista. Su idea es que los objetos contienen información codificada de las épocas y permiten reconstruir el pasado a través de la evocación de los recuerdos. Se trata entonces de un libro que reconstruye, a través de testigos y protagonistas, el emblemático lugar que operó desde 1967 hasta 1985 y que llegó a tener una sede en Madrid, Marqués de la Ensenada, 16.

La primera incógnita que tuve cuando me interesé en el tema era la letra “c” que falta en el nombre. En un artículo de La Vanguardia del 3 de febrero de 2020, Daniel Fernández, que llegó a frecuentar el sitio alrededor de 1979, dice: “sigo sin encontrar una versión creíble de por qué al Bocaccio de Oriol Regàs se le cayó una ‘c’ y si es una simple errata o un acto deliberado y creativo de pseudorebeldía”.  Y no se puede decir que no estuviese relacionado con Boccaccio, el autor, porque el Decamerón fue coeditado en una de las iniciativas de expansión empresarial de su propietario mayoritario.

Barcelona, sin duda, es una superpotencia en el mundo editorial de habla en español. Aquí todavía están las sedes de muchas de las editoriales más importantes, que representan alrededor del ochenta por ciento de todo lo que se publica en España. Y ya sabemos de la supremacía actual de España en el mundo del libro en el mercado hispanoparlante. Ello hace que Barcelona esté en perpetua ebullición con muchos eventos literarios. Cuando me di cuenta de que en la presentación de Bocaccio: donde ocurría todo estaría Enrique Vila-Matas, me llamó la atención y, la verdad, no tenía ningún plan esa noche.

Así que, aventurero, me acerqué al acto que estaba repleto de lo que parecía una mezcla chic de la bohemia, intelectualidad y alta sociedad de la ciudad condal. Se sentía en el ambiente algo muy distinto a las presentaciones normales de libro a las que asisto. Parecía un evento curtido de añoranza, pero tenía también algo de tribal esnobismo. Había tanta gente que faltaba el oxígeno y muchos terminaron viendo la presentación en televisores instalados afuera del recinto, que previeron pensando en la aglutinación de nostálgicos.

Vila-Matas, Herralde y la “izquierda exquisita”

En la sala se encontraba, además del panel de cuatro personalidades invitadas, Jorge Herralde, entre otros editores. El creador de Anagrama no solo fue asiduo de Bocaccio, sino que era accionista, de hecho, el cuarto con mayor capital al momento de su constitución, según se evidencia en los documentos exhibidos. Se dice que Herralde era de los pocos que no andaban en Bocaccio con una actitud de que “nos estamos comiendo el mundo”, sino que estaba allí sereno, equilibrado, contrastaba con el destape en los bailes de la planta baja, donde a menudo acudía a liberarse del estrés la editora Beatriz de Moura, que trabajaba para Lumen antes de fundar Tusquets en 1969.

Así es Barcelona. En marzo del año pasado había asistido a la presentación de Un día en la vida de un editor. Jorge Herralde dedicó mi ejemplar de la siguiente manera: “Para Pedro Plaza, con afecto y deseándole suerte”. Lo que más me agradó fue que me deseara suerte, algo que interpreté como un genuino toque de realismo. En uno de los artículos del libro el editor admite que, motivado a la situación financiera de la editorial, se sinceró y vendió las acciones de Bocaccio, lo que le permitió salvar a Anagrama de la quiebra en 1980.

El ya legendario editor oía hablar a Enrique Vila-Matas, uno de los autores que se marchó de su catálogo, lo que habría supuesto un disimulado disgusto. Al autor catalán se le ve el rostro en su ciudad natal en diversos eventos literarios: en una charla en la Universidad Pompeu Fabra junto a Juan Antonio Massoliver Ródenas, en “Barcelona: ciudad literaria” junto a Rodrigo Fresán en pleno Barrio Gótico, en la presentación de su último libro Esa bruma insensata también con Fresán en La Central, en Kosmopolis junto a Gonzalo Tavares, y así sucesivamente. En esta oportunidad el autor de París no se acaba nunca hablaba en catalán. Bocaccio: donde ocurría todo sale al mercado en castellano y catalán.

El capítulo que Vall dedica a Vila-Matas lo titula “Bocaccio no se acaba nunca”. En él nos retrata a un jovencísimo Vila-Matas con uno de sus primeros trabajos de su vida, el de escribir una columna llamada “Oído en Bocaccio” para la revista Fotogramas. Y, como tal, al parecer andaba siempre sentado, callado, a veces con su novia, tratando de oír lo que se hablaba en el lugar para luego convertirlo en una columna. Durante la charla, Vila-Matas dijo (quién sabe si se trata de una de sus fabulaciones) que en Bocaccio bebía siempre un trago llamado Lumumba, una mezcla de ColaCao con Vodka. Lo cierto es que al dejar su trabajo en Bocaccio y algún proyecto cinematográfico fracasado, Vila-Matas se larga a París y escribe La asesina ilustrada, su primer libro. Años más tarde, en París no se acaba nunca, no contaría sobre la buhardilla que le alquilaba Marguerite Duras: “Todo menos París, me digo ahora. Todo se acaba menos París, que no se acaba nunca, me acompaña siempre, me persigue, significa mi juventud. Vaya donde vaya es una fiesta que me sigue”.

Entre escritores en Bocaccio también se vivía en aquellos años. Hay un capítulo de este libro de tapa dura (no se podía perder el glamour) dedicado a Juan Marsé, uno de los más notables escritores españoles. En estos días se ha puesto de moda el término “charnego”, a raíz de varios hechos: la notoriedad de la cantante de música de fusión flamenca, Rosalía, el ascenso a la política de Gabriel Rufián de Esquerra Republicana, y otros hechos como el de la publicación del libro Yo, charnego de Javier López Menacho. Según López Menacho, que presenta varias definiciones, la Gran Enciclopedia Catalana lo resume de la siguiente manera: “Designación de carácter ofensivo aplicada a personas inmigrantes de Cataluña desde otras zonas de España, o a bien personas nativas de Cataluña hijas de uno o de ambos progenitores precedentes de lugares que tienen el castellano como lengua exclusiva”.

Juan Marsé, nacido en Barcelona, ha escrito siempre en castellano. El personaje principal de la celebrada y entrañable novela Últimas tardes con Teresa, se convirtió en el prototipo del charnego de la época. Marsé fue contratado para que dirigiera la revista Noches de Bocaccio, con ganas de tomarse la vida con humor e ironía en los últimos años del franquismo. Dice Marsé: “Ni en Bocaccio ni en la Gauche Divine había nada premeditado, ningún tipo de conciencia de estar haciendo nada en concreto, de pertenecer a ninguna generación ni a ningún grupo”, muy a propósito de que he leído que a Bocaccio algunos le han tratado de dar un aire conspirativo por haber sido escogido como centro de encuentro de la llamada Izquierda Divina.

En una entrevista en El País, Marsé define a la Gauche Divine de la siguiente manera: “Un grupo de amigos y amigas, la mayoría hijos de la burguesía catalana ilustrada, intelectuales adscritos a diversas ramas de la creación (escritores, editores, cineastas, arquitectos, actrices, modelos, fotógrafos, cantautores, etcétera) que se citan periódicamente o se juntan ocasionalmente en la larga noche franquista de mediados de los 60 para tomar copas, conversar, ligar, intercambiar libros, divertirse, transgredir y burlar la represión y la censura y la grisura y la carcundia de aquellos años”.

El término referido inevitablemente nos remite al libro de Tom Wolfe, que en inglés se llamó Radical Chic y que en castellano se tradujo como La izquierda exquisita. No por casualidad fue presentado (sin la presencia del autor) por Anagrama en Bocaccio en noviembre de 1973. El libro de Wolf en esencia retrata la fascinación de la clase alta neoyorquina con grupos románticos radicales, en especial con el movimiento contestatario Panteras Negras (organización nacionalista, negra, socialista y revolucionaria que estuvo activa en Estados Unidos entre 1966 y 1982).

Según se desprende de las conclusiones de Vall, y ya como un hecho de conocimiento generalizado, el término Gauche Divine fue acuñado por alguien que, al día de hoy, sigue siendo columnista de La Vanguardia, Joan de Sagarra. Cuando empecé a leer sus artículos me preguntaba quién era ese señor tan culto, sofisticado, con sentido del humor y crítico agudo. Sus artículos parecen bordear la erudición fina. El hombre que inventó el término dice: “Esta es la revolución de Bocaccio. Si querías bailar con una chica, ibas abajo sin encomendarte a nadie, sin pedir permiso, sin parafernalia alguna. Si lo preferías te quedabas arriba charlando con Jaime Gil de Biedma o con quien fuese que te apeteciera. No había sitios así en Barcelona… Al principio había que ir con corbata. Luego cambió y podías llegar a encontrarte una chica en pelotas en la pista de baile, hasta que venían los camareros y la invitaban a vestirse”.

La exhibición, Henry Stephen y el taburete de Serrat

Oriol Regàs, a partir del éxito de la discoteca, incursionó en la industria editorial, en el cine, en la producción de discos, en la organización de conciertos, el diseño y hasta en la planificación de viajes que de tanto en tanto resultaron sendos desmadres. La exhibición es pequeña pero sustanciosa y tiene las mismas puertas originales de madera maciza y con atractivos relieves modernistas. Luego de traspasar la entrada sentí un shock de efecto cuando el color rosado-violeta se hizo presente en su totalidad, casi que lo abrazaba a uno, y oía de fondo The Musical Box de Genesis, lo que me produjo una repentina exaltación. Luego oí a Jethro Tull y otras bandas que retratan el virtuosismo de las composiciones de la época, música que, en realidad, no es bailable pero que también se oía en el lugar junto a otras canciones más propicias para mover la cadera. Oigo Lucky Man de Emerson Lake & Palmer y me siento afortunado.

Hay muchos objetos exhibidos que son reflejo de momentos especiales, como la lista de invitados al 50 aniversario de Seix Barral que encabeza la legendaria Carmen Balcells. La exhibición retrata las aventuras empresariales colaterales en las que incursionó Oriol Regàs: accesorios de promoción con el logo de Bocaccio, discos, libros, afiches de la primera película, emprendimientos que no superaron la fase incipiente, que no perduraron o fueron de corta vida: cajitas de cerillas, posavasos, copas, ceniceros, paraguas, camisetas, cinturones, llaveros, pulseras, anillos, pañuelos, bufandas, collares, bolígrafos, cinturones, etcétera, así como invitaciones para la celebración del día la Verbena de San Juan, Carnaval, el Año Nuevo o la noche de Sant Jordi. Llama la atención un texto de portada de unas páginas especiales de 1972: “Quinto aniversario de Bocaccio: con su aire Belle Époque, es un vehículo ‘snob’, elegante, inquieto, sofisticado y musical. Ha estrechado más el entendimiento entre Barcelona y Madrid”.

Una vitrina está llena de fotos en blanco y negro y, para mi sorpresa, veo una del venezolano Henry Stephen, sentado en uno de los sofás de Bocaccio mientras conversa con una mujer. ¿Qué hacía el cantautor allí?, y, además, como solo había un puñado de fotos: ¿por qué la de él? Averiguo luego y me entero que Stephen vivió siete años en España, gracias a los derechos que le produjo el éxito arrollador de “Limón, Limonero”, y con el que obtuvo un Disco de Oro de RCA. En YouTube se consigue un video de una presentación en TVE del entonces flaquísimo y estilizado cantante.

En estos días, qué casualidad, un desparecido Stephen protagonizó una escena, para muchos bochornosa, para otros un disparate, en la que aparece al lado de un oficial de la Guardia Nacional Bolivariana promoviendo las virtudes de la harina marca Centinela: “La harina del pueblo, de la Guardia Nacional… Mi limón, mi limonero”. ¡Fin de Mundo! Indago y leo que su padre fue un emigrante de Granada a Venezuela. La intérprete Mirla Castellanos y Henry Stephen viajaron a Barcelona para actuar en el Festival Internacional de la Canción del 27 al 29 de septiembre de 1968. De allí, seguramente, es la foto que me encuentro. En España terminó siendo conocido como un hombre de una sola canción.

Hablando de cantantes más célebres, uno de los capítulos del libro está dedicado a Joan Manuel Serrat. En el penoso y reciente accidente de Joaquín Sabina durante un concierto en Madrid junto a Serrat, se puede ver sobre el escenario la silueta del inseparable taburete de barra de Bocaccio que Serrat lleva a todas sus giras, como un amuleto, y del que ha mandado a hacer sus propias réplicas. En la exhibición hay otro taburete original idéntico al de Serrat, con el asiento de terciopelo rojo y la carpintería con curvas y formas modernistas que tanto caracterizaron el diseño singular de los interiores del local, y que van mano a mano con una ciudad vanguardista en el diseño y la arquitectura.

Nostalgia, libertad e irradiación en dictadura

A lo largo de los capítulos del libro se siente la presencia de las tres palabras claves de las que se habla en el prólogo: nostalgia, libertad e irradiación. Un lugar que era muchos a la vez, como lo dice Serrat: el literario (Barral, Jaime Gil de Biedma, Marsé, Manolo Vásquez Montalbán), un lugar frívolo, de conversaciones superficiales, el sitio donde se bailaba, se bebía, se fumaba, un lugar de flirteo, de relaciones sociales. Recuerda Serrat que los poetas catalanes jamás lo pisaron porque lo consideraban “un nido de pijos y frívolos”.

Lo que se vivía en ese momento, y de allí tal vez la nostalgia que se sentía en el público en la presentación del libro, era el hecho de que Bocaccio unía a un nutrido grupo de personas, era un sitio aglutinante. Libertad porque no había sitios así en la Barcelona de los últimos años de la dictadura franquista, según se lee en los testimonios. Y también irradiación por lo que se tejía alrededor del lugar, casi que desbordaba sus puertas, inclusive contagiaba a aquellos que no lo frecuentaban en aquel momento, revivido ahora con el inteligente libro de Vall y la exposición.

¿Por qué se marcharon tan rápido?

Un hecho que se menciona en varios de los textos es la idea de que a Bocaccio acudían con frecuencia los escritores del boom latinoamericano. Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes serían acreedores del premio más prestigioso de las letras hispanoamericanas: el Premio Rómulo Gallegos. Los que recibirían este galardón, los mismos jóvenes que andaban por la calle Muntaner en los años sesenta, la misma donde vivió el escritor venezolano en los años treinta y donde luchaba con la escritura, alternada, de Canaima y Cantaclaro.

Xavi Ayén, en su adictivo libro Aquellos años del boom, nos confirma que este fenómeno literario comenzó el día que llegó García Márquez conduciendo su auto desde Madrid una tarde de otoño de 1967 (el mismo año en el que Bocaccio abre sus puertas). También nos comenta, con asombro, que ya para finales de 1975 ninguno de los escritores del boom residía en Barcelona. Aquellos escritores que sacudieron el mundo literario dejaron de vivir en esta ciudad a los pocos años: ¿Ingratitud?, ¿Hastío? ¿El viento tramontano? ¿La añoranza de América Latina? Ayén se pregunta: “¿Por qué se habían ido todos tan rápidamente? ¿Habrían matado ellos al dictador?”.

En Aquellos años del boom se presenta esta visión: “Con esa gauche divine aficionada a la fiesta enseguida simpatizaron algunos sudamericanos, aunque manteniendo las distancias, ya que la mayoría seguía una vida tranquila. ‘No es tan usual, a pesar del mito romántico, pasar las noches en vela y a la vez escribir una obra maestra’, apunta lúcidamente Vargas Llosa”. Y agrega: “García Márquez era de la misma opinión: las drogas y la literatura no tienen nada que ver, y ni siquiera Faulkner ni Hemingway podían escribir cuando bebían, ya que para ser un buen escritor tienes que estar absolutamente lúcido en cada momento de la escritura, y en buena salud”.

Ayén cita a Pere Gimferrer, premio Nacional de Letras en España, que en 1971 creía que la Gauche Divine era “un ambiente neurotizante y esterilizador. Es un mundo fantasmal, sin ningún punto de contacto con la realidad. Ya ha acabado con varios”. Pere Gimferrer, el mismo que escribe el prólogo del libro de Vall. Entre líneas deja ver que no lo frecuentaba, que había asistido en 1969 a la presentación de un libro suyo Antología de la poesía modernista, se autodefine como un “ocasional asistente”, como tal vez pudieron serlo algunos escritores del boom. Con algunas pocas anécdotas como que Carlos Fuentes recordaba que Vázquez Montalbán lo confundió en Bocaccio con Jorge Negrete, algo que lo llenó de orgullo. A lo que sí da testimonio Gimferrer es de las tres palabras en torno a Bocaccio: nostalgia, libertad e irradiación, y que al cerrarse el local se clausuró toda una era.

Este no es un lugar para ver y la barbería del tiempo

Hago el recorrido a pie desde el 505 de la calle Muntaner, donde ahora veo que opera un Hotel Catalonia. No hay señales de vida de Bocaccio, salvo lo que podrían ser unas rayas rosado-violetas onduladas que rasgan los cristales laterales. Camino cuadra tras cuadra, en bajada. Se siente un ambiente de claustro en esta parte de la ciudad, un poco como si la gente anduviera guarecida en su propio mundo. Es una zona de clase alta y se nota en el andar y la manera de vestir y de mirar de las personas. Aquí estaba la boîte donde ocurría todo: un micro mundo de moderna liberación en una zona de ambiente amurallado en el ocaso dictatorial.

Me entero que un grupo de inversionistas árabes había adquirido el edificio donde estaba Bocaccio y donde ahora opera el Catalonia, para convertirlo en un apart-hotel para gente que venía a verse los ojos en la clínica Barraquer. Recién llegado a Barcelona recuerdo que, caminando por esta zona, me encontré precisamente con la Clínica de Oftalmología Barraquer, que es motivo central de la novela El disparo de Argón de Juan Villoro. Emocionado, le escribo a Juan Villoro, que tuvo la gentileza de responder: “Mil gracias por detenerte en la clínica Barraquer, espacio que vale mucho la pena visitar, aunque a un amigo al que recomendé que fuera ahí le dijeron, al verlo pasear sin rumbo fijo por los pasillos: ‘este no es un sitio para ver’, algo curioso, pues se trata de una clínica para la vista”.

Villoro fue un escritor latinoamericano que vivió varios años en Barcelona y luego se fue de la ciudad, como se fue Gallegos y como se fueron los del boom. Hubo uno que vivió y murió en Barcelona, Roberto Bolaño (también Premio Rómulo Gallegos) y algunos que hacen vida desde hace años, como Rodrigo Fresán, Juan Pablo Villalobos o Edgardo Dobry, entre otros talentosos escritores latinoamericanos que bien merecían una crónica particular. Pareciera ser, quién sabe por qué motivos, ¿el idioma?, que Madrid es un mayor polo de atracción para los escritores latinoamericanos. Pero, como lo ha dicho Fresán, se pierden de la ventaja de contar con el mar y la montaña en la misma ciudad; no hay que dejar Barcelona para liberar tormentos, con mirar dirección montaña o dirección mar ya se alivia una mente recalentada.

Camino hacia abajo y tomo un desvío hacia la calle Sagués, 22. Haciendo las investigaciones para esta crónica me encuentro con una barbería cuyo interior fue reconstruido con mobiliario y decoración de Bocaccio, que rescató su dueño al momento de cerrar la discoteca. En la puerta de la barbería hay un letrero de pintas antiguas: Arquilés desde 1933. Me pregunto si Rómulo Gallegos, que vivió entre 1932 y 1933 habrá venido a cortarse el cabello en la barbería Arquilés, o en la antigua sede de la calle Buenos Aires. El local es muy pequeño. Los espejos, que abundan, están dentro de arcos curvos y trazos morados modernistas originales de la discoteca, que parecieran sumergir a Josep Maria Argilès (el apellido escrito distinto al nombre de la barbería) en una simulación de Bocaccio, tragado por el recuerdo. Está sentado en la única silla del lugar y lo veo, por contraste, absorto con su teléfono. En la pared de la izquierda, visto desde afuera, tiene colgados un par de espejos que estaban en los lavabos de caballeros. Son idénticos a los que vi en la exhibición y que seguramente serían, por contraparte, los del baño de mujeres. También hay una columna que era de la pista del sótano. Me llega la sonoridad de la frase: “Bocaccio no se acaba nunca”. Me quedo paralizado viendo hacia adentro, antes de entrar y conversar un poco, observo y me transporto en el tiempo.


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