Perspectivas

Francisco De Venanzi: ciudadanía y alma mater

12/03/2020

Fotografía tomada de ucvnoticias.wordpress.com

Asistir a la cátedra de Francisco De Venanzi era una experiencia tan reveladora como motivante. En 1978, a sus 61 años, sus clases de Fisiopatología endocrinológica permitían descubrir el apasionante mundo de las glándulas endocrinas, los efectos a distancia de las hormonas, las señalizaciones moleculares en receptores de membranas y organelos celulares, y el intrincado equilibrio para mantener el funcionamiento armónico del organismo, en reposo y bajo demanda.

Siempre puntual, comenzaba clase a la 1:00 pm. A pesar de ser magnífica, no lograba mucha asistencia en el auditorio del Instituto de Medicina Experimental. Quizá por ser después de almuerzo, o porque su voz, algo monótona, y su postura rígida no animaban a presenciarlas. Pero sus clases eran grabadas y luego vendidas.

Francisco De Venanzi nació en Caracas el 12 de marzo de 1917 y falleció en 1987. Afectado por una artritis deformante y progresiva desde temprana edad, la dolencia no fue limitante para desarrollar un sinfín de actividades creadoras que trascendieron, para beneficio del país y para el progreso de las ciencias médicas.

Caminaba muy lento y resultaba provechoso acompañarlo desde el estacionamiento hasta el auditorio, o de vuelta a su laboratorio en el último piso del Instituto, siempre impecable, de hablar pausado y firme, gentil, ecuánime, crítico, reflexivo. Conversaba de la universidad, de las necesidades del país, de líneas de investigación, de los hitos en las ciencias, de las actividades culturales de la Dirección de Cultura, y pedía opiniones.

De Venanzi estimulaba el intelecto, la reflexión y la pasión por el conocimiento integral, y era exigente, intolerante con la mediocridad, y enemigo del facilismo. Escucharlo era creer en el potencial creador del ser humano y del alma mater, creer en los potenciales de uno mismo, buscar los logros, creer en el trabajo y la disciplina, en la libertad, la democracia, la diversidad, en las instituciones y las leyes y en el futuro del país.

El hombre de ciencias

Como estudiante de medicina, preocupado por la condición nutricional de nuestra población y el consecuente impacto que la desnutrición produce, elaboró tablas de alimentos y concluyó que los venezolanos sufrían un déficit de ingestión de calorías y proteínas. Ese trabajo lo llevó a ser preparador en Fisiología y a abrazar la investigación como pasión, desarrollando posteriormente una larga actividad científica dedicada a los problemas nutricionales de la población, incluyendo las Anemias, Avitaminosis, Bocio Endémico, Diabetes, etc.

Sus primeras 20 investigaciones estuvieron dedicadas a la situación nutricional, proponiendo recomendaciones para la implementación de las políticas públicas, y la elevación de los niveles nutricionales, salariales y educacionales de la población. Uno de los aportes relevantes que realizara en conjunto con los doctores Marcel Roche y Eduardo Coll García, condujo a la decisión de yodar la sal para corregir el Bocio Endémico (cretinismo), con muy alta prevalencia en los estados andinos y más específicamente en la mesa de Esnujaque, en el Estado Trujillo, programa actualmente en abandono.

Se graduó de médico en 1942, y continuó trabajando en la Universidad Central de Venezuela, apasionado con la investigación científica. Se incorpora a la Oficina de Nutrición recién creada, dependiente del Ministerio de Sanidad. Obtiene la beca Rockefeller y viaja a EEUU, donde estudia Fisiología de la Nutrición en la Universidad de Yale, pero también asiste al Laboratorio de Salud Pública de Nueva York y al Servicio de Endocrinología del New York Hospital.

De regreso al país entiende la necesidad de acercar a los pocos investigadores en ciencias en actividades coordinadas, para finalmente crear la Asociación Venezolana de Avance de la Ciencia (Asovac). Ahí surge en 1950 la publicación del Acta Científica Venezolana, aún vigente, donde se publican estudios multidisciplinarios en Biología, Medicina, Biotecnología, Matemáticas, Física, Química y Computación, entre otras.

De Venanzi se opuso a la intervención de la UCV de 1951, y es desincorporado por la dictadura en 1952. Junto con Marcel Roche, funda el Laboratorio Médico Analítico y luego el Instituto de Investigaciones Médicas, dependiente de la Fundación Luis Roche. Allí se agrupan investigadores de la talla de Luis Carbonell, Miguel Layrisse, Jorge Vera y Cecilia Coronill, y se forman investigadores como Eduardo Coll García, Virgilio Bosch y Norma Blumenfeld.

Se investigaba, se establecían contactos internacionales, localmente los había con empresas, como las petroleras Shell y Creole, y se enviaba gente a postgrados en el extranjero. No solo se incorporaban científicos y estudiantes en formación: ahí se preparó a Arístides Bastidas, para la difusión de las ciencias.

De Venanzi se mantuvo activo en la lucha contra la Dictadura, pero representaba mucho para el país, por lo que fue muy discreto.

Rector de la UCV

A pocos días de la caída de la dictadura de Pérez Jiménez, el 28 de enero de 1958, De Venanzi es nombrado presidente de la Comisión Universitaria. Con el inicio de la vida democrática, se estimula y facilita la vuelta al país de investigadores y académicos exiliados, con la convicción de que el desarrollo y el futuro del país estaba indisolublemente ligado a las universidades. La recuperación de la democracia es una actividad febril que requiere de decisiones acertadas. De Venanzi no concuerda con la reorganización de la planta docente: a nadie le pide poner su cargo a disposición. Sabe que las posibilidades financieras de las universidades se traducen en definitivo progreso, y que hay formas de intervenir las universidades restringiendo su financiamiento.

Habla de valores ciudadanos y universitarios. Dice que la universidad no solo debe promover la ciencia, la cultura y la formación de profesionales competentes e involucrados en el desarrollo de la nación, sino que debe conectarse con la población y enseñarle a defender sus garantías constitucionales, a disciplinarse en el ejercicio de la crítica, los valores ciudadanos, el respeto mutuo y la participación en el devenir de las decisiones democráticas. Plantea incrementos sustanciales en presupuesto, aumentos en personal docente y de investigación, inversión en laboratorios, bibliotecas, editoriales, extensión cultural.

Tras la intentona golpista de Castro León el 22 de julio de 1958 y la de Moncada Vidal y Mendoza Méndez el 7 de septiembre del mismo año, la movilización estudiantil y profesoral fue abrumadora en defensa de la democracia. Hasta hubo intención desde la Junta de Gobierno de armar a los estudiantes que bloquearon las entradas de la UCV. Pocos días después, De Venanzi decía en un discurso: “Pero así como nuestra consigna debe ser la oposición abierta al caudillismo, debemos ser también abanderados contra dos enemigos capitales de la democracia: la demagogia y el desorden… Las armas fundamentales de la Universidad no son las bombas molotov ni las armas mohosas que con entusiasmo muy juvenil, aparecen en el ámbito de nuestra casa de estudios en los momentos de amenazas golpistas. Su fuerza capital reside en su integridad moral y en el desinterés propio de la juventud”.

Francisco De Venanzi y José Luis Salcedo Bastardo, rector y vicerrector de la UCV, y miembros de la Comisión Universitaria que también elaboró el Proyecto de Estatutos para las Universidades, lo entregaron a Rafael Pizani, ministro de Educación, en junio de 1958, para su discusión. En diciembre de ese año, cuando se realizó el acto protocolar de aprobación, De Venanzi recibió un ejemplar caligrafiado de la Ley de Universidades, de manos de Edgar Sanabria, presidente de la Junta de Gobierno, donde se proclama la Autonomía Universitaria.

De Venanzi colocó el ejemplar en la silla que ocupara el doctor José María Vargas, primer rector de la Universidad de Caracas (ahora UCV), en nuestra naciente República, y quien ratificara su autonomía en 1827. Ya la Universidad tenía algún rango de autonomía desde 1784, al otorgarle Carlos III la potestad de elegir su propio rector por parte del cuerpo profesoral, y tener su propio presupuesto.

En enero de 1959, y para un período de autogobierno de cuatro años, la plancha del Dr. De Venanzi, con Jesús María Bianco e Ismael Puerta Flores, gana las elecciones.

Universidad para el desarrollo

Durante su gestión, la población estudiantil pasa de unos 5500 a más de 13000. El equipo rectoral se enfrenta a múltiples presiones de estudiantes que reclaman cupo, y de docentes que temen el deterioro por la saturación y masificación. De Venanzi concilia, atiende, conversa, pero no pierde el norte ni los objetivos trazados. Se crea la Facultad de Ciencias, la Escuela de Medicina Dr. José María Vargas, el Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico (CDCH). Se le da vida a la Biblioteca Universitaria, se funda el Centro de Estudios del Desarrollo (CENDES), el Consejo de Estudios para Graduados, las Escuelas de Servicio Social y de Salud Pública, los Institutos de Estudios Políticos e Investigación Periodística, la Asociación para el Progreso de la Investigación Universitaria (APIU), el Centro de Tecnología de Alimentos, el Instituto de Previsión del Profesorado, el Servicio de los Bomberos Universitarios y la Imprenta Universitaria, entre tantas cosas más. La UCV gana prestigio internacional y acuden prestigiosas personalidades como William Faulkner, Jean Paul Sartre, Bernardo Houssay (Nobel de Medicina 1947), Pablo Casals e Igor Stravinsky.

Con la gestión de De Venanzi en el rectorado, la UCV vive un período de amplia expansión y renovación en tan solo cuatro años. Se asientan bases para una universidad al servicio del desarrollo del país. La educación superior en Venezuela se desarrolla para asumir responsabilidades en el logro de la modernización, y se convierte en factor para el ascenso social, la conformación de la clase media, la mejoría de las condiciones de vida de amplios sectores de la población, y la aceptación de la democracia como la mejor forma de gobierno. Las discusiones sobre los derroteros de la nación son intensas y continuas. La UCV se convierte en termómetro de la vida nacional y es la “casa que vence las sombras”.

Durante esa época, la izquierda insurreccional derrotada consigue un reducto en el recinto universitario y sus consignas y actuaciones son ajenas al consenso del proyecto del país democrático y a la tolerancia inherente a la universidad. Se profundizan las pugnas ideológicas y políticas. El entorno es de violencia. Son numerosas las interrupciones de actividades, pero hay que defender la autonomía y la diferencia de pensamiento a como dé lugar.

De Venanzi era muy respetado por la dirigencia estudiantil. Era un convencido de la necesidad de aportar formación política a los dirigentes que conducirían el país. La ascendencia, gentileza y continuada conversación con intención docente hacia la dirigencia estudiantil era parte de su credo y práctica. De Venanzi conversó con tres connotados dirigentes estudiantiles de la época, militantes de izquierda: Freddy Muñoz (PCV), Américo Martín (MIR) y Víctor Ochoa (URD izquierda), proponiéndoles que consideraran la posibilidad de unirse y fundar un partido socialista que entre sus valores fundamentales tuvieran la democracia y la justicia.

La defensa de la Autonomía Universitaria

El miércoles 30 de noviembre de 1960, un día después de ser suspendidas las garantías constitucionales durante el convulsionado período de la naciente democracia, suspendidas las actividades docentes y evacuados los estudiantes de la UCV, se produjo una balacera, ruido de metralla incluido. Desde el Consejo Universitario se escuchaban los fuertes estruendos que hacían vibrar las ventanas. El ruido de la ametralladora parecía salir del recinto de la UCV, y eso ponía en peligro la preciada autonomía.

El Dr. Virgilio Bosch, quien se había arriesgado a ingresar a su laboratorio en el Instituto de Medicina Experimental (IME), urgido de guardar unas muestras de sangre de indígenas de la etnia indígena cuiba obtenidas ese mismo día, vio al doctor De Venanzi, con su caminar pausado y algo cimbrado, dirigirse al sitio del tiroteo, para poco después apagarse el fuego cruzado.

Cuando al día siguiente le preguntó qué hacía caminando solo hacia el sitio del tiroteo, respondió: “No, doctor, eso fue un muchacho que se había montado con una ametralladora en el techo de Farmacia, y estaba disparándole a los soldados que habían tomado la avenida Roosevelt. Era un tiroteo entre él y la gente de afuera con fusiles; entonces yo logré subir a la azotea y lo desarmé. Lo convencí, hice que apagara la ametralladora”.

El 14 de junio de 1961, Teodoro Moscoso, embajador de los EEUU, había sido invitado a la Facultad de Arquitectura para asistir a una exposición. Su visita no había sido anunciada. Mientras recorría el edificio de Arquitectura acompañado por el decano, un grupo de estudiantes irrumpió a gritos en las instalaciones, con intenciones de secuestrar al embajador, mientras en el estacionamiento apedreaban su automóvil.

De Venanzi estaba fuera de la universidad en esos momentos. Recibió una llamada de Carlos Andrés Pérez, entonces director general del Ministerio de Relaciones Interiores. De inmediato se presentó De Venanzi, y con su proverbial disuasión y autoridad, logró resolver el conflicto hablando con el grupo de estudiantes: “Entiendan que se trata de un embajador a quien no hay ningún derecho a secuestrar. La situación es muy grave y es necesario que ustedes la comprendan… lo que están haciendo en este momento es la expresión del deseo que tienen algunos sectores de que perdamos nuestra autonomía y están poniendo a la Universidad en peligro… la actitud de ustedes anula el privilegio que tenemos”.

Los exaltados se calmaron y dispersaron. El embajador, quien estuvo por más de dos horas resguardado en el 8° piso de la Facultad de Arquitectura, pudo salir y dio unas declaraciones comedidas.

Ambos acontecimientos hablan de la autoridad, grado de compromiso y determinación de Francisco De Venanzi para mantener la autonomía universitaria, severamente amenazada durante esos tiempos de violencia. Y es que la defensa de la autonomía universitaria es la defensa misma de las libertades civiles y de la democracia, es la defensa del desarrollo y del futuro del país.

Defensor de la libertad de pensamiento y la libertad de cátedra, cuenta Germán Carrera Damas que hubo mucha presión para su desincorporación de la UCV cuando trabajaba en el Culto a Bolívar. De Venanzi solo le preguntó si creía en su línea de investigación y su respuesta afirmativa fue suficiente para que lo apoyara.

Alma Mater

Cuando culmina su gestión decide no lanzarse a reelección. Aunque no ha abandonado las investigaciones en su laboratorio ni las actividades docentes, quiere volver a la Cátedra de Patología General y Fisiopatología e insistir en la formación de investigadores. Mantiene su línea de trabajo en el área de nutrición, metabolismo y endocrinología. Crea la Sección de Investigaciones Metabólicas y Nutricionales. Funda el Postgrado de Ciencias Fisiológicas, de muy alto nivel académico. Convoca a un grupo de prominentes académicos autonomistas para crear la revista Universalia contando con Humberto García Arocha, José Ramón Medina, Gustavo Rivas Mijares, Juan David García Bacca y Luis Villalba Villalba entre otros, con el objetivo de publicar artículos sobre educación, arte, historia, opiniones sobre acontecimientos relevantes para la Universidad, y defendiendo los valores de democracia e independencia de pensamiento como sustento para la autonomía de las universidades.

Jubilado en 1984, con precaria salud, no dejó de trabajar sino hasta una semana antes de su muerte, acontecida el 12 de septiembre de 1987.

Defensor de las ciencias básicas como soporte para la generación de conocimientos para las ciencias aplicadas y luego para el desarrollo tecnológico, sostenía que todo investigador en ciencias médicas debía mantener contacto con los hospitales y con la docencia. De su profundidad de pensamiento dan constancia los numerosos artículos y entrevistas en la prensa, que mantuvo hasta sus últimos años, como sus extraordinarios libros “Reflexiones en siete vertientes” y “Mensaje al claustro”, con impactante vigencia sobre las necesidades educacionales, culturales y de valores ciudadanos para el desarrollo e independencia de nuestra nación. La Dra. Sonia Hecker de Torres, investigadora, docente y escritora, miembro de la Cátedra de Fisiología de la Escuela “Luis Razetti” de la Facultad de Medicina de la UCV, escribió una extraordinaria biografía del Dr. De Venanzi que publicara la Editora El Nacional en su Biblioteca Bibliográfica Venezolana.


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