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Fragmento del libro “Diario en ruinas: (1998-2017)” de Ana Teresa Torres
Ana Teresa Torres retratada por Roberto Mata
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2017
15 de octubre. Elecciones regionales. Estaba muy tranquila y sin darle demasiada importancia, pero el acto de votar ha tenido un efecto paradójico. Quizás por la misma entrevista que me hizo Hugo Prieto y que sale hoy en Prodavinci. Ahora veo con claridad la importancia de estas elecciones, la importancia de que son el registro de una conciencia democrática a punto de desaparecer. Cuando estábamos haciendo la entrevista de pronto escuchamos la algarabía de una caravana, nos asomamos a la ventana y ambos quedamos sobrecogidos. Una bulliciosa caravana como si estuviéramos en una campaña electoral de los años 80, nos dijimos, como si no se entendiera la densidad del momento. Con razón el periodista comienza diciendo: «El trasfondo del día de hoy no es el entusiasmo».
16 de octubre. Todas las predicciones de triunfo se vienen abajo, la oposición apenas obtiene cinco gobernaciones. La MUD denuncia fraude, aunque los candidatos ganadores parecen muy dispuestos a asumir sus gobernaciones, a excepción de Juan Pablo Guanipa, que se niega a juramentarse frente a la ANC y pierde la gobernación del estado Zulia. Lamentable comparecencia en la tarde de un engolado Ángel Oropeza y una incoherente Liliana Hernández, únicas voces que escuchamos en la rueda de prensa frente a periodistas un tanto enardecidos, molestos como lo estamos todos. ¿Fraude o control social? Liliana denuncia la presencia de «puntos rojos» en las afueras de los centros electorales advirtiendo que hay bolsas Clap para los que voten por la revolución. Es una maniobra ventajista, si se quiere fraudulenta, pero sobre todo indica el éxito del control social. Todo el mundo se pregunta cómo es posible que en un país arrasado la gente no quiera cambiar a los gobernantes. Quizás esa es la respuesta, quien no tiene nada, nada de nada, está dispuesto a cualquier cosa por algo.
Ya encontré la fecha para terminar con estas páginas, el último día del año.
2 de noviembre. Estoy en Madrid en un conversatorio en Cesta República (la tienda de artesanía de Guillermo y Maitena Barrios en Chueca) con el joven escritor Eduardo Sánchez Rugeles. Madrid es el nuevo Miami. Todos los presentes son venezolanos. Por sorpresa me encuentro con Alfonso Gisbert, compañero de los años de formación psicoanalítica, y Cata; también con Gabriela Lepage y Elbita Valedon. Hoy en la calle, mientras me tomaba un café en una terraza, aparece de pronto Marta Maier. Siento más bien una extrañeza, como si Caracas se hubiera trasplantado. De pronto no sé dónde me encuentro. Quiero volver. Salir de la extrañeza. El sentimiento de que el país se vacía lo experimento aquí. Al salir de Cesta República con Verónica y Yamelis, un joven que carga una silla de bebé nos habla: «Son venezolanas –dice–. Qué lástima todo lo que está pasando. Yo voy a abrir un restaurante aquí [señala una tasca] de comida internacional. Se va a llamar Nómada». Se despide de nosotras, su esposa y el bebé lo esperan en casa. Creo que él sintió tristeza al vernos y reconocernos como venezolanas. Yo también. El país transterrado.
7 de noviembre. Estoy en Barcelona y me encuentro con Ulises Milla. Todo ese trabajo de levantar un fondo editorial en el que se recoge lo más importante del pensamiento venezolano en estos años me parece que corre el peligro de perderse. Aunque la editorial mantiene una presencia con la edición electrónica, los libros de papel en Caracas son casi inexistentes. Todo se ha ido desvaneciendo como polvo que cae en la luz.
Por la tarde visito la librería La Central de la calle Mallorca (hay otras dos en Barcelona). Veo todo lo que ni siquiera sabemos que se publica. Me gustaría ser joven otra vez para sentir la pasión por los libros y sumergirme en una infinita lectura. De todos modos me llevo unos cuantos, sobre todo de escritores de Europa Oriental, y un hallazgo: el primer libro que logra traspasar la frontera de Corea del Norte, firmado con seudónimo, por supuesto.
Aurelio Major, coordinador del coloquio al que fui invitada, me dice: «La vida se normaliza y se desconoce que esa no es la vida normal, como pasa en Cuba».
8 de noviembre. En España he comprendido el sentido de la diáspora, el sentimiento de la pérdida. Es como si pedazos de mi comunidad estuvieran separados y flotaran como icebergs fragmentos de mi identidad y mi pasado. Federico Vegas, con quien también me encuentro, me dice que él se siente extraño en Venezuela, como humillado, o como colaboracionista (en el sentido de que nosotros no somos perseguidos por lo que escribimos y de alguna manera justificamos la libertad de expresión). Yo le digo que no me siento extraña, sino como un fantasma. Y es porque parte de mi corporeidad me ha abandonado en la diáspora.
Me fui de Barcelona sin poder ver a Ana Nuño, y lo lamento porque ella fue quien promovió mi invitación al coloquio de Novela Histórica, razón de mi viaje.
10 de noviembre. Llegando a Venezuela pienso en la teoría de la respiración. Todo aquel con quien me he encontrado estos días en España me dice algo como «qué bueno que puedes respirar un poco». Y yo contesto que allí (aquí) también respiro, de lo contrario estaría muerta. No me siento oprimida, si eso es lo que se quiere representar por estar sin respiración. Me siento herida, despojada, dividida, pero no oprimida, sin respiración. Cuestión de matices, probablemente. Aurelio Major, magnífico interlocutor, recuerda en algún momento de nuestras conversaciones a la poeta Dulce María Loynaz y su decisión de permanecer en Cuba. Eso sería lo que quisiera, pero mis circunstancias son otras.
11 de noviembre. Elecciones municipales. 308 alcaldes del PSUV. 25 de oposición. Curiosamente después de que se produjo el viraje de la resistencia de calle a la competición electoral –según algunos no era viraje sino escenarios dentro de una continuidad estratégica; quizás tuvieran razón, pero la gente lo sintió como un cambio de seña desconcertante– y el desastre de las elecciones regionales, los partidos llaman a la abstención, o en todo caso guardan silencio. No participaron PJ, VP ni AD. Yo decidí votar por uno de los representantes de la oposición, que acudió sin apoyo explícito de ningún partido y que me parecía defender lo logrado en la Alcaldía de Chacao. «¿Para defender Cultura Chacao?», me pregunta irónica Gisela. Sí, para eso fui.
13 de noviembre. Ahora la difteria. Michele me llama desde Madrid muy alarmada. Parece que es urgente vacunarse porque hay riesgo de epidemia. Me pongo en busca de un pediatra. En el directorio de la clínica La Floresta donde tenía la consulta el pediatra de mis hijos, y después su hijo, también pediatra, el nombre no aparece. Busco otro. No quiero morir de difteria, una enfermedad que causaba estragos en mi infancia.
Luis Alfonso Herrera me escribe desde Chile, cada día una ausencia.
14 de noviembre. Este país es brutal. Un país de machete. Quizás todos lo son, pero esta brutalidad de machete es la nuestra. No recuerdo qué me hizo pensar esto.
15 de noviembre. Gracias a la terquedad de María Fernanda y la mía empiezo hoy un curso taller sobre lecturas importantes en mi vida y en mi oficio. Volver a ellas me hace bien. Volver al cuento de El lobo y los siete cabritos, que tanto he mencionado entre mis lecturas de infancia como mi entrada al realismo, a Mujercitas o a Oliver Twist, al diario de Ana Frank. En aquellos libros el mundo no se construía como un lugar benéfico y protector. Ha sido útil conocer desde niña que existe el peligro, la guerra, la pobreza, el abandono, la muerte, la maldad. Y reencontrarme con mis lecturas adolescentes, Mémoires d’une jeune fille rangée, libro capital de mi existencia que me abrió la puerta para ser lo que bien o mal he sido. Una gran idea de Mafer este curso.
Regreso a mi casa y escucho a Maduro echando chistecitos acerca de que pronto votaremos con el Carnet de la Patria. No es la primera vez que lo dice. Idea genial. Construir un segundo sistema de identificación que elimine para siempre a los votantes indeseables. O introducir falsos ciudadanos sin necesidad de duplicar sus cédulas, o utilizar difuntos y fantasmas en gran escala.
18 de noviembre. La SPC lleva a cabo sus jornadas anuales, que con todas las dificultades y posposiciones ha logrado mantener. Presento unas ideas en la mesa «Lenguaje, neolengua, vaciamiento de la palabra» con Carlos Leáñez. Precisamente utilizo como referencia el libro colectivo en el que escriben Carlos y Luis Alfonso Herrera, La neolengua del poder en Venezuela. Dominación política y destrucción de la democracia (2015). También hablo con la referencia de 1984, que leí en mi juventud sin entenderlo. Comento la dislocación del lenguaje, muy visible en las redes sociales, la comunicación se ha vuelto pendenciera, de conclusiones inmediatas sin sustentación lógica. Vuelvo a recordar a Franzel Delgado Senior cuando dijo: «A este país le quebraron la lógica».
2 de diciembre. He aprendido mucho en las colas. Me parece que los expendios de comida son lugares de alto riesgo. En el automercado que frecuento cuando llegan productos regulados aparece personal de seguridad, por ahora sin armas. En poco tiempo desaparecerán los modales de clase media que todavía subsisten y sabremos lo que es pelear por la sobrevivencia. Michaelle Ascencio me preguntaba frecuentemente cuánto tiempo pensaba yo que duraba la conducta civilizada en situaciones extremas. Yo le decía que unos días, calculando el tiempo que una persona aguanta sin comer, pero recientemente leí que puede durar hasta tres semanas.
3 de diciembre. «El resentimiento es una forma de recordar», dijo Verónica Jaffé en el conversatorio de Cesta Republica. A este país le quebraron los modos civiles de pensamiento y comunicación, quedan el grito y la ofensa.
4 de diciembre. Ayer en el Festival de la Lectura de Chacao, en edición homenaje a Victoria de Stefano; luego una conversación entre José Balza y Willy McKey. En broma le digo a Willy: «Balza anda preguntando quién es el joven que va a conversar con él». «Este es el que queda», me contesta Willy. Otra anécdota de Willy de su diálogo con Balza: «Cuando ya no haya festival ustedes deberán venir aquí y sentarse en la plaza a leerles cuentos a los niños».
La tarde estaba hermosa y parecíamos un grupo de viejos amigos despidiéndose: Balza, Victoria, Eduardo Liendo, Krina Ber, Rafael Castillo, Federico Prieto, esos son los nombres que recuerdo. A la salida cruzo la avenida para llegar al estacionamiento donde dejé el carro, con cuidado porque está oscuro y los automóviles no respetan mucho a los peatones. Una mujer desde el volante me dice: «Señora, ¿eso es una feria del libro?». En eso un motorizado pasa entre el automóvil y la acera donde estoy parada, por un momento creo que me va a asaltar, pero nada ocurre. Le contesto afirmativamente a mi breve interlocutora y una voz masculina en el asiento de al lado dice una frase que solo escucho incompleta y que me parece que termina con la palabra «inmoral». ¿Qué quiso decir?
16 de diciembre. De nuevo en Toronto. Corrijo el diario y reviso las recomendaciones que generosamente me hizo Silda Cordoliani.
23 de diciembre. Veo las imágenes de la plaza de toros de Valencia en la que el alcalde ha organizado un espectáculo de toreros enanos que martirizan a un becerro. Después, ya caída la tarde, viene el reparto de juguetes. Es tal el ansia de la gente por recibirlos que los organismos de seguridad quedan rebasados por la masa y se produce el caos. Arrasan con las mesas, las voltean, las rompen. Tampoco las madres pueden con la avalancha, la GNB abandona el lugar, los cuerpos policiales y los milicianos arrojan los juguetes por los aires. Quedan los juguetes rotos, gente lanzándolos, niños golpeados, asustados, asfixiados, extraviados. No se puede romper la civilidad impunemente. Las personas se «salvajizan». Si esto fue por unos juguetes, cómo será por comida.
Desde las redes sociales advierten que son juguetes para mascotas, similares a los que vendían en Don Perro. Reveo las imágenes y ciertamente se ven hechos de goma dura, algunos con forma de hueso. Es muy hiriente. Además, los objetos de goma, sean para perros o no, lanzados al aire por los milicianos pueden hacer mucho daño, no solo moral, que ya es bastante. La burla que es todo esto se filtra por lo más insospechado, esta vez por las absurdas decisiones de un alcalde de pocas luces.
31 de diciembre. Última entrada. Aquí termina este libro. He buscado una fecha memorable para ello, pero no la encuentro ni la presiento. Entonces, el último día del año sirve como terminación. Precisamente hoy leo en El Nacional un artículo de Antonio Sánchez, «Por la construcción de la alternativa democrática», que me hace volver a 2004, a los tiempos de la CD y Gente de la Cultura.
Los acontecimientos de los últimos seis meses han sido abrumadores, la imagen que se impone es la de un tumulto de piedras y rocas que caen por el cauce de un río vertical sin que nada pueda detenerlo. El marasmo en que se encontraban los factores de oposición después de la inútil victoria del 6-D de 2015 requería de alguna acción y eso fue la votación del 16-J de 2017. Una suerte de plebiscito que coronaba las protestas de los meses anteriores con su saldo de muertos y de presos. Más de 6 millones de personas votaron a favor de unas mal planteadas preguntas, pero lo hicieron porque estaban dispuestas –estábamos– a apoyar cualquier acto que diera legitimidad a la oposición. Y unos días después la MUD, o parte de ella, nos anunció que lo más importante era acudir a las elecciones regionales en las que sufrimos una impresionante derrota, y poco después vinieron las municipales en las que la derrota fue aún más grave. La ANC, elegida írritamente el 30-J de 2017, gobierna a Venezuela con el poder militar. Eso es lo que hay.
Hoy Maduro anuncia un nuevo aumento de salario. La inflación se lo lleva todo. Lo que veo son las hilachas de un tejido; muere una joven en una cola para recibir su cuota de pernil. La joven muere abaleada por un GN. El pernil se ha convertido en símbolo del hambre. El cargamento de perniles de cochino que el Gobierno prometió para fin de año no llegó. Según Maduro, los barcos que lo transportaban desde Portugal fueron pirateados. Los portugueses nos engañaron.
Se producen protestas en muchos focos del país y la orden es reprimirlas. Ninguna diferencia con las órdenes de reprimir las protestas de principio de año. Las protestas por hambre ¿son políticas? Las protestas políticas ¿son por hambre? Las diferencias se oscurecen. Muertos y muertos. Muchos, sobre todo niños, por hambre. Otros por falta de medicinas. Otros por las armas. La llegada de 2018 produce la renovación del «¡ahora sí!». El régimen va a colapsar. La comunidad internacional no lo tolera más. En cualquier caso, yo, en esta larga espera y en estas ya demasiado largas páginas, llego al final.
«En rigor, nadie sabe en qué época vive», dice Anna Ajmátova.
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Ana Teresa Torres. Diario en ruinas (1998-2017) Editorial Alfa, 2018.
Ana Teresa Torres
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